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Algunos ecos de la victoria del 7 de agosto, a propósito del bicentenario (Parte I)
El triunfo en el Puente de Boyacá fue posible, en primer término, porque las heroicas formaciones guerrilleras de todo el oriente de Nueva Granada actuaron mancomunadamente contra potenciales refuerzos españoles, lo mismo que con las guerrillas de la actual Boyacá y de partes de Cundinamarca
Alfredo Valdivieso / Jueves 8 de agosto de 2019
 

Con ocasión de la conmemoración del bicentenario de la Batalla de Boyacá de este 7 de agosto, se han difundido por redes sociales, y con autoría incluso de personas que se consideran bien formadas e informadas, algunas opiniones insustanciales y carentes de veracidad política e histórica, que indican algo así como que “no hay nada que celebrar; pues nos liberamos de los españoles para caer de una vez en las garras yanquis”.

Nada más alejado de la realidad. La victoria en la Batalla de Boyacá (7 De agosto de 1819) ha sido considerada por muchos, en especial por los representantes de la «historiografía oficial», como la definitiva para alcanzar la independencia en el antiguo territorio de la Nueva Granada (o Nuevo Reino de Granada); y aunque es cierto que los resultados de dicha batalla fueron decisivos, en especial por la desmoralización total que generó en los españoles, no significó que lo que subsistía de sus tropas abandonaran el territorio granadino en desbandada; por el contrario, los restos del ejército realista derrotado en el campo de Boyacá, alcanzaron a reagruparse en diferentes partes de la geografía neogranadina, sumándose a fuertes cuerpos en el norte, el occidente y el sur. Que fueron derrotados paulatinamente sin permitirles grandes concentraciones que amenazaran al centro del país.

El triunfo en el Puente de Boyacá fue posible, en primer término, porque las heroicas formaciones guerrilleras de todo el oriente de Nueva Granada actuaron mancomunadamente contra potenciales refuerzos españoles (como aconteció en la llamada «Batalla del Pienta», o masacre de Charalá), lo mismo que con las guerrillas de la actual Boyacá y de partes de Cundinamarca −léase la guerrilla de la “Mosca” Rodríguez, entre otras−; sumado a la inconformidad y rebelión de las masas contra el “Régimen del Terror” instaurado por Pablo Morillo y continuado por Juan Sámano, y por la solidaridad con las tropas libertadoras; así como por la magistral estrategia puesta en marcha por el Libertador Simón Bolívar. El General en Jefe, nada más iniciar el ascenso por la cordillera, comisionó a destacados oficiales de su ejército, con armas y pertrechos, para asistir a las guerrillas del oriente; y direccionó el ataque a profundidad en Venezuela, para obstaculizar concentraciones de apoyo en la frontera. En la “celebración” del establecimiento, la figura y genio de Bolívar ham querido ser invisibilizados.

Pero el triunfo en el Puente de Boyacá, aunado a la continuidad del accionar guerrillero en buena parte de la geografía, si bien es cierto puso en manos del Ejército Libertador a Santafé, y de ahí hacia el oriente a todo el actual país, no significó que no siguieran existiendo y fortaleciéndose ejércitos leales al rey de España. Por eso mismo y para combatir a los huidos e impedirles reagruparse en masa, el Libertador comisionó a hombres como J. Hermógenes Maza para perseguirlos hacia el norte, siguiendo el curso del río Magdalena, y a José María Córdova para acosarlos por el occidente, en especial por Antioquia y Popayán. En esa persecución se dieron importantes acciones de guerra, escaramuzas, emboscadas y hasta asesinatos –incluyendo actos de perfidia de los chapetones−, como bien refiere la obra compilada por Fray Alberto Lee López (siendo director del Archivo Nacional) «Los Ejércitos del Rey».

La campaña fluvial y naval, por todo el Magdalena hacia el Caribe, que involucró las batallas de Chorros Blancos (Yarumal, Antioquia, en febrero de 1820, que se catalogó en esa campaña), la de Cartagena de Indias (entre julio de 1820 y junio de 1821), y San Juan de Ciénaga (noviembre de 1820) fueron las más importantes en el norte, comandadas por oficiales granadinos (Maza y otros) y venezolanos, Montilla, entre otros más, que libraron de tropas realistas al norte del país; a ellas se sumaron las batallas de Riohacha y Santa Marta. Y a estas acciones hay que adicionar las llamadas «Campañas de Occidente», que involucraron buena parte del Caribe de las actuales Colombia y Venezuela (que tuvieron una tregua con ocasión del armisticio pactado en noviembre de 1820 entre Bolívar y Morillo); y por último hay que agregar, para la obtención de la independencia completa frente a la corona española de la Nueva Granada, actual Colombia, las campañas del sur, por lo menos en la parte correspondiente a Pasto y el actual departamento de Nariño, que se dieron incluso después de la considerada «batalla decisiva de la independencia de Venezuela» (Batalla de Carabobo, junio de 1821) y de proclamada la Constitución de Colombia en el Congreso de Cúcuta, julio de 1821.

