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Mi voto por “nadie”
Un funcionario del Consulado en Barcelona me pasó un folio de la Registraduría que, en resumidas cuentas, suspende el ejercicio de mis derechos políticos.
Yezid Arteta Dávila / Viernes 7 de marzo de 2014
 

El 6 de marzo salí temprano de casa. Tomé una bicicleta del servicio público que presta el Ayuntamiento de Barcelona y tirando pedal llegué hasta el Consulado de Colombia para votar.

La noche anterior me había juntado con un grupo variopinto que apoya las candidaturas de la Unión Patriótica. En la velada, los asistentes hablaron, cantaron o leyeron un poema. Yo leí un párrafo del libro “Pa’ que se acabe la vaina”, el último ensayo de William Ospina que cuenta el ninguneo a que han sido sometidas las mayorías de nuestro país y cómo la maldita barbarie fue impuesta por élites ambiciosas y rencorosas atornilladas al poder.

Me encanta la obra de William Ospina porque no hay en ella un solo pliegue de maltrato u odio hacía la diferencia. En un país tan envenenado como el nuestro no es fácil encontrar a un intelectual como él. Nunca pierde el horizonte de la esperanza. Algo parece estar cambiando en Colombia, dice Ospina en su opúsculo. En eso creo.

Había inscrito con suficiente anticipación mi cédula y llegué hasta la sede consular para votar por los aspirantes de la Unión Patriótica. Tenía dos razones para hacerlo: homenajear al partido del martirio y reafirmar, por enésima vez, mi adiós a las armas.

Vaya sorpresa con la que me tropecé cuando me correspondió el turno de votar: no podía hacerlo. Un funcionario del Consulado me pasó un folio de la Registraduría (ver documento) que, en resumidas cuentas, suspende el ejercicio de mis derechos políticos.

Todo el blablablá de la reconciliación y la retórica oficial que insiste una y otra vez en las “vías democráticas” para conseguir los cambios se vuelven papel mojado cuando se contrastan con la realidad.

¿De qué sirve que un excombatiente pase 10 años y 12 días en prisión física si no puede volver a su país y defender sus convicciones por vías pacíficas? ¿Tiene algún sentido renunciar públicamente a la lucha armada y hacer de tu vida un ejercicio de diálogo y reconciliación en un país que te niega el derecho al voto?

La hipótesis de la firma de un acuerdo de paz definitivo entre el gobierno y los rebeldes es motivo de mucho nerviosismo. Aspirar a que una fuerza guerrillera se convierta en protagonista político pero cercenarle, mediante laberintos jurídicos, los derechos políticos es una contradicción en sí misma.

Anteayer fue Piedad Córdoba, ayer fue Gustavo Petro, hoy me tocó a mí, mañana será Iván Cepeda. Hubo una generación que fue liquidada físicamente por exponer unas ideas. Fue una generación suprimida a balas. La generación de ahora está siendo suprimida mediante trastos jurídicos.