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Liliany Obando: “Mi única arma es el conocimiento”
Debe haber un personal cualificado, con enfoque de género, en las cárceles de mujeres del país
Renata Cabrales / Viernes 18 de diciembre de 2015
 
Liliany Obando

En medio de un panorama esperanzador para la paz del país durante los diálogos de paz en La Habana, florece la esperanza para las y los colombianos de llegar al final de esta guerra sucia que por décadas ha desolado al pueblo, pero de manera más directa a mujeres y niños(as).

Uno de los avances celebrados por el movimiento de mujeres ha sido la Subcomisión de Género, cuyo mayor objetivo es lograr que el papel de las mujeres en medio del conflicto se reconozca de manera diferencial, esto con el fin de promover políticas con perspectiva de género a la hora de que los acuerdos pactados en La Habana se firmen y se empiece a hacer realidad la construcción de una paz democrática.

Una paz para las mujeres privadas de la libertad, cuya condición de vulnerabilidad amerita con urgencia tribunales específicos para que su situación sea gestionada de manera efectiva y por el personal especializado. Personal que debe ser cualificado y con una formación con enfoque de género, pues en el caso de las prisioneras políticas, por su condición de supuesto delito político o “rebelión”, sus derechos están siendo vejados en todas las cárceles del país.

En una entrevista para VOZ, Liliany Obando, socióloga, ex prisionera política, nos narra, de acuerdo a su propia experiencia, cuál es la situación de las mujeres en general y las prisioneras políticas, en las cárceles del país.

Una minoría de la población carcelaria

–¿Cuáles son los derechos más vulnerados de las mujeres prisioneras?

–Las mujeres privadas de la libertad, son mujeres invisibilizadas, pues son una minoría dentro de la población carcelaria, donde todas las políticas son trazadas desde una perspectiva “neutral”, no hay una concepción de género, ni diferencial en el tratamiento en el que se vincula a una mujer a un proceso judicial y luego durante su permanencia en la cárcel. En ningún momento hay un trato diferencial para las mujeres privadas de la libertad con respecto a la población masculina.

–¿Cuáles son los principales motivos por los que las mujeres son condenadas?

–Por lo general son mujeres de escasos recursos, con muy bajo nivel de formación académica, son mujeres cabeza de familia, lo que hace que su situación sea mucho más dramática, pues de ellas depende el sustento de sus hijos. Esto hace que tomen medidas desesperadas, por ejemplo hay unas que llegan por ley 30, que es el expendio o la venta en pequeñas cantidades de droga; otras llegan por hurto, y existen algunos otros casos más graves, pero por lo general la gran mayoría llega por estas circunstancias.

–¿A algunas de ellas les han quitado los derechos sobre sus hijos (as)?

–Claro, a algunas el ICBF se los ha quitado y también hay que tener en cuenta que en este sistema penal colombiano las condenas son demasiado altas. Yo conocí mujeres que pagaban condenas de 15, 20 y 30 años, lo que las deja totalmente apartadas de sus hijos e hijas.

–¿Qué garantías tienen al conservar a los hijos dentro de las cárceles?

–Ese es otro drama porque dentro del sistema penal colombiano existen muy escasos cupos para una población infantil de los cero a los tres años, lo cual es bastante corto. Entonces los separan abruptamente de sus madres, quienes quedan completamente desgarradas por la separación y sin saber si podrán volver a verlos, sin saber el tiempo de la condena o si son trasladadas.

El “delito” de rebelión

–¿Cómo fue su historia personal y el trato recibido por ser prisionera política?

