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La reguetonización de la cultura
Leonardo León / Jueves 26 de enero de 2017
 

Lo que hace más de una década parecía ser una moda pasajera e intrascendente resultó ser una expresión cultural que llegó para quedarse. El reguetón se convirtió en algo transversal a la cotidianidad por el importante porcentaje de población que se siente identificada en él, los valores que representa, el capital que mueve y los imaginarios que se construyen alrededor de éste.

El reguetón se caracteriza por carecer de cualquier pretensión artística pues su intencionalidad no va más allá de insertar en las mentes sonidos básicos y letras carentes de cualquier elemento poético, literario o “político”; no critica nada, no aporta nada. Además la estructura musical no posee virtuosismo alguno, no requiere talento ni mucho menos una formación académica. Su finalidad es meramente comercial: vender un producto sin mayor valor agregado, reproduciendo los valores de la posmodernidad pues es fiel reflejo de la vida banal y pasajera, la inmediatez y sobre todo la moda, sin ningún metarrelato, sin ninguna intención de transformar la conciencia, la sociedad o el mundo.

El reguetón está pasando a cumplir el papel que venía teniendo en parte el pop: la hegemonización de la música. Las expresiones artísticas de cada país o región las fueron volviendo uniformes, dóciles, quitándoles cualquier capacidad de crítica o de revindicación al integrarlas a la economía de mercado la cual impone parámetros estéticos e ideológicos para que los artistas puedan acceder a las masas y “triunfar” de manera individual, donde lo que importa es la fama personal y no la tradición cultural a la que se debe la música.

Esta etapa en la que el reguetón está tomando la posición del pop se caracteriza por la profundización del desarme cultural. Lo nuevo radica en la temática, pues en la anterior etapa casi cualquier asunto era aceptado. Ahora, siguiendo la lógica de la neolengua orweliana según la cual entre menos pueda expresar el lenguaje menos posibilidad hay para que la gente piense, las letras solo hablan de sexo explícito o disfrazado. Y no es que este tema no pueda ser importante para la vida sino que reduce todo el sentimiento humano a ello, con el agravante de que reproduce una representación de la mujer como mercancía, como objeto y no como sujeto. La otra característica añadida es el baile pues el pop no se puede danzar, o por lo menos no en las zonas tropicales del continente, y la forma como se hace en este género refuerza radicalmente la apología exclusivamente sexual.

Las expresiones musicales populares, que obviamente siempre están en constante cambio, van paulatinamente tomando la misma estética del reguetón, a tal punto que muchos cantantes de otras vertientes pasaron a interpretar este género usando simplemente rezagos de su fuente artística para así abarcar mayor público. Con esto también la riqueza lírica y técnica se va perdiendo, las letras no cuentan cosas interesantes. La relación con la naturaleza, la historia de los pueblos, las resistencias al poder, las experiencias, los sueños, los sentimientos humanos en general (…), todo ello va dejando de existir en el imaginario por seguir la senda monotemática del reguetón.

En un país en donde la música hace parte de la cotidianidad, ya es prácticamente imposible escapar al reguetón: se escucha en el bus, en el taxi, desde el apartamento de los vecinos, en la reunión familiar, en la tienda de la esquina, en el restaurante, en el bar del fin de semana... Casi es inexistente la estación de radio en donde no pongan ese tipo de ritmos, incluso aquellas en las que se supone no tenían cabida.

Lo de la carencia política arriba dicho es entre comillas pues ninguna construcción social de masas es inocente. Política y economía no se pueden escindir. Aquí lo que se busca es que las mentes vayan perdiendo capacidad de reflexión, que se genere confusión y con ello poder ser más vulnerables al consumo trivial de cierto tipo de mercancías incluyendo los discos, la estética, las marcas, la basura cultural, como bien lo referían en tono irónico Los Prisioneros en canciones como "Sexo". En estos momentos no hay género más conservador que el reguetón en el sentido que refuerza el status quo, no lo pone en cuestión ni un ápice y si hay alguna canción que lo haga es mucho menos que marginal.

Ya habíamos visto cómo muchos habían traicionado la contracultura, como lo es el rock en algunas de sus vertientes, para comulgar con el capital, situación narrada en canciones como "Los desertores del rock" de la banda Barón Rojo. En ese sentido no sería raro ver a Juanes, si no es que ya lo hizo, cantando reguetón así como cuando abandonó el metal para abrazar el pop. Igual pasó con muchos artistas quienes abandonaron proyectos musicales colectivos para buscar el lucro individual. Seguramente esto seguirá siendo la regla.

El reguetón, si bien nació en el Caribe, encontró un caldo de cultivo perfecto en la cultura mafiosa que remplazó a otros géneros usados anteriormente por los narcotraficantes como los corridos pero que nunca lograron ser realmente expresiones de masas. Quien busca el dinero fácil, el sexo pago, la droga cotidiana, el lujo, la vida sin trascendencia… aquí encontró la música ideal, no importa si carece de talento alguno, si no es capaz de escribir una frase coherente o de leer un texto más largo que un tuit. No es casual que en la Feria de las Flores un reguetonero apareciera para “cantar” con la camiseta de Pablo Escobar. Cantar entre comillas, pues no tienen que tomarse la molestia siquiera de interpretar en vivo pues ponen una pista a sonar tal como pasa en el pop. Hasta algunos futbolistas han tomado el camino fácil de cambiar los exigentes entrenamientos por dedicarse a grabar este tipo de sonidos para vender, desechando hasta su propia vocación.

Y no es que la banalidad no exista en otras escenas musciales, es que ésta es la razón de existir del reguetón. Hay por ejemplo géneros transgresores de la estética como finalidad política, otros que desechan letras cultivadas por priorizar el virtuosismo instrumental, otros cuyas temáticas buscan confrontar los parámetros morales de la cultura hegemónica u otros más que defienden el orden establecido desde una construcción elaborada. Pero encontrar un hueco artístico, político, cultural y social tan profundo es difícil de encontrar en algún otro tipo de música.

En cuanto a ideología, hasta la izquierda perdió la batalla cultural aquí. Ya es común que en espacios con población de pensamiento crítico y feminista el reguetón ocupe un espacio casi que imprescindible a la hora de bailar, estando de forma ya naturalizada pues la reprobación social a éste hace rato que dejó de existir y ¡cómo se va a mamertiar en medio de una fiesta! Se llegó al absurdo de defenderlo incluso desde esta orilla ideológica, manoseando la teoría política de una manera esquizofrénica (ver: "Si no puedo perrear no es mi revolución"), “olvidando” que la música dentro de una sociedad también tiene un papel de reproducción de la hegemonía o, de forma antagónica, una labor contrahegemónica desde la identidad de clase que provenga.

De todas formas la cultura es algo en permanente tranformación. Llegará el día en que el reguetón no sea más que un amargo recuerdo que la mayoría querrá olvidar para siempre.

@ingcritica