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El Taita Álvaro Morales
Quienes lo conocimos en medio del bloqueo y de las negociaciones con el gobierno lo consideramos un “taita” sabio. Pero más que sabiduría era un hombre eminentemente práctico. Con un sentido común propio de los campesinos pero fortalecido con la sapiencia y paciencia india.
Fernando Dorado / Domingo 11 de enero de 2015
 
Mujeres misak de Guambía. Foto: Sara Montoya via photopin cc

Corría el año 1993. Hacíamos parte de una comisión campesina del municipio de El Tambo que tenía la misión de convencer al gobernador de Guambía de juntar nuestras luchas para enfrentar al gobierno. Un compañero nuestro conocía la situación de los indígenas guambianos, quienes desde los años 80 venían recuperando tierras a los terratenientes caucanos y vallecaucanos que se habían apoderado de su territorio desde tiempos coloniales. En esos años –como siempre- la situación de las comunidades originarias del Cauca era desesperada. En 1991 en El Nilo, al norte del departamento, en el municipio de Caloto, habían sido masacrados 21 naturales del resguardo de Huellas a manos de bandas paramilitares al servicio de los grandes latifundistas.

En Silvia, los narcotraficantes adquirieron las tierras aledañas al resguardo de Guambía, como una estrategia para impedir que las tierras fueran “invadidas” por los indios. Para las comunidades era un proceso de recuperación de territorio mientras que para el gobierno y los terratenientes era una invasión de tierras.

Sin embargo, el cerco narcoparamilitar era muy fuerte y era un suicidio continuar con la forma de lucha que hasta la década anterior se había utilizado que consistía en entrar masivamente a las haciendas, “picar la tierra”, e ir desgastando la resistencia del terrateniente mediante la posesión de hecho de áreas estratégicas, hasta conseguir que el “propietario” se aburriera y decidiera ofertar la finca ante el instituto gubernamental de la reforma agraria. Ese había sido el método utilizado por indígenas y campesinos durante la década de los años setenta y ochenta del siglo veinte, después de que se fundó la Asociación de Usuarios Campesinos ANUC en 1966 y el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) en 1971.

Íbamos entonces, en búsqueda del gobernador de Guambía. No lo conocíamos ni teníamos referencia de él. Vivía en un sitio llamado Peña del Corazón entre las veredas de Pueblito y La Campana en el resguardo de Guambia. Para llegar al lugar nos tocó alquilar un campero que conseguimos en el parque principal de la cabecera municipal de Silvia. El paisaje es hermoso y los caminos no son tan empinados como imaginábamos. Nos bajamos del vehículo al borde de carretera y tuvimos que caminar por un sendero estrecho hasta llegar a la casa del gobernador. Se observaban en los alrededores una que otra mata de amapola en medio de cultivos de cebolla, ajo y papa.

También tenían siembras de ulluco, que es una especie de tubérculo pequeño, una especie de combinación de ibia y chugua. Por el color rosado se parecen a las ibias y por la forma alargada a las chuguas. Álvaro Morales era su nombre y se presentó con mucha sencillez. Estaba dándole maíz a unas treinta gallinas que revoloteaban sueltas por el patio. Arrimamos unas bancas de madera a un pequeño espacio que en todas las casas campesinas dejan entre el patio y la pared de las habitaciones a manera de sala de estar al aire libre, pero cubierta por el techo de la misma casa. Es similar al zaguán de las construcciones españolas. Una de las hijas del gobernador nos sirvió café tinto y nos pusimos a conversar.

Rápidamente nos dimos cuenta que el gobernador era un hombre entendido y además informado de todos los aspectos de nuestras luchas. Fue fácil dialogar con él. Asentía nuestras palabras con una mirada serena, una permanente sonrisa, y una actitud atenta. Trasmitía seguridad y paciencia. Le explicamos que estábamos preparando una movilización que seguramente tendría que utilizar el bloqueo a la carretera Panamericana como forma de presionar las negociaciones con el gobierno. Esta forma de lucha había sido adoptada por las comunidades campesinas del Cauca en la gran movilización de La Salvajina en 1986, con ocasión de una marcha de protesta realizada entre Santander de Quilichao y Popayán.

Sucedió que en cada sitio donde la multitud paraba a descansar o a alimentarse, se formaba el trancón de vehículos, lo cual a su vez se convertía en un problema para los funcionarios del gobierno que acudían presurosos a tratar de desbloquear la vía. En los siguientes años los campesinos del Macizo Colombiano empezaron a recurrir a los bloqueos de carreteras, forma de acción colectiva que tuvo su momento culminante en agosto de 1991 en el llamado Paro de Rosas en donde más de 20 mil campesinos detuvieron el flujo del transporte durante más de 15 días.

