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80 años de Arlés Herrera “Calarcá”: “Siempre la vida será insuficiente”
El entrañable maestro, caricaturista, pintor, escultor y militante político de toda una vida, Arlés Herrera, conocido en medios artísticos como ‘Calarcá’, cumplió 80 años de edad. Una somera mirada a su trabajo fecundo
Ricardo Arenales / Martes 8 de julio de 2014
 
Arlés Herrera. Foto Javier Hoyos.

Arlés Herrera, ‘Ca­lar­cá’, ha sido un militante revolucionario de toda la vida. Su concepción revolucionaria del mundo la ha puesto al servicio del arte, como caricaturista, pintor, escultor. Pero también como periodista, que no sólo ha contribuido con sus trazos, cada semana, a la ilustración política en VOZ, sino como comentarista crítico del trabajo que hace el equipo de redacción de este semanario. Sus opiniones siempre han sido un faro que guía el trabajo de los redactores.

El maestro Arlés, nació en Armenia (Quindío) el 23 de junio de 1934. En sus ocho décadas de existencia fecunda ha jugado el rol de artista, de revolucionario, de padre de familia. Sobre estos aspectos, con él dimos una mirada somera a esta trayectoria.

–En su trabajo artístico, en sus diferentes facetas, ¿cuál considera su mayor satisfacción?

–Pues a mí me gusta todo, me gusta incursionar en todo, y todo me queda a medias o principiado. Porque no tengo la tendencia o disciplina que otros trabajadores de este oficio tienen, que es encasillarse en una temática, en una forma, en un determinado color, y toda la vida dándole a eso. Yo no. A mí me aburre el encasillamiento. Me gusta moverme allí, acá, en las actividades diarias partidarias, me gusta también no estar encasillado solamente en un sitio, sino moverme en otros espacios, colaborar en algo.

–¿A pesar de ese no encasillamiento, considera que llevó un mensaje a la gente?

–Es una pregunta que muchas veces uno mismo se hace. Lo que yo he hecho, malo, bueno o regular, no sé, ¿ha servido de algo? ¿Ha conmovido la mente, el corazón, ha agitado el espíritu de las personas? No sé qué tanto. Sé que a veces vienen los elogios, las palmaditas en la espalda. Mi abuelita decía: el papel puede con todo. Además, para uno incidir un poco en la opinión tiene que convertirse en figura pública muy amplia y yo no he sido de ese talante de estar tocando puertas, lagarteando, que me entrevisten, excepto usted.

Si han ocurrido cosas, entrevistas, no ha sido porque a mí me agrade, es porque han venido aquí, a preguntarme cosas. No porque yo haya hecho lobby, ese que la gente hace o nombra a alguien muy hábil para que lo promueva a uno y presente la imagen de uno como la verraquera, sin serlo. En esto, la publicidad juega su papel de inflar las cosas, a las personas, para después cobrar más caro. Y hacerle creer a la gente cosas que no deben ser así. Si uno se gana un espacio, que se lo gane honestamente, de manera sencilla.

–Cuando usted hace esa valoración que, en mi opinión es exageradamente modesta, ¿cree que 80 años en la vida de una persona es un tiempo suficiente?

–Siempre la vida será insuficiente para uno hacer más cosas y mejorarlas. En este oficio, entre más tiempo uno viva, hay más posibilidades de ir uno aprendiendo, de hacer algo. Al pintor Camille Corot, él murió a los 90 años, le preguntaron qué sentía él en su lecho de muerte. Y respondió: lo que siento en este momento es morirme, porque apenas estoy aprendiendo a pintar. Y es uno de los pintores más insignes del paisaje francés.

–En ese trasegar por la pintura, la caricatura, ¿hay un artista en particular que haya sido su referente?

