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Perspectivas inmediatas de la USO y de los trabajadores petroleros
Reflexión final del libro Petróleo y protesta obrera en Colombia, 2 tomos, Bogotá-Colombia, 2009
 

“Yo visualizo una Barrancabermeja a futuro, si las cosas siguen su ritmo actual, si la tendencia se mantiene, pues a diez años Barrancabermeja será una ciudad con muchas casas abandonadas, con media refinería chatarrizada, oxidándose, y media refinería funcionando bajo los parámetros de una empresa transnacional, con muchos comercios cerrados, con mucha población subempleada y desempleada y con un decrecimiento poblacional”.

Padre Eliécer Soto Ardila, director de Pastoral Social, en Barrancabermeja, la otra versión. Paramilitarismo, control social y desaparición forzada, 2000-2003, Banco de Datos Cinep y Credhos, Bogotá, 2004, p. 109.

“En momentos en que el capital transnacional arrasa nuestra riqueza, la USO debe levantar la bandera de la soberanía energética, convocando a ella al conjunto de los sectores populares. En medio de estas iniciativas, la USO necesita una reorganización profunda. La educación debe jugar un papel central, multiplicando las experiencias adquiridas en estos largos años de lucha y propiciando el surgimiento de una nueva generación de dirigentes”.

”Es decir, para la USO ha llegado el ahora o el nunca, y el nuevo movimiento obrero les reclama a los herederos de Mahecha mucho coraje y claridad para jalonar nuevas jornadas de lucha”.

Sergio Torres, “El movimiento obrero renuncia a su arma fundamental”, Desde Abajo, julio 18 a agosto 18 de 2004, p. 7.

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En esta obra se ha hecho un recorrido histórico de casi un siglo, rastreando la presencia y acciones de lucha y resistencia de los trabajadores petroleros colombianos, y particularmente de aquellos organizados en la Unión Sindical Obrera.

Esta reconstrucción nos ha conducido a mostrar otra cara de la historia de Colombia, comúnmente ignorada y ocultada, marcada por la presencia transformadora de los trabajadores petroleros, que con su esfuerzo hicieron posible que las multinacionales energéticas (Tropical, Colpet, Shell, Texas…) sacaran el petróleo del subsuelo y se llevaran una gran parte del mismo hacia los centros capitalistas, para mover su aparato productivo y destructivo (expresado en un modo de vida energívoro que necesita devorar petróleo a cada segundo para seguir existiendo), pero que también con su movilización lograron la reversión de la Concesión de Mares.

Hemos hecho un recorrido histórico por diversos lugares del territorio colombiano para revivir las gestas heroicas, no de las empresas petroleras como nos lo cuentan sus historias oficiales, sino de aquellos hombres anónimos que con la fuerza de sus brazos transformaron el paisaje de zonas selváticas y boscosas para que allí se instalaran los campamentos que posibilitaron la extracción de crudo y luego su envío al mercado mundial.

En este proceso las primeras generaciones de obreros petroleros debieron soportar espantosas condiciones de vida y de trabajo, en el que cientos de ellos dieron la vida, sin que nunca hubiéramos sabido ni sus nombres, porque las compañías transnacionales establecieron economías de enclave, en la que los seres humanos de origen nacional que allí se encontraban no tenían ningún valor.

Por ello, desde la implantación de la Tropical Oil Company en los terrenos aledaños a lo que luego se convirtió en Barrancabermeja, se erigió un enclave imperialista, cruel y despótico con los obreros colombianos, que habían marchado hacia ese lugar, con la perspectiva de mejorar sus condiciones de vida. Pero éstos se encontraron con una realidad completamente distinta, en la que soportaban regímenes oprobiosos de trabajo, insalubridad, enfermedades, carencias y represión. Eso mismo se repitió durante el siglo XX en todos los lugares en donde se instalaron empresas petroleras.

Estas condiciones materiales fueron el soporte sobre el cual se erigió la lucha de los trabajadores, en la cual fueron aprendiendo y forjando ideas en la medida en que recibieron diversas influencias ideológicas de corte socialista y radical.

