Agencia Prensa Rural
Mapa del sitio
Suscríbete a servicioprensarural

Charles Darwin (1809-1882) y el espléndido árbol de la vida
Renán Vega Cantor / Martes 21 de abril de 2009
 

En este año se conmemoran 200 años del natalicio del científico inglés Charles Darwin y 150 de la publicación de El origen de las especies, obra que revolucionó la biología y que configuró la moderna teoría de la evolución, cuyas consecuencias se han notado en los diversos campos de la vida social, cultural e intelectual desde la segunda mitad del siglo XIX.

1. Su vida

Charles Darwin nació el 12 de febrero de 1809 en Londres, en el seno de una familia de clase media, cuyo padre era un próspero médico. En 1825 ingresó a estudiar medicina en Edimburgo, pero dos años después, en forma abrupta, luego de observar dos operaciones, comprendió que no podía ejercer dicha profesión. Tras esta frustración inicial, continuó estudios en Cambridge con la perspectiva de convertirse en un sacerdote anglicano, una actividad que seguían los miembros de la pequeña burguesía que no terminaban carreras convencionales para asegurarse un futuro estable ejerciendo en alguna parroquia de Inglaterra. Años después en su autobiografía señaló que “considerando la forma tan violenta en que he sido atacado por los ortodoxos, resulta risible que alguna vez intentara ser clérigo”.

Darwin permaneció tres años en Cambridge, donde afinó sus conocimientos en geología y botánica. En 1831 un hecho le cambió la vida e incidió en la configuración de la teoría de la evolución: se embarcó en el Beagle, un “ataúd flotante” de la marina inglesa que venía a cartografiar las costas de Sudamérica y a darle la vuelta al mundo. Este viaje de cinco años transformó al inexperto aprendiz de cura, ya que pudo conocer de manera directa la diversidad natural, en especial de América del Sur, donde descubrió especies nunca antes registradas, tuvo esporádico contacto con diversas sociedades humanas (como a los últimos habitantes de Tierra del Fuego, en la Argentina), a pie y a caballo recorrió miles de kilómetros en Brasil y otros territorios y pasó dos semanas en el archipiélago de las Galápagos.

En 1839 contrajo matrimonio con su prima Emma Wedgwood, su compañera por el resto de la vida. Vivió hasta 1841 en Londres y luego se trasladó a 25 kilómetros de esta ciudad, donde adquirió una propiedad rural de cinco hectáreas, y allí vivió hasta su muerte, en 1882. Darwin tuvo diez hijos, tres de los cuales murieron en forma prematura. Después de su viaje en el Beagle, la salud de Darwin se deterioró y contrajo una enfermedad indeterminada (tal vez el mal de chagas) que lo aquejó en forma permanente.

2. Su obra

A pesar de las enfermedades crónicas que lo aquejaban, Darwin era un investigador infatigable. Aunque él mismo decía que sólo leía y escribía durante tres horas diarias, su producción científica fue notable: publicó 17 libros, 150 artículos y escribió miles de cartas. Su método de trabajo incluyó la observación directa de la naturaleza, que realizó durante el largo viaje de cinco años por el mundo, y en la experimentación que realizaba en el jardín de su casa, con plantas y pequeños animales, así como un rigor y disciplina ejemplar en la recolección de datos.

En el archipiélago de las Galápagos, ubicado a mil kilómetros de la costa ecuatoriana, Darwin encontró un laboratorio natural que poco después iluminaría sus descubrimientos en el terreno de la biología. La diversidad de especies existentes en cada una de las islas, situadas a pocos kilómetros entre sí, lo llevó a figurarse la existencia de un antepasado común del cual descendían, y que luego en cada isla se había forjado una nueva variedad que se adaptó a las condiciones ambientales y climáticas de su nuevo hábitat. Estudió a los pinzones, unas pequeñas aves que pueblan esas islas, que presentan diferencias en su pico, como prueba de la adaptación a condiciones diversas. Con imaginación creativa, Darwin generalizó este principio observado en la fauna de las Galápagos al amplio universo de las especies, lo cual lo llevó a construir una explicación coherente sobre la evolución de la naturaleza. Por supuesto, a Darwin le parecía muy difícil aceptar la explicación dominante que consistía en decir que cada una de las especies había sido creada por Dios, tal y como se conocen y en forma separada.

De regreso a Inglaterra, al organizar el material recolectado y las notas de su diario, Darwin perfiló una explicación al “misterio de los misterios” sobre las especies. En 1838, por casualidad, llegó a sus manos el libro del clérigo Thomas Malthus sobre la población, que según el propio Darwin, le clarificó el problema. Malthus, un economista conservador, aseguraba en su escrito que la sociedad humana se rige por una contradicción insalvable: la población crece a escala geométrica mientras los recursos alimenticios aumentan en progresión aritmética, como resultado de lo cual es necesario controlar el crecimiento demográfico de los pobres, que para el mencionado economista eran el verdadero problema. Darwin supuso que tal teoría le permitía entender lo que sucedía en el mundo natural donde las especies luchan entre sí por el alimento y sólo sobreviven aquellas que tienen una mayor capacidad de adaptación.

