Agencia Prensa Rural

1819 – 2019, Doscientos años de independencia sin identidad y de identidad sin independencia
Pablo Catatumbo Torres Victoria / Jueves 8 de agosto de 2019
 

Al celebrar estas efemérides, pudiera decirse que el movimiento de Independencia de las colonias iberoamericanas, iniciado en Haití a comienzos de la primera década del siglo XIX, por su importancia histórica solo es equiparable a la gesta por la Independencia de los Estados Unidos. Por la envergadura de la movilización que desencadenó, podría cotejarse con la rebelión encabezada por Espartaco y sus gladiadores contra el imperio romano, y por su magnitud, sólo puede ser comparable a la revolución anticolonial de África y Asia en el siglo XX.

No obstante, un gran historiador chileno, Luis Vítale señalando sus limitaciones ha escrito:

“La revolución latinoamericana por la independencia no fue una revolución social como la francesa, pues no produjo cambios de estructura, pero cumplió una de las tareas de la revolución democrática: la de la independencia política formal.

Pero, aun siendo así, sigue diciendo Vitale, este hecho no le quita su trascendencia.

El hecho de que esa liberación nacional resultara frustrada por los lazos de dependencia que pronto se anudaron con las metrópolis europeas, no debe llevarnos a subestimar la importancia de ese gran movimiento anticolonial de una envergadura nunca antes conocida en la historia universal, en cuanto fenómeno masivo de autodeterminación de los pueblos”.

Sin lugar a dudas, es un hecho incuestionable que las mentes más avanzadas entre los hijos de españoles nacidos en América se apropiaron muy pronto de las ideas políticas del Enciclopedismo y la Ilustración, lo que a la postre le abrió las puertas a nuestra emancipación.

Fue la constatación de este suceso lo que llevó al historiador colombiano Milton Puentes a calificar a Bolívar como el “padre de las izquierdas liberales latinoamericanas”.

Pero, encontrar este camino no fue tarea fácil ni exenta de dificultades.

Muy pronto después de alcanzada la independencia muchos de los patriotas que enfrentaron con suma valentía la posesión del territorio por parte de la metrópoli, curiosamente conservaron intacta la mentalidad del invasor español y perpetuaron, por ende, la vigencia del virreinato en un suelo que continuó siendo sojuzgado por caudillos, muchos de los cuales se consideraban de mejor familia que los verdaderos nativos de este continente, los indígenas, los mestizos y obviamente, los negros, traídos del África como esclavos.

Es un hecho que algunos de los criollos que ascendieron al poder cuando los ex-colonizadores españoles tomaron las de Villadiego, consumaron su desarraigo al comportarse después como hermanos presumidos y desdeñosos de sus coterráneos. Se consideraban europeos siendo americanos. Despreciaban y desconocían la importancia refundante de lo autóctono.

Proclamaban para ellos los derechos adquiridos, pero se cuidaban de negarlos a quienes no pertenecían a su clase. Actitud que los llevaría a la arrogancia con su propia gente y al vasallaje con lo extranjero. Devinimos entonces en un país de seudo autócratas y otra vez, fallamos en encontrar la autenticidad.

Tan perdidos andaban algunos de nuestros próceres en encontrar el camino que más tarde sí encontraría el libertador Simón Bolívar, que Camilo Torres Tenorio connotado mártir de nuestra independencia escribió en el famoso Memorial de Agravios:

“Tan españoles somos, como los descendientes de Don Pelayo, y tan acreedores, por esta razón, a las distinciones, privilegios, y prerrogativas del resto de la nación, como los que, salidos de las montañas, expelieron a los moros”. Se sentía tan español como los de Castilla.

Bolívar por supuesto no sólo no compartía estos devaneos sino que más adelante habría de advertirlo en su célebre Carta de Jamaica: Los americanos, “No somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles”.

Es bien probable que esta penosa circunstancia haya sido una de las causas de que nuestra Independencia tuviese características tan especiales para haber llegado a la paradoja de proclamar la independencia sin haber accedido aun a la autonomía.

En realidad, los conflictos que, bien pronto, empezaron a surgir entre gobernantes y gobernados de la nueva república, no eran más que la expresión de las profundas diferencias existentes entre “una independencia sin identidad y una identidad sin independencia”, al decir del historiador Marcelo Velarde Cañazares

Es verdad, esa República Señorial y hacendataria, a cuya descripción y características, el gran profesor Antonio García Nossa dedicó memorables páginas, comenzó a gestarse desde los tempranos tiempos de la patria boba.

Con el correr del tiempo esa predilección enfermiza por la propiedad territorial devino en medio rentístico en el cual, tradicionalmente los señores de la tierra, fueron desde siempre ávidos acumuladores de la tierra fertil: se acostumbraron a emplear un mínimo de mano de obra, al tiempo que aseguraban la valorización, casi siempre improductiva, de sus latifundios.

