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Burbuja especulativa de tipo seudoacadémico en la Universidad Pedagógica Nacional
Renán Vega Cantor / Martes 28 de abril de 2009
 
Óscar Ibarra Russi, rector de la Universidad Pedagógica Nacional

En estos momentos, tanto en el capitalismo mundial como en el capitalismo gansteril colombiano, han estallado las burbujas especulativas sobre las que se había construido el sofisma que la situación económica era boyante y nos encontrábamos ante una prosperidad incontenible, con la que se anunciaban ríos de leche y miel para todos los habitantes del mundo y de este rincón de Sudamérica.

Muy pocos años duró esa burbuja especulativa que estalló cuando en los Estados Unidos cayeron los créditos inmobiliarios porque los deudores no pudieron sostener las hipotecas, elevadas en forma artificial, cuyas cotizaciones se desplomaron al quedar en evidencia que los créditos subprime (hipotecas basura) eran tóxicos financieros artificialmente inflados.

Mientras tanto, en Colombia el derrumbe de las pirámides puso de presente que el pretendido milagro económico uribista se ha basado en la legalización de los capitales narcos, paracos y mafiosos, que crearon un falso boom que culminó de manera estrepitosa a finales del año pasado cuando se fueron al suelo las pirámides, las cuales eran el resultado de la fiebre especulativa y de las mentiras y falacias de la inseguridad antidemocrática del régimen traqueto que reina en este país.

En la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) en los últimos cinco años también se armó una burbuja especulativa que resultó tan efímera, artificial y falsa como las dos burbujas señaladas anteriormente, de la cual en la actualidad no queda sino el recuerdo. Evoquemos en qué ha consistido tal burbuja y cómo se originó.

Cuando se inició la administración de Óscar Ibarra, la UPN contaba con unos ahorros de 24 mil millones de pesos y este personaje decidió, de manera apresurada y sin ningún sustento, subirse al carro de la contrarrevolución educativa del uribismo, que tiene como una de sus características principales el aumento de cobertura sin que ello se corresponda con un mejoramiento de las transferencias que el estado central hace a las universidades públicas.

Como resultado, en la UPN creció la cobertura en un 60%, lo que produjo un crecimiento real del número de estudiantes sin que al mismo tiempo se ampliaran y mejoraran las instalaciones y las condiciones de estudio y de trabajo.

El aumento inesperado y no planeado de nuestra universidad se contrarrestó con el arrendamiento de casas y edificios en los alrededores de la calle 72, convirtiendo en la práctica a nuestra Alma Mater en una universidad garaje más, como las que pululan a nuestro alrededor.

Al mismo tiempo, para disimular la presión que el aumento de estudiantes traía para las finanzas de la UPN (puesto que el presupuesto no se modificó, dado que los ingresos del Estado se mantuvieron al mismo nivel), la administración Ibarra decidió incrementar los ingresos propios, apoyándose en la venta de servicios educativos, como cursos de idiomas, y mercantilizando todas las actividades académicas.

Durante los primeros años de la administración Ibarra, cuando todavía existían ahorros, daba la impresión de que la situación de la institución era boyante y experimentaba un crecimiento sostenido, y aún no se percibía un efecto negativo sobre las cuentas de la institución y no se veía entorpecida la actividad académica.

Como había dinero, el señor Óscar Ibarra se dio a la tarea de gastarlo a manos llenas y por eso él personalmente viajó fuera del país con viáticos en dólares como nunca lo había hecho otro rector en la historia de la UPN, organizó eventos en lugares donde se pagaban costosos arriendos por horas o por días, invirtió muchos recursos monetarios en el arreglo de la finca de Siete Cueros, contrató costosos e improductivos asesores, arrendó salones y locales en los alrededores de la calle 72, embarcó a la institución en la pesadilla de Valmaría donde ha despilfarrado miles de millones de pesos para construir galpones, más propios de un gallinero que de un centro educativo, infló las capacidades y posibilidades reales del Fondo Editorial y mil cosas por el estilo.

Todo eso era posible hacerlo hasta cuando existieran ahorros y por lo mismo era una burbuja seudoacadémica, que en su lógica y funcionamiento no se diferencia de las burbujas financieras o de las pirámides, que iba a durar tanto como los ahorros, y por ello cuando éstos se agotaron estalló como una pompa de jabón.

A la administración Ibarra le sucedió como al borracho que en una noche de juerga despilfarra todo lo que tiene y al otro día, con la resaca, observa con estupor que lo vivido en esa noche fue fugaz y sin sentido y empieza a lamentarse por los gastos innecesarios cuando tiene que empezar a pagar las deudas.

El rector felicita a un egresado en Valmaría. Recreación del artista Luther Blissett.

