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Santos no cumplirá...
Periódico Desde Abajo / Miércoles 25 de septiembre de 2013
 

Con bloqueos, luchas de calle y carretera miles de colombianos dieron orden: ¡Hay pueblo inconforme y rebelde! Por encima de todos los cálculos y previsiones políticas, alrededor del 29 de agosto hubo colapso en el país. Con más de 16 departamentos en agitación y protesta en las principales ciudades de la nación, dando un sí a la convocatoria de solidaridad que despertó la ruana ayer olvidada, hoy rescatada como símbolo de rebeldía agraria. La capital estuvo cerca del quiebre en su cotidianidad y mostró fragilidad en su abastecimiento. Por supuesto, al gobierno Santos le dio soponcio. Un malestar con efecto en las conversaciones de los colombianos en esos días, en las encuestas inmediatas y en la siembra de una duda sobre su futuro. Como señal inevitable de un pueblo que supera a sus dirigentes, y sus ’representaciones’ actuales de todo orden, el carácter y la convocatoria "admitida" fueron rebasados por el temple de la protesta.

Con el Paro Nacional Agrario explosionó el sentimiento de ira de miles de productores agrícolas, tenedores de tierra minifundistas y medianos que están quebrados o en riesgo de quedar así. Por primera vez, en mucho tiempo no estuvieron solos. Contaron con los pequeños mineros, alguna convocatoria estudiantil de la Mane, de la Cut y con la novedad y el reconocimiento de algunos sectores de opinión. A su vez, las frases democráticas sobre el derecho de la protesta quedaron pisoteadas, en tanto y de facto, el Presidente declaró estado de sitio.

Con las primeras carreteras bloqueadas su respuesta fue la negación del paro y en una acción nacional en televisión abierta, acompañó la orden brutal al Esmad de disolver a los "desestabilizadores". En la vigilancia y represión, no solo los agentes de la policía con uniforme antidisturbios, sino también desde los helicópteros con su tremor y "mensaje de guerra", se lanzaron gases. Sin cambio en la correlación de poder entre oligarquía y pueblo, todo discurso y comportamiento de "la política" frente a la acción, la "paz" y la concordia resultó sorprendido: El del poder, la fuerza y los gremios económicos, el de la derecha, el de quienes quieren fisonomía en el "centro político" y de llamados al conformismo y la ’ciudadanía’ paciente, el de la izquierda y el de la insurgencia.

Para los manifestantes y participantes en la protesta, la propaganda de los últimos gobiernos quedó reducida a paja: Aunque urde evasivas, con causa y responsabilidad directa y prolongada en la situación –ayer y hoy–, Juan Manuel Santos no puede ocultar que regresó de Londres en alfombra a ocupar el ministerio de Comercio Exterior con César Gaviria –fue su Designado– y menos, su condición de cómplice neoliberal en las leyes contra el derecho al trabajo y la salud de los entonces defensores, proponentes y senadores Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, de quienes luego fue ministro de hacienda y defensa.

De repente en la plaza pública, en las carreteras del país y en el vigor de los bloqueos, apareció un sujeto inadvertido, para muchos muerto, y para otros, pesadilla. Con nuevas reivindicaciones y memoria de incumplimientos anteriores, un amplio sector de pueblo rebelde, inconforme; paseó sus banderas, planteó defensa e hizo estaciones por la Carretera Panamericana, por la Troncal del Oriente, por la carretera Tunja-Bogotá y Bogotá-Girardot. Una vez más, el llamado "inconsciente social", la espontaneidad e inconformidad de quienes no están alineados en ninguna propuesta política, ni tradicional ni de izquierda, dejó sentir su grito y volumen con algo de claridad y expresiones –contenida hasta ahora– en su aspiración de un gobierno distinto y poder real –no son solo "desestabilizadores"–; sin que nadie estuviera atento; tal como ocurrió hace años en el paro cívico nacional del 14 de septiembre de 1977.

