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Análisis
Rusia: Rebelión armada
La desestabilización interna que implica que los tanques de un ejército privado apuntaran durante unas horas no al oponente, sino al Estado, será un lastre que Ucrania utilizará, ahora con más credibilidad, en su intento de buscar la derrota rusa por la vía del colapso interno.
Slavyangrad.es / Domingo 25 de junio de 2023
 

La noche del viernes y la madrugada del sábado han sido testigos del estallido definitivo del enfrentamiento entre Evgeny Prigozhin y el Ministerio de Defensa, una lucha conocida desde hace varios meses y que ha ido in crescendo a medida que el ejército privado de Wagner ha ganado presencia en el frente y ha dejado constancia de su importancia para mantener el frente o tratar de avanzar sobre las posiciones ucranianas en las escasas zonas en las que Rusia ha aspirado a hacerlo durante los meses de invierno y primavera.

En ese tiempo, la necesidad de resaltar los escasos avances rusos, que se limitaban al frente de Soledar-Artyomovsk, en los que Wagner suponía el grueso de las tropas de asalto, ha tenido el efecto de sobreestimar la importancia de las tropas de Prigozhin, que se han presentado a sí mismas como imprescindibles en el esfuerzo bélico ruso. De esa importancia percibida escaló un conflicto por las cotas de poder dentro del aparato militar que ni es única a Rusia ni resulta poco común en contextos en los que el ascenso en el escalafón militar supone también cotas de poder político.

En cierta forma, el enfrentamiento entre Prigozhin y Shoigu-Gerasimov es la representación local de la misma lucha que libran en Sudán las fuerzas del ejército lideradas por al-Burhan y las paramilitares de Hemedti. Con su estructura privada, paralela, completamente jerárquica y dispuesta a supeditarse únicamente a una persona, Vladimir Putin, Evgeny Prigzhin ha intentado y continúa intentando posicionarse al mismo nivel que el Ministerio de Defensa o incluso derrocar a quienes lo lideran.

Al margen de los evidentes errores cometidos tanto por Sergey Shoigu como por Valery Gerasimov, ministro de Defensa y jefe del Estado Mayor respectivamente, los movimientos políticos y mediáticos de Prigozhin en los últimos meses son la constatación de los riesgos de privatizar el Estado, que supone una dependencia de un sector privado que se debe a sus propios intereses.

La privatización del Estado ruso, iniciada en 1991 con la liberalización salvaje de las terapias de choque de Anatoly Gaidar y Anatoly Chubais, asistidos en aquel entonces por el hoy aparentemente disidente de la postura occidental Jeffrey Sachs, no se limitaron a los aspectos económicos y al saqueo de las empresas públicas, patrimonio del pueblo soviético entregado a una serie de oligarcas que se lucrarían masivamente a costa del empobrecimiento del pueblo ruso.

Las reformas del Estado fueron profundas y el desmantelamiento de la República Socialista Soviética de Rusia en la Rusia moderna implicó también una pérdida de capacidad militar que pudo observarse, por ejemplo, en la guerra de Chechenia. Esas reformas no se debieron únicamente a las terapias de choque sino que, siguiendo la línea del desarrollo de los ejércitos occidentales, Rusia priorizó la producción de misiles de largo alcance y otras armas pesadas a costa de limitar sus efectivos y hacer perder peso al ejército profesional, de ahí, por ejemplo, el cierre de academias militares, consideradas ya remanentes obsoletos de la doctrina soviética.

La guerra de Ucrania, que comenzó mucho antes del inicio de la operación militar especial con el lanzamiento de la operación antiterrorista contra Donbass en 2014, ha dejado patentes las carencias de los ejércitos en liza. Con ocho años de ventaja, curtido en las trincheras y con un trabajo de reforma realizado durante los años de Minsk, un acuerdo que Kiev jamás tuvo intención de cumplir, lo que dejaba abierta la puerta a la reanudación de la guerra, las Fuerzas Armadas de Ucrania no han sufrido en este año y medio sorpresas a las que sí se ha enfrentado Rusia.

