Aún canta el gallo a las 6pm
/ Jueves 24 de agosto de 2017
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Equipo de comunicaciones Anzorc
Cuando el gallo canta a las 6 de la tarde con un chillido específico o cuando el pajarito de la muerte ronda por un lugar es porque se aproxima una tragedia. Así lo narran campesinas(os) en Puerto Asís, Putumayo, y en Curumaní, Cesar.
Durante décadas, hemos escuchado este canto del gallo a la misma hora, el pájaro de la muerte ha rondado el país. Incluso, desde antes del nacimiento de las Autodefensas Campesinas en Río Blanco, Tolima, estos agüeros han presagiado dolorosos eventos en nuestros territorios.
Las Autodefensas Campesinas fueron, según cuentan, fundadas por Manuel Marulanda y Ernesto Caleño, quienes por diferencias políticas se dividieron. “Tirofijo”, como luego fue su seudónimo, se dirigió a Marquetalia a conformar la guerrilla de las FARC-EP y, por su parte, Ernesto Caleño se unió a las Convivir (Cooperativas de Vigilancia y Seguridad Privada), impulsadas por terratenientes y en especial por la gobernación de Álvaro Uribe en Antioquia y extendidas por todo el país. Siendo éstas la antesala de las Autodefensas Unidas de Colombia, grupo paramilitar que tuvo origen en Puerto Boyacá y que, a pesar de haber firmado un acuerdo de paz y supuestamente haberse desmovilizado entre el 2003 y el 2006, siguen existiendo, ahora nombradas por el gobierno como Bacrim – Bandas Criminales.
“Balas y glifosato es la ayuda del Estado para quienes nos quedamos”
Las víctimas del conflicto armado en el Tolima narran la historia del inicio de la violencia en su departamento y afirman que las FARC-EP nacieron en Río Blanco. Este fue el segundo municipio que visitamos en el marco de los talleres de Reparación Colectiva que ANZORC llevó a cabo en distintas regiones del país, teniendo como fin principal lograr el reconocimiento del campesinado como sujeto político y de derechos, a través de la construcción de una ruta de reparación colectiva diferenciada y la efectiva implementación del acuerdo final de paz, en búsqueda de la concreción de políticas públicas dirigidas a esta comunidad.
En Río Blanco, los campesinos y las campesinas nos hicieron un recuento histórico de la colonización y el surgimiento de formas de organización campesina, además de recordar los sucesos que marcaron la región por la violencia vivida en este departamento. Historias de desplazamientos forzados cometidos por paramilitares, desapariciones forzadas, allanamientos ilegales por parte de todos los grupos armados, ametrallamientos indiscriminados por el ejército; además de fumigaciones con glifosato de manera arbitraria sobre territorios ausentes de cultivos declarados ilícitos, generando problemas graves de salud en los habitantes del lugar. También comentaban que en muchas partes quienes fungían como autoridad y ley era la insurgencia, pero en varias ocasiones sus actos desencadenaban acciones de venganza por parte de grupos paramilitares que afectaban directamente a la población civil.
Historias impactantes como la desaparición forzada de un menor de edad con problemas cognitivos, a quien su madre sigue buscando sin perder la esperanza de volver a tenerlo en su hogar. Ella ve en la implementación de los acuerdos finales de paz la oportunidad de rastrear el paradero de su hijo. Relatos de violaciones y casos de violencia física contra mujeres embarazadas, entre otros actos de violación a los derechos humanos. Al escuchar las descripciones es inevitable para quienes no hemos vivido la guerra en carne propia sentir rabia, impotencia y darse cuenta de que las atrocidades de la violencia llegan a niveles de crueldad inimaginables.
La mayor parte de asistentes a este taller fueron mujeres, a quienes les han matado a sus esposos, desaparecido hijos(as) o desplazado junto a sus familiares. Sumado al sufrimiento causado a la población civil por los grupos armados al margen de la Ley, la ayuda de la institucionalidad era nula. “Balas y glifosato es la ayuda del Estado para quienes nos quedamos”, afirmaba una de las asistentes al taller, quien relata la historia de resistencia del campesinado de la región, unos teniendo que huir del conflicto mientras otros se quedaron padeciendo directamente las acciones de la guerra.
En Curumaní, Cesar, nos recibió un sol sofocante y un curioso juego de mesa llamado Siglo, un juego de azar y apuestas. Quien gana es quien saque la ficha que se aproxime o iguale el número 100, si la ficha no supera el 90 se deben pedir más fichas hasta que alguien gane.
