Agencia Prensa Rural
Mapa del sitio
Suscríbete a servicioprensarural

La Hicotea en la Depresión Momposina: Culinaria clandestina e identidad regional
Jairo Castro Acosta / Jueves 29 de agosto de 2019
 

En La Mojana y el San Jorge, “Cuando suena el chuzo en la concha de la Hicotea, ronca el cerro Corcovado y no hay arroz vacío”.

Después de Semana Santa, en la esquina de una calle fangosa de algún pueblo rianero de las subregiones de La Mojana y San Jorge, se escucha la conversación:

- Pariente, ¿cómo estuvo la Semana Santa?

- Primo, estuvo mala: ni hicotea comí…(silencio)… ¿Y la suya?

– ¡Oh carajo! Estuvo buena, oyó. Me comí dos en garapacho.

Quien no consume carne y huevos de hicotea durante Semana Santa, tendrá racha de mala suerte durante el resto de año. Así piensa más de uno en La Mojana, donde las supersticiones son tan comunes como en Macondo. Así que al primo del pariente parece que el año será de soledad.

En la Depresión Momposina, la peregrinación de las hicoteas por las riberas de los ríos, caños y ciénagas marca el inicio de la Cuaresma. Los lugareños que consumen hicotea soportan la inclemencia del sol y pisotean la miseria del paraíso encantado, le hacen altar a la imaginación a la hora de atrapar a sus presas en tiempos de desove.

Playa cienaguera resquebrajada por el verano.

Los galapagueros (monteadores de hicoteas) atraviesan a pie las inmensas ciénagas resquebrajadas de esta fangosa tierra prometida, en busca del pantano seco ideal donde puedan hacer sus creativas y pintorescas faenas de “galapagueo”.

Sobre sus hombros descansa la mochila de costal de fique y en una de sus manos la lanza con punta de hierro, la que maniobran para ‘chusear’ con paciencia sobre el fangoso tapizado de tarulla. El sonido que se produce del golpe de la lanza con el caparazón de la hicotea es el campanazo de alegría que libera al campesino del pecado de la carne roja. Y es que el campesino de La Mojana prefiere morir aunque no suene el chuzo en la hicotea, con tal de no llevar encima la miseria de comer carne roja en Semana Santa. Esa es la penitencia convertida en tradición gastronómica.

Monteador de Hicotea con chuzo y perro.

Los enmascarados

Otros prefieren pasar de anfibios metidos en los jagüeyes. Esconden sus rostros con máscaras de hojas del árbol de uvero para evitar ser descubiertos por las hicoteas que exponen sus cabezas al sol en la superficie del humedal. Los galapagueros, armados de una lata larga de mata de corozo que tiene un aro con malla en una de las puntas, caminan parsimoniosos en el agua del cenagal siguiendo las cabecitas negras y fijando la atención en el canto de alambre que sobresale en la superficie, la mira que les indica la distancia y el momento en que deben levantar el madero para atrapar a sus presas.

Monteador de Hicotea con el disfraz de la técnica de la Racita.

Hay otros que al caer la tarde abandonan sus viviendas para pasar toda una noche en las laderas de la ciénaga, correteando hicoteas en compañía del poderoso olfato de un perro galapaguero capaz de descubrir un galápago a una legua de distancia.

Racita: herramienta artesanal para capturar Hicoteas.

En esta tierra de todos y de nadie, la lucha constante del campesinado por asegurar los alimentos de su familia es una obra de alfarería con un escenario de riqueza alucinante, en la que la creatividad e imaginación de una cultura anfibia moldea el fango de la miseria rebuscando en los zápales las conchas que esconden las cinco piezas del reptil precioso de los Zenúes, y que para los Mojaneros y Rianeros es la única proteína en la que se esperanzan para acompañar el arroz en el plato. Pero los tiempos han cambiado y las esperanzas de comer galápago en Semana Santa son cada vez más escasas.

La extinción de la hicotea dibuja un panorama más duro que el caparazón para esta región bañada de encanto y vestida de hambruna. La carne de este animal prehistórico representa la única fuente de comida nutritiva para miles de personas que habitan en éste Caribe de ojitos de aguas morenas en situación de pobreza extrema.

Mi abuelo y nuestra suerte

En mi memoria aún reposan recuerdos de las jornadas de galapagueo con mi abuelo Héctor Acosta. Juntos monteábamos hicotea en cualquier zapal a peso de chuzo y con la amigable compañía del perro “Herodes”. Mi taita siempre me transmitió su respeto por la naturaleza y en especial por estas ciénagas que se unen entre caño y caño, y se pierden en la lejanía del cielo.

“Cuando suena el chuzo en la concha, ronca el cerro Corcovado y no hay arroz vacío”, decía mi abuelo cada vez que se agachaba a coger una hicotea. Era su rezo de gratitud. En aquellos tiempos la caza de hicoteas era un oficio hecho arte que guardaba un profundo respeto por el equilibrio ecológico de los ecosistemas y en particular por una especie que ha alimentado desde tiempos inmemorables a muchísimas generaciones y que representa el modo en el que el hombre nativo de este escurridero del Caribe afronta la pobreza abrumadora.