Ha sido desde el momento en el que la operación militar especial entró en las trincheras y se convirtió en una guerra cada vez más abierta cuando Moscú comprendió que su ejército regular no era suficiente para derrotar a las tropas ucranianas y ni siquiera para mantener el frente creado tras el avance de marzo en el sur y la retirada de Kiev en abril. La escasez de tropas regulares y el rechazo a enviar a una guerra de alta intensidad a los reclutas recién salidos del servicio militar -como sí está haciendo Ucrania- hicieron aumentar notablemente el peso de Wagner, cuyo líder siempre dejó claro que la subordinación de sus tropas era directamente al presidente Putin y no al Ministerio de Defensa ni al Estado Mayor.

Antaño presentado como aspirante a la sucesión de Vladimir Putin una vez terminado su periodo en la presidencia, Sergey Shoigu ha sido una de las figuras a las que más ha afectado la guerra. La realidad no se ha ajustado a las cifras teóricas del ejército ruso, mucho más minado por las reformas y la corrupción de treinta años de capitalismo de lo que se conocía, el ministro de Defensa ha perdido apoyo no solo en el establishment político sino también dentro del ejército. La subestimación del potencial enemigo y sobreestimación del propio ha supuesto un nivel de pérdidas materiales inesperado para Rusia, que parecía convencida de ser capaz de obligar a Ucrania a la rendición y firma de un acuerdo por la vía rápida en febrero de 2022.

Aunque desconocido, el nivel de bajas entre las tropas es también muy significativo. En su último recuento, Mediazona ha comprobado una cifra superior a 26.000 soldados, muy alejada de las 200.000 que alega Ucrania, pero que ha supuesto la necesidad de una movilización que el Gobierno ruso intentó evitar a toda costa. En ese contexto, el reclutamiento de Wagner, más flexible que el del Ministerio de Defensa, que buscaba personal con instrucción y experiencia militar, ha compensado la escasez de efectivos con la que Rusia se vio obligada a intentar aguantar un frente de mil kilómetros que no podía mantener.

En los últimos meses, el enfrentamiento entre Prigozhin y el Ministerio de Defensa ha sido público y, en términos mediáticos, comenzó con las quejas del dueño de Wagner sobre la falta de suministros de sus tropas. Alegando falsamente que solo las tropas de Wagner habían capturado Soledar y estaban luchando en Artyomovsk, Prigozhin exigía un trato acorde con la importancia que él mismo percibía de su ejército. El dueño de Wagner denunciaba lo que percibía como un trato discriminatorio a su ejército privado, el mismo que siempre se ha negado a firmar un acuerdo con el Ministerio de Defensa y ha rehusado, por lo tanto, integrarse como una fuerza más en la jerarquía bajo control de las autoridades militares.

La lógica de las empresas militares privadas es doble: suponen para el Estado la capacidad de no tener que responsabilizarse por posibles crímenes de guerra -como ha ocurrido en el caso de Wagner en Siria o en Libia- y la capacidad de actuar de forma independiente. Dependiendo del contexto, esa actuación puede referirse a planes propios de operaciones militares dentro de un objetivo común en una situación de guerra o el uso de mercenarios armados como seguridad privada en determinadas situaciones que generalmente facilitan la participación en tramas oscuras.

Wagner ha querido utilizar su posición como ejército imprescindible para Rusia en Donbass exigiendo un trato de favor y un mayor poder político y capacidad de decisión. Y en el extranjero ha participado en esas tramas sombrías de flujo de materiales preciados vinculándose a otros señores de la guerra como Hemeti en Sudán. Pero la guerra ha desgastado a Wagner y su retirada de Artyomovsk, sonada y provocada por los exabruptos de Prigozhin en el momento álgido de la batalla, han hecho que su ejército pierda protagonismo.

Es pronto para especular sobre por qué Prigozhin ha elegido este momento para lo que las autoridades rusas están calificando de motín armado, una rebelión en toda regla centrada en Rostov, donde se ubica el cuartel general del Distrito Militar Sur, por su ubicación, posición estratégica para el suministro de las tropas en los territorios de la RPD y la RPL y el resto de los territorios del sur de Ucrania. Horas antes, y aportando unas imágenes más que cuestionables, Prigozhin había alegado ataques por parte de las tropas regulares rusas, aspecto que utilizó como catalizador para su rebelión militar.

Pese a las constantes quejas sobre la falta de equipamiento de sus tropas, el ejército de Wagner llegó a Rostov en grandes columnas. Prigozhin, en busca de apoyo popular y de los soldados dentro del ejército regular, alegaba que no se trataba de un golpe de estado, sino de un acto de justicia. Recuperando un argumento habitual en siglos anteriores, el razonamiento del dueño de Wagner es que el presidente está siendo confundido por unos asesores y ministros que no le dicen la verdad.