En general, se suele exagerar la influencia de Malthus sobre Darwin y la teoría de la evolución, porque es inadecuado trasladar una teoría sobre la sociedad (falsa, por lo demás) a la naturaleza y porque entre las especies no es posible que exista progresión aritmética en la generación de alimentos, con lo cual se desmorona la pretendida aplicación del análisis maltusiano al mundo animal y vegetal. Además, la lucha por la existencia sólo es una parte del asunto, el restante, que formuló Darwin, sostiene que en esa lucha se conservan las variaciones favorables y las desfavorables tienden a desaparecer. Además, la lucha por la existencia es una metáfora, no indica que sólo se desenvuelva una guerra de todos contra todos en el mundo natural, ya que también se despliega la ayuda mutua y no es cierto que siempre sobrevivan los más fuertes, sino los que mejor se adaptan.

A comienzos de la década de 1840, Darwin había esbozado su teoría evolucionista, pero sólo la hizo pública el 24 de noviembre de 1859 cuando se edita El origen de las especies, uno de los dos libros más importantes del siglo XIX, junto a El Capital. No por casualidad Federico Engels señaló que “así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana”. Ese libro representó una revolución intelectual y cultural, similar y complementaria a la revolución copernicana que con su teoría heliocéntrica cuestionó el poder de la Iglesia Católica, que proclamaba a la tierra como el centro del universo. Este fue el primer paso. El segundo lo dio Darwin al confirmar que las especies no han sido creadas en forma separada (asestando un duro golpe a la teología dominante) sino que son resultado de un proceso evolutivo a partir de unas formas básicas, que se diversifican y expanden, en tanto otras formas mueren, construyendo el portentoso árbol de la vida.

De ese proceso evolutivo de la naturaleza no estamos excluidos los seres humanos, pues somos una forma de vida más, pero no la única, como lo explicó Darwin en su obra El origen del hombre, con lo cual nos colocaba como descendientes directos de un tipo de primates, que nos emparenta de manera directa con el reino animal. En este sentido, los escritos de Darwin cuestionaron todo lo que hasta ese momento se pensaba sobre los seres vivos, como el mismo lo expresaba en uno de sus cuadernos de apuntes: “¿Hombres procedentes de monos? Con su arrogancia, el hombre se considera a sí mismo una gran obra, digna de la intervención de una deidad. Creo que es más humilde y más cierto considerar que procede de los animales”.

Estas afirmaciones fueron escandalosas, porque en la Inglaterra victoriana se consideró que la teoría de la evolución era una herejía que cuestionaba la autoridad divina y hermanaba a los seres humanos con otros animales. Se planteó entonces una fuerte discusión entre los creacionistas y los evolucionistas, ya que la Iglesia sintió que la teoría de las especies ponía en peligro su poder ideológico y cultural. Esta disputa no es una cuestión histórica, pues hoy en los Estados Unidos los neoconservadores, tipo George Bush, niegan la teoría de la evolución, prohíben su enseñanza, e impulsan el creacionismo en centros educativos, incluyendo a universidades, bajo el pomposo nombre del “diseño inteligente”, es decir, los fundamentalistas religiosos enseñan como “Dios manda”.

3. El darwinismo social

Darwin nunca participó de manera directa en la confrontación, tanto por sus problemas de salud, como porque era reacio a las controversias públicas. Quienes lo defendieron fueron un conjunto de seguidores que formaron la escuela darwinista y de cuyas posturas se derivó lo que se conoce como “darwinismo social”.

Charles Darwin en términos políticos era más bien conservador, aunque haya sido un revolucionario en el mundo científico. Nunca se involucró de manera directa en cuestiones políticas o partidistas y tuvo una actitud indiferente respecto a los problemas sociales de su tiempo. Además, en general sus pocas opiniones sobre sociedad y cultura fueron desafortunadas, como cuando sostuvo en su diario de viaje que al contemplar a los “salvajes” de la Patagonia se apreciaba la superioridad de los ingleses, que debían llevarles la civilización a todos los pueblos atrasados.

Esta actitud contemplativa sobre la sociedad posibilitó que un círculo de amigos de Darwin constituyera una peculiar interpretación, de funestas consecuencias, conocida como “darwinismo social”, que le hizo un flaco favor a la biología y a la ciencia en general. Incluso, la denominación “supervivencia de los más aptos” no fue usada por Darwin en la edición original de El origen de las especies de 1859. Este término fue añadido en una edición posterior, luego de que fuera acuñado por el sociólogo conservador Herbert Spencer.