–Llegué vinculada a un proceso con falsas pruebas, vinculada con la oposición y con las organizaciones sociales que vienen de la insurgencia. En la época en la que se inició mi proceso la situación era más complicada porque estamos en una lógica de la lucha anti terrorista, entonces ya hay una justicia especializada en la que a las personas que en ese momento somos judicializadas como prisioneras políticas, se nos da un tratamiento más gravoso. Lo que de entrada quita la posibilidad de ser investigada, conservando la libertad mientras el proceso es llevado a cabo. Entonces, como en mi caso, se encierra a la persona sin haber sido condenada. Por ejemplo, yo estuve privada de mi libertad durante cuatro años sin haber sido condenada. La libertad condicional me la dieron al comprobar que la condena era injusta. En muchos casos a los delitos de rebelión se les vincula con delitos con fines terroristas.

Al comienzo del proceso colectivo yo fui la primera mujer que se vio involucrada y la primera detenida, en el proceso conocido como FARC política, con pruebas que posteriormente fueron declaradas ilegales. Sin embargo continuó y al final terminé siendo sentenciada por unas pruebas que nunca pudimos controvertir y que además eran muy endebles jurídicamente.

–¿Recibía un trato diferente en la cárcel?

–La gente en general desconoce que en Colombia existen presas y presos políticos, el mismo gobierno muchas veces lo ha negado. En el gobierno de Uribe se negó la existencia del conflicto y las personas que estábamos vinculadas por delitos de origen político éramos tratadas como terroristas, como para quitarle todo el contenido político a nuestra acción. Entonces allí empiezan las dificultades, y aunque no reconocen lo que somos, si hacen una distinción a la hora de separarnos en pabellones. Por ejemplo a los guardias se les prepara de una forma más rígida y se les dice que hay que tener más cuidado con las personas que llegan por rebelión y que es la población más peligrosa dentro de la cárcel. Y aunque esto crea imaginarios que se mantienen en la población carcelaria, impide que tengamos contacto con los demás presos, a los que con todo respeto llamamos presos sociales. Esto se traduce muchas veces como temor en los otros presos por el imaginario de que somos la población carcelaria más peligrosa.

–¿Y en algún momento sus derechos como mujer y como presa política son vulnerados?

–Sí, sobre todo cuando la guardia tiene claro que una es madre, ella sabe que la peor forma de agredir es metiéndose con la familia. Entonces, en dos ocasiones cuando llegó mi hijo el mismo guardia trató de hacerlo desnudar porque sabía que iba a visitarme a mí. Además dentro de la cárcel, como la mayoría de presos, intenté mantener mi moral, mi ética, mis principios, y resistirme a lo que hace el sistema que es despersonalizarte y desproveerte de tus derechos y de tu condición humana y hacerte sentir como el desecho de la sociedad. Entonces dentro del proceso, afortunadamente y gracias a mi formación en derechos humanos prácticamente me convertí en un peligro para ellos, porque yo sabía que tenía unos derechos y los conocía y eso era lo que trataba de trasmitirle a mis compañeros y compañeras que no tenían formación en esos temas.

–¿Casos de agresión?

–Experiencias duras de agresión hacia mí, muchas. Pues yo ejercí un papel muy activo en la denuncia por nuestros derechos y por nuestra dignidad humana que era pisoteada día a día y mi única arma es el conocimiento, conocer las leyes, los derechos y también tuve la fortuna de que organizaciones que ofrecen solidaridad y acompañamiento me ayudaran. Entonces no era una lucha tan solitaria y tuvo unos efectos, como hacer unas denuncias y se abrían unos procesos disciplinarios a la guardia, que a su vez se dio cuenta de que era más peligroso para ellos y más efectivo para nosotros. Así, todo el tiempo trataban de provocarme de manera violenta para que yo reaccionara de la misma forma porque eso les daba la oportunidad a ellos de abrirme informes disciplinarios o hacerme un traslado, cosa que nunca pudieron lograr, pues yo me encontraba sindicada dentro de la cárcel y tenía el conocimiento de que una persona sindicada no podía ser trasladada. Todo sucedió en el Buen Pastor, en Bogotá, hechos que me convirtieron en feminista, pues veía a estas mujeres guardias cumplir un papel patriarcal y represivo frente a su mismo género.