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Morir a tiempo
Yezid Arteta Dávila / Miércoles 4 de noviembre de 2015
 

Los que han tratado con Angelino Garzón saben que es un buen hombre. Un buen hombre que resume el grado de fermentación al que ha llegado la política en Colombia. En poco menos de diez años Angelino ha transitado por la totalidad del arco político colombiano. De izquierda a derecha. Es un caso tipo para estudiar en una asignatura de ciencias políticas y así poder entender la crisis de los partidos en Colombia. Lo que antes se consideraba como una inmoralidad se llama ahora pragmatismo. Es una experiencia sucia, pero la realidad política del país es así de asquerosa. Para que en Colombia la política sea rentable debe llevar consigo algo repulsivo.

El pasado domingo la izquierda sufrió un duro revés electoral. Hay que aceptarlo. Echarles la culpa a los votantes es una idiotez. Señalar a los medios de comunicación, las empresas encuestadoras, la compra de votos y al clientelismo como los responsables de la debacle es ver las cosas de perfil. La historia reciente ha probado que cuando los proyectos de izquierda van unidos, cuentan con una casa saneada y un lenguaje adecuado consiguen derrotar en las urnas a todos los poderes fácticos que intentan atajarlos. Los yerros hay que buscarlos dentro de casa no en la ajena.

Esta es mi lista parcial de las razones que explican el desastre de la izquierda: demasiadas siglas; ambiciones personales; desconocimiento de la psicopolítica para enfrentar la propaganda adversaria; desconexión con la realidad; mensajes obsoletos o impregnados de odio; blancos políticos equivocados; infiltración del proyecto político por parte de burócratas y corruptos; selección arbitraria de candidatos; los mismos mañosos con las mismas mañas. Sugiero ir de la mano de la izquierda más allá de la izquierda. Redefinir y repensar los límites de lo posible y lo imposible, diría el divertido Slavoj Zizek.

La ciudadanía en muchos casos tolera la corrupción y las malas prácticas de los partidos de la derecha, pero es implacable con los miembros de la izquierda que incurren en los mismos hábitos y los castiga severamente. Hay que tomar nota. Es un comportamiento lógico porque el público parte de la base de que los miembros de la izquierda acceden al poder con las manos limpias.

Esto de que vendrán tiempos mejores para la capital de Colombia es una historieta que sólo los ilusos se la creen. Ya en 1948 Bogotá fue devastada como consecuencia del asesinato de Gaitán y desde entonces es saqueada hasta hoy: en el carrusel de contratos, el exalcalde Samuel Moreno tenía como cómplices a los concejales Andrés Camacho, Orlando Parada e Hipólito Moreno además del exgobernador Álvaro Cruz y contratistas privados que servían a los intereses del Partido de la U y Cambio Radical.

En Colombia nada de lo que parece es cierto. Hay que recordarle a Vargas Lleras –a quien los medios le han puesto desde el domingo la faja presidencia- que los Char en Barranquilla son una familia de comerciantes que entienden la política como un negocio más y pueden dejarlo colgado de la brocha. Hay que recordarles a la Alianza Verde que no son un partido sino un combo de amigos que beben y comen juntos pero que a la hora del té cada uno tira por su lado. Hay que recordarles a los liberales y conservadores que son los primeros culpables del país que tenemos. Hay que recordarle a Uribe que un partido no es un ejército y hay que dejar que sus miembros respiren, piensen y opinen.

La Unión Patriótica (UP) no puede seguir compitiendo en citas electorales. Una campaña basada en el martirio y el pasado no tiene chance. El país carece de misericordia. Llevar a los actos electorales pósteres de muertos y desaparecidos trae un efecto triste entre los asistentes. En los lugares en los que hubo masacres la gente sigue con miedo. Se intentó reanimar a un muerto y esto no es posible. Vale el reconocimiento de quienes tiernamente lo intentaron pero es hora de que los directivos de la UP bajen la cortina y la disuelvan como partido y orienten su organización hacia los temas de memoria, comisión de la verdad y reparación. La cita de la UP no es con las urnas sino con la Historia. Cuenten y escriban, sin odio, lo que pasó y contribuyan a la reconciliación.

En la noche del 24 de octubre comenzó la cuenta regresiva para el Polo Democrático Alternativo (PDA) y los Progresistas de Gustavo Petro. Una parte de sus dirigencias –no todos– aprendieron en tiempo record los saberes de los liberales y los conservadores y vieron en Bogotá una especie de cerda con cientos de teticas a las que se prendieron descaradamente. Por esta razón la capital fue quedando al garete y las buenas ideas de Petro se disiparon y no tuvo más remedio que resignarse a los 140 caracteres de su cuenta de Twitter. Unos se irán y otros se resignaran a una muerte lenta. Quien no muere a su debido tiempo perece a destiempo, recordaba mi querido Byung-Chu Han, desde su despacho de la Universidad de las Artes de Berlín.

Una parte de la izquierda sólo piensa en Uribe y viceversa y por momentos la cuestión toma ribetes caricaturescos. El Coyote y Correcaminos. Más que político esto parece un asunto del que es necesario liberarse mediante un tratamiento en un diván con un psicoanalista o se corre el riesgo de perder la razón y terminar el resto de vida en un hospital psiquiátrico. Me refiero a la izquierda que idolatra a Mandela y Mujica pero no se ha puesto a escudriñar el rol histórico de estos magníficos hombres de nuestro tiempo. La estrategia triunfadora de Mandela y Mujica se basó en extender la mano a sus verdugos y gobernar sin espíritu de vindicta.

Colombia es un bosquejo y estamos ad portas de convertirlo en un país de verdad o en una corraleja humana. Se trata de un ejercicio netamente político que luego se puede resumir en una Constitución y unas leyes. Me refiero a una construcción política que establezca unas líneas democráticas que nadie debería franquear. En un futuro se podría pensar en triunfos y derrotas políticas, pero al día de hoy lo básico es la transición del país.

Esa transición hay que hacerla con Santos, Gabino, Petro, Uribe, Clara, Timochenko, Peñalosa, Ordoñez, Robledo, los generales, Martha Lucía, Vargas Lleras, Cepeda y un largo etcétera. Esa transición no la hará Simón Bolívar sino los hombres y las mujeres de este siglo que por azares del destino nacimos o nos criamos en Colombia. Más que una patria necesitamos una república con esplendores y miserias. No sería una mala idea pensar en un gobierno de transición que lleve al país hasta unos niveles mínimos de normalización política.

Mientras, un velero flota sobre las aguas diáfanas del Caribe. En el Caribe todo nace y todo muere. En el mascarón de proa han pintado una bandera blanca y sobre el bauprés se ven unas gaviotas tristes. La tripulación parece agotada y con pocos recursos y confían en llegar a un puerto seguro y quedarse allí porque están hartos de la mar salada. En el puente de mando hay un baúl que protege del agua y el viento al cuaderno de bitácora. En el cuaderno dos marineros han registrado una fecha: 23 de marzo de 2016.