En ese proceso de resistencia y lucha en los enclaves contra las empresas extranjeras fueron forjando una identidad y una conciencia social, en la cual emergió el sentimiento nacionalista, que llevo a alentar luchas por la reversión de las diversas concesiones, empezando por las dos más sonadas, como fueron las de Mares y Barco, en Barrancabermeja y en El Catatumbo respectivamente. Ese sentir nacionalista se alimentaba del hecho práctico de que en la vida cotidiana los trabajadores experimentaron en carne propia la explotación imperialista y el saqueo de recursos naturales.

Por esas circunstancias, los trabajadores petroleros fueron la expresión más genuina de un sentimiento nacionalista, muy distante del falso chovinismo patriotero de las clases dominantes de Colombia.

Eso se concretó en la creación de la Empresa Colombiana de Petróleos (Ecopetrol), una entidad creada no gracias a esas clases dominantes, sino precisamente en su contra, porque, como se ha evidenciado durante los casi 60 años de existencia de esa empresa pretendidamente estatal, desde su mismo origen flotó el fantasma de su desnacionalización, porque existía el propósito de no dejarla crecer porque eso podía ser mal visto por el imperialismo estadounidense y sus empresas petroleras.

Desde un principio Ecopetrol nació coja, porque la reversión de la Concesión de Mares fue parcial e incompleta (nunca se explicó, por ejemplo, porque la Tropical no devolvió al estado colombiano su flota de aviones y de automóviles) y nunca se quiso fortalecer realmente, dándole todo tipo de prerrogativas y facilidades a las multinacionales, entre ellas el ataque a los trabajadores. O, como lo dijo Diego Montaña Cuellar en 1976:

Desde el punto de vista laboral, los recortes y despojos a las conquistas realizadas por los trabajadores que no pudieron conseguir en 20 años de brega, las empresas extranjeras, los realiza Ecopetrol prevalida de su carácter estatal y de la falsa apariencia de empresa nacionalizada. Ecopetrol no es sino la careta que se han colocado las empresas extranjeras para explotar al país y a los trabajadores sin riesgo de movimientos nacionalistas y al abrigo de eventuales nacionalizaciones.

La Empresa Colombiana de Petróleos, sobre la cual puso tanto interés la causa nacionalista, en la realidad es apenas la traducción al castellano de la “Colombian Petroleum Company” [1].

Paralelamente, como los obreros eran los principales portavoces de la defensa de la empresa, también se convirtieron en el objetivo a desorganizar por parte del Estado y de las clases dominantes. Eso lo observamos en la historia que abordó el segundo volumen de esta investigación, en la que sobresalió el comportamiento antidemocrático y represivo, con prácticas típicas del terrorismo de estado, contra los trabajadores petroleros y sus luchas.

A pesar de esa represión, y en contra de ella, los trabajadores petroleros, por lo menos los de planta y los que lograron firmar convenciones colectivas, obtuvieron importantes logros en materia salarial, educativa, médica, alimenticia, recreativa y cultural.

Estos logros, elementales para cualquier ser humano –incluyendo los trabajadores asalariados- siempre fueron enrostrados por las clases dominantes como expresión de la existencia de una “oligarquía de overol”, en un país en donde nunca se ha querido redistribuir ni la tierra ni la riqueza, lo cual, entre otras cosas, explica la violencia estructural que desde hace 60 años soporta la sociedad colombiana.

Esas conquistas no fueron gratuitas ni una simple dádiva del Estado o de los capitalistas, sino el resultado de importantes movilizaciones y acciones organizadas de los trabajadores, que costaron muertos, heridos, encarcelados y despedidos.

Estas luchas marcaron toda una época en la historia de Colombia y tuvieron su punto de inflexión en la huelga petrolera del 2004 y en las acciones posteriores, de tipo antinacional, emprendidas por el régimen uribista. Ese punto de inflexión está marcado jurídicamente por la aprobación de una legislación que elimina las conquistas de los trabajadores petroleros y los unifica con todos los demás, por lo bajo, en las peores condiciones.

A partir del instante en que se jubile el último de sus actuales trabajadores, toda la nómina de Ecopetrol (si por entonces sigue portando tan mentiroso nombre) ya no disfrutará de ninguna de las conquistas históricas de la USO, con lo cual se rubricará el retroceso laboral experimentado en el país en los últimos años.

