Opinión
Ajúa
Este grito de batalla tiene un origen desconocido, según las propias fuerzas militares. El General Nicasio Martínez, en un capítulo del libro: “Omega, La gran campaña militar”, lo situá como una posible adaptación del grito de guerra de los marines norteamericanos, adoptado por la Fuerza de Tarea Conjunta Omega (FUTCO).
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/ Domingo 28 de junio de 2020
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Responsable audiovisual de la Agencia Prensa Rural
Hace unos meses, el comandante de la Fuerzas Militares, General Zapateiro, empleó, durante una entrevista con Juan Lozano, una perorata demagógica y empalagosa con la que quiso cerrar su entrevista, y con ello, enterrar definitivamente el escándalo de los “perfilamientos” ilegales que venían realizando sus hombres desde los batallones de inteligencia de la institución. Con voz marcial y golpes de pecho, nuestro enardecido General, echó mano de las cifras de imagen favorable de las fuerzas militares, las cuales, curiosamente, definió como “la empresa más querida por los colombianos”. Este gazapo (llamar empresa a una institución militar) permite entrever cuál es la visión que tienen los oficiales sobre el carácter de las FFMM. Al margen de esto, Zapateiro terminó su discurso con un grito de guerra poco conocido por los colombianos: ¡Ajúa!.
Este grito de batalla tiene un origen desconocido, según las propias fuerzas militares. El General Nicasio Martínez, en un capítulo del libro: “Omega, La gran campaña militar”, lo sitúa como una posible adaptación del grito de guerra de los marines norteamericanos, adoptado por la Fuerza de Tarea Conjunta Omega (FUTCO). Esta Fuerza, compuesta por las principales armas de Colombia, fue concebida como la estrategia militar del gobierno Uribe para golpear la retaguardia estratégica de las FARC.
Tras la ruptura de los diálogos entre las FARC y Pastrana, el poderío militar y social de la insurgencia planteaba un serio desafió para los militares. Entonces, los asesores militares norteamericanos diseñaron un plan de guerra irregular para golpear el Bloque Oriental y Sur de las FARC. Este plan de guerra consistía en unificar la operación de las distintas armas (aérea, policial, militar y armada) mediante la figura de la Fuerza de Tarea Conjunta.
La eficacia de esta Fuerza en la guerra contra las FARC, llevó al Estado a extender la estrategia de lucha contrainsurgente en todo el territorio nacional. Ajúa, el grito de guerra, inicialmente usado por la FUTCO, se convirtió entonces en lema de todas las fuerzas armadas, incluso en el 2008 el general Javier Flores le dio un sentido simbólico definiendo el acróstico: “Abnegación, Justicia, Unión y Arrojo”.
Entonces, en los campos colombianos retumbó el ¡ajúa! Miles de hombres fueron desplegados por todo el territorio nacional para enfrentar el “Narcoterrorismo” y salvaguardar el sistema económico. Desde el año 2002 al 2010 Colombia vivió su periodo más violento de la guerra. Las cifras del Ministerio de Defensa de guerrilleros muertos en combate entre 2002 y 2008 fue de 12.713, es decir 5.1 por día. En el mismo periodo fueron capturados 32.335 insurgentes. Las cosas, vistas por encima, venían andando viento en popa, la guerra se estaba ganando. ¡Ajúa!.
Con este grito de guerra también, imagino yo, se incrementaron las operaciones y los combates después de que el Ministerio de Defensa emitiera la Directiva 029 del 17 de noviembre de 2005, que premiaba generosamente a las brigadas y fuerzas de tarea conjuntas que produjeran más positivos. Esto trajo consigo lo que conocemos hoy como “falsos positivos”, 3000 colombianos ejecutados extrajudicialmente para cobrar los premios que ofrecía el alto mando. Es decir, ya está probado que, por lo menos, el 25% de las bajas en combate no fueron realmente en combate, sino ejecuciones sumarias.
El Ajúa impulsó también el incremento de las agresiones sexuales como arma de guerra. Alguna vez, una guerrillera durante los diálogos de paz en La Habana, me narró parte de su historia. Su vivencia más espantosa ocurrió cuando fue capturada en medio de una operación militar, durante tres días fue interrogada y brutalmente violada por los soldados que la estaban custodiando, algunas veces, en frente del oficial al mando, quien, mientras sucedía el acto, le formulaba preguntas y la golpeaba. Luego, la guerrillera fue puesta a disposición de la justicia y, condenada por rebelión, pagó su condena. Las cifras de violación sexual en territorios con presencia de actores armados, durante el periodo 2001-2009 según la encuesta Oxfam, fueron 94.565 casos, muchos de ellos atribuidos a miembros de la Fuerza Pública.
Asumo que con este mismo ímpetu del ajúa, actuaron los militares del batallón San Mateo, involucrados en el secuestro y violación de la menor indígena en Risaralda. Investidos de su moral combativa y enfundados en sus uniformes nuevos, tomaron la decisión de violentar un niña que hasta ahora comenzaba a vivir. El abogado que asumió la defensa de la víctima reveló que el país, apenas conoce una parte de lo sucedido, y que es posible que a la niña la hallan retenido durante dos días y que haya otros militares involucrados en el tema. También se habla de que no es un caso aislado, sino que este mismo batallón viene actuando así sistemáticamente y que podría haber más victimas en las comunidades aledañas. ¡AJÚA!
Adenda: Sorpresiva y miedosa la propuesta de la alcaldesa de Bogotá de conformar frentes civiles para apoyar a la policía en los barrios de la capital. Se olvida, o quiere desconocer, que fue ésta la semilla del paramilitarismo. Así mismo, ese esquema dio de qué hablar hace unos días en Floridablanca (Santander), por abusar impunemente de los civiles en las calles. ¡Así no alcaldesa!.