Opinión
Balurdería, patanería y poder
Es como si el hombre humilde se reflejara en aquel a quien le hubiera gustado parecerse. Por eso el hombre rico puede ser un patán, y puede también decir que él también fue pobre. Patán y haber sido pobre se combinan perfectamente en la dialéctica que busca ganar adeptos. El patán que ahora es rico se parece mucho a quienes también gustan de las groserías y la patanería.
/ Lunes 6 de junio de 2022
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Profesor Universidad industrial de Santander.
Un hombre rico, que sí ha trabajado al sol y al agua (o eso dice), cree dejar la siguiente enseñanza a la humanidad: la gente que es pobre lo es porque no le gusta trabajar, son perezosos. ¡Trabajen, vagos!, dice su slogan.
Lo que olvida el hombre rico, sin embargo, es que si todos (o por lo menos la mitad de los habitantes de Bucaramanga, por ejemplo), pudieran vender a sus semejantes cada metro cuadrado de terreno a dos millones y medio de pesos, entonces no podríamos todos ser ricos, pues porcentualmente no darían las cuentas. La riqueza es la apropiación del trabajo ajeno en cantidades.
Así las cosas, lo que siente la gente ante su verdugo rico es vergüenza, y por eso lo apoya. El hombre pobre se dice: "¿Cómo es que yo no he podido ser como él"? Y así termina queriendo al hombre rico y odiándose a sí mismo. Chull Han llamó a esto “positividad”, es decir, la idea falsa de que somos capaces de lograr todo aquello que nos propongamos. Esa es una gran mentira. Michel Sandel llamó a esto mismo la tiranía del mérito, y Freud le dio el nombre de melancolía, esto es, aquella tendencia a despreciarnos a nosotros mismos.
Es como si el hombre humilde se reflejara en aquel a quien le hubiera gustado parecerse. Por eso el hombre rico puede ser un patán, y puede también decir que él también fue pobre. Patán y haber sido pobre se combinan perfectamente en la dialéctica que busca ganar adeptos. El patán que ahora es rico se parece mucho a quienes también gustan de las groserías y la patanería.
A lo anterior hay que adicionarle un elemento: el teatro. El patán necesita de un teatro lleno de gente que le aplauda las groserías, por ejemplo, contra los bomberos o los guardas de tránsito. Necesita espectáculo. Y por eso se graba deliberadamente para luego hacer circular sus propias actuaciones. Él sabe algo que lo hace único: frente a la pantalla habrá muchos que ríen, aplauden y celebran por el solo hecho de que están poniendo en ridículo a un semejante. Eso lo sabe el rico y poderoso, y los demás se doblan ante su patanería, también por miedo.
La risa viene aquí a jugar algo muy importante: nos reímos allí donde queremos ocultar un acto que más bien es vergonzoso. Ver que alguien le pega a otro, le dice malparido, hijo de puta, o que le dice "si lo veo le pego en la cara, ¡marica! (esto también grabado deliberadamente), todo eso, repito, produce placer catártico de teatro. Todo eso nos dice mucho de nosotros, porque asistimos a esos espectáculos con gran placer y con total indolencia. Es como si amáramos el matoneo, ese mismo que practican muchos niños en las escuelas, por ejemplo, el caso de Bucaramanga el día de hoy con un niño de 11 años.
Nos gusta ver humillado al otro, y más aún, verlo humillado por el poderoso, porque nuestro talante autoritario nos pone siempre del lado de quienes ostentan el poder. Por eso también reímos frente a las payasadas estúpidas del poderoso (bueno, la verdad esas cosas a mí me producen es vergüenza), porque así aprobamos y nos hacemos grupo frente al que tiene el poder.
Una cosa debe uno de vez en cuando enseñarles a sus hijos: no se burlen de los demás, no lo hagan delante del poderoso y no asistan a espectáculos donde la dignidad de un semejante se ve diezmada por quien ostenta el poder. No hagan gavilla.
Ojalá la balurdería, la patanería y el poder no se unan este 19 de junio en Colombia.