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Debate
El reto de la doble oposición
La izquierda en el congreso frente a la coalición gubernamental y al uribismo
Régis Bar / Domingo 3 de agosto de 2014
 

Los nuevos congresistas de izquierda tienen que enfrentarse a la vez a una bancada uribista, vehículo de las ideas de extrema derecha, ferviente opositora de la paz y disciplinada en torno a su caudillo, y a una gran coalición de gobierno que lleva ya cuatro años en el poder, con el manejo de la poderosa mermelada y todos los instrumentos institucionales en mano para aplicar su nefasta política neoliberal.

El Congreso de la República que acaba de tomar posesión el pasado 20 de julio verá una vez más las fuerzas de izquierda, en número limitado, ubicarse en la oposición. Sin embargo, en un hecho casi inédito, estas fuerzas deberán cohabitar en la oposición durante los próximos cuatro años con las fuerzas de extrema derecha, mucho más numerosas y lideradas por el expresidente Álvaro Uribe. Este nuevo escenario trae una especie de dificultad adicional para una izquierda que, de entrada, tiene que luchar contra una cierta marginalidad, producto de sus modestos resultados electorales y de la falta de espacio mediático que padecen.

Las elecciones presidenciales de este año dejaron en evidencia la falta de apoyo popular que tienen las políticas del gobierno Santos, pero demostraron a la vez la fuerza que mantiene el uribismo en la opinión pública. A pesar del resultado obtenido por Clara López en la primera vuelta, es evidente que la izquierda no supo traducir en votos el gran descontento popular nacional, lo que quedó ilustrado en la altísima abstención y en las brechas internas ocasionadas por el duelo Santos-Zuluaga de la segunda vuelta. Esta doble lección, de un uribismo fuerte y recargado y de una izquierda limitada y sometida a divisiones, debe estar muy presente a la hora de analizar la configuración del nuevo Congreso y el campo de acción de la izquierda.

Desde la publicación de los resultados de las elecciones al Congreso, en el mes de marzo, el uribismo, a través del nuevo partido mal llamado Centro Democrático, se ha perfilado en la prensa como el futuro gran protagonista de la oposición al gobierno, teniendo como efecto el de "condenar" a la izquierda a una marginalidad anunciada. Las expectativas por el regreso de Uribe al Congreso y por el importante tamaño de la bancada que lo acompaña han ocupado un espacio importante en los medios de comunicación y han hecho que el papel de la izquierda en este Congreso sea visto por algunos como accesorio. De ahí el primer reto de los nuevos congresistas de izquierda, hacer que su presencia sea visibilizada y demostrar que son ellos quienes representan la verdadera oposición.

La necesidad de combatir el uribismo, conjugada con la evidente vocación de hacerle oposición a la gran coalición de gobierno, constituye un verdadero desafío para las fuerzas de izquierda, puesto que se trata de una doble oposición que tiene que ser tan contundente de un lado como del otro. En otros términos, estos nuevos congresistas tienen que enfrentarse a la vez a una bancada uribista, vehículo de las ideas de extrema derecha, ferviente opositora de la paz y disciplinada en torno a su caudillo, y a una gran coalición de gobierno que lleva ya cuatro años en el poder, con el manejo de la poderosa mermelada y todos los instrumentos institucionales en mano para aplicar su nefasta política neoliberal. En consecuencia, la izquierda debe demostrar, simultáneamente, que representa la auténtica oposición y una verdadera alternativa al poder, mostrando su valor en debates, en el ejercicio del control político y en la formulación de propuestas concretas.

Para tener éxito en esta ardua labor, es supremamente necesario que las fuerzas de izquierda converjan hacia una estrategia común y que sus congresistas trabajen en equipo. Es decir, se requiere un proceso de unión tanto entre los congresistas del Polo y los de la Alianza Verde, así sea dentro de sus propias bancadas. Si tomamos el caso del Senado, este proceso podría significar la conformación de una fuerza de oposición de izquierda compuesta de diez senadores con perfiles y trayectorias sólidas, y sobre todo complementarias, capaz de tener incidencia en estos próximos cuatro años. Sin embargo, tal proceso de unión supone saber dejar de lado las pequeñas diferencias ideológicas, borrar las tensiones entre personas ligadas a acontecimientos más o menos recientes, y contemplar las distintas características individuales como una ventaja, en el contexto de un trabajo colectivo, y no identificarlas como fuente de divisiones.

Paralelamente, es preciso que disminuya el malestar que existe en una parte de la izquierda frente al proceso de paz, que cumple casi dos años. El apoyo a la existencia de las negociaciones de paz entre el gobierno y las FARC necesita dejar de ser visto con sospecha por algunas de sus figuras, quienes deben aprender las lecciones de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, en donde la movilización del electorado de izquierda en favor de la continuación de estas negociaciones fue evidente y decisiva. En este sentido, la insistencia de algunos líderes de la izquierda en este tema de la paz y su eventual participación en iniciativas, como por ejemplo el Frente Amplio por la Paz, requiere no ser vista con desconfianza. Por el contrario, es absolutamente necesario entender que este apoyo a la paz no significa renunciar a una auténtica postura de oposición sino, por el contrario, encabezar un acompañamiento crítico al proceso de paz con el fin de generar espacios que permitan el crecimiento y la implementación de las ideas de izquierda.

