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¿Cuántos cuerpos abaleados, rafagueados, desfigurados por la metralla o las tuercas, cuántos jóvenes soldados amputados, cuántos niños campesinos inválidos, cuántas familias destruidas y desplazadas, cuántos colombianos asesinados por colombianos quiere usted, Dr. Uribe?
¿Cuántos muertos, Dr. Uribe?
En su obsesión por poner al país en guerra, el Dr. Uribe acabará confundiéndose con ese personaje de las tiras cómicas, el siniestro Dr. Mortis
Santiago Gamboa / Domingo 25 de mayo de 2014
 

¿Cuántos jóvenes muertos y mutilados serán necesarios para que el Dr. Uribe calme su sed de venganza?, ¿cuántos muertos quiere, Dr. Uribe? No voy a ser tan ingenuo de apelar a Oscariván, cariacontecido como es, pues hasta los musulmanes de Útica saben que en caso de ganar, no será él el presidente de la República, pues a pesar de que habla y suda todos sabemos que no es más que una nueva y muy perfeccionada versión del bafle humano o caja de resonancia por la que hablará su jefe, el siniestro Dr. Uribe.

¿Cuántos cuerpos abaleados, rafagueados, desfigurados por la metralla o las tuercas, cuántos jóvenes soldados amputados, cuántos niños campesinos inválidos, cuántas familias destruidas y desplazadas, cuántos colombianos asesinados por colombianos quiere usted, Dr. Uribe? ¿Con otros diez o quince mil estará bien? Usted dice que el proceso de paz es una “claudicación al terrorismo”, y por eso quiere anularlo. Que el Ejército va a ganar la guerra; que ahora sí va a poder hacer eso que no logró en sus 8 años de gobierno, y uno se pregunta, ¿qué ha cambiado en el Ejército como para que ahora sí puedan ganarla?, ¿qué hay de nuevo, más allá de la cara cariacontecida de Oscariván?

A mí me parece, Dr. Uribe, que este país ya le ha dado mucho, que ha sido generoso con usted como para que venga a pedirle más sacrificios y dolor. No a todo el mundo le gusta el “olor a muerte”. No todos somos como ese joven Sepúlveda, el informático, que rastreó y copió, según leí, los nombres y cédulas de muchos desmovilizados de la guerrilla, supongo que para felicitarlos por su decisión. ¿Verdad que fue para eso? Decía que este país ya le ha dado mucho. Según leo en Semana sus hijos se hicieron millonarios durante su gobierno.

Sus excolaboradores tienen penas leves o están en el exilio, y en cambio usted aquí tan pancho. Es senador otra vez y sus acólitos más cercanos, como el presocrático José Obdulio, estarán a su lado. Nadie le dice nada en el país del Sagrado Corazón. Puede boicotear el proceso de paz revelando por Twitter cosas increíbles, como lo de esas coordenadas —¿fue Sepúlveda quien se las consiguió? Es sólo una curiosidad— y nadie le dice nada. Usted puede acusar a la campaña de Santos de hace 4 años sin dar pruebas, y cuando se las piden juega a “¿Dónde está la bolita?” para ganar tiempo mientras llegan las elecciones, ¡y no le pasa nada!

En lo material, es dueño de unas fincas repletas de ganado y caballos que es lo que a usted le gusta. Y además es todavía joven. ¿Para qué quiere seguir con su venganza? Mejor lea a Shakespeare. O hágale caso a su religión. Y si nada de esto es suficiente recurra al psicoanálisis. Pero esos jóvenes que hoy están vivos y que van a morir o a ser mutilados por su afán guerrero, esas futuras víctimas, merecen compasión. Déjelos vivir. El país se ofrece a pagarle cualquier tratamiento compensatorio en una buena clínica, con Oscariván como enfermero y con vista al mar desde su balcón, con tal de que nos ahorre otra larga tanda de muertos. Con tal de que nos deje hacer la paz, que, por absurdo, también será para usted.

* Tomado de El Espectador