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Entrevista con Miguel Pascuas en La Habana
Uno de los fundadores de las Farc, conocido como el ‘Sargento Pascuas’, recuerda desde La Habana (Cuba), los orígenes de la guerrilla en las repúblicas independientes. En entrevista con Alfredo Molano Bravo narra sus primeros años en la guerra, cincuenta años atrás.
Alfredo Molano Bravo / Domingo 6 de julio de 2014
 
Miguel ‘Sargento’ Pascuas, uno de los dos marquetalianos que participaron en la fundación de las FARC en 1964. Hoy hace parte de la delegación de paz en La Habana, (Cuba). / Efe

A Miguel Pascuas las autoridades militares lo acusan de más de 600 hostigamientos, 14 tomas guerrilleras y las cinco destrucciones de Toribío, más otros ataques, también en Cauca, en los que han perdido la vida más de 800 uniformados, como el perpetrado en El Tablón (Corinto) el 9 de noviembre de 2009, en el cual murieron ocho soldados, otros nueve quedaron heridos y un suboficial desaparecido. La Interpol emitió una circular roja que pretende la captura de Pascuas, y el Departamento de Estado de Estados Unidos ofreció una recompensa de 2,5 millones de dólares “por información que lleve a su captura”. Tras los hechos que semidestruyeron por quinta vez a Toribío el pasado 11 de julio de 2011 con una chiva cargada con 14 cilindros bomba, el Gobierno Nacional prometió una recompensa de $2.000 millones por su cabeza.

“El Viejo —dice el coronel Maldonado de la Policía Nacional— tiene poder por ser un símbolo, pero los mandos ya son otros”.

A.M.B.: Cuéntenos, Miguel, algo de su niñez.

M.P.: Existíamos en Órganos, Huila, y ahí estudié en la escuela. Cuando entró la violencia, vino la Policía y cogió la escuela por cuartel. No pudimos estudiar más. Hubo muchos muertos. Una vez la Policía llevó amarrados seis presos a donde se juntan los ríos Gagual y San Luis y en un charco los fusiló. El padre Monard —que para más veras no era colombiano—, párroco de Órganos y de San Luis, decía que los que no fueran conservadores debían irse del pueblo. Mucha gente le hizo caso. Él colaboraba con la Policía. Yo lo miré vestido de militar y de fusil al hombro. Un día se fue para San Luis y, como mi mamá le servía, nos invitó a irnos para allá. Fue entonces cuando conocí al indio Quintín Lame en la vereda El Palmar, donde había una comunidad indígena. Era orgulloso y hablaba de luchar para devolverles las tierras a los indios.

Cuando la guerrilla —a la que le decían chusma— se tomó el cuartel de la Policía, entonces llegó el Ejército y apresó al indio Quintín con dos campesinos más. Como mi mamá le hacía la comida al padre Monard, me mandó a llevarles unas papas cocinadas a los presos, y ahí lo conocí. Tenía el pelo largo, fumaba tabaco. La guerrilla se tomó Órganos por la muerte de esos campesinos, a bombazos y a puro machete, porque no tenían más fusiles que los que manejaban Charro Negro y Marulanda. Ese día no hubo más escuela ni más cuartel. En la casa cural había buenas armas, inclusive un fusil italiano, que era del cura. Creo que fueron de las primeras buenas armas que la guerrilla consiguió. Después, la chusma atacó San Luis, pero el cura tampoco estaba. Si hubiera estado, quién sabe dónde habría parado. Se hablaba mucho de lo que las guerrillas hacían: que Charro había sacado de la cárcel a Martillo, que Llanero había librado a Piedranegra, que Joselito había entrado a San Luis. Era cierto: la chusma se organizaba para defenderse de los chulavitas y de su policía. Los liberales sólo veían por entre esa mirilla. El que trajo otras ideas fue el Mayor Lister, o sea Isauro Yosa, que dijo que no había que pelear sólo por política sino para cambiar el país, y que había que comenzar por la tierra. Él hizo contacto con los Loaiza, que eran liberales ya fuertes en Rioblanco y juntos enfrentaron a los gobiernos conservadores de Ospina, Laureano y Urdaneta.

