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Tras las huellas del guerrero
Sobre Klauss Zapata, joven comunista asesinado en Soacha
Marcela Linares / Jueves 7 de abril de 2016
 

Era muy niño cuando su padre le mostró por primera vez una cámara fotográfica. Su padre amaba el arte de la imagen y desde entonces lo más valioso que heredaría de su progenitor. Saber que por medio de una simple captura podía expresar emociones e ideas lo entusiasmó tanto que decidió con la tenacidad de un volcán lo que haría con su vida de allí en adelante.

Ya en la adolescencia, al joven y curioso Klaus lo inquietaban algunas cosas, vivía en Ciudad Latina, uno de los sectores más populares de la creciente Soacha de los noventa, a donde miles de familias llegaban a diario a establecerse lejos del casco urbano en búsqueda de mejores alternativas de vida, pero pronto Klaus se dio cuenta de que este fenómeno trajo consigo la sombra de la violencia que ha acompañado a muchas de estas familias. Klaus, siempre preocupado por los suyos, se preguntaba a menudo como lograr que su barrio querido fuera un ejemplo de convivencia y de paz para todos los antiguos y también para los recién llegados. Siempre quiso transformar, no solo su entorno, sino el de todos los que le rodeaban, quería que su barrio siguiera siendo el de su gallada, el de sus amigos de la infancia, ese en el que podía salir a jugar fútbol, el deporte en el que paradójicamente lo veríamos por última vez.

Tenía 17 años cuando ingresó a la Universidad Minuto de Dios decidido a convertirse en un comunicador social diferente, por eso siempre le acompañaron sus ideas renovadoras, contestatarias, ideas que habría de heredar de su padre y abuelo, dos acérrimos comunistas, opuestos desde siempre a las imposiciones de los gobiernos de turno y críticos con el actuar de la ciudadanía. Además, consideró que esta profesión se acercaba a su pasión por la fotografía y los medios audiovisuales, encontrando el camino perfecto para su desarrollo profesional.

Klaus plasmaba ya desde muy joven su pensamiento en cada actividad que realizaba, su única arma: “su novia”, como la llamaba, era una cámara semiprofesional que permanecía con él siempre como fiel testigo de sus vivencias, sus experiencias con cada amigo que se encontraba en el camino, cada lugar y cada ocasión.

Sí, Klaus sí que sabía de historias, y con la ayuda de su incondicional amiga, las retrataba tan bien que solo bastaba ver la primera imagen de una composición, un rostro o una toma, para disfrutar de su esencia. Klaus desbordaba talento, gozaba de una hipersensibilidad que le permitió siempre apreciar el otro lado de las cosas, ese, en el que muchos no se fijan, pero que permanece guardado como una piedra preciosa esperando a ser admirado por los que realmente pueden hacerlo.

Gracias a su personalidad cálida y amable fue enlazando amistades, jóvenes, niños, hombres y mujeres de organizaciones sociales y políticas lo describen como un ser sensible y comprometido con la causa revolucionaria, por un cambio social que dignificara a todos y eliminara la exclusión, por eso, siempre trabajó hombro a hombro con aquellos grupos que el común prefiere ignorar formalmente; jóvenes grafiteros, músicos de barrio, raperos y artistas callejeros se convertirían en el centro de su agudo lente para proyectarlos a otros escenarios en donde no solo lograran reconocimiento sino empoderamiento de su labor.

Tal vez fue ese sentido crítico y su preocupación por un mundo más igual lo que le cegó la vida ese oscuro 6 de marzo al final de un partido de fútbol en hechos aun sin esclarecer por las autoridades. Hacía tan solo 4 meses que empezó a militar con las Juventudes Comunistas de Soacha, y su experiencia allí habría de reforzar ese sentido rebelde que le siguió desde niño, allí se encontraría de frente con otra de sus incipientes intereses: la política. Una forma de participación que le daría los elementos para trabajar en la Junta de Acción Comunal del barrio donde residía y desde donde soñaba con aportar a una trasformación positiva en su comunidad. La muerte de Klaus ha dejado en su familia y amigos un vacío profundo; su ausencia resiente los salones de clase en la universidad, la sala de su casa y hasta el bar que frecuentaba para compartir entre algunas cervezas imágenes inéditas o grabaciones en proceso de edición con sus más allegados.

Klaus deja un legado importante en la vida de Soacha, pero no solo por el trabajo realizado y que permanecerá perenne en los corazones de quienes lo conocimos, sino como un ejemplo de que la juventud se levanta, cada día con más fuerza, y dará la pelea contra quienes se empecinan en acallarnos. Klaus es un ejemplo de eso, fue un guerrero, listo para dar la batalla con su cámara y su pensamiento, y hoy su fuerza vive entre nosotros para recordarnos que la lucha sigue, para recordarnos que no ha muerto, y que vive en cada uno de nosotros alentándonos a seguir por el camino que al igual que él, hemos escogido: un camino de igualdad y de paz.