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Crónica de la asamblea de los cultivadores de coca, amapola y marihuana
Mariana Reyes Serrano / Viernes 10 de julio de 2015
 

Bajo el cielo nublado de Mocoa, Putumayo, en medio de su imponente selva se escucha a lo lejos desde el colegio Ciudad Mocoa: ¡Que viva la Constituyente! ¡Que viva!

Cientos de miradas campesinas e indígenas que llegan desde todo el territorio nacional se reúnen bajo un mismo techo con el fin de socializar propuestas que busquen una política alternativa, integral y soberana para los cultivadores de coca, amapola y marihuana.

Suena el himno de la Guardia Indígena seguido del himno de los presentes: el himno del pueblo. Las voces se alzan en una sola ¡el pueblo unido jamás será vencido! Se repite una y mil veces cada vez con más fuerza, con más convicción.

Y así se da inicio a la primera jornada de la Constituyente Nacional de Coca, Amapola y Marihuana; se sienten las ganas de cambiar la historia para nunca repetirla.

En las primeras horas de la mañana, bajo una llovizna que parecía no tener fin, resguardados bajo una cancha cubierta, se fueron acomodando uno a uno campesinos e indígenas en 700 sillas rojas muy bien organizadas. Todos se disponían a escuchar y aprender de cada uno de los invitados internacionales provenientes de Bolivia, Ecuador y Perú, así como de los delegados y líderes nacionales que tomarían la palabra.

Se presentaron al público los cuatro ejes temáticos que se abordarían durante los tres días de asamblea: - Sustitución del ingreso, legalización de los cultivos y los usos tradicionales y alternativos de los cultivos de coca, marihuana y amapola. – Normalización y regularización del consumo de plantas y drogas declaradas ilícitas. – Medidas para la superación del narcotráfico. - Y por último, reparación de las víctimas de la política antidrogas. Comenzó entonces la plenaria.

Entre voces se empezaban a oír los primeros mandatos: “Se debe reconocer el uso ancestral y medicinal de las hojas de coca, amapola y marihuana”, “debe existir una alternativa a la guerra contra las drogas impuesta por los Estados Unidos”, “la sustitución debe ser estructural, gradual y voluntaria”. Discusiones, planteamientos, propuestas de todos los que han sido afectados de una u otra manera por esta despiadada guerra.

Mientras los adultos, jóvenes y ancianos escuchaban atentos, las risas de los niños que jugaban corriendo bajo la lluvia se convertían en canción de fondo.

Pasada la plenaria llegó la hora del almuerzo, Luis de Fensuagro, proveniente del municipio de Colón cerca a Nariño se disponía con tres enormes ollas a servir junto con su esposa a los más de 700 delegados. Una fila larga de pacientes rostros esperaban tranquilamente con su menaje en mano a que el alimento llegara a su plato.

Alrededor de las 3 de la tarde ya todos habían comido, la satisfacción se podía encontrar en esas expresiones somnolientas. Llegaba la segunda parte de la jornada. En los parlantes se escuchaban las instrucciones a seguir: “Organizados deben dirigirse a los salones dispuestos para las mesas de propuestas alternativas”.

Al caminar por los corredores del colegio se veían en los salones, sentados en pequeños grupos, a los participantes discutiendo con gran pasión temas por los cuales todos se han visto afectados: “es que la guerra no mira género, edad, condición. La guerra nos toca a todos”, “yo ya estoy cansado de que me traten a mí y a mi familia como delincuentes, es que los cocaleros no somos delincuentes”.

Otra vez esa llovizna incomoda que no cesaba, los salones repletos de personas desconectadas del espacio y del tiempo. Ya pasadas las 6 de la tarde, poco a poco se iban desocupando esos espacios que fueron testigos de las primeras discusiones.

Llegó el momento de dirigirse al campamento ubicado en el Coliseo Ciudad Jardín a unos 15 minutos caminando desde el colegio. Como en procesión iban saliendo las cientos de personas y de la misma forma iban entrando a lo que será su casa durante 3 días.

Sobre la cancha de basquetbol de cemento se ubicaron cerca de 130 carpas y sobre las graderías otras tantas colchonetas con cobijas sobre ellas. Nuevamente se organizaba la interminable fila que esperaba ahora la comida. Ya se veían los rostros cansados, los bostezos se pegaban y habían barrigas que sonaban más duro que otras. Ya no eran risas sino llantos de queja lo que promulgaban los niños.

Una vez todos estaban acostados las luces se apagaron.

