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El Estado vigilante
“Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”: Rosa Luxemburgo
Colectivo La Trocha / Viernes 17 de enero de 2014
 

El control se da con las cámaras que oyen y escuchan lo que se esta haciendo, y para pasar desapercibido o legitimar, colocan: “estamos grabando esta conversación por su seguridad”. Aquí, hay una sola verdad, tal vez colocar las pies en una pared o recostarse en ella no sea un delito, pero si un falta, así tenemos a un celador frente a nosotros de una determinada empresa (entendiendo que todo es una empresa. Educación, salud, servicios, banca, iglesia) y le ordena que no lo haga, a pesar de que se lleva dos horas haciendo fila para sacar el carnet de salud o de otro servicio. Queremos que haya cámaras, pero no queremos que nos graben a nosotros. ¿Qué puede suceder si desacato la utilización de los torniquetes? ¿Qué puede suceder si las cámaras ridiculizan un actitud mía en la calle? Ante esto no queda otra cosa: no puede hacer nada diferente a lo que hacen los demás. La postmodernidad se plantea como el paso del yo individual, al yo colectivo. Las personas no descubren sus propias pasiones y necesidades sino es leyendo, escuchando o mirando. Por ello, no se percibe el control y la hegemonía de la ideología del capital, sino existe una experiencia individual. La ridiculización ante las redes sociales virtuales o el conocimiento de los sentimientos y los gustos de otra persona, es la mejor forma de control. Un caso típico el de Amanda Todd la joven canadiense ridiculizada, sometida al Bullying.

Antes de someter a un opositor político al régimen, lo ridiculizamos y lo criminalizamos para justificar ante la opinión pública el arresto. Aparece la justificación jurídica ante cada norma de conducta que se impone: “usted debe respetar las leyes” “todos tenemos derechos y deberes”. Esos derechos se reducen al que puede pagar sus derechos. El derecho se compra. Así vemos como en una novela o película (y en la vida cotidiana) se le dice a un hombre que ha cometido un falta, junto a otro: “esperamos que tengas buenas razones, porque la persona a la que ustedes ofendieron es muy influyente y tiene contactos”. El derecho a la educación hay que comprarlo, a pesar de que el conocimiento y el saber ha sido producido por persona que no esperaban pedir por compartirlo ¿Sera que Einstein, Kant, Pascal pensaron en cobrar por cada descubrimiento o teoría que planteaban? El Estado vigilante y las empresas privadas han privatizado el conocimiento sin consentimiento de sus creadores: fueron utilizados por el capital. Inclusive las patentes para curar una enfermedad o construir una maquina se venden, no se comparten.

Estamos ante una etapa del estado moderno: el estado vigilante. Para entrar a cualquier lugar que no sea la propia casa (incluyendo ríos, zonas boscosas o la universidad) hay que tener carnet, mostrar identificación o someterse a un interrogatorio o requisa. Entonces, se ha perdido la comunicación y el tejido social: “sálvese quien pueda” es la frase de cabecera del orden mundial ¿pero acaso no vivimos en sociedad o comunidad? ¿Acaso debemos estar sometidos a la dictadura del capital? ¿Qué se está protegiendo con el control?. Ante todo esto aparece la educación y “la medida social” que construye sujetos conformes e inactivos. Engordados lentamente por el consumo y los medios virtuales. Este sujeto moderno, se aleja del peligro, pero necesita ayuda cuando el peligro llega hasta él.

La persona postmoderna vive en tres lugares diferentes: la casa, el trabajo y la universidad. El resto de lugares está prohibido sino se tiene carnet o dinero. Inclusive existe una represión individual a no ir a determinado lugar si no se lleva dinero o si no se es socio de un club. Disfrutamos el paseo siempre que superemos al que está al lado: “si él tiene cerveza yo compro whisky”.

La identidad de la que habla el rector de la UIS, Álvaro Ramírez García, es la de ser estudiante, por lo tanto se es mejor que el otro. La identidad se construye desde la creación colectiva no la imposición de una manera de actuar. Las leyes son justas cuando se producen de acuerdo a las necesidades de las personas que habitan el Estado, no cuando generan costumbres ideológicas. No es conveniente ser indiferente a lo que se establece como norma, la historia ha demostrado que lo impuesto resulta posteriormente difícil de erradicar.

Ante el orden mundial, el pueblo y las personas debemos organizarnos, resistir y transformar.