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A propósito de la portada de la revista Semana "No más balcón"
¿Y todo esto para qué?
Fredy Julián Cortés Urquijo / Lunes 20 de enero de 2014
 

Fredy Julián Cortés Urquijo es Ingeniero Mecánico de la Universidad Nacional, profesor auxiliar en la facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Bogotá y estudiante de maestría en Ingeniería de la UN. Pofesional con una destacada formación ética, técnica y humana donde se resaltan sus trabajos e investigaciones para la agroindustria a través de proyectos financiados por Colciencias en convenio con Corpoica (Corporación Colombiana de Investigacion Agropopecuaria), la Universidad Nacional y la Universidad Industrial de Santander, durante los últimos años prestó sus servicios como profesor auxiliar de posgrado en los cursos Taller Agrícola 1 y 3 del Departamento de Ingeniería Civil y Agrícola de la Universidad Nacional. Se vinculó a la UN como docente auxiliar de la Facultad de Ingeniería para dar los cursos Taller Agrícola II en el mismo departamento. Para el segundo semestre de 2009, tramitó la vinculación como profesor auxiliar para dictar el curso Elementos de máquinas agrícolas, así mismo se destaca profesionalmente en asesorías a diversas empresas del sector privado.

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Nada más descriptivo de la forma como piensan los poderosos en Colombia se ilustra en la portada de la última revista Semana. Con el título: NO MÁS BALCÓN, la prensa tradicional muestra su inconformismo y le exige al alcalde Petro que deje de sacar a la gente a las calles, que deje ese populismo que presiona las decisiones institucionales de la justicia y, según ellos, que también perjudica a la democracia.

Que palabras tan arrogantes pueden salir de las voces de quienes durante años han criticado todas las expresiones de resistencia de los colombianos, - incluyendo la lucha armada-, argumentando hasta la saciedad que lo que debe hacer la insurgencia es hacer política legalmente y cambiar los tiros por votos. Pero hoy, que la gente sale pacíficamente a manifestar su indignación en un ejercicio democrático y participativo, se angustian porque las calles se colman de inconformes. Cuando la gente sale a protestar tirando piedra dicen que mejor griten, si salen a gritar dicen que mejor lo hagan en silencio, y si salen en silencio van a decir que mejor lo hagan por Facebook.

Las expresiones políticas de las multitudes no pueden verse desde la óptica de las élites, pues entonces lo lógico sería ir en carro hasta la calle 19, que el chofer lo lleve al parqueadero mientras marchamos en silencio y con velitas las 6 cuadras hasta la Plaza de Bolívar. Los pueblos, las multitudes en su sagrado derecho a decidir y según las condiciones del momento, mirarán de qué manera manifiestan su inconformismo y lo último que piensan es consultarle a los poderosos como deben hacerlo.

Rara vez, una movilización masiva ha sido gestada por los líderes de la derecha colombiana, y cuando lo hacen cuentan con el apoyo económico de financiadores privados y hasta públicos y del eco de los grandes medios. No me imagino a Gerlein o al procurador Ordóñez o a cualquier cacique regional haciendo movilizaciones masivas como la de días pasados – a la que desdeñan con envidia – ya que por fortuna para ellos, en nuestra “democracia de papel”, comprar un voto es más fácil que ganárselo con argumentos. De hecho, sus pocas manifestaciones no son tan espontáneas como sugieren. Basta recordar la famosa marcha del 4 de febrero donde miles de colombianos fueron vestidos con camisetas de Fenalco, donde se pagó una publicidad costosísima en horario triple A y se contó con cualquier cantidad de apoyo de la maquinaria pública del gobierno de aquel entonces. Los mismos medios que cubrieron y ensalzaron esta manifestación, no pusieron una miserable cámara para cubrir las manifestaciones populares de los últimos meses donde hubo muertos y heridos por parte de la fuerza pública y ahora salen a criticar que la gente salga a las calles a defender su voto.

