Agencia Prensa Rural

Carta de despedida para un toro sentado a la sombra de una Ceiba
Palabras de memoria para un padre que muere
César Jerez / Miércoles 27 de noviembre de 2013
 

Hola, amigas(os), vecinas(os), compañeras(os), familiares, primero que todo muchas gracias por estar esta tarde aquí con nosotros, honrando la memoria de mi padre. Quería simplemente, en esta despedida, hablar un poco de él, de su importancia para nosotros.

Mi padre, “El Cucho”, fue ante todo un campesino, un niño-hombre del campo, que tuvo que asumir de manera tempranera un duro destino, fue otro hijo de la violencia, como casi todos los campesinos de este país irredento. Su familia conservadora había sido desplazada por liberales desde Curos, una vereda de Piedecuesta, sobre la carretera que conduce a Málaga, la capital de la provincia de García Rovira, donde había nacido mi madre. El padre de mi madre, mi abuelo, era un artesano que fabricaba y reparaba calzado, oficio que compartía con el de peluquero y barbero de Málaga. Como todos los de su oficio, mi abuelo materno era un liberal. Fue represaliado, encarcelado y finalmente también tuvo que abandonar su tierra junto a sus hijos, después de que chulavitas y curas se ensañaran con los liberales de esa provincia.

La violencia política, el despojo y el desplazamiento finalmente juntaron a mis padres en Bucaramanga. Desde Curos, pasando por Cusamán en Lebrija, donde se desempeño como cultivador de yuca, finalmente llegó mi padre a Bucaramanga. Ya en la ciudad se convirtió en un obrero, empezó como aprendiz de metalmecánico, oficio con el que empezaba a reemplazar el trabajo rural de campesino y arriero. Mi madre desplazada se desempeñaba ya como operaria en "Confecciones Corona y frecuentaba, como ayudante, una fábrica de colchones, ese fue el sitio donde se conocieron. Con el tiempo mi padre se convertiría en un soldador eléctrico y mi madre en una avezada artesana, sastre y modista.

Son estos precisamente los primeros legados del viejo, su origen campesino y su arraigo por el trabajo. Fue un conocedor y trabajador habilidoso de la soldadura eléctrica y de la ornamentación en metal. Lo recuerdo salir mojado en sudor del interior de los tanques cisterna que soldaba, a recibir el almuerzo que yo le llevaba durante las vacaciones escolares. Lo veo dirigiendo a los obreros en los talleres de ornamentación, a los que siempre bautizaba con sobrenombres inverosímiles recogidos de su peculiar observación etnográfica: “rinoceronte”, “baracus”,“pocagrasa”, “la flor del trabajo”, remoquete que me adjudicó cuando estaba en la secundaria, por mi acostumbrada llegada tardía al trabajo, después de los matutinos entrenamiento de equipo de ciclismo que hacíamos a diario. Miles de cisternas, ventanas, puertas, cerchas y estructuras metálicas construidas por él se pueden ver por nuestros barrios en Bucaramanga, Floridablanca y Girón. Sus obreros siempre lo respetaron y lo admiraron por su capacidad de trabajo y dirección, siempre lo llamaron “maestro”.

Su curiosidad y la lectura lo fueron volviendo un sujeto crítico del estado de las cosas. Leyó y coleccionó el periódico Voz, la revista Selecciones de Reader’s Digest, "órgano ideológico del imperio", decía, su contraparte soviética, la revista Sputnik, las revistas cubanas Prisma y Bohemia, en la casa era frecuente encontrar números del periódico Granma, adquiría anualmente el Almanaque Mundial y compró varias enciclopedias durante su vida. Fue un asiduo lector y fumador de tabacos Puyana, nos habló de Demócrito y de las implicaciones del átomo antes conocer la escuela y nos puso a leer libros y nos volvió lectores, con su práctica de incentivos en metálico por libro leído, obviamente con su respectiva comprobación de lectura, “libro leído, libro pagado”, nos decía.

En esos tiempos de inicio de nuestra adicción a la lectura, el viejo no llegó imaginarse siquiera que tendría dos hijos graduados en Química y Geólogía, Gladys y yo, y dos doctores en ciencias biológicas y físicas, Adriana y Vladimir. Siempre se sintió muy orgulloso de nuestros logros académicos, por haber ingresado a la universidad pública, por haber logrado yo una beca para estudiar en la Unión Soviética. Con el tiempo dejó de pensar, o al menos de estar convencido, como antes, de que se estudiaba para ganar más dinero.

Fue por esa capacidad crítica adquirida con la lectura que de la mano de mi madre se volvió comunista. Eso representa un aporte familiar muy importante de mi padre y de mi madre , se los agradezco a él y a Azucena. Recuerdo como si fuera ayer, siendo niño, las reuniones de célula y de radio con camaradas de Bogotá como Yira Castro y Manuel Cepeda, que formaban durante horas a otros compañeros como Juan Campos, Santos, Alirio Gómez, Foción Saavedra, Bernardino García, Ferney y los infaltables Torres, Zaraza, Valdemar. Algunos de ellos posteriormente asesinados como miembros de la Unión Patriótica - UP.

En su trabajo político y social constante, los campesinos y los trabajadores siempre han recibido del respaldo y de la solidaridad de clase de nuestros padres. Aquileo pese a todas sus quejas, siempre soportó la militancia política tiempo completo de mi madre, cosa nada fácil en una sociedad de machos. Esa fue otra de sus buenas cosas. Azucena había llegado a ser concejal de la Unión nacional de Oposición - UNO por el Partido Comunista en Floridablanca y al tiempo fue fundadora de casi todo lo material que existe en nuestro barrio, desde la Biblioteca Pública, la escuela donde estudié hasta el puente peatonal sobre la quebrada Zapamanga.

Gracias al viejo y a mi madre , no ha faltado nunca el pan en nuestra mesa, desde la comida más mesurada hasta los buenos platos. Eso nos ha permitido tener la barriga llena para poder pensar y conocer un poco la felicidad. Quiero decirles a los dos que he sido feliz gracias a ellos, que he sido un hombre afortunado por ellos.

Durante los últimos años nuestra familia pudo adquirir de nuevo una pequeña finca campesina, se que al Cucho le emocionó mucho volver a tener un pedazo de tierra, cultivar yuca y criar cachamas, a la sombra de la más grande Ceiba que nuestros ojos hayan visto. La enorme Ceiba que le daba sombra al “toro sentado” en un taburete, mientras hacía la siesta, se convirtió en la imagen del retorno al campo, los domingos por la tarde.

Obviamente mi padre también tuvo defectos y miserias como cada uno de nosotros. Pero su memoria, la que nos queda, es la de un hombre que luchó, que trabajó y que nos impartió ejemplos que se quedaron en nosotros, que nos fueron cambiando la vida para siempre.

Viejo, cucho, madre, gracias por dejarnos vivir en este mundo lleno de dramas y contradicciones. Queda mucho por hacer todavía, pero descansa mi viejo, hasta siempre.

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