Con relación al difícil reto de la doble oposición que les espera a los nuevos congresistas de izquierda, podemos destacar tres grandes ejes susceptibles de orientar sus actuaciones durante este mandato. El primer eje tiene que ver con la oposición a la política socio-económica del gobierno, que sin duda seguirá la misma línea neoliberal desde hace cuatro años. Esta tarea parece, en teoría, la menos complicada, puesto que por un lado en Colombia se trata de una conducta habitual de la izquierda y por el otro las diferencias con el gobierno en este tema son muy grandes. Además, se puede anticipar que varios congresistas de izquierda sabrán actuar de manera convincente en este asunto, como lo viene haciendo por ejemplo el senador Jorge Robledo desde ya hace varios años, lo que contribuyó a convertirlo en uno de los candidatos más votados en estas últimas elecciones.

Sin embargo, se puede pensar que la bancada uribista se va a ubicar de manera oportunista en una línea de oposición bastante parecida, haciendo uso de un populismo hipócrita y descarado para enredar las políticas del gobierno Santos. Entonces, es de primera importancia que el grupo de izquierda sepa distinguirse del uribista en este tema, al demostrar que su oposición a la política socio-económica del gobierno es mucho más consistente y se basa en concepciones programáticas evidentes. Paralelamente, parece muy oportuno que estos congresistas mantengan una relación estrecha con los movimientos sociales, aprovechando por ejemplo la presencia del senador Alberto Castilla, y contribuyan a la siempre necesaria legitimación de sus justas luchas.

El segundo eje concierne a la oposición del regreso del auténtico uribismo al Congreso y el necesario combate de ideas que tiene que darse con él. Este "combate" debe estar dirigido tanto contra lo que viene representando el uribismo como contra lo que significa su vigor para el futuro del país. Es preciso que la izquierda aproveche la posición actual de Uribe, de simple senador, para enfrentarse con él con inteligencia y argumentos contundentes. El senador Iván Cepeda anunció de antemano su intención de convocar un debate de control político sobre los vínculos de Uribe con el paramilitarismo y el narcotráfico, recibiendo el apoyo notable de la senadora Claudia López. Independientemente de la forma como se haga esta tarea de esclarecimiento del pasado "oscuro" del expresidente, no debe quedar exclusivamente en las manos de Cepeda y López, ambos reconocidos expertos en el tema, sino que necesita ser realizado igualmente por el conjunto de sus colegas de izquierda, para que no aparezca como una « cruzada personal » sino como un ejercicio conveniente de verdad histórica y de democracia política.

Pero más allá de la figura de Uribe, es oportuno que se use el escenario del Congreso para poner de relieve el extremismo y el odio que caracterizan al uribismo, ilustrado por ejemplo en la ridícula utilización del término "castro-chavista" para señalar el supuesto peligro del gobierno Santos. En este sentido, se hace necesario un esfuerzo por parte de los congresistas de izquierda para contribuir a la deslegitimación del uribismo, porque tanto las posibilidades de crecimiento de las ideas de izquierda, como el camino hacia la paz, pasan inevitablemente por su debilitamiento.

Finalmente, el tercer eje, probablemente el más complejo, está relacionado con el tema de la paz. Si las negociaciones entre el gobierno y las FARC llegan a una conclusión exitosa, este Congreso tendrá la responsabilidad y la tarea de legislar sobre el marco de los acuerdos de paz y el diseño de unas políticas de "posconflicto". Por su parte, el uribismo hará todo lo que está en su poder para seguir deslegitimando las negociaciones y tratar de sabotear los eventuales acuerdos. En este contexto, el papel de las fuerzas de izquierda es a la vez muy delicado y supremamente importante.

Aunque tienen una visión distinta de la paz de la del gobierno y saben que los acuerdos con las FARC serán obligatoriamente imperfectos, está absolutamente descartado que los congresistas de izquierda se conviertan en oponentes del proceso de paz. Pero al mismo tiempo no pueden limitarse a aprobar la gestión del gobierno en este tema. La mejor actitud sería probablemente, entonces, la de intentar influir el contenido de los debates relacionados con la paz y de los instrumentos legislativos destinados a dar forma al resultado del proceso, convirtiéndose al mismo tiempo en el portavoz de las víctimas y de las comunidades. En esta óptica, el propósito sería defender la paz como un derecho constitucional del pueblo colombiano, que debe llevar a que el país conozca una verdadera democracia sustentada en la justicia y la equidad.

El Congreso que acaba de posesionarse crea muchas expectativas en la opinión pública, esencialmente por el regreso de Uribe con su nuevo partido y por la alta probabilidad de que sea el Congreso que tenga que legislar sobre los futuros acuerdos de paz con la guerrilla. Aunque los congresistas de izquierda son poco numerosos, tienen las facultades para incidir de manera importante en temas tan diversos y cruciales como la paz, los derechos humanos, la economía, la salud, la educación, la protesta social o las reivindicaciones laborales. Sin embargo, para poder luchar a la vez contra una coalición gubernamental mayoritaria, que tiene todos los hilos del poder, y contra un grupo uribista más numeroso y disciplinadamente ordenado detrás de su caudillo, ellos no tienen otro camino que la unidad y la complementariedad. Es de esperar que sepan tomar este camino y mostrar su vocación de poder, porque tanto el destino de la paz como el futuro electoral de la izquierda se juegan ahora.