Sin advertir la situación que venía subterránea en un vasto sentir de la población, desde el campo popular la convocatoria repitió con el mecanismo de la Mesa Integrada de Interlocución y Acuerdo -MIA, un espacio de encuentro, sin debate a fondo, de los principales agrupamientos y actores de izquierda que tienen acción y presencia agraria. Sus componentes iban del Congreso de los Pueblos, a la Marcha Patriótica, con paso, por el Movimiento Indígena del Cauca y las diferentes Dignidades Agrícolas ’gremiales’.

Las energías acumuladas por años, evidencian ahora, con creces (potenciando la protesta), que los costos del libre comercio sobre el campo son más profundos que la simple discusión acerca de si son los efectos del Tlc con los Estados Unidos ó con Europa los que quiebran las bases de la economía campesina. A esa parcial dimensión la reducen los tecnócratas del gobierno actual. Ocultan que desde el gobierno de Virgilio Barco, la carrera neoliberal implica un profundo vuelco del campo, con agravamiento de la miseria y la situación social:

- Primero, con el desmonte del fomento estatal a la producción agrícola.
- Segundo, por la "apertura económica" de Gaviria, con aumento estrepitoso de las importaciones agrícolas, apalancadas por la reducción de los aranceles, que en su tasa promedio cayó de un 24 por ciento en 1986 a un 7,2 por ciento en el año 1994.
- Tercero, por la firma progresiva de decenas de tratados de libre comercio, los primeros bajo el trámite de Juan Manuel Santos, en su época de Ministro de Comercio Exterior, con el G3 (México, Colombia y Venezuela) y la Comunidad Andina de Naciones, después, un Tlc con firma entre la Casa Blanca y el gobierno Uribe-Santos que comienza a tener sus efectos.
- Cuarto, por la carencia de control fronterizo, pues Colombia a pesar de tener la proporción más elevada de miembros de las fuerzas armadas por habitante en América Latina (11 colombianos por cada miembro de las FF.MM.), carece de control alguno sobre las fronteras. Es más, la oligarquía colombiana usa para mantener su estabilidad, el mecanismo de permitir una frontera porosa, por la cual pasan cientos de productos de contrabando, los cuales inundan el mercado nacional y su producto, mecanismo que funciona como paños de agua tibia a la crisis estructural de las zonas fronterizas, léase, quiebra de ciudades como Cúcuta o la relación de la economía del Catatumbo, o Nariño y Putumayo con el contrabando de Ecuador y Venezuela.

Así Tlcs, sostenimiento y defensa institucional y paramilitar del latifundio, destrucción del fomento económico agrícola, ausencia de control fronterizo y reducción de los aranceles que incentivan la importación de mercancías agrícolas han sido algunos de los ingredientes del coctel neoliberal contra el campo.

De esta manera, con las características de la hegemonía internacional y la preeminencia de los intereses financieros, estamos ante el resultado de una guerra de larga duración contra la producción nacional, con sus bemoles en estos últimos seis años de crisis capitalista mundial. Sin embargo, no son las meras condiciones económicas las que hacen de la rebelión de las ruanas una posibilidad. Sin duda alguna, la pérdida de credibilidad en la acción del estado y en las élites, y la superación en algunos aspectos de los efectos del terror, hicieron eco en el resurgir de una acción de ruptura, por qué no beligerante, que pone en presente una extensión de la lucha que desmarca y va más allá del margen de los supuestos espacios civilistas y legales, para la resolución de conflictos sociales, que en su espera y acomodo sostienen el estado de cosas e injusticia. Pero surgió la contraparte.

Con el Paro Agrario Nacional la realidad política –no solo electoral ni del protagonismo bilateral en la Mesa de La Habana– vive el renacer de un sujeto social plural y diverso, con avance de interrelación campesina y urbana, campo-ciudad que acerca sintonía con la historia nacional, a la vez, que desnuda la magnitud y dificultad de la contradicción y de la lucha política, de poder y gobierno, desde los diferentes intereses sociales y de clases.