Hoy mientras a Álvaro Uribe lo abuchean en cada pueblo donde va y se vislumbra un evidente fracaso de su campaña, donde al parecer perdió el total control de la maquinaria electorera, las fuerzas democráticas en su conjunto logran movilizar miles de campesinos y ciudadanos que asisten sin ningún tipo de presión, sin camisetas de Fenalco, sin publicidad de RCN, ni de Caracol, con el poder de convocatoria propio que solo el trabajo constante y el compromiso de las distintas organizaciones pueden dar.

La política que ellos llaman populista es la que odian. No puede tolerase a los “alpargatudos campesinos” bloqueando las calles o caminando a las ciudades para exigir sus derechos, o a los “indios zarrapastrosos” tomarse las calles como si fueran sus “salvajes resguardos”, ni a los “sucios obreros” parando la producción por reclamar mejores condiciones de vida. Tampoco se debe permitir a ese estudiantado, que espera que todo se lo regalen, que se tome las calles para exigir una verdadera educación pública de calidad. Los defensores de la élite, se burlan y critican las formas y los métodos que usan los de abajo. Hacen muecas al ver un campesino con su machete usando la violencia para defenderse de la violencia oficial y de la motosierra paraoficial y disgustan de los métodos incivilizados de los de abajo, pero nunca elevan sus voces ni sus trinos para criticar los métodos “civilizados” de represión de los de arriba (bombas, drones, intervenciones militares, chuzadas, falsos positivos, capturas ilegales, etc). Se desesperan con el discurso sencillo del dirigente social porque no es lo suficientemente elaborado que el del filósofo o el leguleyo. Disgustan del populacho porque es demasiado ruidoso. Les fastidia, les da piquiña y esto indica, por fortuna para los democratas, que la protesta social precisamente es el camino correcto.

Así son los pueblos, así es la expresión de los indignados, en la vieja Europa y en Latinoamérica, en Asia, en Africa y hasta en las grandes potencias. Negar la expresión callejera de la protesta social es negar la participación política de la gente; tan escondida por los medios, tan obstaculizada en las prisiones, tan gaseada por la policía y tan asesinada por grupos armados públicos y privados durante años. En la movilización, la gente toma una actitud política activa, se compromete con la democracia, se vincula a algún grupo de trabajo, se discute, se debate, se dan opiniones. Esa es la verdadera participación política, la que se saca de las oficinas de los partidos políticos para pasarla al pueblo, para que hable, para que opine, para que piense, antes que para ser un simple votante espectador como las élites esperan de los ciudadanos.

Entonces, uno puede darse una idea de la paz que imaginan los que siempre han gobernado donde la gente se manifieste solo con su voto el día de las elecciones, o de la mal llamada fiesta democrática. Déjenme decirles que fiesta democrática, es que miles de campesinos salgan a las calles a protestar por sus derechos, o miles de ciudadanos defiendan su voto gritando en la calles y haciéndole ruido a los poderosos, desordenando su orden. Fiesta democrática fue la manifestación del pasado 10 de enero, o la de los foros en el marco del proceso de paz que se han dado en varios espacios con cobertura nula de los medios. Fiesta democrática es la que hacen las organizaciones sociales en sus mítines, en sus reuniones, en sus espacios culturales. Fiesta democrática son los espacios académicos donde los estudiantes se piensan su país. Reducir a la mínima expresión la participación política del ciudadano es el objetivo de la democracia electorera; politizar y elevar el nivel de entendimiento de nuestra realidad y empoderar a la gente para que tomen sus propias decisiones es la democracia por la que Colombia lucha. Es la democracia sustantiva y no formal la que queremos.

Una razón más simple y acertada para justificar la manifestación social, salió recientemente en un video que al mejor estilo colombiano alguien editó, y que está circulando en las redes sociales. Vicky Dávila en RCN, le pregunta a Navarro Wolf:
-  “…la gente no se cansa de ir a protestar, hasta dónde quieren llegar, esto para qué?

Un personaje de la película “la estrategia del caracol”, muy indignado como acostumbramos indignarnos los colombianos, le responde mejor que Navarro:
“Pa qué, cómo que pa qué,…¿para qué le sirve a usted la dignidad?”.