Esto hace parte del proyecto de flexibilización laboral en la industria petrolera, impulsado conjuntamente por el Estado y las multinacionales que, como vimos en esta investigación, se ha hecho mediante la combinación de todas las formas de luchas (legal, jurídica, mediática, represiva, anticomunista y, por supuesto, armada), como resultado de lo cual se ha consolidado el neoliberalismo armado, patrocinado desde y con la participación del Estado.

Esto ha apuntado a desarticular a los trabajadores y a desvertebrar la organización sindical, y ha preparado el camino para la completa desnacionalización de Ecopetrol, proyecto al que siempre se opuso abiertamente la USO.

2

La propaganda burda sobre la supuesta inevitabilidad de ese embeleco que se ha llamado “globalización” –término que encubre un vasto plan de reestructuración capitalista y laboral a nivel del mundo y el afianzamiento de la más aberrante dominación imperialista- afirma que la privatización de las empresas públicas es una necesidad para la modernización económica de los países, la inversión extranjera es una condición indispensable de desarrollo, en razón de lo cual se deben abrir las economías nacionales a la competencia indiscriminada con las multinacionales, y el Estado no debe intervenir en la economía sino sólo ser un “gendarme nocturno” de la libre acción del mercado, cuya existencia en sí mismo produce prosperidad y bienestar…

Estas son auténticas falacias, como se demuestra en estos momentos en la cuna de la ideología liberal y globalística, los propios Estados Unidos, donde una crisis de grandes proporciones en los ámbitos productivo, hipotecario y financiero, ha llevado a la masiva intervención del Estado y, léase bien, a la nacionalización de entidades financieras e hipotecarias por parte del estado estadounidense, hasta el punto de que con mofa algunos comentaristas han dicho que ahora tenemos que hablar de los “socialistas de Wall Street” [2].

Este es un aspecto que cuestiona todo el proyecto, desplegado ya durante dos décadas, de desnacionalización de las empresas públicas y desregulación plena del mercado, porque esa política se ha convertido en un bumerán para sus principales impulsores, por supuesto el capitalismo de los Estados Unidos, arrastrado hoy a una impredecible crisis económica.

Pero, adicionalmente, en materia petrolera, hace un tiempo a nivel mundial se venía cuestionando en la práctica la pretensión de privatizar las empresas petroleras y ahora nos encontramos, como tendencia dominante, con la renacionalización de la industria del petróleo, porque el dominio de las siete hermanas privadas es cosa del pasado, porque ahora dominan otras siete hermanas, todas estatales, que son: Gazprom (Rusia), Aramco (Arabia Saudita), INOC (Irán), Petronas (Malasia), CNPC (China), Petrobras (Brasil) y Pdvsa (Venezuela).

Esto se expresa en el control por parte de estas empresas del 69% de los yacimientos mundiales frente a un escaso 9% de las antiguas siete hermanas, reconvertidas en cuatro (ExxonMobil, Chevron-Texaco, BP y Royal Dutch Shell), y cuya producción sólo representa el 13% del total mundial. Quizá el caso más espectacular de reconversión nacionalista es el de la empresa rusa Gazprom, que pasó de un volumen de pérdidas anuales en 1992 –en plena efervescencia de restauración capitalista- a ser hoy una de las empresas más poderosas del sector que controla hasta un tercio de las reservas mundiales [3].

Obviamente, la contraparte está marcada por la decadencia de las antiguas compañías, empezando por la ExxonMobil, la petrolera privada más grande del mundo. Como lo señala un analista mexicano: “Se acabó la era de las transnacionales petroleras privadas y ahora se inicia el auge y ascenso irresistible de las petroleras estatales” [4].

Esa tendencia de desprivatización de la industria del petróleo también se da en países cercanos a Colombia, como sucede en Venezuela, Bolivia y Ecuador, donde se ha intentado implementar la recuperación del manejo de sus hidrocarburos, siendo el caso más avanzado el de Venezuela, cuya política activa a nivel internacional revivió a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), por la que nadie daba un peso hace una década, pero que hoy ha recuperado importancia en el mercado mundial de petróleo.

Estos elementos indican, en consecuencia, que la política de renacionalización y desprivatización en materia de hidrocarburos esta al orden del día, como resultado de la comprensión de diversos estados de la necesidad de asegurar el manejo de la energía, como parte de una política de soberanía energética que les permita enfrentar un contexto geopolítico donde cada vez adquieren más importancia el petróleo y el gas, ante su inminente agotamiento.

