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Debate
La actual crisis del proceso de La Habana
La crisis ha abarcado todo el proceso en su conjunto, cuando a través de la discusión sobre las víctimas del conflicto se ha llegado a donde se tenía que llegar: a la determinación de la verdad sobre las responsabilidades concretas de sus iniciadores desde el poder
Alberto Pinzón Sánchez / Lunes 4 de agosto de 2014
 

El presidente en su despacho, arqueando una ceja y frunciendo la nariz, le hace un gesto de desagrado al ministro cuando lee el informe. Este, desosegado, llega a su escritorio, manda llamar al jefe de la división, le señala en el papel el error y le hace saber su desagrado.

El jefe de la división, ya con ansiedad (generalmente por su cargo), llama al profesional especializado que le elaboró el “paper” y alzándole la voz le dice que es inaudita una falla de esa naturaleza y que además espera no se vuelva a repetir. Una vez el hombre en su escritorio, presa de malhumor y frustración como coagulaciones del miedo a quedarse sin salario, espera silencioso e impaciente la hora de salida para irse a su casa; al llegar malhumorado, su esposa, que lo conoce, evita cualquier indiscreción que agrave su ira. Sin embargo, algún pequeño incidente es aprovechado por el hombre para desahogar su frustración y agredir verbalmente a su esposa, quien se retira gimoteado a su habitación.

A la mañana siguiente, el hijo de pocos años, a la hora del desayuno, hace un mal movimiento y riega el jugo sobre el mantel. La madre lo agarra de una oreja, se la refriega diciéndole que no puede volver a repetir esa terrible mala acción. El niño, lloroso y reprimido, al salir se encuentra en el camino al perro de la casa que le bate la cola, pero en lugar de una caricia, le asesta una patada cruel en su cuerpo. El perro chilla y se va corriendo a la perrera con el rabo entre las piernas. Un poco después el gato del vecino se asoma en la barda divisoria y el perro hecho una furia se abalanza contra el gato que brinca despavorido y huye por tierra. El perro lo persigue lo alcanza y después de una sonora refriega el gato muere despanzurrado.

En esta historieta, fruto de mis tantos años de trabajo en la burocracia estatal colombiana y de experiencia profesional como médico aficionado a la psiquiatría, la “víctima” es el gato del vecino, mientras que el “culpable” es el perro del profesional especializado que trabaja en aquel ministerio; aunque para mirar mejor las cosas o, como dicen, para cambiar el ángulo del problema, podríamos desmenuzar un poco más las circunstancias de este personal veredicto.

Lo primero que salta a la vista es que, en esta compleja cascada de la culpabilidad descendente, las víctimas y los victimarios son una unidad dialéctica: es decir, no puede haber víctima sin victimario y viceversa.

En seguida podemos ver que el flujo descendente de la culpa, que siempre se condensa en los niveles inferiores o rasos, incluye una parte pública y otra privada, es decir que habría que aplicar varias y diferentes normas, desde las contempladas en el derecho administrativo y el derecho familiar, hasta las normas y códigos sociales de la convivencia entre vecinos y -¿por qué no?-, si el vecino pone una demanda por la muerte de su gato, hasta del derecho y el código penal, pues en el derecho colombiano la palabra culpa (que tiene un significado religioso y emocional) es sinónimo de responsabilidad objetiva.

¿Cuál es la finalidad de todo este cuentico? Muy sencillo: a partir de semejanzas y diferencias, plantear algunas opiniones sobre el momento extremadamente crítico por el que está pasando el proceso de paz de La Habana, surgido justamente a partir de la discusión que se está dando en Colombia sobre el asunto de las víctimas del conflicto.

I- Porque, vamos a decirlo de entrada: no es como lo está diciendo alguien en la izquierda electoral que ha hecho crisis la imposición del gobierno Santos de “negociar la paz en medio de la guerra”, sino que la crisis ha abarcado todo el proceso en su conjunto, cuando a través de la discusión sobre las víctimas del conflicto se ha llegado a donde se tenía que llegar: a la determinación de la verdad sobre las responsabilidades concretas de sus iniciadores desde el poder, ya no de culpas emocionales indefinidas como en la época de la Violencia liberal-conservadora, a donde solo es posible llegar por medio del establecimiento de su “verdad histórica”.

