Corporación Acción Humanitaria por la Convivencia y la Paz del Nordeste Antioqueño
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De dolor están hechos sus días
La persecución, amenaza y asesinato de campesinos del nordeste antioqueño han sido pan de cada día, por eso hoy ruegan para que no se repita la historia de crueldad que tanto han sufrido
Bibiana Ramírez / Viernes 21 de octubre de 2016
 
Homenaje a las víctimas de la vereda Cooperativa. Foto Bibiana Ramírez – APR.

Gerardo Acero. Boyacense. 66 años. Víctima de desplazamiento. Miembro de la Corporación Cahucopana. Llegó al nordeste en 1996:

Entré a la vereda Cooperativa con mi hermano y su esposa Rosa a una finca llamada La Estrella, más abajo de la Cooperativa (Puerto Nuevo Ité). La finca era de un amigo. Desde el día que llegamos estaban bombardeando y ametrallando. Cuando los helicópteros venían de frente, nos escondíamos detrás de una palmera y cuando volteaban, salíamos y seguíamos trabajando.

Como al mes me salí para Cali a reclamar unos recursos que tenía en un banco, que me los negaron. Regresé. La entrada a la vereda era por Barrancabermeja. Primero por el río Magdalena y luego el Cimitarra. Fui a coger un jonson (transporte fluvial) para subir a la casa. Me dijeron que la noche anterior habían quemado la Cooperativa. Me preocupé por mi familia.

Rosa. Boyacense. 55 años. Cuñada de Gerardo:

Hubo enfrentamientos entre el Ejército, los paracos, la guerrilla. Eso se formó un despelote. Nos tocó dejar todo botado. Desde las cuatro de la tarde se engancharon a plomo. Tuvimos que salir, cada uno con de a tres muditas de ropa y coger monte. Nos desplazamos hacia el río Tamar. Metiéndonos para el centro de la montaña pero sin ningún objetivo. Nos quemaron todo. Nos quemaron una atarraya, se nos comieron las gallinas, los marranos, las vacas. Quedamos desconcertados.

Gerardo: Fue desastroso porque, fuera del asalto, se llevaron todo lo que había y le metieron candela al caserío, cogieron a una señora que le decían la cacharrera que quedó desaparecida.

Rosa: Solo se vieron sus chanclas a la orilla del río, sabíamos que la habían matado.

Gerardo: Desde esa época se volvió muy difícil la vida. Era un caserío muy hermoso, había una cooperativa donde se hacía compra y venta de productos de los campesinos. Eso lo quemaron, se lo robaron. Robaban el mercado que uno encargaba en Barranca, si no eran los paracos o el Ejército, eran los mismos motoristas.

Dijeron que al mes volvían, y volvieron y acabaron de quemar lo que había. Me quedé solo. El hermano y la cuñada se fueron a buscar otra tierra por si nos quedábamos sin nada.

Primero estuvo una comisión que dijeron que eran paramilitares pero más adelante tuvimos la información que eran militares. Después siguieron entrando operativos muy fuertes y a cada rato se daban bala con los insurgentes quienes los esperaban en Filo de Hambre. Eran los ametrallamientos y bombardeos para el área. Nosotros en medio.

Quedarse entre el fuego cruzado

Resistí un año en esas condiciones. Cuando escuchaba los primeros tiros me levantaba y me iba, y cuando llegaban los bombardeos ya yo iba como a una hora de camino, al otro día regresaba. Crisanto y mi persona fuimos los únicos que decidimos quedarnos.

Una vez llegó un operativo militar de mil hombres. Antes de llegar a mi casa yo me les pasé por debajo en una canoa, para la hacienda del frente. Ellos tenían la costumbre de que nos atacaban y nos perseguían a los del río para acá, que era gente pobre, y a los del otro lado, donde estaban los ricos, incluso ni los trabajadores los tocaban. Yo me quedaba con ellos hasta que pasaba el operativo.

En una ocasión me asaltaron la casa los mismos militares. Yo estaba echando cosecha de maíz en otro terreno de más abajo. Cuando llegué a la casa vi que se habían comido los cerdos, las gallinas que le había guardado a la gente de la Cooperativa y las que yo tenía, sumaban como 120. Me dejaron los esqueletos dentro de la casa. En vez de gallinas había como mil gallinazos.

Duraron dos meses en ese operativo, estaban en La Cooperativa, después bajaron a La Estrella. Me habían hecho un encierro, no estaban en la loma como yo esperaba sino que se encaletaron en el pasto y cuando me di cuenta estaban ahí encima. Yo no les corrí porque nada debía, pero sí tuve prevención porque sabía que me podían matar. Me preguntaron por la guerrilla, de quién era la tierra, el ganado.

Me molestaron mucho y a lo último me dijeron que les diera una novilla. Escogieron la mejor y tocó sacar una soga y entregársela para que la amarraran. Les di una soga vieja porque sabía que se la robaban. Aporrearon la novilla, la chuzaron, ella rompió la soga y se les fue. Volvieron muy enojados, que si no les entregaba la novilla entonces que me mataban y me comían asado. Yo no les comí carreta. Yo ya estaba decidido a morir o lo que tocara.

Dejarlo todo definitivamente

En el 2001 me fui para Camelias, donde estaba el hermano y Rosa, con mucho dolor de dejar esa tierra tan hermosa. Allá siguió la misma situación. Había que salir por el área de Remedios y resulta que allá también había control paramilitar. Había que hacer un registro para entrar cualquier producto. Los medicamentos no los dejaban entrar.

Rosa: Eran miles de sacrificios. Una vez al cuñado le tocó presenciar la muerte del vecino Eduardo Montes, lo bajaron del camión y lo mataron en presencia de la gente. La mayoría de la gente aguantábamos hambre por miedo a salir. A muchos conocidos de nosotros los hacían pasar por guerrilleros, cuando sabíamos que eran sembradores de yuca, trabajadores del campo.

Por Camelias también nos tocaron muchos bombardeos, muchas muertes. Pasaban al lado de la montaña esos Kfir, los helicópteros, las marranas, como les decimos al que bota las bombas, es lenta, pero miedosa. Vivíamos escondiéndonos, con mucho miedo cuando el cuñado salía. Ahora es que ha cambiado un poco.

Gerardo: Las comunidades duraron veinte años sin poderse proyectar. Algunos se quedaron todo ese tiempo sin salir a Remedios o Segovia, con un morral empacado porque a cualquier momento los desplazaban o los mataban.

Tomamos la determinación de no correrle más a la guerra, de denunciar, de enfrentarlos. Empezamos a hacerle la resistencia al desplazamiento y fue cuando empezamos a hacer los equipos de acción humanitaria o de derechos humanos que más tarde le dimos nombre de Cahucopana, en el 2004. Empezamos a visibilizar con nombres propios a los que mataban a los campesinos. Se empezó a respirar un poco de tranquilidad.

De dolor y sufrimiento están hechos nuestros días. Nuestros procesos organizativos han venido pidiendo justicia con los criminales que nos han hecho daño. Los acuerdos de La Habana son un logro para las comunidades. Pero ahora el Gobierno vuelve y nos mete en una incertidumbre. No queremos volver a vivir lo mismo. La reconciliación debe ser un proyecto que se materialice porque queremos una paz integral.

Rosa: La mayoría del campesino, psicológicamente, estamos mal. Tengo recuerdos muy sangrientos. Yo no quisiera que se repitiera. Muchos tampoco. Si el pueblo tuviera conciencia, si conociera lo que hemos vivido, todo sería diferente, nos apoyarían.