Pero Colombia, un país que parece marchar en contravía de los procesos históricos, se ha impuesto la política que fracasó hace algunos años en países como Rusia o China de privatizar por completo su industria petrolera. Mientras que en los países mencionados se rectifica la política suicida de privatización a ultranzas y de entrega incondicional de los recursos energéticos a las multinacionales, en Colombia se termina con lo estatal en todos los terrenos, empezando por el petróleo.

Esto se demuestra con una mirada superficial a las “realizaciones” de los últimos gobiernos en materia energética, cada uno de los cuales se ha caracterizado por ser peor que el anterior –es decir, más entreguista y antinacional. Eso ha significado el desmonte casi completo de Ecopetrol, dividida en tres empresas para satisfacer plenamente el viejo sueño reaccionario de las multinacionales de apropiarse plenamente del petróleo colombiano, para lo que cuentan con la complicidad de las clases dominantes y del Estado.

No olvidemos que, aunque Colombia no sea un país petrolero, es el séptimo abastecedor de crudo a los Estados Unidos, lo cual se evidencia en el interés del imperialismo estadounidense por asegurarse su control de los hidrocarburos nacionales, como se nota con el Plan Colombia que tiene un componente energético que no se ha destacado en forma suficiente.

Aparte de que el proyecto antinacional del estado colombiano y de las clases dominantes de este país está en contra de los procesos históricos en marcha en el mundo, también es una política que atenta contra el conjunto de habitantes de este país, si tenemos en cuenta que, como está claramente demostrado, asistimos a la fase terminal de la era del petróleo. En efecto, la energía de origen fósil tiene sus años contados, lo cual está claramente demostrado.

En lo único que hay una ligera discrepancia estriba en el tiempo que le queda a la “civilización del petróleo”, si son 30, 40 ó 50 años, con lo que no cambia para nada el problema. Aún más estamos, entre el 2008 y el 2010, en el pico máximo, el cenit dicen los expertos, de explotación de petróleo, momento en que empieza la cuenta regresiva, el poco tiempo que le queda para su desaparición plena [5].

Ante esta circunstancia, todavía resulta mucho más suicida para un país que el petróleo con que cuenta sea feriado a las multinacionales y se dirija al país del mundo más derrochador de energía, los Estados Unidos, que no da ni la más mínima muestra de querer ahorrar energía y al parecer no se ha enterado de que el petróleo se va a acabar y que ese país no intente establecer acuerdos con los territorios vecinos en los que hay petróleo.

Pues ese país suicida existe y se llama Colombia, que no está completamente solo en ese intento, pues las clases dominantes de México también lo están imitando por estos días, como se aprecia con el proyecto del partido gobernante de ese país (el PAN) de privatizar a Pemex, tras 70 años de existencia.

3

Todas las reflexiones de que se ocupa la conclusión de este libro nos remiten a considerar el tema de las perspectivas inmediatas de la USO y de los trabajadores petroleros. Y nos atrevemos a efectuar estas anotaciones, apoyándonos en las sugerencias metodológicas del notable historiador Eric Hobsbawm:

Todos los seres y sociedades humanos tienen sus raíces en el pasado –el de su familia, su comunidad, su nación u otro grupo de referencia, o incluso en el de la memoria personal- y todos definen su posición en relación con él, positiva o negativamente. Hoy día tanto como en cualquier otra época: uno casi está tentado de decir “más que nunca”. Lo que es más, la mayor parte de la acción consciente de los seres humanos que se basa en el aprendizaje, la memoria y la experiencia constituye un inmenso mecanismo que sirve para afrontar constantemente el pasado, el presente y el futuro.

Intentar prever el futuro interpretando el pasado es algo que las personas no pueden evitar. Tienen que hacerlo. Lo requieren los procesos corrientes de la vida humana consciente, por no mencionar la política pública. Y, por supuesto, tratan de predecirlo basándose en el supuesto justificado de que, en conjunto el futuro está relacionado de forma sistemática con el pasado, que a su vez no es una concatenación arbitraria de circunstancias y acontecimientos [6].

Con base en estas sugerencias, relacionemos los aspectos antes mencionados con las perspectivas de la USO, porque la política antinacional del estado colombiano ha hecho regresar a la industria petrolera del país a lo que sucedía hace un siglo, afirmación que no es ni mucho menos exagerada. Veamos este asunto con más detalle.

