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Había una vez...
De indios ingenieros a la urbanización en la Van Der Hammen
Lorena María Cruz Coral / Jueves 16 de junio de 2016
 

El debate sobre el futuro de la reserva Thomas Van Der Hammen ha sido foco de análisis desde distintas disciplinas. Hasta ahora es muy poco lo que se ha hablado sobre el pasado histórico que este lugar representa, además de su devenir como base fundamental en la consolidación del presente sabanero y bogotano.

Un pedacito de Sabana en medio de la Urbe

La sabana de Bogotá ha sido un sector de preferencia para el asentamiento de poblacionales debido a sus condiciones climáticas. El sitio donde se encuentra la reserva Van Der Hammen no es un espacio aislado, es quizá uno de los pocos pedazos de esa sabana virgen que representó el paraíso indígena donde habitaron los llamados muiscas y mucho más atrás la cultura herrera; la reserva está ubicada en el extremo norte de la capital de Colombia, cuenta con una extensión aproximada de 1395 hectáreas que sirven de conectividad ecológica entre el río Bogotá y los cerros orientales, así como de algunas quebradas que llegan hasta los humedales Guaymaral, Torca y La Conejera, haciendo de éste un ecosistema ambiental de preferencia para los ambientalistas y expertos en el tema.

Sin embargo, pese a las muchas cartas presentadas al actual gobierno distrital para evitar su destrucción, pareciese que no existieran las suficientes razones para mantener la declaración de reserva que tiene este lugar. Los planes presentados por el actual alcalde Enrique Peñalosa contemplan la construcción del proyecto de vivienda “ciudad paz”, el cual está pensado para tres sectores de Bogotá, uno de ellos ocupa al menos el 90% de la reserva. Estos “potreros” a los que hace referencia el alcalde representaron cientos de años atrás quizá uno de los mejores espacios para la instauración de sistemas hídricos en la ingeniería prehispánica.

Viaje al pasado en el paisaje sabanero

Muchas han sido las historias que se tejen en la Sabana. La ambiental se ha posicionado como uno de los focos más importantes en la defensa de la Van Der Hammen estableciéndose como un paso a superar por parte de la administración distrital y su proyecto urbanístico.

La Sabana de Bogotá ha sido un territorio donde se han identificado abundantes asentamientos prehispánicos que se han descrito a través de varias investigaciones arqueológicas llevadas a cabo allí. Las realizadas por Gonzalo Correal, Roberto Lleras, Marianne Cardalle, Silvya Broadbent, e incluso el mismo Thomas Van Der Hammen, entre otros muchos investigadores que han evidenciado la presencia de grupos asociados a la cultura Herrera y Muisca a partir de diversas manifestaciones como el hallazgo de instrumentos líticos hacia la zona del Tequendama, en Zipacon y Chía entre otro;, sugiere la presencia y movilidad de seres humanos a lo largo del interior de Colombia. Igualmente las investigaciones en este lugar han mostrado el establecimiento de grandes cacicazgos muiscas y asentamientos grandes como en Funza, Chía, Cota y Suba, que con el tiempo se forjaron como asentamientos de poblados españoles quienes a la llegada a América y sobre todo a la zona de la sabana de Bogotá encontraron un lugar apto para la implementación de modelos económicos tales como las haciendas. Estas casonas coloniales, que incluso aun hoy en día forman parte del paisaje, pasaron con el tiempo a ser lugares donde la consolidación del campesino y la labor del campo fue predominante. Haciendas ubicadas en la Sabana de Bogotá como Tibabuyes, El Novillero y La Conejera, entre otras, fueron fuentes primarias de la consolidación de un sistema económico que nutrió el mercado local y nacional hacia la segunda mitad del siglo XVII hasta la entrada de la república.

