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Balance del proceso de La Habana, de sus comienzos, etapas, dificultades y avances. Aunque hay motivos para ser optimistas, persisten muchas inquietudes sobre sus alcances. En todo caso, el protagonismo de la sociedad resultará decisivo
Las negociaciones con las FARC: el tortuoso camino de la paz
Antes de que la concertación por la paz diera un solo paso los adversarios mostraban sus armas contra ella.
Medófilo Medina / Viernes 3 de enero de 2014
 

El comienzo discreto de las negociaciones

El 27 de agosto de 2012 el presidente Santos informó que seis meses antes se habían iniciado conversaciones con las FARC encaminadas a sentar las bases para un acuerdo de paz.

Ni palomas echadas al viento ni algarabía de pitos, ni gentes agolpadas registraron la novedad. Más aún, el anuncio fue precipitado en la medida en que los adversarios de la paz filtraron información sobre las conversaciones en formato de denuncia. Antes de que la concertación por la paz diera un solo paso los adversarios mostraban sus armas contra ella.

Si bien la mesa de La Habana ofrece una trayectoria breve, el recorrido de la paz es más prolongado que la fase pública del mismo. El análisis debe incorporar también el tramo que va de septiembre de 2010 a agosto de 2012 y hay que diferenciar la fase exploratoria de la fase formal de negociaciones entre los delegados plenipotenciarios de las FARC y del gobierno que culminó con: “El acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera” con el que se dieron a conocer los cinco puntos de la agenda marco para los diálogos: la política de desarrollo agrario integral; participación política; el fin del conflicto; la solución al problema de las drogas ilícitas , y el problema de las víctimas.

Es importante dejar el registro de este período discreto de la paz en la medida en que traza una diferencia con los procesos de 1982-1985 y de 1999-2002, que no estuvieron antecedidos por etapas preparatorias debidamente desarrolladas.

Dos acuerdo parciales, un gran avance

En la primera etapa el trabajo fue arduo y los intercambios ásperos.

Hubo varios hechos dramáticos en esta primera etapa, como las muertes de Jorge Briceño, “el Mono Jojoy”, el 22 de septiembre de 2010 y la de Alfonso Cano el 4 de noviembre de 2011. Este último hecho agravado por la circunstancia que recoge la pregunta inquietante de un prelado: “por qué no lo trajeron vivo, a Alfonso Cano, cuando se dieron todas las condiciones de un hombre de más de 60 años, herido, ciego y solo”. En otras circunstancias las FARC hubieran suspendido de tajo las exploraciones.

La línea de tiempo de la paz fue sembrando mojones. El 18 de octubre de 2012 se produjo la presentación en el escenario internacional en Oslo. Los medios de comunicación le pusieron poca atención a un adelanto del ventajismo oficial en que transcurrirían las conversaciones. Cuando Iván Márquez inició su discurso, Señal Colombia y las grandes cadenas de televisión y radio cortaron la señal, solo Telesur continuó la transmisión. El público se enteró del discurso por el debate adverso que crearon los medios.

El 19 de noviembre de 2012 se iniciaron las conversaciones de paz en La Habana. Bien pronto se hizo sentir el reclamo de que las conversaciones no avanzaban con celeridad. El presidente de la República encontraba pertinente hacerse eco de tal interpelación respondiendo que el gobierno no tendría inconveniente en levantarse de la mesa en cualquier momento. El ambiente en La Habana acusaba un fuerte toque surrealista y la mesa de negociaciones aparecía rodeada de agua por todas partes.

Se arribó, sin embargo, al 25 de mayo de 2013, cuando se anunció la firma del primer acuerdo: “hacia un nuevo campo colombiano. Reforma rural integral”. Produjo impacto en su momento el hecho de que a los seis meses y pocos días de comenzadas las conversaciones se lograra el acuerdo en un tema central del conflicto interno colombiano como es el de la tierra.

El 6 de noviembre de 2013, luego de una etapa de incertidumbre sobre la continuidad de las conversaciones se publicó el acuerdo sobre el segundo punto de la agenda, el de la participación política. Nuevamente la paz recuperaba el aire.

El acuerdo político incluye puntos centrales concernidos en una real democratización del sistema político, estos van desde la urgente reforma electoral, hasta el estatuto de la oposición y la participación de las minorías. Cabe admitir el esfuerzo de imaginación y de flexibilidad de las partes en la definición de las circunscripciones electorales de paz en las zonas de conflicto.

¿Brindan confianza los acuerdos logrados?