Hemos regresado a la era de las concesiones y de los enclaves, una época marcada por el predominio pleno de las empresas extranjeras en territorios ricos en petróleo, con el apoyo incondicional de los estados para que aquéllas hicieran los que se les antojara, o sea, que no respetaban ni a los seres humanos que allí se encontraban ni a los trabajadores sin importar la devastación de los ecosistemas y sin que, para redondear, a los países donde se encontraba el recurso les quedara nada, sólo miseria y desolación.

En Colombia se está regresando a esa época, porque zonas enteras, como la de El Centro en Barrancabermeja o Tibú en El Catatumbo, otra vez han sido cedidas a multinacionales estadounidenses y porque se han feriado instalaciones completas a otras empresas, o las mismas con otro nombre, como las refinerías.

El retorno a las concesiones origina grandes modificaciones y un auténtico retroceso en muchas de las conquistas de los trabajadores y de las poblaciones locales en las zonas donde hay petróleo o gas, porque en esos contratos el Estado les ceden a las multinacionales los territorios a perpetuidad, que quiere decir hasta el agotamiento del recurso, como ya se ha hecho en La Guajira y en Caño Limón.

Así mismo, como las empresas petroleras cuentan con la protección del Estado o de sus ejércitos privados de tipo paraestatal, se diseña una política de terror dentro de las zonas de explotación y en las áreas circundantes, con el fin de evitar cualquier obstáculo para la libre extracción del crudo.

Eso implica, como en tiempos de los enclaves, que la inconformidad y la protesta social sean contenidas a sangre y fuego, sin importar los costos económicos y humanos de tal proceder, con tal de asegurar que el petróleo fluya sin interrupción hacia los centros de consumo de los Estados Unidos, acentuando e institucionalizando, bajo el discurso de la “seguridad (anti)democrática de la inversión extranjera”, el terror que se ha implementado en los últimos 25 años.

De la misma forma, los sindicatos o las organizaciones de los trabajadores son vistos como un estorbo que no tiene razón de existir, salvo que sólo sean una fachada burocrática que avale el dominio de las multinacionales, como ya sucede en otros sectores de la economía, como en la industria bananera de Urabá.

Como consecuencia se pierden todas las conquistas históricas de los trabajadores, empezando por la estabilidad laboral (ante la generalización de los contratistas), el derecho a la organización, desaparece la posibilidad de hacer huelgas o paros, se eliminan los logros en materia de educación, salud, recreación, deporte y cultura que pudieran haber obtenido los trabajadores, para ellos y sus familias, porque ahora se postula que en el “salario integral”, que supuestamente se les pagaría a los trabajadores, están incluidos todos esas “gabelas” y el trabajador debe reponer por su cuenta, sin ninguna inversión ni del Estado ni del capital privado, su fuerza de trabajo.

Todo esto simplemente es, dicho en forma lacónica, el retorno a las condiciones de lucha de la década de 1920, cuando no se permitía la organización de sindicatos, había que reunirse en forma clandestina en las selvas y montañas de los campos petroleros, se enfrentaba a poderosas compañías extranjeras que, a su vez, contaban con el respaldo incondicional de los estados, y los obreros eran sometidos a las peores formas de explotación laboral y no disfrutaban de ningún derecho, ni siquiera para leer la prensa.

Eso se daba, además, en un ambiente de fuerte identidad nacional, gestada durante varias décadas, porque era claro que se enfrentaba a un poder extranjero.

Eso ahora no ha cambiado, sino que simplemente se camufla –lo cual hace más difícil identificar al adversario- bajo la fachada de empresas que en apariencia son manejadas por funcionarios nacionales, y que su acción beneficia al país, como lo proclaman a los cuatro vientos todos aquellos –empezando por los presidentes de la República- que regalan el petróleo, la tierra, los minerales y la biodiversidad al imperialismo, mientras posan de patriotas con la mano al pecho para entonar el himno nacional, en un gesto que recuerda los peores momentos del fascismo en Europa.

4

En un contexto tan adverso como el antes descrito, se va a desenvolver la lucha de los trabajadores petroleros en el presente y en el futuro inmediato y ese es el reto que tiene la USO. Esto se inscribe, igualmente, en el ámbito de las transformaciones en el mundo del trabajo, del cual hace parte el proyecto de la flexibilización laboral enunciado líneas más arriba. Existen, sin embargo, otros factores que deben ser considerados.

