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Columna de opinión
Retos para los revolucionarios en Colombia
Juan Carlos Jaime Fajardo / Lunes 25 de julio de 2016
 

Es [1] evidente que en estos años en Colombia está culminando un periodo de la revolución que había iniciado en la década de los 60’s del siglo pasado, y que hoy asistimos a la apertura de uno nuevo. Dicho periodo empezó a transitar hacia su fin con el ascenso del fascismo al control del Estado, proceso liderado por el ex presidente Álvaro Uribe Vélez en el año 2002. A partir de entonces se ha profundizado el despojo de territorios de las comunidades, principalmente rurales (indígenas, afrodescendientes y campesinas), imponiendo leyes como la del agua, la forestal, la de páramos y el código minero, para entregar los recursos a las multinacionales; se ha presentado un incremento vertiginoso de la inversión extranjera en el país, que pasó de dos mil millones de dólares anuales en 2002 a 26 mil millones en 2014 [2]. Esto ha venido destruyendo la economía nacional y ocasionando un mayor saqueo de nuestros recursos naturales; se eliminaron derechos laborales precarizando la clase trabajadora; se fortaleció la cultura anticomunista, y se llevó a la gran mayoría de la población a una adaptación ideológica al modelo neoliberal a pesar de las crisis económicas mundiales y los endeudamientos familiares. Es decir, el proyecto capitalista en su versión neoliberal se impuso estratégicamente ante los planes políticos del conjunto de los revolucionarios colombianos.

Esto no quiere decir que el pueblo colombiano haya dejado de luchar, al contrario, es memorable cómo a partir de la movilización indígena en 2008 el ex presidente Uribe tuvo que someterse a escuchar en territorios indígenas sus peticiones, aunque antes había dicho que no dialogaría en ninguna parte en medio de la movilización; es memorable la lucha de los estudiantes organizados en la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE) cuando en 2011 lograron echar abajo la propuesta de reforma universitaria del presidente Santos; es memorable el paro campesino que logró paralizar varios departamentos del país en 2013; es memorable el paro de los maestros en abril y mayo de 2015, con apoyo popular, en exigencia a sus demandas gremiales, entre muchas otras luchas dadas en la última década. Además vale mencionar que desde hace más de tres años vienen desarrollándose diálogos entre las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y de manera preliminar el Ejército de Liberación Nacional (ELN) con el Estado colombiano, con el propósito de fortalecer la lucha política desde sus programas revolucionarios y no como resultado de una rendición como sueña la oligarquía. Todo lo anterior evidencia que se está transitando hacia un nuevo periodo de la revolución en Colombia.

Fruto de todos estos procesos populares del periodo culminante mencionado, existe un rico acumulado de experiencias políticas, expresadas en diversidad organizativa, iniciativas económicas, educativas, culturales, comunitarias, autonomistas y territoriales tanto en el campo como en la ciudad, entre muchas otras, incluso algunas con expresiones de poder popular, constituyéndose esto en una conquista del pueblo colombiano, pues a pesar de los planes legales e ilegales para destruir dicho acumulado se logró mantener y desarrollar.

Si bien los acuerdos de La Habana posibilitan algunas condiciones políticas favorables para sectores de la izquierda y demócratas en el país, así como algunas reformas sociales como la restitución de tierras, lo que vale la pena apoyar no sólo con el plebiscito, sino ante todo estando vigilantes al cumplimiento de los acuerdos y de que no surjan nuevos planes de exterminio hacia los líderes políticos y sociales de la izquierda como ya sucedió con la Unión Patriótica y con A-Luchar a finales de los 80’s y principios de los 90’s en medio de diálogos de paz, queda pendiente el reto de conquistar la paz y una nueva sociedad.

La paz seguirá siendo un reto, pues ésta es un anhelo de muchos colombianos a pesar de ser bandera engañosa de las clases dominantes. Ya que será el resultado de transformaciones profundas del sistema económico y político vigente; la paz será el resultado de la defensa de los territorios y no del despojo por parte de las multinacionales que añoran las riquezas existentes en los lugares dejados por las guerrillas; la paz será el resultado de la organización y lucha del pueblo y no de la pacificación que quiere imponer la oligarquía, por ejemplo, con el nuevo código de policía. La paz será el resultado del desmonte del paramilitarismo y dependerá de que las fuerzas armadas defiendan la soberanía nacional y no los intereses de multinacionales que se están llevando nuestro oro, carbón, níquel, petróleo, entre otros recursos naturales.

Entonces surge el interrogante ¿cómo transitar hacia este nuevo periodo y hacia dónde proyectar este acumulado político organizativo y las luchas del pueblo? pues es claro que no se quiere un país únicamente sin guerras, lo queremos también sin miseria ni desigualdades sociales y políticas, siendo este otro reto. Ante este interrogante un camino puede ser limitar las expectativas a reformar el Estado actual, y llevar dicho acumulado político y las luchas a los brazos de la institucionalidad vigente para dejar a las nuevas generaciones la tarea de liderar el nuevo periodo; otro camino puede ser centrarse en hacer un uso alternativo de las instituciones del actual Estado y desde allí proyectar el nuevo periodo; otro camino puede ser el de articular todo ese acumulado político organizativo concretando la alianza de los poderes populares y la unidad de las organizaciones sociales y políticas de izquierda, creando nuevas instituciones legitimadas por el pueblo para desde allí dialogar y confrontar la institucionalidad vigente como etapa inicial del nuevo periodo. Sin duda, aflorarán otros caminos en esta búsqueda de los revolucionarios por la transformación social.

Para concretar dicha transformación que requiere la sociedad colombiana, considero conveniente transitar el tercer camino, pero independiente de este deseo, lo cierto es que los revolucionarios en Colombia tienen que proyectar dicho momento histórico, extrayendo lecciones del pasado, reconociendo sus fortalezas y debilidades, buscando las convergencias y superando las diferencias que en muchos casos son fruto de prejuicios teóricos antes que de investigaciones sobre la realidad concreta. Aun cuando las clases dominantes pretendan una pacificación de la sociedad colombiana, el pueblo seguirá resistiendo y soñando con una mejor sociedad y allí tendrá que construirse el nuevo periodo. En América Latina y en otras latitudes existen afortunadamente innumerables experiencias de lucha popular que pueden aportar a los actuales retos de los revolucionarios colombianos en este momento histórico.

[1Una primera versión de este artículo circuló en el periódico La Jornada del Campo de México en febrero de este año.

[2En los últimos dos años se ha presentado una disminución de dicha inversión en el país, entre otras causas por la crisis del petróleo y no por falta de garantías para los inversionistas.