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¿Triunfo de la derecha o derrota del chavismo?
Yezid Arteta Dávila / Viernes 11 de diciembre de 2015
 

Luego de las elecciones legislativas la situación de Venezuela es cierta en su esencia, pero falsa en sus detalles. Nicolás Maduro y su entorno no podrán resolver con sólo retórica los graves problemas estructurales que padece el país. La oposición, por su parte, carece de un programa creíble para superar la crisis económica que ataca a los estómagos de la gente. Maduro, en lenguaje barriobajero, habla de contrarrevolución y conspiraciones foráneas. La oposición se muestra ante las cámaras con un maquillaje muy parecido al empleado en los reinados de belleza y aborda la problemática social con bravatas carnavalescas.

Juan Domingo Perón, Jorge Eliécer Gaitán, Fidel Castro y Hugo Chávez son –sin desmeritar a otros dirigentes de América Latina– los líderes más influyentes y metatemporales del continente. La sombra del peronismo franquea de forma transversal a varias generaciones de argentinos. Los colombianos están aún por resolver la más larga guerra civil del hemisferio ocasionada por el asesinato de Gaitán. Cuba sobrevivió a la «Guerra Fría» y negocia de tú a tú con la primera potencia del planeta. Chávez modificó radicalmente la geopolítica del continente y su sombra llega hasta los confines de Europa, África y Asia.

El chavismo como fenómeno redentor, sociológico e inmaterial sobrevivirá más allá de los actuales dirigentes que se reclaman chavistas o antichavistas. El chavismo –como sucede con el peronismo- es y será un estado emocional, subjetivo y colectivo que afectará a más de una generación. El chavismo está entre los millones de venezolanos que vieron transformar sus vidas y consiguieron algo de movilidad social ascendente. Fueron los años en los que el fogoso coronel volteaba la tortilla y la sociedad vivía en una especie de «revolución permanente».

Muchos analistas aún no sé explican cómo la oposición venezolana pudo ganar unas elecciones sin tener una sola idea medianamente seria o una propuesta alternativa a la gestión del gobierno de Maduro. Surgen muchas explicaciones. Unos opinan que la derrota fue a causa de la incompetencia del equipo de Maduro para enfrentar los retos macroeconómicos, la proverbial cultura del rentismo y la corrupción en el seno del gobierno. Otros acusan a la injerencia foránea, la guerra económica y a la propaganda de origen externo como los factores que desmoralizaron a los votantes chavistas. Algunos juntan las dos explicaciones anteriores y agregan un poco de su cosecha.

La mayoría de medios colombianos tildan de «régimen» al gobierno de Venezuela. Es una pena. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica en Colombia han asesinado a 152 periodistas en los últimos años, una cifra espeluznante para un país calificado como «democrático» por los comunicadores que aún están vivos. Esto no pasa en el «régimen» venezolano. ¿Cómo se explica que en una «democracia» como la colombiana la participación electoral no supere el 50%? ¿Cómo se explica que en un «régimen» como el venezolano el índice de participación electoral alcanzó el 79,69% y 74,17% en los dos últimos comicios? Habrá que pensar en unos lentes nuevos para muchos periodistas colombianos. ¿No creen, además, que una de las llaves de la paz en Colombia está en Venezuela? ¿No?

En las legislativas del 6-D al oficialista Gran Polo Patriótico se le esfumaron 2 millones de votantes que, curiosamente, no fueron todos a parar a las listas opositoras. Con relación a las presidenciales del 2013 la Mesa de Unidad Democrática (MUD) sólo aumentó su caudal en unos 340 mil votantes. Más claro no canta un gallo. Una importante base chavista castigó al gobierno de Maduro. Bájense de la nube y vengan a ganarse el pan con nosotros, pareciera decir la voz de la calle. La MUD es un batiburrillo de grupos y grupitos sin cohesión y sin norte que seguramente implosionará y más aún cuando venga la repartición del botín burocrático. Así son las cosas al otro lado de nuestra frontera.

Se habla de diálogo en Venezuela. ¿Qué clase de diálogo? Pienso en tres modos posibles. El primero podría llevarse a cabo a la manera como lo hacen Ludovico Settembrini y Leo Naptha en la Montaña Mágica de Thomas Mann: dialéctico y argumental. El segundo no es en realidad un diálogo sino una relación entre maestro y discípulo -uno habla y el otro escucha, aprende y practica- tal como ocurre en las películas de los guerreros Shaolin. El tercer diálogo puede parecerse a guisa de Don Quijote y Sancho Panza: un orate que dice cosas sabias e inteligentes y un glotón que argumenta con base en galimatías mientras sueña con una sopa de garbanzos. Lo otro es que no dialoguen y se atengan a las consecuencias: la violencia disparatada y fuera de control. La «negatividad abstracta», escribía Hegel.

Los venezolanos saben muy bien lo que es la violencia irracional porque la vivieron durante el “Caracazo” de 1989. El paquete neoliberal estalló como una bomba de relojería en la cara del presidente Carlos Andrés Pérez. Cifras extraoficiales hablan de más 300 muertos y 2 mil desaparecidos en una semana. De ese parto viene Chávez. De esos tiros, muertos, saqueos, heridos y desaparecidos viene el chavismo. No recuerdo ahora quién fue que dijo algo así como: «…Después de azotarle, le matarán, y al tercer día resucitará…”