Hicotea en un humedal.

“Hay que buscar con paciencia, porque esto no es para flojos”, decía mi abuelo cuando pasábamos horas sin haber capturado una, y justo cuando completábamos la liga de un par de días era ritual escucharle decir: “la hicotea es comida, no mercancía, y solo se debe coger lo que se va a comer”. Razón tenía el abuelo.

Son muchos en La Mojana y el San Jorge los que ven a la especie como un fin comercial y no como el precioso alimento de los Zenúes. La inconsciencia se refleja así: “yo no busco lo que no he guardado”, y acuden a prácticas que ponen en riesgo no solo su alimento, sino el sustento de todos y la identidad cultural de una región.

Herencia de los Zenúes

Canales Zenúes, Fotografía tomada del blog CHAPOLERA.

En la Depresión Momposina aún quedan vestigios en sus valles inundables de la compleja red de canales artificiales que construyeron los Zenúes durante su asentamiento en tiempos prehispánicos. En estas tierras ejercieron la agricultura y en especial el cultivo de Maíz. La coincidencia de la eclosión de los huevos de la hicotea con la fecha de la siembra del maíz, se convirtió en un rito para los Zenúes, hasta tal punto que se debía esperar este hecho para proceder a la siembra del maíz. Para ese entonces ya se consumía la hicotea en diferentes épocas del año, dada su abundancia y facilidad de captura.

La hicotea se convierte en intermediaria o indicio favorable para atraer las lluvias en caso de sequía durante el proceso de maduración de los granos.

Es claro que el consumo de Hicotea en la Depresión Momposina tiene una profunda raíz histórica, como se evidencia en la afirmación de los autores Jairzinho Panqueba y Víctor Montaño: “Con estos antecedentes, sin duda milenarios, no es difícil entender las razones del porqué la hicotea ha ocupado un lugar preponderante en el comportamiento alimenticio de las comunidades asentadas actualmente en la zona de influencia de los ríos: Cauca, Loba, San Jorge y Sinú, y las razones por las cuales se come ritualmente en la época de Semana Santa”.

En el puerto real del municipio de San Marcos, Sucre, la pintoresca obra «El Hombre Hicotea» con sus brazos extendidos y las manos abiertas al agua dulce de la ciénaga que alimenta el río San Jorge muestra a visitantes y coterráneos la belleza infinita de la Depresión Momposina, escultura de un ser con torso y cabeza humana y el resto en forma de hicotea con caparazón. Personificación del Investigador Fals Borda al hombre de estos lares que vive la mitad del año en flagrante sequía y la otra mitad en medio de la frialdad del invierno que inunda sin piedad hasta el último terrón de este valle, soportando los embates de la vida y los cambios bruscos de la naturaleza.

Escultura «El Hombre Hicotea» Fotografía tomada del blog El Caribe Real.

Gastronomía e Identidad Cultural

El consumo de la hicotea a través del tiempo ha derivado en el planteamiento de una identidad regional. Esta preferencia regional en la cocina Mojanera y Rianera, se debe en gran parte por su profundo arraigo y carácter histórico. No obstante, el mantener viva esta tradición de cocina milenaria ha llegado a un punto de crisis con tendencia a desaparecer. Solo sobrevive en clandestinidad, con la tradición convertido en delito debido al inminente peligro de extinción de la hicotea. Al ser fauna silvestre, su captura es considerada ilegal por la ley desde el año 1989.

Presente y futuro de una especie en peligro

“Vea, a mí me da una tristeza ver esos zápales arder y ver como salen ese poco de animalitos con el caparazón prendido y algunos con las paticas quemadas, esos que hacen eso no tienen corazón”, dice un campesino de la zona de Rabón, en el municipio de San Benito Abad.

Quemas de zápales, fotografía tomada de El Heraldo.

Según los cálculos de la fundación Tortugas del Sinú, por cada temporada pueden ser cazadas alrededor de tres millones de hicoteas en los departamentos de Córdoba, Sucre y Bolívar. El año pasado fueron decomisadas por unidades de la Policía Ambiental más de 100 mil hicoteas en un solo cargamento en zona rural del municipio de San Marcos, Sucre.

Y es que para llenar el inmenso mercado de las hicoteas, se utilizan técnicas de captura muy perjudiciales a los ecosistemas. Entra las perversas prácticas encontramos las quemas extensas de zápales y la utilización de anzuelos en redes.