Hace varios días, Prigozhin había alegado ya grandes avances de Ucrania en el frente que ni siquiera Kiev ha alegado y de los que no hay ninguna constancia. Sin embargo, todo es útil a la hora de construir un argumento y en estos momentos la coherencia no es una cualidad necesaria.

El dueño de Wagner, que hace apenas un mes recomendaba a Vladimir Putin que declarara logrados los objetivos de la guerra y cancelara la operación militar especial, utiliza ahora prácticamente cada argumento utilizado por Ucrania para intentar desmontar la postura rusa, una posición curiosa teniendo en cuenta que, en el último año, ha querido adjudicarse el éxito de las Repúblicas Populares en el frente a lo largo de los años de Minsk. De repente, la seguridad de Rusia no estaba en peligro y Ucrania “no bombardeó Donbass durante ocho años”.

Efectivamente, los bombardeos ucranianos se limitaban a la línea del frente, aunque no necesariamente solo a las trincheras rusas como alega Prigozhin, sino que las localidades del frente sufrieron las consecuencias directas e indirectas de la guerra como continúan sufriendo ahora. Al margen de las carencias lógicas de la argumentación del dueño de Wagner, es llamativa su voluntad de utilizar los argumentos ucranianos contra el Ministerio de Defensa de la Federación Rusa en lo que califica de un intento de eliminar la corrupción del Estado, el mismo del que se ha aprovechado durante años y que ha utilizado para consolidarse como fuerza mercenaria al servicio del rublo, dólar o lingote de oro.

Por la mañana, con tanques y otros vehículos militares rodeando el cuartel general del Distrito Militar Sur y un llamamiento a secundar su levantamiento contra el Ministerio de Defensa, Prigozhin anunciaba la captura de todas las instalaciones militares de Rostov, que las autoridades rusas admiten que está “prácticamente rodeada”. En una pausada conversación con el jefe adjunto del Distrito Militar Sur, el dueño de Wagner exigía ser recibido por Shoigu y Gerasimov. De lo contrario, sus tropas marcharían sobre Moscú.

La noticia de una rebelión armada de una de las estructuras clave que sostienen el esfuerzo bélico ruso obligó al presidente Vladimir Putin a realizar una prácticamente improvisada comparecencia en la que, claramente nervioso, condenó la intentona golpista y calificó de traidor a todo aquel que participe en los actos. En un discurso breve en el que no mencionó explícitamente a Prigozhin, antes conocido como el cocinero de Putin, el presidente ruso calificó de “puñalada por la espalda a nuestro país y a nuestro pueblo” y anunció que se tomarán “medidas severas” contra quienes participen en el motín.

Horas antes, el FSB había abierto ya una investigación por “rebelión militar” y se habían activado medidas antiterroristas en Moscú y San Petersburgo, donde la vida continúa con normalidad. A lo largo del día, se produjeron registros oficiales en oficinas de la empresa y, sobre todo, repetidos llamamientos a los soldados de Wagner a detener los actos.

No es de extrañar que el principal argumento del establishment político, que rápidamente se ha alineado con su presidente, sin que se haya producido ninguna disidencia interna favorable a Prigozhin, haya sido repetir hasta la saciedad que Ucrania es la principal beneficiada del intento de desestabilización interna en Rusia. Rápidamente, todo tipo de figuras políticas apelaron a Prigozhin y a Wagner a detener su intento de rebelión militar e incluso apelaron a los propios soldados de Wagner a arrestar a Prigozhin.

Es representativo que los apoyos obtenidos por Prigozhin se hayan limitado a oligarcas exiliados como Mijaíl Jodarkovsky, que a pesar de calificarle de “tonto útil” llamó a apoyar la rebelión, o a las autoridades ucranianas, deseando ya ver en la acción de Prigozhin el inicio de la guerra civil rusa que tanto anhelan.

En las primeras horas de esta rebelión armada es significativo que Rusia continuara atacando las posiciones ucranianas y que el frente se haya mantenido estable. No ha habido ningún amago de deserción masiva de las tropas regulares a las tropas de Prigozhin que sería necesario para que hubiera una opción de victoria. Prigozhin tampoco ha tenido el apoyo de Vladimir Putin, a quien el señor de la guerra ha respondido que sus tropas no son “traidoras” sino “patriotas”. Durante la primera fase, en la que quedó claro que Prigozhin no tenía ninguna base política sobre la que sustentar su movimiento militar, las tropas rusas no intentaron utilizar la fuerza contra el líder rebelde.

