¡A desminar!
/ Viernes 17 de julio de 2015
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Director de la Agencia Prensa Rural, comunicador, educador popular, analista político, miembro de la Asociación campesina del valle del rio cimitarra ACVC. Escribe en Semanario Voz
twitter @reneayalab
Las guerras han consolidado el complejo industrial militar, monstruo amantado por los intereses nefastos de quienes las promueven, que son quienes han desatado el armamentismo como doctrina desde su perspectiva militarista de dominación política y económica, es decir la hegemonía, el bloque histórico dominante, lo que en clásico concepto sociológico y del acervo de la economía política se conoce como imperialismo.
Para algunos suena cliché, pero la tozuda historia demuestra que la guerra ha estado articulada al mezquino interés del poder e indisolublemente atada a la lógica esquizofrénica de la acumulación. Pero la guerra no ha sido producto del azar y su desarrollo expresa el despliegue mismo de las fuerzas productivas que habitan en lo humano, de su inventiva, su genio, su capacidad. Si bien la primera explosión producida por los humanos se generó en los avatares del ejercicio de los antiguos alquimistas, sus descubrimientos dejaron de ser reservadas artes magistrales de hechiceros y oscuros códigos de nigromantes para convertirse en conocimiento y transformarse en ciencia, eso sí, privatizada, acoplada a la potestad de los dueños del capital.
Lo que inició como un artefacto para volar muros de fortalezas en el siglo XVI, y que en efecto cambió la correlación de las batallas campales de entonces para dar un salto cualitativo en el poder de fuego de los ejércitos colonialistas e imperiales, fue evolucionando hasta nuestros días, madurando en las diferentes confrontaciones humanas, jugando un papel de contención estratégica y de armamento en los sofisticados ejércitos que la experimentaban causando “bajas” es decir muertes, siempre trágicas, siniestras, sanguinarias, brutales, pero además generando un nuevo efecto no menos inicuo, dejar fuera de combate al enemigo, forzándolo a disponer unidades para movilizar a quienes quedaban afectados por la detonación dirigida, generando desequilibrio estratégico, porque ya las bajas no eran exánimes restos que podían abandonarse, sino heridos que necesariamente habían de rescatar con el costo de unidades y recursos que exigía.
Son éstas las minas terrestres, artilugios desarrollados por la industria militar y sus mayores productores Estados unidos e Israel, dos de los grandes proveedores de armamento en el mundo que además no han firmado el tratado de Otawa que establece su reducción y tienen infestadas inmensas regiones como la frontera entre las dos Coreas y gigantes extensiones de territorio en Asia y África, rentando así de los conflictos en todo el orbe.
En los conflictos donde ha habido rebeliones armadas, las fuerzas rebeldes han implementado formas de armamento rudimentario y artesanal, lo que se conoce en nuestro argot como lo “hechizo”, casi como la alquimia del pasado recogen el añado conocimiento y lo implementan en su accionar guerrero y desarrollan sus propios pertrechos, de allí proviene entre otras la mina antipersonal. En la guerra de Vietnam fueron artefactos determinantes para que el andrajoso pero no menos digno Viet Cong venciera al poderoso, pero ciertamente siniestro, ejército norteamericano.
No por ser épica la historia de la resistencia, las minas son un mecanismo perverso, aterrador, la guerra es en sí misma eso: tragedia e infortunio, lo más inhumano de los humanos. Aquí la padecemos desde la llegada de la cruz y el arcabuz y nos desola en su última versión hace más de cincuenta años. Estamos empeñados, quienes creemos en la paz de verdad y en mayúsculas, en salir del atolladero de la muerte. La concreción de un acuerdo pasa necesariamente por desescalar la confrontación, por humanizar la contienda, y el acuerdo de desminado es clave para ello, acuerdo que en realidad se denomina: SOBRE LIMPIEZA Y DESCONTAMINACIÓN DEL TERRITORIO DE LA PRESENCIA DE MINAS ANTIPERSONAL (MAP), ARTEFACTOS EXPLOSIVOS IMPROVISADOS (AEI) Y MUNICIONES SIN EXPLOTAR (MUSE) O RESTOS EXPLOSIVOS DE GUERRA (REG) EN GENERAL. Y no es gratuito, las FFMM han utilizado minas terrestres dotadas en el mercado internacional por los grandes productores armamentistas y las abandonan en zonas de operaciones. Tras brutales bombardeos y ametrallamientos indiscriminados un sinnúmero de desechos explosivos han perjudicado a la población civil mientras que las insurgencias han incorporado en sus maniobras de guerra los minados defensivos que también afectan el territorio y sus habitantes. Por ello es menester garantizar el avance de las tareas de limpieza y desminado ya que son un aporte concreto en la perspectiva de parar la guerra y avanzar en dirección a un cese bilateral de fuegos que es inherente a la definición de un acuerdo final. Solo las coléricas voces de los agoreros de la muerte y sus putrefactos espíritus pueden alivianarse si se va al traste este cometido, solo quienes se alimentan de la barbarie de la guerra pueden desear con ahínco que esta tarea fracase, tarea dura a veces con consecuencias desafortunadas, pero es en si misma esperanzadora y vital.
A pesar del alivio que representa la tregua unilateral que inician las FARC-EP el 20 de julio, se sigue minando el camino de la paz, detenciones arbitrarias e infames contra dirigentes sociales laceran, como el estallido de un campo minado, la confianza en superar el conflicto y construir escenarios democráticos para concretar la paz. Hay que desminar ese camino, no podemos terminar como la película bosnia “En tierra de nadie” atrapados en un enclave de minas al asecho, que también “quiebran patas” pero son hechas en las factorías del complejo industrial militar.
Señor Santos y su fárrago de acólitos acusadores: a desminar esta tierra del tétrico explosivo made in AUV, a ver si le damos un chance cierto a la paz.