Pero no solo estas técnicas de caza han contribuido a la extinción de la especie; hay otros factores que también han propiciado la disminución de la Hicotea en la Depresión Momposina:

a) Alteración de la hidrodinámica por efecto de la construcción de infraestructura, tal como se señala en el documento Ulloa-Delgado G. A. & Peláez-Montes J. M., 2013: una es la carretera San Marcos-Majagual-Achí, que se construyó sin ninguna precaución ambiental, afectando significativamente los niveles de inundabilidad y haciéndolos más dramáticos en años con exacerbación de las lluvias. El otro es el dique marginal del Cauca entre Nechí y Achí, el cual fue supuestamente bien diseñado pero mal construido.

b) La proliferación de una especie invasora –Búfalo- la proliferación de búfalos, que llegaron hace unos ocho años y ya se cuentan en miles. Se están convirtiendo en una plaga para los humedales, porque llegan a destruir lugares donde las vacas no entraban, pero son más rentables para el ganadero.

c) Disminución de la calidad del agua por las actividades de minería, bien lo dice el cronista Juan Gossaín “las aguas no solo vienen cada vez más torrentosas, sino más envenenadas, con el sancocho de ácidos, cianuro y mercurio que les arrojan los mineros ilegales”.

d) Captura intensiva con fines comerciales, miles de hicoteas son extraídas de su hábitat natural para ser vendidas principalmente en los mercados de la Costa. Desde enero hasta abril su comercialización registra un aumento considerable, según estadísticas de la Corporación Autónoma Regional de Sucre (Carsucre).

Es inútil prohibir la caza de la hicotea sino se brindan alternativas que involucren a los nativos. Así lo entiende Cristian Nazzer, profesional de la Corporación para el Desarrollo Sostenible de La Mojana y del San Jorge (Corpomojana), quien viene desarrollando un piloto “Guardianes de la Hicotea” en el corregimiento de Las Pozas, municipio de San Benito Abad, experiencia que involucra a la comunidad en la conservación de la especie a través de la construcción de un estanco para la reproducción de las Hicoteas y posterior liberación de las crías en los humedales vecinos de la población, los cuales son vigilados por los pobladores integrantes del proyecto.

El principal ente ambiental de La Mojana y el San Jorge decidió pasar así de las charlas de prohibición de la especie en los medios de transporte y en las diferentes instituciones educativas de la región a la acción, involucrando para ello la participación de las comunidades locales.

Un frente en espera de acción es la proliferación de los búfalos en la región, que igualmente tiene incidencia en la extinción de la hicotea, pues no hay un ente gubernamental competente que haga control y vigilancia en la reproducción y proliferación de esta especie invasora que ha venido acabando sistemáticamente con los humedales de la zona, hábitat natural de las hicoteas.

De acuerdo al Registro Único Nacional de Áreas Protegidas – RUNAP, la región Riano-Mojanera cuenta con dos áreas protegidas que corresponden al Bosque Santa Inés con 27,84 hectáreas y el Complejo de Humedales de Ayapel con 18,82 hectáreas. Actualmente la Corporación para el Desarrollo Sostenible de La Mojana y del San Jorge trabaja en la declaratoria del Zapal el Aguacate, ubicado en el municipio de Guaranda.

La Mojana y el San Jorge poseen la mayor cantidad de helobiomas, hidrobiomas y lymnobiomas y es considerada la mayor despensa de fauna silvestre del norte del país con un alto valor ecológico, económico y sociocultural.

Son muchos los humedales de ésta región que no tienen representación en el sistema de áreas protegidas, y que deberán ser tenidos en cuenta en los procesos de ordenamiento y planificación territorial, de tal manera que las comunidades se apropien de los ecosistemas que los rodean y reivindiquen su saber sobre el equilibrio de la naturaleza.

El sociólogo Henry Huertas Arrieta, sentado en el viejo pupitre en donde imparte sus clases de historia y geografía me da la bienvenida a la Institución Educativa San Marcos. Al escuchar mi tema de consulta “extinción de las hicoteas” abre sus ojos detrás del vidrio oscurecido de las gafas que siempre lo acompañan y de inmediato lee en voz alta un fragmento de su artículo “Sin Hicotea no hay Semana Santa”, con marcada inflexión de voz sarcástica lee el titulo de uno de los artículos periodísticos citados en su trabajo: “El consumo de hicotea puede causar impotencia sexual (Tiempo, 2009)”. Suelta un par de carcajadas, menea la cabeza en señal de desacuerdo y retoma la lectura: “Enjuiciar y condenar una tradición alimentaria milenaria como el consumo de hicotea, sin el menoscabo de reconocimiento histórico, el hecho de haber alimentado y seguir alimentando la existencia y la permanencia en el tiempo de una población es totalmente una ingratitud sino se hace nada para continuar no solo preservando la especie, como lo considera el ambientalismo, sino también manteniendo su cocina”.

Mientras escucho al sociólogo y su reflexión sobre el mito de la impotencia sexual por comer hicotea, yo me acuerdo de los días en que mi abuelo me llevaba a cazarlas. Si mi abuelo hubiese tenido consecuencias sexuales por comer hicotea, yo no existiría y no habría podido escribir esta historia, que pertenece a mi vida, a mi familia, a mi pueblo, a mi región y a nuestra especie que, como la hicotea, es hija de la naturaleza.

La Cháchara