La hacienda La Conejera no es únicamente una casona. Una hacienda es de por sí un terreno amplio y ésta se extiende en gran parte de la polémica reserva. Fue referenciada por Camilo Pardo Umaña en su libro “Haciendas de la Sabana de Bogotá” como la hacienda con la casona antigua mas hermosa, conocida como Hacienda El Chucho. Desde sus balcones permite apreciar todo el esplendor de la grandiosa Sabana y, tras la expulsión de los jesuitas, fue rematada y adquirida por particulares; tal como sucedió con la mayoría de las haciendas ubicadas en la zona.

Pero la historia de la Hacienda y de la reserva no comienza en el siglo XVI con la colonización española. La Conejera, según el historiador Santiago Luque, en su texto “Historia de la Hacienda La Conejera 1538 – 1900”, la hacienda está ubicada sobre una antigua zona de superficies elevadas artificialmente para cultivar en la denominada Isla Suba entre el río Bogotá y el Valle de Usaquén en una zona inundable aledaña a la actual Autopista Norte, estuvo poblada antes de la llegada del imperio español casi en su totalidad por indígenas que organizaron allí un sistema de camellones en el cual los indios muiscas llevaban el agua de los humedales a los cultivos y se abastecían de recursos y alimentos.

Ingenio indígena, ingeniería prehispánica

Varias han sido las posturas entorno a la situación de la construcción en la Van Der Hammen, después de la aprobación en el concejo de Bogotá, se podría pensar que la esperanza de salvar este recinto natural parece perdida; sin embargo aún quedan quienes pondremos hasta el último de los argumentos para defender este lugar que representa un sistema de conectividad, hábitat de mariposas y otras especies, fuente natural de agua y humedales, entre otras. Uno de estos argumentos precisamente involucra el entendimiento de un pasado histórico que hasta ahora ha estado aislado al debate. Según los mismos habitantes campesinos del sitio, se han hecho referencia a ciertos restos que dejaron nuestros antepasados en el lugar, más específicamente restos que se refieren a camellones de cultivo que representaron una de las obras de ingeniería prehispánica más notables en la sabana de Bogotá.

Pero ¿que representan o significan estos llamados camellones de cultivo?. Los camellones de cultivo los presenta Ana María Boada, quien fuese una de las pocas investigadoras que han estudiado este sitio arqueológico, como superficies de tierra elevadas artificialmente creadas para que las personas cultiven. Éstos deben permanecer en un lugar alto con el fin de que las raíces de sus cultivos no permanezcan húmedas, con el objeto además de minimizar y evitar la pérdida de producción en tiempos de heladas y sequías. La instauración de los camellones de cultivo también sirvió para que los indígenas de entonces controlaran la humedad y protegieran los cultivos de las heladas. La arqueóloga Sylvia Broadbnet cuenta que debido a la elevación de los canales se presentaba un mejor drenaje y un calentamiento más rápido de las raíces y así se evitaba la compactación del suelo, especialmente en los lugares donde el subsuelo está pobremente drenado tal como sucede en los suelos cercanos al río Bogotá. Pese a las investigaciones realizadas, aún se sigue considerando que la información hasta ahora recogida es muy escasa para lograr entender gran parte del pasado histórico sobre una zona de tal importancia como ésta. Podríamos dejar por sentado cuanto nos serviría entender cómo funcionaban estas ingenierias indígenas, y el entendimiento de las mismas podría contribuir al trabajo en el campo actual mitigando el daño causado por las heladas e incluso las inundaciones. Es más que claro que nuestro campo y la expansión urbana amerita una relación amable y el identificarse con el medio es suficiente para fortalecer esta relación.

En la Sabana de Bogotá, a través de estos canales de irrigación artificial, se ha reportado presencia de construcciones prehispánicas, mostrando el aprovechamiento al máximo de las zonas potencialmente agrícolas. Algunos de estos camellones se hallaron en el club Los Lagartos, otros en la hacienda El Escritorio en la zona de Fontibón, algunas zonas en Cota y por último los que corresponden a la zona de la reserva Thomas Van Der Hammen, que podrían ser los únicos y últimos en toda la Sabana de Bogotá si tenemos en cuenta el avance urbanizador en Fontibón, Cota, Chía e incluso en el distrito donde quedan sólo algunos remanentes de lo que fue este sistema.