En un momento de efervescencia de la lucha del movimiento obrero contra el capitalismo, las clases dominantes en Inglaterra y en otros países, como los Estados Unidos, a través de sus ideólogos aplicaron de manera burda ciertos postulados evolucionistas al análisis social para justificar la desigualdad, aunque de ello no tuviera la responsabilidad Darwin. El darwinismo social fusionó ideas evolucionistas con un programa político conservador, para presentar al capitalismo como un orden natural, eterno e inmodificable, en el cual sobreviven los más aptos, en este caso los capitalistas e imperialistas. Así mismo, éstos y sus ideólogos se valieron del darwinismo para suprimir la historia, presentar la desigualdad de clases como una fatalidad insuperable y legitimar la explotación de seres humanos, pueblos y naciones.

Por estas razones, el darwinismo social se convirtió en una de las ideologías preferidas del capitalismo y el imperialismo y en Alemania fue un antecedente directo del nazismo, en lo relacionado con la persecución de las llamadas “razas inferiores” y la pretendida superioridad de la “raza aria”. En últimas, los darvinistas sociales hicieron suya la consigna del alemán Ernest Haeckel quien señalaba que la “política es biología aplicada”.

Esta interpretación reaccionaria de los aportes de Charles Darwin, que llevaban al extremo las ideas de la lucha por la existencia y la supervivencia de los más aptos, fueron cuestionadas por algunos pensadores revolucionarios, entre los que sobresalió el anarquista ruso Pior Kropotkin quien escribió un libro titulado Ayuda mutua en el que refuta la extrapolación de los principios de la naturaleza a la sociedad y recalca que, incluso en el reino animal, una de las formas fundamentales de supervivencia es la cooperación o, más exactamente, para sobrevivir en circunstancias adversas es necesaria la cooperación y la ayuda mutua. En forma enfática, hace más de un siglo, Kropotkin dijo algo que puede ser aplicado al pie de la letra a los darvinistas sociales contemporáneos, a los neoliberales: “Ni los poderes aplastantes del estado centralizado ni las enseñanzas del odio mutuo y de la lucha despiadada que proceden, adornados con los atributos de la ciencia, de filósofos y sociólogos serviciales, pueden extirpar el sentimiento de la solidaridad humana, profundamente plantado en el entendimiento y el corazón de los hombres, porque ha sido alimentado por toda nuestra evolución anterior”.

4. Sus aportes imperecederos

Las tenebrosas consecuencias del darwinismo social no deben conducir a negar las duraderas contribuciones de Charles Darwin a la ciencia, las cuales pueden resumirse diciendo que presentó una teoría coherente de la evolución no sólo para decir que este proceso existía, sino, lo más importante, para explicarlo. A su explicación la denominó selección natural, por lo cual entendió que en la naturaleza se generan individuos nuevos en forma constante ya que todo organismo produce más descendientes (o huevos o semillas) de los que pueden sobrevivir para reproducirse, y entre los individuos se da una gran variación como resultado de presiones selectivas, como el clima, los depredadores, la competencia por el espacio y el alimento y las enfermedades. Esta es la razón por la cual sobreviven aquellos que tienen capacidad de reproducirse y no por la simpleza de decir que los más fuertes eliminan a los más débiles.

Otra contribución imperecedera de Darwin consistió en señalar que la naturaleza tiene una historia que se despliega con sus propias formas y no por una fuerza externa que lleve a un fin predeterminado. La formación y desaparición de especies es un proceso permanente que no responde a creaciones independientes sino a cambios graduales a lo largo del tiempo. En otras palabras, los seres vivos no son producto de ningún creador o voluntad divina sino de procesos naturales, o como señaló Darwin en las últimas palabras de El origen de las especies: “Mientras este planeta ha ido girando según la ley constante de la gravitación, a partir de un comienzo tan sencillo se desarrollaron y están evolucionando infinitas formas, cada ves más bellas y maravillosas”. Al mismo tiempo, Darwin indicó con bastante anticipación que el ser humano no tiene un origen múltiple sino que surgió en África, lo cual era una afrenta para el mundo imperialista que en el siglo XIX saqueaba a ese continente y lo justificaba como parte del proyecto de llevar la civilización occidental, cristiana y “blanca” a los pobladores inferiores y oscuros de ese continente.

Por último, el sabio inglés estableció una pauta analítica imprescindible sobre la continuidad de la vida desde los organismos más simples hasta los más complejos, entre los que nos encontramos nosotros. Como se ha podido establecer en el siglo XX, esto significa que la vida existe sin interrupción desde hace 3.500 millones de años y nosotros sólo somos un eslabón más de esa cadena vital, por lo que, con plena seguridad, con nosotros o sin nosotros, la vida va a seguir existiendo. Si este principio vital de supervivencia no se reconoce por los seres humanos con toda la humildad que requiere, sus consecuencias serán catastróficas tanto para nosotros como para otras formas de vida, pero de ninguna manera, ni con todas los instrumentos de destrucción inventados en el siglo XX, se eliminara la vida, que simplemente seguirá su curso sin nosotros, preservando el esplendoroso árbol que maravilló a Charles Darwin.