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Debate
La izquierda en Colombia: el fin de un ciclo
Yezid Arteta Dávila / Martes 25 de marzo de 2014
 

La izquierda colombiana está siendo desbordada por la realidad política. El revés electoral y la derrota de Petro cierra, a mi modo de ver, uno de los mejores y controvertidos ciclos de la izquierda en lo que va corrido del siglo veintiuno.

La izquierda de finales del siglo pasado fue colapsada mediante una mortífera industria de asesinatos controlada por poderes perversos. En cambio, ahora, el colapso tiene que ver con el pobre entendimiento que de la realidad tienen los dirigentes que, el caprichoso destino, colocó para que tiraran del carro de la izquierda.

Entre la izquierda derrotada se vuelve un déjà-vu el estribillo de la abstención, la compra de votos, la injusta ley electoral, la falta de garantías, el monopolio de los medios de comunicación, en fin, los sempiternos pretextos para justificar las tareas mal hechas. Son realidades, pero a medias.

Realidades a medias porque toda esa basura también ha sido derrotada cuando el mensaje ha sido claro y atractivo. El M-19 se quedó con un tercio de la Asamblea Nacional Constituyente en las elecciones del 9 de diciembre de 1990. La Unión Patriótica ganó limpiamente en muchos de los feudos podridos de departamentos como Meta, Caquetá, y Antioquia. Carlos Gaviria, candidato único de la izquierda, se impuso al mejor Uribe en La Guajira, tierra árida donde las campañas electorales se hacen con una pistola en la pretina; y en el Atlántico, allí donde la compra venta de votos hace parte de la pintoresca local, estuvo muy cerca de ganar.

Carlos Gaviria, el humanista de la melena blanca, en el 2006 haló del carro sin ambigüedades y sin oportunismo. Un solo carro, un sólo discurso. De esta manera se hizo con los votos de los indígenas, derrotó a los ultraconservadores de Nariño y dobló en resultados a los liberales que apoyaban a Horacio Serpa y que, al día de hoy, gobiernan con Santos. Fue sin duda una operación esperanzadora para una izquierda resignada a errar por el desierto. Eran los tiempos en que Petro se coronaba como el campeón en el Congreso y los portales especializados lo mostraban como el colombiano más codiciado por el veleidoso mundo de la política.

La izquierda colombiana son como las orquestas de salsa: graban un álbum exitoso y luego cada uno arma un combo aparte. Mientras el pasado 9 de marzo miles de colombianos soñaban con una lista única al Senado, unos cuantos fanfarrones se dieron a la tarea de hacer lo contrario: tirar cada uno por su lado. Las ilusiones de la gente que veía en las pasadas elecciones una posibilidad de enderezar los entuertos de la economía y la política, se vieron arruinadas.

Una guerra de todos contra todos. Eso ha sembrado la dirigencia de la izquierda en los últimos años y vaya cosecha que han recogido: unas curules en el Senado que se cuentan con los dedos de una mano. Unos cuantos locos tirándole piedras a los aviones.

El mandato desde abajo era uno: todos en el mismo carro. Pero cada grupo hizo lo suyo para que así no fuera. El Polo, como en los tiempos de los ’ismos’, expulsaban gente. Los comunistas deshojaban la margarita sin saber en dónde quedarse hasta el minuto noventa del partido. Los Progresistas buscando alianzas a la diabla, sin criterio. La Unión Patriótica no mostraba caras nuevas como mandaban los nuevos tiempos. Los aparatos políticos montaban sus candidatos mientras los líderes de las revueltas y los paros no pintaban en las listas. Algunos proclamaban el abstencionismo cuando se requerían votos.

Esta maldita dispersión es también una de las causas por la cual no se pudo defender a Petro como es debido: con una revolución callejera, con resistencia pacífica. Sólo quedó el camino leguleyo. Tutelas, recursos, medidas cautelares. En fin, todo ese laberinto de normas que en Colombia se vuelve papel mojado en la hora en que el neumático se afirma contra el asfalto.

La anunciada alianza entre el Polo y la Unión Patriótica para las presidenciales es buena pero llega tarde. No queda nada que raspar en la olla. Más que la industria de la derecha es la propia industria de la dirigencia de la izquierda la responsable de esta deriva. La firma del procurador Ordóñez ha servido para medir el aceite de la izquierda y sus aliados: flacuchentos y débiles.

Termina un ciclo pero hay que preparase para el que viene. La lucha política es una herida que nunca cicatriza. Para empezar no estaría mal una renovación. De caras e ideas. Resetear el computador para volverlo creíble y funcional.

El voto en blanco en las elecciones para elegir al nuevo alcalde de Bogotá puede convertirse en un hilo de unión de la izquierda con otra gente que no le gustó el coup d’État contra Petro. Las esferas que urdieron la destitución de Petro pueden ser derrotadas en las urnas: en este caso el voto en blanco adquiere un valor decisivo. Sería un buen comienzo. Luego, pueden llegar nuevos aires provenientes de las negociaciones que se adelantan con la guerrilla. Y el cuento de una Asamblea Nacional Constituyente que, a primera vista parecía una terca propuesta de la guerrilla, se vuelve una idea cada vez más cierta.