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Debate
El ajedrez del santo
Mi voto no es ni para Santos ni para Zuluaga, se reserva a las resistencias, luchas y victorias que le espera a la ciudadanía democrática en los siguientes cuatro años.
Sebastián Ronderos / Martes 27 de mayo de 2014
 

Para tener éxito en la política, especialmente en la colombiana, no se requiere generar un programa elocuente que constituya el andamiaje de la verdad más creíble. No, por el contrario, se precisa fabricar la mentira más fantástica donde quepa la imaginación del elector, y en el terreno práctico, se garantice la expansión productiva de los monopolios económicos. En otras palabras, la política no se gana con la mejor verdad, sino con la mayor mentira, principio que ha regido la trayectoria y campaña presidencial de Juan Manuel Santos.

La estrategia para abonar el terreno del proceso de paz, que se ha convertido en la bandera del santismo, se ha limitado a anunciar pomposamente promisorias reformas que el país ha reclamado a gritos históricamente, pero han pasado inadvertidas en la agenda pública por la prevalencia de intereses neoliberales. La ley de Tierras, la Ley de Victimas, el desmantelamiento del DAS, la Reforma Tributaria, etc. Pero ninguna se ha desarrollado seriamente manteniendo una elocuencia entre teoría y praxis, más bien han estado acompañadas por una absoluta improvisación y falta de garantías políticas.

Incluso tras el anuncio de la entrega de 100 mil viviendas gratuitas para el año 2013, donde se preveía a Germán Vargas Lleras como su fórmula presidencial, no se entregaron más de 6.969 viviendas habitables. No hay necesidad de ejecutar, basta con anunciar y asegurar que el país sea imprescindible testigo de dicho anuncio. Escribía Antonio Caballero a inicios del 2011: “Si Álvaro Uribe mostró que no sirve de nada tratar de gobernar mucho, Juan Manuel Santos está demostrando que en Colombia no se necesita gobernar”, y no ha gobernado.

Santos es un excelente estratega político y un pésimo ejecutor, las promisorias reformas han sido bombas de humo arrojadas tácticamente, simples carnadas untadas de mermelada que poco a poco endulzan al país hacia sus verdaderos propósitos. Ahora lanza una empalagosa campaña electoral de desprestigio donde busca, a toda costa, distanciarse de lo que representa el uribismo y amarrar el futuro de la paz en Colombia a sus aspiraciones reeleccionistas.

Se presenta como la alternativa de lo que había fielmente representado, como una contra-cara de la moneda que él mismo ayudó a forjar en un esquema de guerra sucia y desahucio nacional. Se legitima, sin autoridad moral, por medio del señalamiento de su cercano aliado y ahora su íntimo enemigo: la extrema derecha aliada con el paramilitarismo representada en Oscar Iván Zuluaga.

Está absolutamente fundado el temor por el peligro que pueda representar Zuluaga en la presidencia, Uribe en el congreso y Ordoñez en la justicia, pero no nos engañemos, Santos busca legitimar a la clase política tradicional cachaca, al aparentar ser el constructor de la paz y no lo que verdaderamente ha sido, un constructor de la guerra.

Colombia continúa sumergida en una amnesia obligatoria, y por tanto, basta con comulgar para parecer un santo. Nos viene una segunda vuelta donde Zuluaga puntea, presentado como el líder moralmente calificado para profundizar la obra del fausto, y Santos, como el defensor de los humildes y desheredados. ¿Es ésta la alternativa que nos queda? Las maquinarias y el clientelismo por si solas han puesto a Zuluaga como cabeza de lista sin haber hecho mayor campaña, y en resistencia a los convencionales escándalos de una verdad conocida: el uribismo existe por y para la violencia.

Me rehúso a ser adepto de la tesis del mal menor, que “por miedo a Zuluaga devoción al santo”, de cualquier forma, el 15 de junio se elegirá un nuevo presidente entre dos candidatos hechos de la misma materia – y electos por una minoría en comparación con el implacable abstencionismo electoral. A pesar de todo, y en contra de cualquier pronóstico, Clara López y Aida Abella obtuvieron un respaldo cercano a dos millones de votos de opinión, en una campaña atravesada por las maquinarias y el clientelismo ¡las mismas fuerzas electorales de la tradición conservadora!. Se debe llevar la lucha política más allá de las urnas, pues la realidad del país no se cambia a punta de votos, sino por medio de la lucha cotidiana, local y desde abajo.

Mi voto no es ni para Santos ni para Zuluaga, se reserva a las resistencias, luchas y victorias que le espera a la ciudadanía democrática en los siguientes cuatro años.