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Opinión
Héroe de carne y hueso
Nelson Lombana Silva / Domingo 23 de septiembre de 2018
 

El 22 de septiembre se conmemoró el octavo aniversario del vil asesinato del comandante fariano, Jorge Briceño, también conocido cariñosamente como el Mono Jojoy. Una lluvia de bombas cayó sobre él, mientras dormía apaciblemente con la demás guerrillerada en los llanos orientales.

El Estado Colombiano, violando el Derecho Internacional Humanitario (DIH), actuó por la espalda, a mansalva, en la soledad sonora de la noche. Desconoció olímpicamente la proporcionalidad. Se dice que bombas hasta de 80 toneladas dejaron caer los perros sabuesos del régimen capitalista.

El camarada Jorge Briceño, ante todo fue un campesino honesto y consecuente con su clase social, que luchó por más de 40 años en las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (FARC – EP), convencido que el país necesitaba un gobierno democrático, soberano y consecuente con los intereses populares de todos y todas.

Recorrió la selva con decisión y coraje. Mantuvo la unidad del movimiento guerrillero con talento y humanismo, manteniendo la mejor comunicación con su guerrillerada que ayudó a forjar con el ejemplo, el conocimiento y la práctica permanente. Pasa a la historia como uno de los mejores estrategas militares de nacionalidad colombiana al lado de hombres como Manuel Marulanda Vélez, Jacobo Arenas, Jaime Guaraca, Jerónimo Galeano, Mayerly y tantos otros de esta organización político – militar.

Como era obvio, la prensa de la oligarquía y los altos mandos militares, lo solían presentar con los peores epítetos. No lo bajaban de “asesino”, “criminal”, “forajido”, “narcotraficante”, “violento”, “agresivo”, etc.

En realidad, el comandante fariano era todo lo contrario. Los que tuvieron el privilegio de tratarlo y convivir al lado de su lucha, dan muestras fehacientes de ser una persona humana, sencilla, alegre, estudiosa y solidaria. Dicen los sobrevivientes del infernal bombardeo que al percatarse de la situación, ordenó evacuar su guardia personal para evitar el mayor número de bajas. ¿Quién hace eso en un momento tan dramático como el que se estaba presentando? Solo lo hace un revolucionario y no cualquier tipo de revolucionario.

El Consejo Local María Cano de la penitenciaría La Picota de Bogotá, patio 4, con sencillez y admiración ha recordado al camarada Jorge Briceño, ocho años después del crimen horrendo de la oligarquía colombiana. Su ejemplo vive en estos prisioneros, burlados por un proceso de paz que navega en la adversidad y el incumplimiento del Estado Colombiano. Esa moral revolucionaria férrea de estos compañeros atrapados en las mazmorras del régimen, es el mejor testimonio de la obra inmortal del heroico guerrillero inmolado hace ocho años. Su ejemplo, sigue brillando inmaculado en el firmamento colombiano. ¡Honor y gloria!