Dentro de este orden de intereses se nos impuso un modelo vigente hasta hoy, que da un impulso decidido a la llamada ganadería extensiva y a algunos cultivos que no están directamente encaminados a la producción de alimentos.

Sin lugar a dudas, son estas las circunstancias, los orígenes de uno de los peores males que arrastra Colombia desde su nacimiento como república: el aberrante índice de concentración de la propiedad de la tierra y obviamente su sub-utilización.

He allí el origen del porqué todos los intentos de Reforma Agraria ensayados por gobiernos que intentaron realizar algunas reformas, desde Tomás Cipriano de Mosquera, Alfonso López Pumarejo y los Lleras, resultaron siendo desvirtuados por contrarreformas inverosímiles, cuyo contenido retardatario informa y explica en gran medida, el origen y la agudización de todas nuestras violencias.

Otra de las características fundamentales, de los males que arrastro nuestra formación como nación ha sido el leguleyismo, ese que algunos llaman santanderismo; una especie de fetichismo de la democracia formal, habilidosamente proclamada y exhibida para ocultar las lacras de nuestra fementida democracia.

Somos una sociedad como decía Gaitán de rábulas empedernidos. Sufrimos de reglamentitis y vivimos proponiendo, tramitando, sancionando y promulgando leyes para todo y para todos; leyes para cada una de los cuales se prevén siempre sopesadas y amplias salvedades que terminan convertidas en solapadas normas de conductas tramposas.

De esa manera se ha ido montando el tinglado de una farsa, muy bien descrita por mi colega Roy barreras en su magnífica obra, el culo de Antanas.

Escenario detrás de cuyo telón de fondo se esconden nuestras lacras el hambre, la miseria, el analfabetismo, la insalubridad, el deterioro ambiental, el desempleo, la ausencia de oportunidades para las grandes mayorías, el déficit de viviendas, la violencia ejercida desde arriba, el desplazamiento forzado, al lado de la más aberrante concentración de la riqueza, de una distribución del ingreso absolutamente inequitativa y de frecuentes violaciones a nuestra soberanía, realizadas para asegurar la explotación de gran parte de nuestros recursos por parte de empresas extranjeras sin el menor respeto por la conservación del ambiente.

Falta pues, mucho por hacer. Razón tenía Luis Carlos Galán, cuando en vísperas de ser asesinado dijo: “Somos más territorio que estado; y más estado que nación”.

¡Contradictorio y abstruso!, así ha sido nuestro proceso, de construccion de nacion, de búsqueda del desarrollo, y de la construcción de nuestra gobernabilidad democrática!

Sirvan estas estas modestas reflexiones, al esclarecimiento de los hechos históricos que hace dos siglos desbrozaron los caminos de nuestra primera Independencia; y de los fermentos ideológicos que nuclearon el pensamiento de nuestros antepasados mayores, entre ellos algunos como José Antonio Galán, Francisco Miranda, Antonio Nariño, José María Carbonell, Policarpa Salavarrieta y obviamente Bolívar, quienes se propusieron legarnos una Gran Patria y continúan instándonos, desde las colinas de la historia, a reemprender su construcción; a amarla y vigilarla para que nuestros descendientes no tengan que implorarla desde el hondón de la inviabilidad irreparable. La importancia de esos titanes de la historia no declina por el hecho de que sus sueños aún no se cumplen de manera cabal.

Ojalá esta ocasión de análisis, revisión y reflexión sea para todos, una especie de “pasado en presente”, como bautizó el programa televisivo desde el cual tantas luces brindó a nuestra historiografía, Fabio Lozano Simonelli.

Es indudable que nuestros mayores, al forjar la Independencia, inscribieron la historia de estas jóvenes repúblicas dentro de un proyecto emancipador, más significativo que el fin inmediato de recuperar el suelo y el aire, encadenados por el invasor. Proyecto emancipador que deviene político y al cual debemos considerar, dentro de la envergadura continental de su realización, esencialmente como un proyecto político, económico, cultural y social.

Lamentablemente la insaciable sed de mando de algunos caudillos sumada a la estrechez de miras de muchos de sus compañeros de gesta, frustró la aspiración visionaria del Libertador y nos quedamos a medio camino.

Finalmente, y para terminar mi intervención quiero cerrar diciendo:

Invitamos a todos los colombianos a propiciar en este año la recuperación crítica del aporte histórico realizado por el pueblo colombiano a la construcción de la patria durante estos dos siglos que nos anteceden.

No se puede seguir desconociendo, a los campesinos colombianos, a las mujeres colombianas, a los y las indígenas colombianas, a los negros y negras colombianas, a los trabajadores, a las juventudes, en fin, al pueblo colombiano de las políticas públicas desarrolladas por los distintos gobiernos.

No se puede seguir gobernando y legislando solo para las élites. El pueblo también cuenta. Sigamos entonces soñando y luchando por una Colombia como la que soñaron nuestros padres fundadores y en la que quepamos todos.