A.M.B.: Y de muchacho, ¿usted qué hacía, en qué trabajaba?

M.P.: Yo trabajé primero en una finca cafetera, recogiendo café, y después fui peón menor de arriería porque no tenía fuerza para cargar bultos. Los arrieros se echaban al hombro hasta seis arrobas; yo no podía sino con la mitad. Pero ahí fui cogiendo fuerza y ya en 1959 el gobierno del Frente Nacional abrió trabajos en la carretera de San Luis a Aleluya y en la carretera del Carmen a Gaitania. El Gobierno dio la pacificación; las guerrillas liberales aceptaron entregar las armas, pero ni Marulanda ni Charro Negro convinieron en entregarlas, las guardaron. Tampoco el Gobierno se las pidió. Manuel andaba de civil vigilando los trabajos en la carretera, llevando la estadística del personal. Se mantenía entre Gaitania y Neiva. Yo lo alcancé a conocer por los lados de Aipecito, antes de ser inspector de carretera. Él andaba armado. Yo comencé a trabajar con él haciendo alcantarillas, o sea, obras de arte en esa vía, pero yo ya estaba organizado como autodefensa porque nos rondaban gentes armadas conservadoras como El Mico y Tres Espadas. Paraban los buses y mataban a los liberales. Les hacían el corte de corbata o el de franela, les cortaban la garganta y les sacaban la lengua, o les cortaban el torso y los tasajeaban, o les cortaban los brazos para que no pudieran volver a trabajar. Las autodefensas teníamos que cuidarnos; hacíamos reuniones cada dos meses. Había muchachos que trabajaban en las fincas y otros en la carretera; vigilábamos y trabajábamos. No teníamos armas. A mí me organizaron con Lister.

La paz fue corta. Comenzaron a perseguirnos. El Gobierno metió a Mariachi en Planadas y a Peligro en Herrera. Lleras Camargo dijo que había que acabar con los comunistas y puso a Mariachi y a Peligro en contra de nosotros. Charro permanecía en Gaitania trabajando cuando un día Mariachi mandó su gente —unos tales Belalcázar y Puñalada— dizque a entrevistarse con Charro, y lo mataron. Lo quemaron por la espalda. Nosotros estábamos trabajando cuando en esas salió Marulanda otra vez armado y emputado y nos dijo: “Muchachos, se acabó la pacificación, mataron a Charro y en la lista seguimos nosotros: Isaías Pardo, Rogelio, Lister. Ya no hay nada que hacer”. Entregamos las herramientas de trabajo y sacamos los fusiles. Marulanda hizo una gira por la carretera del Carmen para traer armas y con ellas organizó los primeros 20 hombres de fila. En una pelea iban 200 soldados; les quitamos 18 mulas, unas cargadas con materiales importantes para nosotros, para nuestro abastecimiento, y también recuperamos cinco fusiles perillas. A Marulanda lo nombraron mayor. Entramos a combatir.

A.M.B.: ¿Cuál fue su primera pelea?