Son pocos los sitios de interés arqueológico hasta ahora conocidos en la zona de la Reserva pero suficientes para reconocer su importancia. Hasta ahora tenemos conocimiento de cuatro de ellos que involucran la descripción acerca de estos campos de cultivo. Éstos se describen como camellones delgados y se pueden ubicar en zonas como: Guaymaral y La Filomena con longitudes hasta de 60 metros de largo y 60 cm de altura, conformando grandes extensiones de tierra que hoy en día pueden ser apenas observados. En la hacienda La Enseñanza igualmente encontramos el levantamiento de camellones de cultivo al que se le aplicaron muestras de polen que sirvieron para reconstruir la historia de la vegetación local y el medioambiente en el área. Desde este análisis se pueden reconstruir variaciones en la vegetación a lo largo del tiempo según múltiples estudiosos del tema. Finalmente el sitio conocido como hacienda Las Mercedes se reporta el hallazgo de camellones y de material cerámico en relación a ocupaciones prehispánicas del muisca temprano y tardío.

En la Imagen tomada de google Earth, 2016 se pueden ver localizados los sitios de interés arqueológicos determinados por el distrito, a partir de las coordenadas geográficas establecidas en cada caso, ubicando lo sitios: Las Mercedes, Suba- La Conejera, La Conejera, La Enseñanza y La Filomena; todos y cada uno de ellos con vestigios culturales de ocupación prehispánica.

La instauración de estos camellones en dicho lugar no es tan azarosa, ya que al parecer los indígenas conocían muy bien el sector y su función ecológica y aprovecharon al máximo la irrigación desde los cerros en conectividad con el río Bogotá. Este sistema de riego es por lo tanto uno de los vestigios arqueológicos que contiene gran información cultural e histórica. Según lo comenta Boada en su estudio, durante los reconocimientos de suelos en los sectores de Funza, Suba y Cota observó una capa de arcilla debajo del suelo negro, explicando que estas arcillas no permiten que el suelo drene con facilidad saturando la tierra negra y por ende la capa superficial, a tal punto que no se drena a menos que se construyan zanjas.

La importancia de conservar este lugar no solo se puede leer desde la necesidad de salvaguardar los camellones como los restos de ingenierías prehispánicas, implica también el reconocimiento de sistemas de agricultura desde la cultura muisca, quienes lograron adaptarse a las condiciones climáticas de la sabana de Bogotá enfrentando sus cambios drásticos y los que implicaron altas inundaciones y crecidas de los ríos, al menos en los lugares donde esto se presentaba constantemente, como en inmediaciones de los actuales municipios Mosquera, Funza, Chía y Cota, además de sitios como Fontibón. De ahí que cada año estas sean zonas que se inunden, su naturaleza es esa, el agua reclama su lugar y a lo largo del tiempo ha sido desplazada.

Los muiscas en cambio supieron aprovechar muy bien esta circunstancia y lograron convivir con las inundaciones, manejarlas y usufructuar la tierra sin lastimarla, una lección al presente de cómo usar la Sabana de Bogotá. Desde la arqueología se puede afirmar que la destrucción de un contexto arqueológico implica la descontextualización total de su información y por ende la pérdida casi por completo de historias que pueden ser reconstruidas. Es como un libro que es leído por única vez antes de su completa destrucción. Urbanizar la reserva implica arrojar al vacío el potencial informativo que pueda surgir de allí, lastimosamente o por fortuna, desde donde se mire, no existen suficientes reservas de tipo arqueológico y la articulación ambiental evidente con la Reserva Thomas Van Der Hammen deja al futuro la posibilidad de estudiarla para el devenir de los bogotanos.

La protección del patrimonio

La cosa no termina con una breve descripción de los lugares de interés patrimonial, arqueológico e histórico. Esto va más allá del inventario realizado a través de las investigaciones que han determinado la declaración de los sitios arqueológicos e históricos de Bogotá.