Era una noche fresca, de fondo en un bar cercano al coliseo se escuchaba Héctor Lavoe y salsa sería lo que lleva a todos al sueño. Debían ser las 2 de la mañana y la lluvia volvía esta vez con más fuerza. Se escuchaban las gotas que se filtraban por el techo y golpeaban las desafortunadas carpas.

Hay que saber que el campesino madruga. A las 3 y media de la mañana ya se escuchaban las primeras voces: “buenos días compañero” a lo que se respondían “buenos días”, los radiecitos comenzaban a prenderse, la salsa ahora sonaba a corridos norteños y música andina.

Para algunos seguir buscando el sueño a eso de las 4 de la madrugada ya era esfuerzo perdido, mientras había quienes seguían roncando indiferentes.

A las 7 de la mañana ya todos estaban bañados y listos para comenzar el segundo día de constituyente. Otra vez la procesión camino al colegio. Todos ubicados en las sillas rojas esperaban ansiosos con sus platos en mano la instrucción para recibir el desayuno.

Para este momento ya se veía la integración que se había producido. La solidaridad estaba presente. Era real, todos son compañeros.

La dinámica del día sería la misma del anterior. En la mañana, plenaria, esta vez con los delegados nacionales e intervenciones de los internacionales y en la tarde las mesas de discusión de las cuales saldrían las conclusiones de tan importante y necesario encuentro.

Tantas miradas de resistencia, tantas miradas olvidadas que ese día concluían su mandato exigiendo el respeto a la vida. “Ni un muerto más”, “nosotras no parimos hijos para la guerra”, “ya estamos cansados de que nos persigan a los campesinos, que nos maten, que nos vuelvan falsos positivos en vez de perseguir a los verdaderos responsables del narcotráfico”.

Al oír lo que se hablaba entre ellos, parecía que estos dos días de trabajo habían dado frutos. Algunos hablaban de más de 30 conclusiones en tan sólo el primer eje temático. “Estamos construyendo los borradores de una nueva constitución, donde el campesino e indígena se vea reconocido y respetado. Exigimos la paz con justicia social”.

Se veía en sus expresiones la esperanza por un cambio, el cansancio de años de lucha y de resistencia.

Carteleras de papel periódico y cuadernos de anotaciones guardan esas conclusiones que serán transcritas y comunicadas al país entero. Al día siguiente ya no habría plenaria ni mesas de discusiones, habría movilización, saldrían a las calles de Mocoa a hacer saber al ritmo de consignas quiénes son y qué querían.

Llegada la noche, el agotamiento se hacía más notorio. A las 8 de la noche ya habían quienes preferían el sueño a esperar su turno en la fila para recibir la comida; lo que no hacía la fila más corta. Inmediatamente después de comer todos se dirigieron a sus colchonetas y carpas, todos empezaban a caer en sueño profundo lenta y paulatinamente. Si llovió durante esa noche, de pronto pocos lo notaron. Si fue salsa lo que orquestó la noche, seguramente fueron los mismos que notaron la lluvia, los que la disfrutaron.

Nuevamente 7 de la mañana. Todos listos ya desayunados, comenzaban a organizarse por asociaciones, resguardos, cabildos y comunidades. La guardia indígena y campesina se encargaría de la seguridad de la marcha. Se extendían las pancartas y las consignas y arengas que se cantarían, comenzaban a regarse entre indígenas y campesinos.

Ya en la calle, dos delegados indígenas sostenían la bandera de Colombia y encabezaban la marcha. A ellos los seguía una pancarta que enunciaba: “Por el respeto a la vida, al territorio y el derecho a permanecer en él”, la cual era llevada por 3 delegados campesinos de distintas regiones del país. Tras ellos, las caritas de niños y niñas se asomaban entre las piernas de más delegados y de más líderes que se unían para reclamar sus derechos.

“- ¿Quiénes somos?
- ¡Campesinos!
- ¿Qué queremos?
- ¡Soluciones!
- ¿Qué nos dan?
- ¡Fumigación y bala por montón!”

Finalizó la marcha, todos ya estaban congregados en el parque central de Mocoa, los cantos no paraban y la lluvia que caminó junto a todos tampoco cesaba.

No había nada que los hiciera callar, no habrá nada ni nadie que impida esta lucha por una vida digna. Son los campesinos los que trabajan y viven de la tierra, son ellos por los que debemos abogar. Son los indígenas los herederos de toda una sabiduría ancestral. Son a ellos a los que debemos respeto, a los que debemos reparación porque son ellos las víctimas de este conflicto. Fue su tierra la que escogieron como campo de batalla para una guerra que no termina.