M.P.: Mi primer combate fue entre Gaitania y Planadas. Ahí Marulanda se enfermó, estuvo mal, se vio muy mal. Los campesinos le llevaban comida y hubo que esperar a que se alentara para ir a una pelea por los lados de Aipe para distraer al Ejército por la retaguardia, esperando que entrara por Planadas, como al fin entró. Para ese combate se nos había juntado Martín Camargo, del Partido Comunista; Guaraca, Tula, Rogelio, Isaías, Joselo, que estaban trabajando todos en sus fincas en Marquetalia. Éramos unos 60. Dormíamos en las enramadas porque no teníamos plásticos para carpa; no había en ninguna tienda para comprarlo. Usábamos alpargatas de fique primero, pero al poco tiempo comenzamos a usar zapatos tenis, de tela; había que remendarlos con alambre para que durarán un poco más; lo mismo la ropa. Había que remendar las cartucheras, algunas con cuero de vaca sin curtir. Los equipos eran morrales de cabuya y los uniformes y gorras se usaban de color verde o caqui. A algunos de nosotros nos tocaba ir a trabajar para ganar dinero para comprar la ropa. En el morral de cabuya cargábamos la cobija, plátanos, yuca, arracachas, sal, panela, cuero de vaca cosido, maíz, arepa, chachafrutos, aguacates, piñas, naranjas. Había que cargar el ají que reemplazaba la carne; cargábamos el molino para moler el maíz que nos servía para hacer arepas o cuchuco. Había temporadas en que la alimentación era solamente guarapo; durábamos hasta ocho días seguidos tomando sólo guarapo de caña porque no teníamos más para alimentarnos.

El golpe al Ejército nos ayudó mucho: un fusil M1, un fusil G3, una carabina San Cristóbal, una carabina M2, algunos fusiles punto 30, fusiles 7 mm que llaman perillas, algunos fusiles austríacos y peruanos, un fusil cortico de caballería, algunas granadas de mano y bombas de tubo con mecha, carabinas M1 y buena munición.

A.M.B.: ¿Eran todavía autodefensas?

M.P.: No, andábamos móviles. Marulanda estaba con nosotros un tiempito y luego se iba a Marquetalia; luego nos mandaba al Teniente Isaías. Él nos movía para una parte y otra y luego se iba. Venía entonces el teniente Rogelio y lo mismo. Así conocí a Guaraca cuando era teniente. Los mandos se turnaban, pero nosotros éramos móviles siempre. Sufríamos mucho porque la comida era difícil de conseguir, no teníamos botas ni morrales. Hacíamos amigos sin importar si eran conservadores o liberales, pobres o ricos. El que nos ayudaba era porque era amigo. Poco a poco fuimos consiguiendo y preparándonos. Fuimos siendo amigos de más gente, de más gente, y de gente pudiente que tenía forma y ya nos daba dinero para comprar la ropa, las botas, las lonas. Ya éramos más respetaditos. Marulanda era muy afamado y lo conocían como Tirofijo.

En Marquetalia sólo había población civil, familias, porque nosotros andábamos por fuera. Cuando se vio que comenzaba la primera invasión en 1962, atacamos al Ejército llegando a San Miguel. Las autodefensas que estaban trabajando cogieron sus fusiles y se metieron de Gaitania para arriba. El Ejército no había cambiado de táctica y andaba en fila, uno detrás de otro, y así era fácil hacer blanco. Daba hasta lástima puestiarlos así, inocentes como andaban. Por eso les tocó devolverse a su cuartel. El Gobierno perdió hombres y armas y nosotros ganamos en moral.

A.M.B.: ¿Eran ya una república independiente?

M.P.: Fue por esos días cuando Álvaro Gómez ordenó acabar con las repúblicas independientes: Marquetalia, Riochiquito, El Pato, Guayabero, Sumapaz. Dijo que Sumapaz era un movimiento grande, pero que estaban quietos; que Guayabero y El Pato eran movimientos pequeñitos, pero que Marquetalia sí era peligroso porque nosotros nos movíamos mucho. Entonces el Gobierno organizó la invasión del 64.

En abril llegaron Jacobo Arenas y Hernando González con la noticia de que nos iban a destruir con aviones y miles de soldados y que teníamos que sacar a las familias de Marquetalia. Se hizo con mucho sufrimiento y quedamos 48 hombres y cuatro mujeres.