La normatividad es clara cuando determina en la ley 397 de 1997 en su artículo No. 6, que los bienes que integran el patrimonio arqueológico de la nación son aquellos muebles o inmuebles que sean originarios de culturas desaparecidas, así como los restos humanos y orgánicos relacionados con esas culturas. También hace referencia a los los elementos geológicos y paleontológicos relacionados con la historia del hombre y sus orígenes. Esta ley, modificada por la Ley 1185 de 2008 en su articulo 3º sostiene “El patrimonio arqueológico comprende aquellos vestigios producto de la actividad humana y aquellos restos orgánicos e inorgánicos que, mediante los métodos y técnicas propios de la arqueología y otras ciencias afines, permiten reconstruir y dar a conocer los orígenes y las trayectorias socioculturales pasadas y garantizan su conservación y restauración”.

Más que las razones jurídicas de peso que se puedan presentar, este lugar representa para los bogotanos además de los restos sobre los que ha versado este escrito, los componentes naturales que aún circundan en la sabana. Los primeros han sido evidenciados e inventariados mediante “El plan de Manejo Arqueológico de Bogotá” que se realizó por medio del convenio establecido entre el distrito a través del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, con apoyo del observatorio de Patrimonio Cultural y Arqueológico y La Universidad de Los Andes con el Instituto Colombiano de Antropología e Historia, formulado y avalado entre 2010 y 2011, y que ahora piensa desconocerse.

Pese a los argumentos jurídicos que pueden ser muestra suficiente de la necesidad de salvaguardar nuestro patrimonio arqueológico, éstos no deben y quizá ni siquiera son los únicos argumentos que los bogotanos tenemos para defender nuestra Reserva, y es que es nuestra, hace parte de nuestra historia, del legado que dejaron los indígenas que habitaron este espacio, esos mismos que hace cientos de años consolidaron un territorio estable-amable, que con su ingenio establecieron una relación entre el buen vivir y el ambiente sano, donde el medio era un lugar para aprovecharse sanamente a diferencia de los planes proyectados que pretenden acabar con la paz de una reserva ambiental. Este patrimonio no es únicamente nuestro, hace parte del corazón del interior del país, un sitio de conexión entre los cerros y la ciudad.

¿Acaso estamos dispuestos a perder casi la única muestra del pasado indígena en cuanto a sistemas de ingenierías agrícolas de producción prehispánica se refiere y toda la información que de allí puede surgir y utilizarse? No hay hasta el momento ningún estudio que pueda levantar absolutamente toda la información que se pueda desprender, y considerarlo podría ser sumamente pretencioso. La posibilidad de llevar a cabo investigaciones y de entender el funcionamiento de este sistema genera posibilidades de fomentar un mejor uso de los suelos a nivel local e incluso nacional, recordemos el sistema hidráulico de camellones del Sinú en las llanuras de la Región Caribe y sobre la depresión momposina.

La pelea que debemos dar los bogotanos, y el país entero, no se mide únicamente en términos ambientales. En este momento está en juego nuestra historia y el patrimonio arqueológico que poco a poco se lo ha ido tragando la ciudad, ese mismo que se mantiene aún vivo en aquellos “potreros”.

Este es un aporte realizado desde la arqueología como fuente de conocimiento del pasado humano y de las huellas que dejaron nuestros ancestros para comprender y accionar en la transformación social de nuestro presente. Resulta paradójico querer construir una urbanización bajo el nombre de “Ciudad Paz”, ¿Cuál paz? No se puede hablar de paz si se atenta contra el ambiente, contra la memoria y contra nuestra historia, no se puede hablar de paz si no hay paz con justicia social, esa que reclamamos los bogotanos por encima de los intereses particulares de las constructora. Señor Alcalde, desde el interés de reconocer nuestra historia y la memoria de nuestro pueblo que lamentablemente aún carece de identidad y sirviéndonos del pasado como forma de transformación social y contribución al presente, existimos un cúmulo de ciudadanos dispuestos a no permitir que se sigan borrando las huellas de la historia. Le decimos ¡Sí a la Reserva Thomas Van Der Hammen!

Referencias Bibliográficas

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