En primer lugar, la explotación de materias primas, como el petróleo, conlleva una permanente expropiación de los habitantes y culturas locales y acumulación de capital en los lugares donde ellas se encuentran, con lo que se da un traslado a las zonas todavía no explotadas (como lo más profundo de las selvas, los cascos polares y el fondo del mar), y una valorización económica, junto a una desvalorización natural de esos lugares.

Esto implica, en términos laborales, que se necesitan nuevos contingentes de trabajadores asalariados, con lo cual queda en evidencia que éstos siguen siendo vitales para la existencia del capitalismo. Por más que el sector petrolero se haya tecnificado, eso no significa el fin del trabajo asalariado, aunque implique el desplazamiento de una porción de los asalariados en ciertas labores de la industria petrolera.

En segundo lugar, dada la importancia del petróleo, ante su inminente desaparición, los trabajadores de ese sector tienen un papel estratégico no sólo en cuanto sector productivo, sino en términos de conciencia, para defender lo que queda del recurso y para influir en el resto de la sociedad, en cuanto a reivindicar la soberanía energética. Esto supone el regreso al nacionalismo en lo referente a la defensa de los recursos naturales y a la lucha contra las compañías transnacionales.

Y esto, nuevamente, nos conecta con la gran experiencia nacionalista de la USO en la década de 1940, cuando mediante su lucha organizada logró la reversión de la Concesión de Mares, aunque no será el mismo nacionalismo, sino uno renovado de tipo cosmopolita, que permita relacionar las luchas que se libran en Colombia con las que adelantan los trabajadores petroleros en otros lugares de América Latina y el mundo.

En tercer lugar, por las características particulares del petróleo como materia energética altamente contaminante y destructiva desde el mismo momento de su extracción, la lucha nacionalista debe adquirir una nueva tonalidad en la medida en que debe plantearse como uno de sus objetivos principales la preservación de los ecosistemas, con lo cual se enlaza con el pensamiento ambientalista de tipo anticapitalista que considera esencial la preservación de la naturaleza como una condición indispensable para la supervivencia de la humanidad.

En la medida en que se agota el petróleo, al mismo tiempo aumentan las tendencias destructivas de los ecosistemas por parte de las multinacionales y de los países imperialistas por apropiarse para sí hasta de la última gota de petróleo existente en el último rincón del planeta. Esto debe llevar, repetimos, a que las luchas de los trabajadores petroleros no sean solamente de tipo reivindicativo o económico y que el nacionalismo renovado de esas luchas no debe quedarse en una defensa general de la soberanía sino que debe estar acompañada de un planteamiento ecológico claro y rotundo.

Los trabajadores deberían encabezar la lucha por la preservación de los recursos naturales y del uso del petróleo para los habitantes del país en primer lugar, y de su uso racional para mantenerlo por un poco más de tiempo. Y esto tiene que ver con la comprensión de las contradicciones que genera la expansión mundial del capital en cada lugar específico, como bien lo dice el geógrafo David Harvey:

Mediante un conocimiento de los desarrollos geográficos desiguales (…) podemos apreciar más plenamente las intensas contradicciones que existen ahora dentro de las vías capitalistas de globalización. Esto ayuda a redefinir posibles campos de acción política. La globalización implica, por ejemplo, gran cantidad de autodestrucción, devaluación y quiebra en diferentes escalas y en diferentes localizaciones.

Hace que todas las poblaciones sean selectivamente vulnerables a la violencia de la reducción de plantillas, el desempleo, el hundimiento de los servicios, la degradación de los niveles de vida y la pérdida de recursos y de calidades ambientales (…) al mismo tiempo que concentra la riqueza y el poder y más oportunidades políticas y económicas en unas cuantas localizaciones selectivas y dentro de unos cuantos estratos restringidos de la población [7] .

Y en esa misma dirección, emerge la complementariedad entre los problemas ambientales y los problemas sociales como cuestiones de clase, porque “el calentamiento del planeta, la degradación medio ambiental local y la destrucción de las tradiciones culturales locales se pueden entender como cuestiones inherentemente de clase. Establecer una especie de comunidad internacional en la lucha de clases puede aliviar mejor las condiciones de opresión a través de un amplio espectro de acción socioecológica” [8].