El 27 de mayo, Guaracas, Rogelio y Joselo comenzaron a quemarle al Ejército en La Suiza, sobre el río Atá. Nosotros en Puerto Tolima hicimos dos peleas duras para pararlo. Por tierra la tropa no podía avanzar, porque por donde asomaba dejaba un soldado muerto. Entonces les tocó botarlos desde los helicópteros en el propio comando de Marquetalia. Ahí también los esperábamos y ellos que tocaban tierra y nosotros que les zampábamos candela a los ranchos.

A.M.B.: Y después de esa entrada del Gobierno en Marquetalia, ¿qué pasó?

M.P.: Salimos por varias trochas para encontrarnos cerca de Símbula. Penamos mucho pasando esos fríos y esas cuchillas a pesar de conocer el camino. Caímos a Rionegro y por ahí llegamos a Riochiquito, comando que era de Ciro Trujillo. Pasaba de 50 guerrilleros, muchos indígenas. Con los nuestros, juntamos 145 unidades. Sabíamos que tarde o temprano el Ejército iba a entrar. Hubo un respiro entre octubre o noviembre del 64 y marzo del 65, tiempo en que se reunió la Primera Conferencia del Bloque Sur, a la que llegaron mandos del Sumapaz, del 26 de septiembre, de El Pato. Ya había muerto Ríchard, el hombre que condujo a la gente desde El Davis hasta Villarrica y de Villarrica hasta El Pato. Haciendo cuentas, no fueron muchos los días de diferencia con la muerte de otro comandante muy querido, Isaías Duarte, al que mucho quería el camarada Marulanda. Mientras se reunía la conferencia, él había sido encargado de distraer a la tropa, y en esas cayó.

A.M.B.: ¿Cómo fue la toma de Inzá?

M.P.: El Gobierno hizo una campaña por la prensa y la radio diciendo que Marulanda estaba muerto, que habían encontrado su cadáver, que nos habían acabado. Entonces se dio la orden de prepararnos para un operativo. Duramos ocho días haciendo ejercicios, acumulando fuerzas, alistándonos sin saber qué era lo que los mandos tenían en sus cabezas. Por fin, una tarde nos pusimos en marcha. Y dos días después estábamos en la carretera que comunica Inzá con Belalcázar. Montamos la emboscada, nos tomamos el pueblo y volvimos a las montañas.

A.M.B.: ¿Y de las monjitas qué?

M.P.: No sabíamos que en el bus iba un piquete de Policía y cuando lo detuvimos comenzó a dispararnos. Respondimos y matamos a las monjitas en la balacera. También perdimos en una emboscada a Hernando González. Así es la guerra.

A.M.B.: ¿Qué pasó después de la toma de Riochiquito?

M.P.: Después de los bombardeos, el Ejército ocupó Riochiquito mientras nosotros nos dividíamos. A Jacobo y a Joselo los destinaron para la zona de Aipe; a Ciro y a Arrañanales al Quindío, para abrir frente sobre el Valle. Con Marulanda teníamos que hacer una travesía por Bilbao, La Herrera, Planadas, Chaparral. Casi no llegamos. Al camarada Manuel lo hirieron en un brazo. El Ejército sabía que iba herido y mandó toda su tropa a perseguirnos, apoyada por 500 pájaros de civil. Por Marulanda pagaban 25.000 pesos, cuando la plata valía, y 15.000 por cada guerrillero. El Ejército dijo: “Los sacamos de Marquetalia, los sacamos de Riochiquito, ahora también los sacamos de esas montañas”. Y salimos, pero a combatir. Salimos a combatir a lo limpio y cambiamos de táctica: eramos más móviles de noche que de día y golpeábamos pocos y duro. Las peleas eran diarias. Así, hasta cuando llegamos a Natagaima y los compañeros del partido nos ayudaron a pasar el río Grande de la Magdalena. Lo pasamos cerca de Aipe y de ahí nos trepamos hacia Dolores y la Alpujarra para llegar a Galilea, donde nos remolcaron para, por fin, estar a tiempo en la Hoya de Palacio, donde se reunía la Segunda Conferencia del Bloque Sur, fundadora de las Farc.