El 12 de octubre de 1992 las comunidades indígenas dirigidas por el CRIC realizaron su primer bloqueo en el sitio El Cofre a 18 kilómetros de la capital del Cauca. Los guambianos no tenían experiencia en ese tipo de lucha ya que no hacían parte del CRIC. Desde finales de los años 70 habían organizado el Movimiento de Autoridades Indígenas de Suroccidente AISO, que después se convirtió en AICO, y habían decidido trabajar por aparte.

Por ello era que íbamos con la misión de convencer al gobernador de Guambía para que evaluara la pertinencia de unirse con nosotros para realizar un fuerte y sostenido bloqueo del cuál sacaríamos beneficio mutuo. La meta era obligar al gobierno a negociar las tierras sin necesidad de que las comunidades se enfrentaran con narco-terratenientes y paramilitares. Nosotros, los campesinos de El Tambo aspirábamos obtener los recursos por los que veníamos luchando de tiempo atrás.

Después de hablar durante más de tres horas todo indicaba que el gobernador estaba absolutamente convencido de la conveniencia de esa unión y de medírsele a esta nueva experiencia de lucha. Los cuatro compañeros que habíamos acudido a esa cita estábamos muy contentos al ver la receptividad del “taita” y creíamos que nos íbamos para El Tambo con la buena nueva de que los indígenas guambianos se iban a aliar con nosotros. Como teníamos vehículo para bajar al pueblo decidimos invitarlo a almorzar para oficializar el acuerdo de una manera formal. No hablamos más del asunto en el camino de bajada al pueblo y sólo volvimos a tocar el tema minutos antes de despedirnos.

Cuál sería nuestra sorpresa cuando el gobernador guambiano con la mayor naturalidad nos dijo que él solo no podía decidir nada, que nos invitaba para el próximo lunes a reunirnos con el cabildo en pleno y otros miembros importantes de su comunidad en la casa grande de Santiago. Que nos pedía el favor de que acudiéramos con un buen grupo de dirigentes campesinos que él quería conocer.

Reafirmó ese criterio diciéndonos que si íbamos a ser aliados, ya fuera en esta lucha o en otras más adelante, era bueno empezar compartiendo un almuerzo. Que ellos colocaban la papa, la cebolla, parte de la carne, y nosotros también lleváramos lo que a bien tuviéramos. Que a ellos les gustaba conocer bien a las personas, conversar durante todo un día y que nos esperaban para compartir. La idea era que entre todos se tomaría una decisión más sabia. Cuando le preguntamos que con cuántas personas íbamos a dialogar a fin de saber la cantidad de comida que debíamos llevar, nos dijo que por ahí unas 70 u 80 personas por parte de Guambía. Ninguno de nosotros dijo nada pero la sorpresa fue mayor.

Así se acordó la reunión. Nosotros estábamos acostumbrados a actuar de una forma diferente. Nos reuníamos unos pocos dirigentes, discutíamos y acordábamos las estrategias, y después convocábamos a la comunidad para plantearles las ideas y planes. Los que trabajan influidos por fundaciones y ONG le llaman a ese ejercicio “socializar”. El “taita” Álvaro nos empezó a enseñar otra forma de trabajo comunitario. Así lo conocimos. Fue una de las primeras lecciones que nos dio. Con la mayor sencillez y humildad nos aportó su experiencia y capacidad de dirigente natural de los pueblos. Luchamos a su lado y aprendimos de su pueblo, que él sintetizaba tan bien.

Quienes lo conocimos en medio del bloqueo y de las negociaciones con el gobierno lo consideramos un “taita” sabio. Pero más que sabiduría era un hombre eminentemente práctico. Con un sentido común propio de los campesinos pero fortalecido con la sapiencia y paciencia india. Después llegó a ser alcalde de su municipio siendo que apenas había estudiado hasta segundo grado de primaria. Manejó a las mil maravillas a técnicos,profesionales y funcionarios, se enteraba de todos los problemas, se preocupaba hasta por los más mínimos detalles y siempre conservaba una gran tranquilidad a la hora de enfrentar situaciones que eran tensionantes para la mayoría. Fue un gran maestro para todos nosotros. Así empezamos a forjar la alianza con los guambianos.