Con esto se plantea la necesidad de desarrollar una lucha nacionalista de tipo cosmopolita, que sería la principal diferencia con las luchas del pasado, porque permitiría establecer una comunidad contra la opresión, la explotación y la destrucción de los ecosistemas, que articule a los trabajadores de un país, junto con los de otros países que soportan problemas similares.

5

El recorrido histórico que hemos hecho en esta obra debería servirnos para recordar que, como decía Honorato de Balzac, “la esperanza es la memoria que desea”, en el sentido que la USO debería apoyarse en el conocimiento de su propia historia, pletórica de realizaciones, con los retos de nuestro tiempo, para desear, enraizados en la memoria de nuestras propias luchas, un futuro distinto, más esperanzador a la tragedia que vivimos y que los petroleros soportan desde hace varias décadas en carne propia.

Eso supone, en términos concretos, que la USO, si quiere mantener la cabeza en alto con dignidad y esperanza en la lucha por la defensa de la soberanía energética del país, debe renovar sus nexos con la población local, que llevó en otros tiempos no muy lejanos a librar una lucha decidida por el mejoramiento en las condiciones de las poblaciones petroleras, las cuales se sentían representadas por la USO y la acompañaban en sus movilizaciones y protestas. Esto plantea el reto de construir un sindicalismo social. Para clarificar esta idea nuevamente recurramos a David Harvey:

El punto de partida tradicional de la lucha de clases ha sido el espacio particular –la fábrica-, y a partir de ahí se ha establecido la organización de clase, mediante movimientos sindicales, partidos políticos, etcétera. Pero, ¿qué sucede cuando las fábricas desaparecen o se vuelven tan móviles como para que la organización permanente resulte difícil si no imposible? ¿Y qué sucede cuando buena parte de la mano de obra se convierte en temporal o eventual?

Bajo tales condiciones, la tradicional forma de organización de los trabajadores pierde su base geográfica y sus poderes disminuyen de manera acorde. Es necesario, por lo tanto, establecer modelos alternativos de organización.

En Baltimore, por ejemplo, existe un movimiento ciudadano a favor de un salario mínimo que se basa en alianzas de instituciones comunitarias (especialmente iglesias), organizaciones activistas y grupos de estudiantes, así como en todo el apoyo sindical que pueden conseguir para alcanzar sus objetivos. Se ha creado un movimiento que abarca todo el espacio metropolitano y opera fuera de los modelos tradicionales de organización de los trabajadores, pero de una forma que aborda las nuevas condiciones vigentes.

Esta es una forma de ... “sindicalismo social”, que funciona dentro de la política de lugar [9].

El “sindicalismo social” por lo demás no sería completamente nuevo en el caso de la USO, porque desde sus primeras luchas, cuando se estaba formando el poblado de Barrancabermeja, los obreros petroleros participaron en protestas, junto a todos los otros sectores sociales del puerto, incluyendo a las indoblegables trabajadoras sexuales, y la participación de diversos sectores les daba a esas luchas un colorido componente cívico, que era el equivalente a lo que Harvey llama el “sindicalismo social”.

Y, recientemente, algo ha hecho la USO en esa dirección al permitir, por primera vez, la incorporación de trabajadores contratistas al seno de la organización sindical. Es un primer paso positivo, que debería ser reforzado con el proyecto de volverse a vincular a las comunidades locales en las zonas petroleras.

Desde luego, en vista de la pérdida de importantes derechos laborales, es imprescindible defender los pocos que pudieran quedar, y renovar la lucha por conseguirlos nuevamente, no para quedarse en tan limitado plano reivindicativo, porque esos derechos no deberían tenerlos solamente aquellos que todavía firman convenciones colectivas, en realidad muy pocos, sino todos los habitantes de las zonas petroleras (y del país) que soportan el desempleo y una terrible pauperización.

Para que esto sea posible, es necesario que la USO replantee la importancia de la educación y la formación política de sus miembros, acorde con estos tiempos y con los nuevos retos que le plantea la privatización y desnacionalización del petróleo, con todas las contradicciones que ello genera, y que se notan más directamente en las zonas petroleras.