Allí el taller se realizó con personas víctimas de la Serranía del Perijá, una zona montañosa que impacta por la imponencia de la naturaleza, con diversos pisos térmicos que hace décadas acogieron a personas tanto liberales como conservadores de distintas regiones del país.
El saber campesino de la región presagia que marzo es el mejor mes para sembrar y las cabañuelas ilustran los tiempos climáticos a lo largo del año que el campesinado sabe utilizar para realizar la mejor cosecha. Según cuentan los y las asistentes al taller, hacia los años 70’s la producción de alimentos no era rentable porque se vendía a muy bajo costo. Ante esta situación empezaron a llegar cultivos de marihuana, lo que resultaba más rentable que producir alimento. Por tanto la economía de la región empezó a volcarse hacía estos productos.
Paralelo a estas plantaciones, llegaron grupos armados ilegales. Inicialmente aparecieron “Los Locos” “que hacían de todo”, según mencionan, luego “Los Ladrillos”. Y hacia 1985 la producción de marihuana tuvo una recaída, es cuando aparecieron los primeros grupos guerrilleros en la región –grupos del ELN y de las FARC-EP- cuya presencia aumentó en 1990, pero no duraron mucho ahí. En 1993 empezaron a registrarse las primeras víctimas de la violencia. El 26 de diciembre se llevó a cabo la primera masacre en la zona, específicamente en Casacará, la cual fue perpetrada por grupos paramilitares. Desde ahí empezaron los conteos de fechas sobre asesinatos, persecución a líderes sociales, alcaldes, masacres, tomas de fincas, desplazamientos, en su gran mayoría por el paramilitarismo.
Los asistentes habían realizado listados extensos en los que se mencionaba uno por uno los hechos, con fechas, nombres, lugares, grupos implicados; era escalofriante tan solo echarle una ojeada. Las mujeres buscaban espacios privados para contarme casos de violaciones sexuales, ansiosas de que la justicia cayera sobre los actores implicados que hasta el día de hoy siguen impunes. Ellas manifiestan que lo único que han encontrado por parte de la institucionalidad es re-victimizarlas, sin encontrar apoyo frente a las heridas físicas y emocionales que dejaron sobre ellas estos agentes violentos y depravados. Ellas optan muchas veces por callar, porque lo único que encuentran es tener que revivir ese suceso que quebranta cada vez más su ser.
Aún se presentan amenazas y persecuciones a líderes y lideresas campesinas. Muchos manifiestan temor a seguir con su liderazgo, pero con una fuerza sorprendente continúan porque el motor que les impulsa es construir un mejor país para sus hijos(as). Se niegan a dejar que las nuevas generaciones caigan en este juego macabro de luchas por la tierra y el poder, siempre dejando al campesinado como ficha que recibe todo el impacto de la atroz guerra de pobres contra pobres y dejando impunes a quienes mueven las fichas desde su zona de confort y poder, lucrándose de este conflicto.
Puerto Asís, Putumayo, ha sido el último destino que acompañé en la realización del Taller de Reparación Colectiva. Un municipio lleno de contrastes, desde las mismas construcciones, unas muy lujosas, otras muy humildes y precarias. Municipio al lado izquierdo del majestuoso río Putumayo, en medio de paisajes selváticos y con la mayor población del departamento. Como sucede en los lugares más apartados del país, Putumayo ha sufrido la crueldad de conflicto armado.
Al taller llegaron personas de varias veredas y municipios del departamento y de la Zona de Reserva Campesina de la Perla Amazónica. Contaban historias de bombardeos indiscriminados por parte del ejército, falsos positivos, amenazas constantes a líderes y lideresas campesinas, y masacres como el genocidio contra la UP, la del 2007 a manos de paramilitares o la del Colegio Balsillas por parte del Ejército.
Narran cómo los niños y las personas en general del corregimiento La Aguililla quedaron con secuelas psicológicas por los bombardeos efectuados por parte del ejército en el 2012 y 2013, cuando fueron detonadas más de 20 bombas de 500 y 1000 libras en varias veredas de la cordillera. El escuchar un avión o helicóptero causaba estremecimiento y ganas de esconderse. El temor ha reinado en la región, han sido amenazados por grupos paramilitares por usar botas pantaneras y camisetas anchas, formas de vestir esenciales para el desarrollo de las labores campesinas, como caminar sobre el campo, labrar la tierra.
