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No son los resultados, es el sistema
Yo voto por la constituyente I parte
Francisco Javier Tolosa / Sábado 31 de octubre de 2015
 

Dicen que si los pillos en Colombia formaran un solo partido para evitarnos confusiones, correríamos el riesgo de ser un régimen de partido único. Lamentable las elecciones locales de octubre, desarrolladas en medio de un sistema electoral hecho por ellos y a su medida, confirmaría esta popular afirmación. Pocos espacios reales para nuevas formas de hacer política, ratifican por enésima ocasión la ausencia rampante de garantías de todo tipo dentro del actual régimen que ha engendrado el presente conflicto social armado; desde la judicialización, atentados y asesinatos a candidatos democráticos, hasta la desproporción en medios de información y financiación a favor de los aspirantes de las mafias y el establecimiento se configura un escenario antidemocrático que impide la participación de fuerzas alternativas, en franca contraposición a lo firmado en La Habana y a la posibilidad de construir la paz.

Entre el detenido alias “John Calzones” en la tropical Yopal y el impune represor alias “Luis XV” en la señorial Antioquia, el ventajoso y degradado sistema electoral dio la victoria a una pléyade de bandidos, que ni siquiera podrían resultar electos en tal proporción en un ejecutivo de la FIFA; importando poco si su aval se los otorgó el liberalismo como a Didier Tavera, el “Char-gasllerismo” como a Oneida Pinto, la Opción Ciudadana de alias “el Tuerto” Gil o tuvieron que comprarlo en las franquicias electorales de viejo y nuevo cuño; o si las irregularidades electorales se produjeron antes, durante, después de los comicios,- o en todas las anteriores- dentro del amplio repertorio de prácticas fraudulentas que van desde el constreñimiento al elector por coacción, la compra de votos, la trashumancia electoral, la alteración de urnas, hasta la manipulación de los reconteos.

Tampoco tiene relevancia central el origen de las fortunas o la estirpe de los carteles de la mayoría de elegidos. El problema no es que sus mafias sean ilegales, semilegales o legales, como lo denuncian los formalistas. En primer lugar, porque en la formación socioeconómica colombiana actual, las empresas transnacionales de capitalismo criminal, -dispensando el pleonasmo-, han sido generadoras esenciales de la acumulación por desposesión que ha irrigado el conjunto de la economía; y en segundo lugar, porque la legalización de las mafias capitalistas ni las vuelve éticas ni les mella su voracidad inescrupulosa. Al lado de la mafia de la finca raíz y la construcción que pagó el triunfo de Peñalosa en Bogotá1, el cuestionado cartel de la gasolina del clan Gnecco que gobierna el Cesar, es tan solo una próspera y cándida fami-empresa de provincia; y la corruptela del godo-uribista Barreto y sus 8 procesos penales en el Tolima, es un negocio parasitario, al compararse con el emporio “legal” del sector salud de Dilian Francisca y Roy Barreras, que gobernará el Valle del Cauca. Por algo el “nuevo rico” Yahir Acuña perdió en Sucre -con todo y sus bojotes de plata-, por retar al candidato de los “siempre ricos” Char y Vargas Lleras.

El debate de fondo es que el actual régimen político y su sistema electoral carecen de cualquier tipo de controles a la política prepago, así como de las mínimas normatividades para el ejercicio de la oposición, la regulación de los partidos o listas, la igualdad de oportunidades políticas, el manejo de medios de información y firmas encuestadoras, e inclusive de los mecanismos técnicos básicos y actualizados para la transparencia electoral. En este sentido, acuerdos centrales en La Habana firmados en el punto de Participación Política, como la construcción del Estatuto de Oposición, la Comisión Especial para la reforma del régimen y la organización electoral, el sistema de garantías y seguridad para las nuevas fuerzas alternativas, quedan al orden del día como salidas reales al actual sistema electoral y para la auténtica apertura democrática. Sin la implementación de estos puntos del acuerdo, así como el compromiso del Estado con el desmonte efectivo del paramilitarismo y el rediseño del régimen político en medio de una ANC, la insistencia electoral con las actuales reglas del juego tendrá poco sentido para los sectores democráticos.

Síntoma importante de la ilegitimidad del actual sistema político y su necesidad de recambio, es que a pesar del aumento de la participación a nivel nacional posibilitado por los avances del proceso de paz, la abstención siga siendo mayoritaria, precisamente en las grandes ciudades. Contrastando con votaciones curiosamente altas que suben el promedio nacional, presentadas en nichos neoparamiltares y del gamonalismo como Casanare, Córdoba o Sucre, en Bogotá, Medellín o Cali, donde se supone que pesa más el voto de opinión y se dificulta el fraude electoral, la participación no superó el 50%, realidad ignorada alevosamente por los grandes medios y analistas. Aun con la disminución de la abstención para estas elecciones regionales Colombia, es el tercer país del continente con más baja participación solo superado por Haití, arquetipo de estado fallido gestado por los norteamericanos, y Chile, donde justamente se pelea por una ANC que derogue la antidemocrática constitución pinochetista que impone el sistema binominal.

Al parecer la convocatoria a las inmensas masas urbanas que ven con desdén el amañado y –para ellos- insípido ritual electoral, no se logra tan fácilmente con el bombardeo mediático ni con las meras maquinarias clientelares, con que los candidatos del establecimiento en estas grandes ciudades querían capitalizar la abstención. La construcción de propuestas reales hacia las problemáticas más sentidas de las mayorías como el transporte, el empleo o la vivienda y el retorno a la organización popular con la movilización social y callejera en pos de éstas, se perfilan como tareas inaplazables para un proyecto alternativo con vocación de poder, que no puede olvidar que se aproxima la irrupción plena de la crisis capitalista global en Colombia para 2016, con los estragos consabidos en detrimento de los sectores populares.

Este descompuesto sistema electoral, solo acentúa el anacronismo del actual régimen político para una paz democrática. La posibilidad de avanzar en un acuerdo para el fin del componente armado del conflicto, aunado a la galopante crisis económica, ponen la movilización y la Asamblea Nacional Constituyente como escenarios privilegiados e inmediatos para los cambios democráticos en el país.

Si queremos cambiar los actuales resultados electorales, debemos cambiar inexorablemente el actual sistema electoral…

Nos vemos en la Constituyente