La diferencia entre el borracho y la administración Ibarra radica en que ésta ni siquiera reconoce que ya terminó la juerga y se encuentra en la fase del guayabo, luego de haber causado todo tipo de daños y destrozos a las finanzas y a las actividades académicas de la UPN, y se encuentra endeudada hasta el cuello.

Lo que ha pasado en la UPN durante la “gestión” de Oscar Ibarra, ha sido el paso de una corta borrachera de falsa prosperidad a la dura realidad actual, cuyas consecuencias funestas estamos soportando, como puede experimentarse en la vida cotidiana de profesores, estudiantes y trabajadores.

Al respecto pueden enumerarse algunos aspectos:

la Universidad no cuenta con los elementos indispensables para laborar con dignidad;

cunde el desaseo, porque no hay personal suficiente para adelantar las tareas de mantenimiento de las instalaciones;

poco a poco se han ido devolviendo los locales alquilados, porque ya no hay con qué pagar los costosos arriendos;

el Fondo Editorial se quedó en eso, en el fondo, puesto que no existen recursos para pagar las deudas contraídas con las casas impresoras que le editaban a la UPN y ya no se van a seguir publicando los libros e investigaciones de los profesores de la institución;

en aras de un crecimiento ficticio de las capacidades editoriales de la universidad se desmanteló el taller que se encontraba en la sede de la calle 72 y ahora no puede imprimirse ni tan siquiera una simple hoja de publicidad;

las revistas indexadas lo van a dejar de ser pronto, porque cada vez se torna más difícil mantener su periodicidad;

los salones son insuficientes para el desarrollo de las actividades docentes y se han tenido que improvisar como aulas otros espacios, como el antiguo salón de los espejos (hoy denominado, con mucho realismo, el microondas), o los centros de documentación;

Valmaría es un espejismo, hasta el punto que en el Plan de Desarrollo (sic) 2009-2013 no se le destina ni un peso;

se han restringido las salidas de campo, el número de monitores, los semilleros de investigación y todo aquello relacionado con las labores de apoyo y complemento a la docencia;

el trabajo de los profesores de planta se ha multiplicado, al ampliarse el número de cursos dictados;

cada vez hay más catedráticos, mal pagos y mal tratados, así como profesores ocasionales;

se han abierto nuevos programas (entre ellos Educación Comunitaria y Filosofía) en condiciones indignas e indecentes, porque no hay salones, ni profesores, ni nada, sólo miseria y desolación, pues al ofrecer programas en esas condiciones se está rebajando la calidad de la educación de una manera lamentable y vergonzosa;

abrir sedes en otros lugares del país (como en el Valle de Tenza) ha sido algo apresurado, sin respaldo alguno y muy rápido se ha demostrado su fracaso porque no se ha podido garantizar la continuidad de las carreras ofrecidas, por la poca cantidad de estudiantes que se presentan, lo cual se intenta remediar ofreciéndole a los estudiantes que se inscriben en Bogotá el cupo en Valle de Tenza si no son admitidos en la sede central

...En fin, podríamos seguir enumerando la terrible realidad que enfrenta la UPN pero para ello necesitaríamos muchas páginas.

Con todo lo anterior, no es difícil explicar porque la UPN pasó del “cielo” al “infierno” en tan poco tiempo, puesto que esa situación se ha experimentado en otros contextos y otras instituciones que han vivido épocas de bonanzas efímeras, sustentadas en burbujas especulativas, que estallan en el momento en que se acaban sus débiles soportes.

Y esos soportes se agrietaron en la UPN hace varios años (por lo menos en el 2006), en razón de lo cual lo que venimos soportando es, nada más ni nada menos que la tugurización acelerada, la caída libre de la calidad académica y el empeoramiento de las condiciones para estudiar y trabajar en lo que nos queda de universidad.

En este contexto, lo único que falta, para rematar la crítica situación de la Universidad, tras la falaz prosperidad de los tiempos de la burbuja seudoacadémica de la administración Ibarra, es vender las propiedades de la UPN, luego de haberse demostrado hasta la saciedad que Valmaría, el máximo engaño de esa burbuja especulativa, de seguir las cosas como están, va a dar al traste con la existencia misma de esta institución.

Si se duda de lo que estamos diciendo es bueno mirar lo que ha pasado con otras instituciones públicas y estatales como los Seguros Sociales, Telecom, Inravisión, Caja Agraria, Banco Cafetero, Hospital de la Hortúa y cientos de hospitales, centros de salud, dispensarios médicos a lo largo y ancho del país, y un interminable etcétera. Ese es el espejo en que debíamos mirarnos y dejar de creer en la burbuja de mentiras de la administración Ibarra.