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Reducir la frontera agrícola
Libardo García Gallego / Domingo 25 de enero de 2015
 

Los gobernantes colombianos de los años 50 y 60 se empecinaron en ensanchar la frontera agrícola del territorio: destruyeron las selvas, en especial en las laderas; sembraron pastos, destinando a cada res más de una hectárea de estos. Actualmente, el 40% del territorio está sobresaturado con pastizales donde se sostiene la ganadería extensiva; los bosques fueron arrasados. Los expertos dicen que no necesitamos sino la tercera parte de la extensión agrícola actual, siempre y cuando tecnifiquemos la ganadería y la agricultura, lo cual no significa echar mano de agrotóxicos, de Monsanto y sus competidoras. ¡No! Tecnificación al estilo Bután o Bolivia, ecológica y sin transgénicos.

Nos quejamos ahora porque el “Fenómeno del Niño” va a convertir el paisaje verde en simples peladeros; el agua va a escasear, los incendios pulularán, los cultivos se perderán. ¿Por qué no lo previmos? ¿Por ignorancia o por ambición? ¿O por ambas? Los principales culpables del calentamiento global están en las fábricas de motores, de aerosoles y de gases de efecto invernadero, todo lo cual “mejoró” la civilización pero terminó rompiendo y deteriorando la capa de ozono, la sombrilla protectora del planeta. De igual modo, la ignorancia científica en materias como biología, agricultura, ganadería, minería, edafología, medio ambiente, geología y geografía, sumada a las desmedidas ambiciones capitalistas, estimularon la destrucción de los bosques, de los suelos, de las aguas, de la fauna silvestre e infinidad de daños a la pachamama.

Hace poco regresé a mis sesteaderos de infancia en Aguadas y Pácora, donde pude comprobar la verdad de lo afirmado arriba. Desde el cerro Monserrate, en Aguadas, se otea la ladera antioqueña, ribera derecha del río Arma, paupérrima en vegetación, con muchos potreros y ninguna res; en Pácora, varios bosques primarios de entonces convertidos en rastrojeros y pastizales, y los ríos y quebradas reducidos a delgados hilos o pedregales. ¡Qué pesar! Recordaba la Parábola del retorno, poema de Porfirio Barba Jacob, y me pareció que Richard tuvo mejor suerte con su finca y el señor de los “Buenos días” no sintió tanta angustia como yo visitando El Bosque, del mocho Maya.

En conclusión, es urgente detener la ampliación de la frontera agrícola y reducirla siquiera a la mitad, plantando bosques en cuanto peladero se encuentre y prohibiendo la práctica de la ganadería extensiva así como los cultivos de agrocombustibles. Sería una manera efectiva de enfrentar los numerosos “fenómenos del niño” que nos atacarán en los próximos años. Educar a nuestros campesinos y agricultores en la agricultura ecológica y en la imperiosa necesidad de conservar el medio ambiente sano. ¡Ah! Y jamás aceptemos la minería a cielo abierto.