De entrada, el acuerdo sobre la tierra puso el problema agrario en el centro de la preocupación nacional. Desde el pacto de Chicoral al comienzo del decenio de 1970 la tierra y el tema de los trabajadores rurales habían sido sustraídos de las preocupaciones políticas. Si bien es aceptable que sobre el punto de actualización del catastro rural se puede avanzar muy rápidamente, no se puede formular la misma previsión para otros puntos relevantes como son los de la creación del fondo agrario de tierras, la distribución de tierras ilegalmente adquiridas y bajo extinción de dominio y la restitución de tierras. Recuérdese que hasta 2010 la superficie de tierras dejadas por los desplazados llegaba a ocho millones de hectáreas. Para la realización de estos puntos, el acuerdo definitivo será un punto de partida pero su realización se convertirá en función de la acción social que será la que los conviertan en realidad.

El acuerdo sobre política representa una real apertura y cualificación de los espacios de participación y de la democracia.

Ambos acuerdos son, ante todo, componentes de una hoja de ruta que se llenará de contenido en la etapa del postconflicto.

El problema de las víctimas

Después de una momentánea euforia tras el primer acuerdo los enemigos de la paz volvieron a levantar su voz asumiéndose ora como representantes de las víctimas, ora como voceros de la Corte Penal Internacional.

Por supuesto, el tema de las víctimas es una cuestión decisiva del proceso de paz. Los injuriados, los muertos y los desaparecidos no reclaman. Siguen las mujeres violadas, los torturados y despojados. Continúan los hijos, viudas, familiares, amigos. También está el círculo espurio, el más vocinglero de los “defensores de las víctimas” que juegan ese papel para disfrazar su proyecto político contra la terminación política del conflicto interno. Al estudiar el rico material empírico constituido por los testimonios, enjuiciamientos y demandas de las verdaderas víctimas (foros, mesas, talleres temáticos y de paz) se advierte que ocupan el primer lugar el reclamo por la verdad y por la demanda de pedir perdón, antes que la exigencia del castigo.

Quienes erizan de dudas el esfuerzo por construir un modelo de justicia transicional y quienes no asumen la paz como un proceso eminentemente político, olvidan que al buscar el final de la confrontación armada se apuesta por la eliminación de la maquinaria de producción inexorable de nuevas víctimas. Es necesario proyectar las curvas de pérdida de vidas humanas y de violación de derechos humanos que ha producido la guerra de manera creciente que, como se advierte en la experiencia histórica, se ha prolongado degradándose y envileciéndose.

Las imágenes que relativizan los costos humanos emocionales y culturales de la guerra bajo las expresiones del “final del final” (general Padilla de León, 2007) o “los veinte metros finales más importantes” (almirante Edgar Cely, 2011) carecen de todo realismo y son portadoras de un menosprecio monstruoso por las vidas y por el sufrimiento humano ajeno.

Debilidades del proceso

No obstante los avances, el proceso tiene varias debilidades:

Una debilidad importante del proceso se deriva de las ambigüedades y vacilaciones del gobierno. Hasta hace muy poco tiempo Santos estaba preguntando a su bancada si continuaba con el proceso, suspendía las conversaciones o las rompía definitivamente. Sólo hasta inicios de noviembre del presente año el discurso presidencial comenzó a expresar un más claro compromiso con la paz

Por su parte, el ministro de Defensa ha tenido un lenguaje de exasperación militar que lo pone más cerca de la “Seguridad democrática” del gobierno de Álvaro Uribe que del proceso de paz. Naturalmente, no se trata de ocurrencias personales de un funcionario, sino del cumplimiento de un rol en un juego convenido. Cabe preguntarse si el ministro de Defensa habla ante todo para llevar tranquilidad a las filas castrenses, sobre el grado de acuerdo o de desacuerdo de los militares sobre el proceso de paz. Es claro que quienes hacen la guerra de ambos lados son actores importantes e imprescindibles en la construcción de la paz.

Por su parte, las FARC han jugado un papel negativo con sus dilaciones en el reconocimiento de sus responsabilidades frente a las víctimas y en el uso de la expresión desafortunada de “nosotros somos víctimas”. Es cierto que las declaraciones de Pablo Catatumbo el 20 de agosto de 2013 introdujeron una pauta distinta en este tema. Asimismo, la exigencia de la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente genera muchas reservas que no encuentran compensación en lo que una Constituyente significa como modelo de transformación real de un país. La carta del 1991 se constituyó en referente de lo que algunos constitucionalistas han llamado “el nuevo constitucionalismo latinoamericano”.

Debemos aprender de los vecinos. Las constituciones que vivieron después en Venezuela, Bolivia y Ecuador han podido tener aplicación por el movimiento político que las hizo posibles y al que ellas luego contribuyeron a profundizar.

