Opinión
“Polombia”, el país de los siete enanos y la Justicia sesgada
Quizás todos esos ridículos internacionales quedarían como simples anécdotas si, paralelamente, no hubiese construido todo un andamiaje de corrupción.
/ Martes 8 de agosto de 2023
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analista internacional.
Durante cuatro años, “Polombia”, como la llamó Duque (DJ en formación), se convirtió en el hazmerreír. La absurda mediocridad e inmadurez de un presidente que no logró entender la dimensión del papel que tenía en calidad de mandatario de los colombianos, se convirtió en la constante de su bochornoso comportamiento. Entre bailes, cabecitas, guitarras y los siete enanos, trascurrieron cuatro funestos años para “Polombia”. Un país que ni Gabo alcanzó a dimensionar en sus historias macondianas.
Quizás todos esos ridículos internacionales quedarían como simples anécdotas si, paralelamente, no hubiese construido todo un andamiaje de corrupción, cuyo objetivo fue lucrarse de las arcas del Estado. Un verdadero aquelarre que, a diferencia de los vampiros, no succionaba sangre, sí los recursos que debían destinarse a los más pobres y vulnerables.
El listado de escándalos es gigantesco. Inician con la financiación de la campaña presidencial en el Caribe, coordinada por alias Ñeñe. Un hombre del bajo mundo que fue asesinado en Brasil, invitado de honor a la posesión presidencial y vinculado a círculos del narcotráfico, el paramilitarismo y el contrabando en la alta Guajira. Paradójicamente, los únicos capturados fueron los agentes del CTI que destaparon la olla podrida, mediante unos audios en los que se escucha a una señora alias Caya o Cayita coordinando con Hernández el ingreso de unos dineros de dudosa procedencia.
Como presidente, permitió que más de 22 mil millones de pesos fuesen desembolsados al menos a cincuenta mil fallecidos o que no estaban inscritos al Sisbén.
En la Sociedad de Activos Especiales, en donde por cierto aparece el nombre de la mamá del expresidente, con el alias La Madrina, siguen embolatados el 57,7 % de los bienes inmuebles registrados en su inventario.
Por su parte, la Unidad Nacional de Protección no se quedó atrás. Se convirtió en un cartel criminal, permitiendo el uso de vehículos de protección para fines delincuenciales, se robaron los dineros en blindajes falsos y los contratistas ladrones no fueron sancionados.
En la Unidad de Nacional para la Gestión del Riesgo se perdieron aproximadamente más de medio billón de pesos en beneficio de los congresistas. Y la cereza en el pastel; en la OCAD-PAZ se robaron inmisericordemente más de 500 mil millones de pesos, lo que nos permite entender las razones por las que Duque, mientras internamente se esforzaba por hacer trizas los Acuerdos de La Habana, iba por el mundo mostrándose como un hombre de paz, extendiendo la mano para rogar por recursos para su implementación. ¡Cínico!
Sin embargo, estamos en “Polombia”, el país de los siete enanos, donde trabaja el “mejor fiscal de la historia” y una procuradora que desconoce los acuerdos internacionales llamándolos “leyes extranjeras”. Ni de ese caleidoscopio criminal ni del cartel de Odebrecht hay condenados importantes. De hecho, el confeso corrupto Óscar Iván Zuluaga y su hijo siguen libres.
No obstante, en esa republiqueta construida sobre la sangre de la violencia, la corrupción y la miseria de los más pobres, hoy la extrema derecha se rasga hipócritamente las vestiduras por los dineros que recibió el hijo del presidente Gustavo Petro. De manera insólita, la rapidez con la que actuó la fiscalía se contrapone a la forma como se ha procedido en todos los casos que el aprendiz de DJ le legó perversamente al país.
Ningún miembro de esos seudopartidos políticos reconoce que el presidente, a diferencia de Uribe Vélez, ha respetado el fuero de la Fiscalía y acatado el equilibrio de poderes. Eso sí, todos al unísono, enmarcados en el mejor estilo de sectas medievales, ya condenaron a Gustavo Petro.
Será difícil y arriesgado vaticinar qué viene para el país. Los demócratas más por convicción esperamos que la justicia y sus operadores cumplan con su deber y lleguen a la verdad. Que los culpables sean condenados. Empero, en “Polombia”, la Justicia es selectiva y sesgada. Ver a Duque feliz y sin preocupaciones en Washington así lo confirman.