En Rostov, la población se acercaba para exigir a los soldados detener la acción o para fotografiarse sobre los tanques que rodeaban el cuartel general del Distrito Militar Sur. La actuación de las autoridades rusas parecía ser la de evitar el uso de la fuerza para acabar con esta rebelión que solo ha sido posible a causa del uso que el Estado se ha visto obligado a hacer de un ejército privado de una persona que siempre quiso actuar al margen de las estructuras oficiales y a quien se ha permitido actuar al margen de la ley. Teóricamente, la legislación rusa prohíbe la existencia de empresas militares privadas, de ahí que Prigozhin negara durante años la existencia de Wagner.

La situación hacía los enfrentamientos fueran inevitables. A primera hora de la mañana, se había confirmado ya el derribo de dos helicópteros militares rusos a cargo de Wagner, un servicio más a Ucrania de quien dice estar defendiendo a Rusia. Posteriormente comenzaron los ataques de las fuerzas rusas a los convoyes de Wagner que trataban de avanzar sobre Voronezh. Finalmente, también en Rostov se escucharon algunos disparos.

Sin ningún apoyo político y el rechazo explícito del presidente Putin, a la rebelión le quedan únicamente dos opciones: la rendición y la escalada en busca del derrocamiento del Estado o de parte de él. Por la tarde, las columnas armadas de Wagner avanzaban hacia Moscú, donde el alcalde había decretado ya el lunes como día festivo para evitar peligro para la población civil. A pesar de haber quedado demostrado que Prigozhin carecía de apoyo social, militar y político para un golpe de estado, la situación era lo suficientemente grave tanto para tomar medidas antiterroristas como para intentar evitar un baño de sangre.

Al caer la tarde, por medio de un audio publicado en las redes sociales, Evgeny Prigozhin anunciaba tanto que el convoy se encontraba cerca de Moscú como la vuelta al punto de salida. “Se ha llegado a un punto en el que puede derramarse sangre. Conscientes de la responsabilidad por el hecho de que se puede derramar sangre en un lado, damos la vuelta a nuestros convoyes y proseguimos en la dirección opuesta al campo de entrenamiento según el plan”, afirmó Prigozhin horas después de haber causado por sus ambiciones personales la situación en la que a lo largo del día se llegó a hablar de guerra civil y se comparó su figura con la de Kornilov o incluso Vlasov.

Prigozhin olvida también que, pese a no darse una batalla ni un baño de sangre, sí hubo tanto víctimas como pérdidas materiales -concretamente en la aviación- a lo largo del día. La desescalada, si es que se confirma, deja en el aire la pregunta de cómo la mediación de Lukashenko ha logrado el acuerdo y, sobre todo, cuál será ahora el estatus de Prigozhin. Como recordaba el analista militar Boris Rozhin, Colonel Cassad, sus actos han sido calificados de traición desde lo más alto del Estado y “la rebelión del 23-24 de junio quedará marcada para él para siempre”.

El coste de lo ocurrido podrá medirse en los próximos días analizando las consecuencias que la rebelión armada de Wagner tenga tanto para Prigozhin, que parece haber negociado su marcha a Bielorrusia y la pérdida de Wagner a cambio de inmunidad -en realidad impunidad- como para las estructuras militares rusas. Cualquier cambio o cese en el Ministerio de Defensa o el Estado Mayor habría de ser considerado una victoria de Prigozhin. En cualquier caso, la imagen dada por Rusia a lo largo del día de ayer ha de ser considerada preocupante.

La desestabilización interna que implica que los tanques de un ejército privado apuntaran durante unas horas no al oponente, sino al Estado, será un lastre que Ucrania utilizará, ahora con más credibilidad, en su intento de buscar la derrota rusa por la vía del colapso interno. Queda también puesta en cuestión la viabilidad del propio Estado, incapaz de hacer funcionar sus estructuras más importantes en tiempos de guerra. Y queda también el oportunista apoyo que recibió Prigozhin de quienes, desde el exterior, sueñan con que se repita el escenario de guerra civil y descomposición en Rusia.

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