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Pablo Montoya restriega la herida
Yezid Arteta Dávila / Sábado 10 de octubre de 2015
 

El 31 de julio de 1968 la Pantera Rosa resbala al pisar una cáscara de banano y es llevada al hospital para ser tratada. Allí entra en una enconada disputa con un hombre enfermo con el que comparte habitación. El 25 de agosto de 1965, luchando contra un asterisco, recibe heridas en la cabeza, el rabo y una pata. El 26 de junio de 1966 combate contra un ratón que le roba la comida. El 8 de enero de 1968 libra una guerra contra una termita. El 15 de septiembre de 1971 se enfrenta a una pulga. En las querellas de la Pantera Rosa nunca hay un final ni tampoco un ganador.

El 12 de octubre es una fecha polémica y más si se relaciona con el año 1492. Polémica que nunca termina. No hay un claro ganador. América y Europa. Mientras que para unos fue un choque de civilizaciones para otros fue el encuentro de dos mundos. Se lo llevaron todo y nos dejaron todo, cantaba Neruda. El capital chorreando sangre y lodo por todos sus poros de la cabeza hasta los pies, escribía el malgeniado Marx.

Últimamente la historia de Colombia la están contando los guionistas de televisión y los directores de noticias porque buena parte de los historiadores, como en una película de extraterrestres, fueron abducidos por el gobernante y en otros casos se dejaron practicar una especie de lobotomía que les hizo cambiar de parecer de un día para otro. Esperemos que los historiadores vuelvan a recuperar el ceño.

Mientras eso sucede quedan entonces otras alternativas como los relatos orales que cuentan los ancianos desde sus taburetes o los opúsculos de algunos escritores que escarban en los acontecimientos y los vuelven literatura.

Enhorabuena, Pablo Montoya, el escritor colombiano escribió una obra corta y enriquecida: Tríptico de la Infamia. Con ella ganó el premio Rómulo Gallegos 2015. El Rómulo Gallegos es una especie de Nobel para el mundo de las letras hispanohablantes. El galardón que se entrega en Caracas se gana por méritos y no valen los intereses de las editoriales, tal como sucede con la mayoría de los premios que se entregan en España en los que los triunfadores son escogidos de antemano a fin de vender libros caros e irrelevantes.

Hace poco me sucedió algo parecido a las luchas de la Pantera Rosa. Mientras dormía, un mosquito zumbó alrededor de una de mis orejas y desperté. Encendí la luz de la habitación para aplastarlo con mis manos y no lo hallé. Moví la cama, la mesa de noche y la cómoda para descubrirlo pero fracasé en el empeño y me di por vencido. Apagué la luz y traté de conciliar el sueño interrumpido. Entredormido volví a escuchar el taladrante zumbido. De un salto encendí la luz y busqué a la maldita bestia. No estaba. Sobre la mesa de noche estaba Tríptico de la Infamia. Empecé a leerlo hasta que, en un solo día, llegué hasta el final.

Para narrar atrocidades no hay que ser culto, ni fino, ni gramático, subraya Montoya. El autor barranqueño escribe sobre la “prolongación sórdida” de la fosa común con su “carga de anonimato”. Cuenta cómo al cacique de Bogotá los colonialistas le aplicaron un método de tortura llamado “el trato de cuerda”. Narra la forma cómo murió Anacaona, la india de raza cautiva que cantara Cheo Feliciano, a manos de unos hombres empeñados en ejecutar un genocidio a toda prisa. Montoya escribe con toda razón que, los desplazamientos humanos que comenzaron los colonialistas, aún no cesan en países como Colombia.

Tríptico de la Infamia es una obra culta, universal que cae como anillo al dedo en estos tiempos de reivindicación del indio y en donde las nuevas generaciones desconfían de los narrativos oficiales o de las voces hegemónicas. Para los exiliados colombianos en Europa que, dentro de pocos meses verán desde las ventanas de sus casas las melancólicas borrascas de nieve, el libro de Montoya os caerá bien. Ginebra, París, Amiens, Frankfurt y Lieja son vistas y descritas a plenitud por un escritor que nos recuerda el significado del decoro.