Independiente de sus características, el desenlace del Paro, esta vez de varios días, escribió otro capítulo de una novela con párrafos escritos desde hace varias décadas. Entre tanto, Santos aplicó una vieja táctica para enfrentar el Paro que a la larga le sirvió para navegar, sin dejar de estar perdido en la mar: Fracturó a la MIA, con negociación por aparte con los productores paperos de Nariño, Boyacá y Cundinamarca –agrupados en su mayoría en la iniciativa de Dignidad papera. Para el resto en paro, dispuso un tratamiento como lo ordena el manual represivo: aumento de la violencia y sindicación de su nexos con la insurgencia, al punto fariseo, de vincular la negociación de estos temas agrarios con la Mesa de La Habana y al nacimiento de la Mesa con el ELN.

De la indignación en aumento tanto por la negación del paro como por los golpes del Esmad que transitaban en internet y en las noticias, hubo un salto a las iras urbanas. Algunos con cacerolas, otros, con piedras y bombas molotov, hubo disparos aislados –diferentes a hostigamientos guerrilleros–, todos en fin, fracturando la continua deidad del poder oligárquico, rompiendo la rutina de la sociedad pasmada, de esa que no ve o de un mirar a otra parte. Sucedió entonces, que decenas de miles de colombianos en la calle, o desde la cabecera y la vereda, con cientos de reclamos, o sin ninguno en concreto –la inconformidad basta–; constituyeron el vapor que en toda olla a presión tiene que pitar: el de los debilitados, los de nunca y sin voz. Ellos ante quienes, el régimen político y el gobierno fueron capaces de decir en un momento que no tienen nada que ofrecer. Apenas promesas de estudiar... cada caso.

Un escenario que tuvo protagonismos de rebeldía espontánea, con dolor, llantos, cuestionamientos a las organizaciones más cercanas y firmeza ante el inmediato de un Paro que desde la rebeldía, tiene un día después por resolver y no dejar pasar de largo. Porque, ¿quién capitaliza? ¿Quién en colectivo legítimo tendrá la primera línea en conducir la próxima batalla?

Están en el partidor: Atento y con audiencia, el cinismo uribista que nunca tuvo un sonrojo por los usufructos y el profundizar el libre comercio, ahora, trata de capitanear el momento, con argumentos como la falta de diálogo regional y la pérdida del principio de autoridad por parte del Ejecutivo. Desde su interés, rondan al presidente Santos el desafío del Paro y sus consecuencias inmediatas y mediatas, y para su defensa y perpetuidad, la élite económica con pañales de larga data, antes del narcotráfico, debe acomodar un referente de más tamaño que el partido de la U y el partido liberal. En la acera del frente, ante la inmensa lección motora con pies de campo y descontento, de inmediato, pocos toman la responsabilidad de reflexionar con sentido de poder.

Apenas como una referencia, en la inercia de las aspiraciones individuales, política electoral y su coyuntura, en el país alcanza base de configuración, "sectores medios" un "centro político", viable en sociedades europeas, con un conflicto distinto. En este rango, Progresistas y Partido Verde intensifican los contactos regionales. De este modo, en Boyacá, el intento propende por captar un naciente caudal electoral en busca de una tercería. En su esfera, el Polo a través del Moir rema igual, con otras palabras.

Y en otro ángulo, el Congreso de los Pueblos y la Marcha Patriótica con calendario y tareas en referencia con el provecho de las negociaciones de paz, asumen y proyectan pasos más largos en la movilización y la consigna de participación social, como recurso ahora urgente para defender y profundizar una agenda política de reconciliación, con vía a conquistas de democratización, que en el corto tiempo y bajo su exclusivo porte, no tendrán virtud de plenas.

De plano, en Colombia ocurrió un sacudón nocivo para el gobierno y cuestionante para el poder. Vista la movilización del Paro en su extensión y característica de choque y de tropel, quedó una orden: Dar curso a una amplia agenda de diálogo por la unidad social y política del país nacional que con miras a febrero próximo, corrija y de continuidad a las búsquedas locales con sentido nacional, y alce consenso en una plataforma de seguimiento con rigor a las "promesas" de Santos. O el Ejecutivo cumple antes de febrero o tropezará con una nueva o segunda irrupción del presente en lucha, y su espiral de otro futuro.