Opinión
Como si fuéramos objetos inanimados
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/ Jueves 8 de marzo de 2018
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La guerra y su condena hemos de pelearla desde y fuera del frente de batalla, nuestros cuerpos han sido trincheras.
Después del tire y afloje los promotores de la violencia, quienes nunca descansan y no dan tregua, van a la conquista de tierras y terminan por colonizar cuerpos, los cuerpos de las mujeres, los cuerpos que para ellos nacieron, como designio divino, de mujer. Son cuerpos que transitan entre la diversidad del género y el sexo y el ataque es más nefasto.
A nuestros territorios, nuestros cuerpos por si no es claro, les han instaurado las hostilidades en cada extremidad, en el sexo, en los sentimientos, en la existencia, luego nos delegan la pobreza como mandato.
Los victimarios de esta apuesta por dominar la libertad de ser mujer han usado camuflado, los que tienen o tuvieron banderas usaron el tricolor nacional, el blanco, negro o el verde, han llevado fúsiles y uniformes. Unos atacaron en las selvas, en los campos, cascos urbanos o ciudades desde la insurrección popular fallida cuando nuestro cuerpo fue el botín; otros desde el establecimiento estatal traicionero como siempre.
Creyeron que violándonos castigarían a su enemigo. Las sanciones, los escarmientos, las penas, fueron compartidas con el dolor de uno y otro hombre, el lastre de las torturas metódicas solo fue un castigo individual para cada mujer.
“Un poblado colombiano venía siendo asediado por un grupo paramilitar (…) Su estrategia había sido matar líderes, uno tras otro, para amedrentar a la población. Un día volvieron sin ganas de matar y les dijeron: “¿No les duele la muerte de sus líderes? Entonces les vamos a dar por donde más les duele.” Ese día violaron a las mujeres de la comunidad, ese día dijeron que volverían para violar a las que no estaban, ese día muchos se desplazaron.” [1]
Como si fuéramos objetos inanimados, siempre en disputa, hemos tenido que sortear las aberraciones de los verdugos, desde la penetración abrupta con sus genitales u objetos, pasando por la esclavitud sexual, los abusos constantes contra quienes nos obligan a ejercer la prostitución, terminando con cualquier vejamen que pueda maquinar la mente de un hombre que desee imponer su poder en el territorio geográfico a través de la brutalidad hacia nosotras.
“Esa muchacha la acostaron boca abajo, entonces vino ese tipo y se le montó en la espalda, se le sentó en la espalda y la cogió por la cabeza y la jaló duro para atrás, la jaló duro, la estranguló y la desnucó, después de haberla desnucado, buscó unos palitos pequeños, le alzó la pollera, se la quitó y le metió unos palitos por el pan, a esa la encontraron así” [2]
Ni la niña, la negra, la indígena, la raizal, la blanca, la pobre, la campesina, la prostituta, la oficinista, la transgénero, la transexual, la que se construyó como mujer, la que tuvo entierro y la que no, la que me falte por nombrar, incluso yo, ninguna de nosotras hemos sido desplazadas tan lejos para que este u otro tipo de violencia no nos tocara. Llegando a nuestros hogares, en las calles, en reuniones con “amigos”, los violentos han atacado.
¿Y la resistencia? Está en la decisión de vivir, porque cuando la violencia ha mutilado parte de la existencia, el seguir vivas, por la motivación que hayamos encontrado, es la mayor manifestación de la resistencia femenina.
En las organizaciones de mujeres habita también parte de ésta, aquellas que se han unido en los campos y ciudades son la representación de la sororidad, ese amor entre mujeres, que en medio de las diferencias, el luchar por una vida digna nos ha conmovido y convertido en aliadas. Aunque suene muy romántico.
Chila Pineda nos recuerda que “es en el campo donde los golpes de la guerra y el conflicto armado se han sentido de manera muy fuerte. Y ellas [las campesinas] nos han enseñado la resistencia. Nos han enseñado la capacidad que tienen para reconstruir su tejido social, amoroso, familiar, pero también el Político”.
Decir que cada movilización, proyecto de ley, organización, huelga, escrito, pintura o medio que busque alertar y frenar las afrentas y maltratos que sufrimos las mujeres son un ejercicio fallido, es desconocer la lucha colectiva e individual de cada una de nosotras. Las mujeres que han descrito sus dolores y se han consignado en publicaciones o diarios personales, son ejemplos de memorias transgresoras que acompañan la lucha feminista, son ejemplo de que manifestarnos ha servido para algo.
Los debates sobre los temas de género son inaplazables, así como la necesidad ineludible que le suscita a nuestro ser y cuerpo no estar inmersos en las disputas que se libran en la guerra, vivir en nuestros hogares el maltrato psicológico y físico, ser ocultadas en la historia o desconocer los dolores que hemos padecido.
[1] Céspedes-Báez, Lina María, “Les vamos a dar por donde más les duele. La violencia sexual en contra de las mujeres como estrategia de despojo de tierras en el conflicto armado colombiano”. Revista Estudios Socio-Jurídicos, 2010, 12,(2), pp. 273-304.
[2] Centro Nacional de Memoria Histórica (2017) La guerra inscrita en el cuerpo. Informe nacional de violencia sexual en el conflicto armado, CNMH, Bogotá.