El problema es que la «historiografía oficial» (representada y representante de los intereses de las élites que se hicieron con el poder tras la muerte de Bolívar), ha querido “reconstruir” a su amaño la verdadera Historia, para hacerla útil a sus intereses, en lo que se inscribe la ‘novísima’ tesis de Iván Duque del “apoyo fundamental de los padres fundadores de EE.UU. a nuestra independencia”, y a lo que en parte rinde tributo la tesis de “salir de las garras españolas para caer en las pezuñas yanquis”.

El que podríamos llamar «primer gran eco de la Batalla de Boyacá» fue la proclamación, en Santo Tomás de Angostura el 17 de diciembre de 1819, de la Ley Fundamental de la República de Colombia. En efecto en la sesión del Congreso de Angostura de ese día (registrada en el acta número 229) se aprobó dicha Ley Fundamental, antecedente y embrión de la futura Constitución proclamada en Cúcuta, año y medio después. Pero es necesario recordar que el Libertador Simón Bolívar tuvo que correr desde Santafé a Angostura, no solo con la intención de proclamar el estatuto esencial jurídico y político, sino especialmente a rendir cuentas de la Campaña de la Nueva Granada, con los triunfos de Bonza, Tópaga, Gámeza, Pantano de Vargas y Puente de Boyacá; pero además a poner «orden» y restablecer la legalidad y legitimidad instalada con el Congreso de Angostura el 15 de febrero de ese año, y que se habían roto por culpa exclusiva de la inconsecuencia del botánico neogranadino Francisco Antonio Zea, de lo que los actuales gobernantes de Colombia, la chiquita, no se atreven a hablar, por el reato de su «pecado original».

En efecto cuando Bolívar parte de Angostura rumbo a los llanos para preparar la Campaña de la Nueva Granada, deja encargado del gobierno al vicepresidente Zea, presidente además del Congreso, y este señor, ni corto ni perezoso, devuelve al gobierno de los Estados Unidos las goletas Tigre y Libertad, apresadas en el río Orinoco, en junio y julio de 1817, cuando intentando burlar la «neutralidad» que el propio gobierno yanqui había decretado (para negarle recursos a los revolucionarios), iban cargadas de armas, municiones, alimentos y vituallas con destino a las tropas españolas bloqueadas y sitiadas. Bolívar por ello mantuvo un intenso intercambio epistolar con Juan Bautista Irvine, encargado de negocios de los EE.UU., quien además de intentar seducir al Libertador con sofismas y artilugios, terminó amenazando, por lo que el General en Jefe en una célebre carta le dijo: “Para Venezuela le es indistinto luchar contra la España o contra el mundo entero, si el mundo entero la ofende”. (¿Ese será el apoyo fundamental a que se refería Duque?). Y por eso, frente a la felonía del señor Francisco A. Zea, el general Juan B. Arismendi da el primer golpe militar en la historia de Colombia, que el Libertador, investido de su autoridad acude a debelar en Angostura.

Derrotado el golpe militar, y restablecida la legalidad, se puede encargar el Congreso de la Ley Fundamental. Esta definitivamente crea la República de Colombia (ya enunciada en febrero de 1819) que fusiona al virreinato de la Nueva Granada y a la capitanía general de Venezuela. Del virreinato de Nueva Granada (cuyo nombre desaparece en la Ley Fundamental para pasar a ser departamento de Cundinamarca) hacia parte la presidencia de Quito, con lo cual queda incorporado el futuro Ecuador; la República se conforma entonces con tres departamentos, Cundinamarca, Venezuela y Quito; y provisionalmente se nombran vicepresidentes para ellos ‒exceptuando a Quito‒ y se traslada la capital de la república a Bogotá, que deja de llamarse Santafé. Pero en el ordenamiento se omite lo atinente a la libertad de los esclavos, primera y más vehemente exigencia de Bolívar al instalar el Congreso de Angostura en febrero. A ello nos referiremos en próxima entrega.

Creada Colombia como República unitaria con tres grandes departamentos, la guerra por su Independencia no puede circunscribirse a la independencia de cada parte por separado, por lo que las Batallas de Boyacá (y las demás de la extinta Nueva Granada, mencionadas); las de Carabobo y Maracaibo, entre otras en Venezuela; las de Pichincha y las demás del Ecuador son parte esencial de la guerra de emancipación de Colombia; que además no podrían entenderse ni haberse consolidado sin las victorias en Junín y Ayacucho, entre otras.

Pero en próximas entregas examinaremos por etapas esas batallas victoriosas, y los reveses; miraremos otros ecos de la victoria en Boyacá (en los que se inscriben la Revolución de los Coroneles Riego y Quiroga en España), la liberación de Antonio Nariño y sus “cartas” de denuncia; los Tratados de Trujillo, y si el papel nos alcanza, la traición de las élites a Bolívar desde Cúcuta y tras la consolidación de la Independencia, cuando el Libertador ya no les era útil. Y miraremos cómo solo después de la muerte de Bolívar, las oligarquías criollas se entregaron en brazos del imperio yanqui.