La soldadura de la división en el bloque oligárquico y la recomposición del “santo-uribismo”, catalizado por el debate parlamentario planteado por el senador de izquierda Iván Cepeda al iniciador y promotor del paramilitarismo en Colombia Uribe Vélez, ha sido posible por dos hechos sociales ya bien establecidos:

Uno, la cooptación que hizo para su reelección presidencial JM Santos de un amplio sector de la izquierda electoral. Y otro, la casi destrucción del ascendente movimiento social independiente por la solución política al conflicto social y armado de Colombia, que venía en auge y que ahora está prácticamente en reflujo.

Lo que ha dado como resultado el envalentonamiento de Santos para amenazar la mesa de La Habana y satisfacer la demanda uribista para el nuevo pacto democrático del santo-uribismo, en donde tendrá un papel dominante el senador Name, presidente actual del Congreso vinculado al grupo paramilitar costeño y quien, como él mismo se define, es “un hombre santista pero que respeta muchísimo al ex presidente Uribe”.

La paradoja para el pueblo trabajador es que, por evitar que la mesa de La Habana fuera destruida por el pelele de Uribe Vélez, como argumentó la izquierda electoral, vamos a llegar a lo mismo, pero por mano de quien fuera elegido por sus víctimas. ¿Cuantos dirigentes de la Marcha Patriótica y de otros movimientos sociales mató el régimen de Santos Uno?

II. El proceso de La Habana además ha hecho crisis general porque existe un gran desfase entre el conocimiento “especializado” que tienen unos pocos “yupis palaciegos” y negociadores en La Habana de lo que significa el concepto críptico de “Justicia transicional” y el total desconocimiento que de este tema tiene todo el resto de la sociedad colombiana, incluido el grueso de la llamada Fuerza Pública, la que por esta razón es víctima de la demagogia de Uribe Vélez, quien ha aprovechado esta ignorancia (y del hecho de que la Fuerza Pública en la práctica se comporta como un partido político anticomunista) para sobre esta base plantearles las leyes de fueros militares, tribunales militares y demás leyes de impunidad en la que están interesados los criminales de guerra de la cúpula o dirigentes quienes lo han acompañado incondicionalmente, mientras que la mayoría de procesados son militares de bajo rango y rasos de la base sin voz ni voto.

III- Seguros de que el gobierno Santos Dos en su envalentonamiento al haberse recompuesto la unidad oligárquica, no accederá a modificar los criterios para autorizar un cese bilateral de fuegos, corresponde entonces al movimiento social en marcha reactivarse con energía y, dentro de su consigna general de luchar por la solución política al conflicto social y armado, replantearse una serie de tareas políticas concretas que le permitan lograr este objetivo supremo:

1- Que se pacte en La Habana una “tregua bilateral permanente” sin la cual no es posible continuar avanzando en los puntos restantes de la agenda para finalizar el conflicto colombiano.

2- Que se abra un debate amplio en la sociedad colombiana sobre lo que el actual gobierno de Santos entiende por el concepto críptico de Justicia transicional (¿transición hacia dónde?), primero sobre sus dos principales derechos: la verdad y la justicia, para después debatir sobre la reparación y la no repetición.

3- Que para entender y resolver el complicado asunto de las víctimas y responsabilidades concretas de cada una de las partes en el conflicto, se conforme ya la tan mencionada comisión de la verdad histórica y se le dote de los elementos que le permitan establecer, así sea provisionalmente, una verdad aproximada de lo sucedido, como paso fundamental para resolver el punto tercero de la agenda y continuar avanzando hacia la finalización de los demás puntos de la agenda pactada.

4- Entender definitivamente que sin la movilización social amplia y democrática por la solución política, el gobierno de JM Santos sin contradictor serio enfrente, chantajeará permanentemente la mesa de La Habana para su beneficio propio y el de su clase social neoliberal, y pondrá siempre al pueblo trabajador colombiano en el filo de la espada exterminadora del Estado.

Como decimos en Colombia: “el perro le manda al gato y el gato a su garabato”.