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¡Nuestro sí!
Agencia Prensa Rural / Domingo 2 de octubre de 2016
 

El anuncio del cierre exitoso de las negociaciones de paz en La Habana, adelantadas entre el gobierno nacional y la guerrilla de las FARC-EP, se constituye en el suceso político quizás más importante en la historia política reciente de nuestro país, en la que la guerra había sido el eje transversal de la dimensión social, política y económica del acontecer nacional.

El acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, tal como se denomina, representa un momento definitivo en perspectiva de potenciar desde abajo un movimiento por la paz que recoja el legado de la resistencia a la guerra. Guerra impuesta por el latifundismo y los intereses de las “castas” políticas tradicionales que han dirigido a su antojo desde sus centros de poder el destino de la nación.
La superación de la guerra significa no sólo terminar con el trágico drama que suscita la confrontación armada, sino también, y por encima de todo, el punto de arranque de la construcción de un nuevo país con otros referentes éticos. Así se podrán abrir caminos a la democratización profunda de las estructuras políticas a partir de la inclusión, la reconciliación, el reconocimiento de referentes organizativos de las comunidades rurales y su territorialidad, la reivindicación de las víctimas del conflicto y el terrorismo de estado y las reformas que aspira el pueblo en su conjunto.

La firma protocolaria del acuerdo, pactada para el 26 de septiembre en Cartagena frente a los ojos de la comunidad internacional y sus instituciones, le imprimen al acuerdo un blindaje de enormes dimensiones y le dan fuerza de tratado y por tanto carácter de obligatorio cumplimiento por parte de los firmantes. Este acto, antecedido por la profunda discusión del alcance de los acuerdos por parte de las FARC y su transformación de organización alzada en armas a movimiento político civil, pone de manifiesto la emergencia en el espectro político de una propuesta organizativa con trayectoria y compromiso con el espíritu del acuerdo, que asegurará la solidez del mismo.

La misma realización de la décima conferencia de las FARC supone en este escenario el colofón de un hecho de repercusiones históricas, pues la hace una organización armada que no se disuelve en los avatares de una reinserción a medias de sus combatientes, sino que se constituye en una fuerza política que desplegará su accionar para corroborar los acuerdos.
Termina una guerra de más de cincuenta años, donde adversarios de una y otra orilla no cedieron en sus posiciones y concepción del mundo, y que al reconocer un punto de inercia de la confrontación, sin derrotados ni vencidos, tuvieron la grandeza de superar el conflicto armado para abrir un nuevo camino, por supuesto lleno de contradicciones, pero donde prime el respeto a la vida y reverdezca la democracia.

El pueblo colombiano no es un convidado de piedra, el espiral de la guerra ha afectado a las comunidades que han padecido la crudeza de su desenlace. Nos corresponde decirle Sí a la esperanza, no como expresión vacía y sin contenido, sino por el contrario, este Sí es para empezar a construir el país que merecen los que se fueron y los que vienen, los que miran en los ojos de nuestros niños y niñas, es un Sí por nuestro futuro y un Sí para reivindicar nuestros sueños.