También han sido víctimas de torturas sanguinarias por parte de paramilitares. Muertes selectivas y sistemáticas a alcaldes, concejales y líderes causaron temor en la población de participar en escenarios políticos. Tierras llenas de minas quiebra patas enterradas por las Farc-Ep que, según cuentan los asistentes, el ejército cambiaba de lugar. Grosso modo, desde el conflicto de los años 40’s y 50’s con la guerra bipartidista, y en los años 60’s con el inicio de la explotación petrolera en el departamento y más adelante con el inicio del paramilitarismo, estos lugares han sido abatidos por varias afectaciones a los derechos colectivos e individuales de los habitantes de estas regiones.
No solo han sido afectados por el conflicto armado, también por la explotación del petróleo que contamina ríos con derramamientos de engrudos que afectan la salud del campesinado, o las fumigaciones con glifosato que causan problemas graves de salud, incluso cáncer. El conflicto, sus dinámicas, la disputa por el territorio y sus recursos se reflejan en actos como prohibir la entrada de alimento a los municipios, detenidos por el ejército, quienes señalaban de guerrilleros a todos los campesinos del lugar.
Aún sigue cantando el gallo a las 6pm
Nuestro campesinado, con sus diversas costumbres, maneras de sembrar, creencias, formas de relacionarse con la tierra y con el otro son lectores de la luna y de los sonidos del campo. En los tres municipios que visité, se describieron como personas arraigadas a la tierra, con tradiciones solidarias de compartir con sus vecinos. Usan botas pantaneras, “peinillas”, sombreros, entre otras indumentarias. Tienen agüeros relacionados con manifestaciones naturales como el sonido de un ave (el del gallo, el pajarito de la muerte, el Curruco), o ver fenómenos naturales como caminos de gusanos; relacionan las fases lunares con otros ciclos de la naturaleza, etc., que permiten anunciar tragedias, buenos tiempos, cambios de clima, momentos aptos para sembrar. También nos contaban que muchas de esas características se han abandonado por el mismo conflicto, los desplazamientos forzados han hecho que las comunidades y los vínculos sociales se dispersen y deterioren. La prevención al salir o al compartir, las amenazas por su manera de vestir, el temor a ser señalados de guerrilleros tan solo por sus características de campesinos desencadenó una sentencia de muerte en la población rural.
Los campesinos de Colombia se han visto afectados y han tenido que sufrir los dolores de la guerra, son ellos quienes deben reconstruir la historia de la violencia en el país y quienes deben tener un trato diferenciado por sus características y su manera de organizarse; por lo que el Estado debe hacer valer y reconocer los derechos del campesinado, haciendo de estos agentes políticos y participativos de la construcción de paz en el país, además de desarrollar políticas públicas de reparación diferenciada, por todas las afectaciones que han tenido que vivir, resistir y cargar a causa de la violencia que en últimas resulta ser generada por el abandono del gobierno.
La garantía de la no repetición es la principal manera de reparar a las víctimas del conflicto, por tanto en su mayoría aclaman la presencia del Estado en estas regiones, para evitar los nuevos surgimientos de conflictos y actores armados. Piden desarrollar políticas públicas que ayuden a subsanar necesidades en la población, centros educativos, centros de salud, acueducto, agua potable, vías de acceso; educación agraria en los colegios, que fomente la tradición campesina y la soberanía alimentaria en los territorios, monumentos históricos que permitan generar memoria en las comunidades, entre otras rutas de reparación. Temen por el auge del paramilitarismo en muchas regiones y que tomen el poder en las zonas en que la guerrilla estaba haciendo presencia y el Estado aún no aparece.
Grupos paramilitares que ahora están amenazando, asesinando a lideres y lideresas en todo el país, pero que el gobierno llama como hechos aislados y realizados por bandas delincuenciales, poniéndose una venda en los ojos y una vez más, dando la espalda a la ciudadanía. Aún sigue cantando el gallo a las 6pm. La esperanza de que callara con el acuerdo de paz con las FARC-EP y el inicio de los diálogos con el ELN, nos llena de fortaleza para creer que la realidad del país puede ser distinta para nuestros descendientes. Pero el fenómeno del paramilitarismo hace que se empiece a ver tragedia tras tragedia, anunciadas. En respuesta, un Estado ciego y sordo, negándose a actuar ante el resurgimiento de este monstruo.