–Ese es otro problema, a mí me gusta todo, o casi todo. Yo veo las obras de los indígenas mayas, aztecas, muiscas, chibchas, su escultura, su orfebrería, y me emociona. Veo el trabajo de los impresionistas franceses y norteamericanos, y me emociona. Veo a los pintores costumbristas, como Noé León, de Colombia, y me emociona. Veo a los del Renacimiento y me emocionan. Pero hablando de preferencia, que me sienta en particular admirador, de los impresionistas, tanto de los que trabajaron esa corriente en Francia, como en Estados Unidos y Colombia. Los rusos, ni se diga, trabajan de una manera magistral el impresionismo. Esa escuela me llama en particular la atención. Pero de resto, me agrada mucho todo lo que yo veo en el ser humano como obra.
Un referente

–¿Y en el terreno colombiano a quién considera que hay que rescatar?

–Pues en nuestro país hay muchos olvidados, porque desafortunadamente la gente mira más hacia afuera que adentro. Una persona que me llama la atención por haber roto los formalismos, por ser fuerte en el planteamiento, es Débora Arango. Una mujer que tuvo el valor de enfrentarse a la sociedad pacata antioqueña, al clero, para poner en sus acuarelas de una manera fuerte, vigorosa, magistral. No es la acuarela dulzona. Esta mujer usó la acuarela de una manera especial, para confrontar a la sociedad, y representar en su trabajo la tragedia de las mismas mujeres, las prostitutas, burlarse del clero, poner a un obispo sentado en una bacinilla. Esa es una irreverencia fuerte, hecha por una mujer, y en esa época, es una cosa maravillosa.

–Ella, de alguna manera, fue alumna de Pedro Nel Gómez. ¿Considera que ella lo superó?

–A Pedro Nel es muy difícil superarlo, porque tuvo más chance de hacer cosas. Él era ingeniero, arquitecto, y de una formación muy buena, la hizo en Italia, y Pedro Nel era un muralista formidable, que supo retratar la historia del pueblo colombiano, inclusive los mitos los transcribió en frescos. Pero influyó en Débora, desde luego, inclusive en el manejo del color. Pero ya en las formas, fue una mujer atrevida, en el mejor sentido de la palabra. Y una mujer maravillosa.

–La primera pregunta que le hice es cómo se sentía como artista. Ahora, desde el punto de vista revolucionario, como militante de toda una vida, ¿qué satisfacciones tiene?

–Como militante, siento que he contribuido en algo, con un granito de arena, a la brega, a la lucha de los trabajadores en general. Con los campesinos, por los cuales tengo un profundo afecto, por mi mismo origen en gran medida, y he colaborado con ellos bastante.
Tener un sentido de clase

Haber llegado a ser miembro del Partido Comunista ha sido un paso extraordinario, formidable para mi vida personal. Con una militancia, independientemente de nuestros defectos, pues uno aprende, en primera instancia, a tener un sentido y criterio de clase. Ojalá el pueblo colombiano todo tuviera ese criterio de clase. Si eso fuera así, no hubiéramos elegido a tanto bellaco.

–Otra faceta suya es su papel como jefe de hogar. Esta casa suya arrancó de nada, porque era una zona de invasión y hombres como usted arrancaron de cero. ¿Se siente realizado como jefe de hogar, como padre de familia?

–Me siento bien. Primeramente, encontré a la compañera ideal para constituir la familia; trabajadora, sacrificada. No es que aplauda el sacrificio así de una mujer; no, me parece terrible. Ojalá hubiera sido mejor. Pero no se dio porque la situación era difícil desde luego. Pero ella fue la que realmente frenteó en gran medida el sostenimiento, el trabajo, mantener el hogar y tener las riendas de los hijos. Porque yo he sido una madre en el trato con los hijos.

Eso ha hecho posible que tengamos 55 años de casados y una cantidad de nietos y biznietos, y de pronto hasta tataranietos. Otro aspecto para tener lo que tengo, modestamente también, es que gracias a la organización de Provivienda se hizo posible lo que ahora tenemos, la vivienda, el techo. Eso ha sido extraordinario.

Calarcá visto por Osuna, en El Espectador.