Los medios de comunicación han representado una zona de tormentas para las negociaciones. Aquí se paga tributo a la inexistencia de un conjunto de medios independientes que se hubiera escapado al monopolio de los grandes poderes financieros. Un estudio del Observatorio Global de Noticias establecía que los columnistas y editorialistas de nueve diarios se distribuían de la siguiente manera: un 53 por ciento no se ha ocupado de la negociación, de los que se manifiestan, un 23 por ciento lo hace sistemáticamente contra el proceso de paz, un 17,6 por ciento lo apoya. No es sorprendente que los periódicos económicos como La República o Portafolio alimenten una fuerte polarización como también lo hacen periódicos regionales como El Heraldo de Barranquilla o El País de Cali.

La observación inmediata devuelve la idea de que la radio y la televisión sustentan frente al proceso de paz una pauta de polarización más aguda que los medios escritos. Los medios de comunicación no actúan en el vacío, sino que relanzan la reserva o la animadversión hacia la paz alimentadas por una fuerza inercial que alimenta en el público tales emociones.

La opinión pública y la paz

Lo anterior nos conduce al tema central de la opinión pública y la paz.

Los resultados de las encuestas realizadas por el Barómetro de las Américas entre agosto y septiembre de 2013 ofrece un panorama optimista: el apoyo a la paz en zonas de conflicto es altamente favorable con el 71,6 por ciento y en la muestra nacional es del 58,1 por ciento. Por su parte, el apoyo al proceso de paz actual con las FARC llega al 59 por ciento en zonas de conflicto y al 53,7 por ciento en la muestra nacional.

Los resultados varían cuando la pregunta se refiere a las implicaciones del proceso de paz. A la pregunta: ¿Debe el gobierno garantizar que los miembros de las FARC que se desmovilicen puedan participar en política?, en las zonas de conflicto solo el 20,4 por ciento está de acuerdo y el 65 por ciento en desacuerdo. En la muestra nacional está de acuerdo el 18,3 por ciento y en desacuerdo, el 70,6 por ciento. Igual sucede respecto de las actitudes hacia la formación de un partido político por parte de las FARC: en zonas de conflicto lo aprueba solo el 15,4 por ciento y lo rechaza el 68,4 por ciento. Los porcentajes son similares en la muestra nacional.

Muchedumbres políticas y movimiento social

En estas dos expresiones de la acción colectiva el año que termina ha dejado réditos para la paz. El 9 de abril hubo manifestaciones multitudinarias a favor de la paz en Bogotá y otras ciudades del país y esta jornada fue especialmente importante por cuanto campeaban en la representación colectiva las vastas movilizaciones del 4 de febrero de 2008, realizadas por multitudes galvanizadas por las pautas del odio y la revancha frente a la insurgencia.

Asimismo, el 2013 ha sido el año que llevó a las carreteras y calles de Colombia a la gente del mundo del trabajo, en las movilizaciones hicieron presencia las diversas regiones de Colombia, desde el Catatumbo al Cauca, de Boyacá a Nariño. Enarbolaron sus exigencias diversos sectores de la mediana y pequeña producción a través de un movimiento multicolor: los campesinos mestizos del centro del país; los pequeños productores de café y de arroz del occidente; los indígenas; los afrodescendientes. En agosto el paro nacional agrario se constituyó en el punto culminante de las protestas, pero el movimiento se había iniciado a finales del junio y continuaría en septiembre.

El paro nacional agrario constituyó una enorme ventana abierta sobre una Colombia sin conflicto interno en la cual las luchas sociales se procesen o se desplieguen sin que pueda arteramente señalárselas como producto de aviesos designios de la insurgencia. Seguirá resonando en los oídos de la gente la risotada de aquella mujer campesina que en la Plaza de Bolívar de Tunja aparece en el video respondiendo a la pregunta por la infiltración de las FARC debajo de las ruanas. Sin instrumentalización alguna, el movimiento social ha hecho su contribución a la paz al mostrar, por ejemplo, la coincidencia con el punto primero de la mesa de La Habana.

De manera inesperada los manotazos de la arbitrariedad y la ofensiva de la extrema derecha representada en el fallo del procurador Alejandro Ordoñez han llevado también a la calle a muchedumbres, entre las cuales están los defensores de Gustavo Petro. También se han manifestado muchas personas que no expresan lealtades con el alcalde pero se oponen vehementemente a prácticas de tutelaje de naturaleza autoritaria y premoderna.

Sin que suscriba en modo alguno la intervención de un Estado sobre la vida interna de otro, debo subrayar que fue un extranjero quien de manera lacónica señaló un nexo: “Aquí hay una pregunta sobre el pluralismo político. Las condiciones básicas para la paz podrían erosionarse de alguna manera”. Fueron las declaraciones del nuevo embajador estadounidense en Colombia, Kevin Whitaker.

Estos movimientos comienzan a prefigurar a un país que quiere sacudir unas condiciones atrasadas e inhumanas de reproducción del sistema político. Condiciones que, al contrario, se profundizarían si se mantiene las centralidad en buena parte construida de la guerra en el destino colectivo.

* Tomado de Razón Pública