Esa educación debería enfatizar en la importancia de la lucha nacionalista por preservar y aprovechar los recursos naturales, en volver a enfatizar en el poder colectivo de los trabajadores para adelantar esa lucha nacionalista, junto con todos los sectores empobrecidos y sojuzgados de este país, y en alfabetizar ambientalmente a la gente para impulsar acciones socioecológicas, tan necesarias en las zonas directamente afectadas por los viejos y nuevos proyectos de apropiación de recursos naturales, como el petróleo, y por la criminal conversión de los alimentos en agrocombustibles.

En esa perspectiva, quedan esbozadas en el futuro inmediato dos posibilidades principales, tal y como se bosquejan en los dos epígrafes que encabezan estas reflexiones: uno, la ruina y la desolación de las zonas petroleras, como Barrancabermeja, y dos, una lucha renovada de la USO , recobrando las tradiciones combativas de otros tiempos para enfrentar creativamente el ataque sistemático del Estado y del capital privado, nacional y extranjero.

Ambas son posibilidades reales y la consolidación de alguna de esas tendencias no está determinada de antemano en forma fatal, sino que depende de la acción u omisión de las responsabilidades que asuman sujetos concretos, de carne y hueso, como los trabajadores petroleros y otros sectores de la población colombiana.

O como lo decía un pensador revolucionario, hoy poco mencionado en nuestro medio: “La historia mundial sería de hecho fácil de hacer, si la lucha se asumiese sólo con la condición de que las oportunidades fuesen infaliblemente favorables. Sería, por otra parte, de naturaleza muy mística, si los ‘accidentes’ no influyesen en absoluto” [10].

Porque una cosa si es clara: los trabajadores van a seguir existiendo, a pesar de los anuncios lúgubres sobre su desaparición y la posibilidad utópica de un capitalismo sin seres humanos en el sector productivo, lo cual también es aplicable a Colombia, donde los asalariados del sector minero seguirán siendo importantes por la consolidación de un modelo primario y rentista, como el que ahora existe.

Nada parecido a un mundo sin trabajadores asalariados se avizora en el horizonte del capitalismo, ni con toda su parafernalia tecnológica, porque como lo dice un extraordinario libro sobre las luchas del proletariado en el siglo XX, “la crisis de los movimientos obreros a finales del siglo XX es coyuntural y será probablemente superada con la consolidación de nuevas clases obreras ‘en formación’” [11].

Para concluir, al interrelacionar la memorable historia de la USO –parte de la cual ha sido evocada en esta investigación- con los retos del presente y del futuro inmediato, podemos decir con James Petras: “Fueron buenos tiempos, esos que perdimos, en que vimos lo bello del ser humano cuando reafirma su dignidad y defiende sus derechos. Ha sido una larga vida, pero quizás lo mejor está todavía por venir, incluso ahora, en el peor de los momentos” [12].

[1Diego Montaña Cuéllar, Patriotismo burgués, nacionalismo proletario, Ediciones La Chispa, Bogotá, 1976, p. 180. (Énfasis nuestro).

[2Amy Goodman, “Los Socialistas de Wall Street”, en Rebelión, septiembre 23 de 2008.

[3Alfredo Jalife-Rahme, “Declive de las transnacionales petroleras privadas”, La Jornada, mayo 27 de 2007.

[4Alfredo Jalife-Rahme, “La decadencia de la mayor petrolera privada del mundo”, La Jornada , mayo 7 de 2008.

[5Pedro Prieto, “El desplome financiero, efecto visible de la causa oculta del cenit mundial del petróleo”, Rebelión, septiembre 25 del 2008.

[6Eric Hobsbawm, “Con la vista puesta en el mañana: La historia y el futuro”, en Sobre la Historia, editorial Crítica, Barcelona, 1998, p. 53. (Énfasis nuestro).

[7David Harvey, Espacios de Esperanza, Editorial Akal, Madrid, 2007, p. 102.

[8Ibíd., p. 102.

[9Ibíd., p. 67.

[10Citado en D. Harvey, op. cit., p. 203.

[11Beverly Silver, Fuerzas de trabajo. Los movimientos obreros y la globalización desde 1870, Editorial Akal, Madrid, 2005, p. 192.

[12James Petras, Escribiendo historias, Editorial Txalaparta, Tafalla, 2000, p. 13 (Énfasis nuestro).