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Gabo: El Nobel que soñó con un Macondo de paz
 

Gabo, nuestro Gabo, el intelectual de origen popular que se obsesionó con las letras y con los relatos orales de su abuela, fue un defensor incansable de la paz. Quienes hemos podido disfrutar su obra, releído una y otra vez sus letras hasta llegar al punto del empalague, hemos advertido que la violencia y la guerra han estado siempre presentes en su obra.

Sin embargo, Gabriel García Márquez nunca hizo oda a la maldita confrontación, ni al derramamiento de sangre. Por el contrario, siempre integró la violencia en sus libros como una condena, una plaga que acabó de manera absurda la vida de sus protagonistas y que, tal vez, siempre fue narrada bajo un tono de reproche que invitaba al lector a rechazarla.

Lo que es claro es que Gabo, nuestro Gabo, no escatimó esfuerzos para denunciar en sus libros el horror de la guerra, incluso explicitó descarnadamente su horror y hasta plasmó la sevicia con la que las élites regionales trataban a los humildes pobladores de la Costa Caribe. Ese es Gabo, un intelectual que no sintió orgullo de la violencia de Colombia sino que fue un admirador del realismo mágico de nuestro pueblo. Seguro está ahora mismo con el coronel Aureliano Buendía recordando cómo sucedieron cada uno de estos 53 años de guerra entre el Estado y las FARC. Él, como testigo de esta lucha fratricida, sería el primero en celebrar el acuerdo de La Habana y, haciendo un jolgorio, pediría aprovechar esta segunda oportunidad sobre la tierra para los colombianos.

Valga recordar sus palabras al recibir el Premio Nobel de Literatura: “No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.”.