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Crónicas del despojo
De la tierra nadie habla en Bejuquillo
Mutatá, Urabá antioqueño
Asociación Campesina de Antioquia / Martes 2 de marzo de 2010
 

Entidad sin ánimo de lucro articulada a plataformas y redes en el ámbito nacional e internacional, dedicada a la orientación, apoyo y acompañamiento de los procesos organizativos de base de las comunidades campesinas y con los campesinos en condición de desplazamiento forzado, en el departamento de Antioquia; a través de programas y proyectos de formación, investigación y organización en diferentes áreas de intervención.

Motivados por algunos líderes de población desplazada, accedimos como Asociación Campesina de Antioquia a realizar una visita al corregimiento de Bejuquillo, jurisdicción del municipio de Mutatá, donde volvieron voluntariamente alrededor de 60 familias desplazadas desde el año 1989 y algunas que han regresado recientemente atraídas por la “tranquilidad que se respira hoy en el corregimiento”.

Hacía ya varios años que no visitaba la región. No sabía de primera mano como estaban las condiciones de orden público en ésta histórica zona de violencia y resistencia campesina, pero pudieron mas las ganas de indagar sobre la situación que están viviendo las víctimas del desplazamiento forzado en este olvidado rincón del país que el miedo que produce solo el nombre de Urabá, con todos los antecedentes de violencia y las macabras historias que ya muchos conocemos. A seis horas y media de Medellín queda el corregimiento de Bejuquillo, al borde de la carretera que conduce a la costa Atlántica. Y en su caserío están ubicados 60 ranchos de madera, rodeados de grandes extensiones de tierras ganaderas, acompañadas al otro extremo por las imponentes montañas de la Serranía de Abibe.

A las tres de la tarde se fueron agrupando cada una de las familias de Bejuquillo y del corregimiento cercano de Caucheras para escuchar con mucha expectativa el mensaje que les iba a transmitir. Luego del protocolo (palabras del presidente de la junta de acción comunal del corregimiento), me dieron la palabra para que me dirigiera a los más de cien participantes ubicados en la escuela del corregimiento, la mayoría mujeres. Empezando mi intervención, se hizo necesario aclarar que mi presencia no obedecía a fines electorales, pues con la cantidad de carteles de la aspirante al senado Liliana Rendón, del partido del gobernador de Antioquia Luis Alfredo Ramos, no era extraño que me asociaran con alguno de estos politiqueros, cuyo caudal electoral lo han capitalizado con la promesa de desarrollo y la necesidad de estas familias.

También les dejé claro que no era funcionario de la Acción Social, pues antes de empezar la reunión ya veía a muchas mujeres y ancianos exponiendo la carta plastificada de desplazados, como si estuvieran esperando alguna ayuda o la respuesta positiva de las tutelas que ya han instaurado. Nada de lo anterior, les dije. Mi presencia tiene como propósito conversar con ustedes sobre los derechos que cobija el protocolo de la ley sobre los retornos masivos, bajo los principios de dignidad, voluntariedad y garantías.

Nada sencillo hablarle de retorno a una comunidad que ya regresó por su propia cuenta y riesgo, cuya aspiración, en muchas de las familias, no supera la expectativa de una ayuda alimentaria puntual o la inclusión al programa estrella del Gobierno como es Familias en Acción, de donde se viene impulsando solapadamente la reelección presidencial o la continuidad de la "seguridad democrática", que viene siendo la misma cosa.

Seguí insistiendo sobre el tema de retornos. Les hablé de la diferencia que existe en términos legales de volver y retornar. Retornar en el marco de la ley implica el reconocimiento de una serie de derechos como la salud, la educación, la vivienda, la condonación de deudas contraídas en el tiempo del desplazamiento, la recuperación de las tierras, la restitución socioeconómica, entre otros derechos; mientras que volver por voluntad propia implica casi una absolución al Estado de cualquier responsabilidad en materia de derechos, incluso el derecho fundamental a la vida.

De ahí la importancia de iniciar con esta comunidad una acción jurídica colectiva para que se le reconozcan los derechos en materia de restablecimiento, pues es preocupante la grave situación de pobreza que se vive en este caserío que aún no ha sentido el apoyo del corazón grande del Gobierno, pero que sí engrosan la larga lista de los supuestos retornados que ha impulsado la "seguridad democrática" como estrategia mediática para introyectar en el imaginario colectivo de la sociedad colombiana la idea de un posconflicto.

La intervención fue bien recibida y respaldada por todos los que participaban de este encuentro, pues nunca pensaron que tenían la posibilidad de acceder a estos derechos, porque, según algunas personas, llevaban mucho tiempo de haber regresado, y porque además ya habían recibido algunas ayudas, mientras que otras en tono alterado decían no haber recibido nada.

"Vea muchacho", me decía una señora del corregimiento de Caucheras con la carta de desplazada en su mano por si existiese alguna duda sobre su drama, "a mí no me han dado nada. Me han puesto como una boba a voltear por todos lados y ni siquiera una libra de arroz he recibido". "Yo si recibí una ayuda de parte de la Umata [Unidad Municipal de Asistencia Técnica Agropecuaria]", me susurraba al oído un anciano del caserío. "A mí me dieron dos mil semillas de yuca y estamos pendientes de más semillas que nos van a regalar". "Yo ni siquiera aparezco en la lista después de que fui desplazada con toda mi familia hace más de diez años", decía otra desesperada señora. Y no fueron pocas las personas que me dijeron que estaban esperando el fallo de tutela para que les reconocieran el subsidio para arriendo.

Por un momento me sentí que estaba en la Colonia del sector de Belencito, en Medellín, donde éstos y otros lamentos son el pan de cada día de los desplazados.

Luego de escuchar todo el sumario de lamentaciones, sumado a la sensación de impotencia, traté de nuevo de encaminar mi intervención sobre el asunto de los retornos e insistí de nuevo en las reivindicaciones colectivas no asistenciales, ya que esto no resuelve el problema de fondo de la situación de las víctimas del desplazamiento forzado. Este último argumento fue el preámbulo para tratar de indagar sobre la situación de las tierras y del despojo de esta población. Empecé de manera breve a mencionar cada uno de los derechos y los gestos de la gente iban aprobando la exigibilidad de cada uno de ellos.

Pero cuando mencioné el derecho de reclamar las tierras noté un silencio que enrareció el ambiente, por la seriedad de algunos rostros y la retirada de varias mujeres del recinto. Situación que percibí de inmediato y que me llevó a cambiar el discurso para tratar de enfatizar más sobre la necesidad de conseguir subsidios para compra de tierras a los campesinos. Y con este viraje en mi intencionalidad di por terminada mi intervención.

Ya por fuera del recinto, muchos se arrimaron para pedir más información sobre las ayudas, sobre la acción legal colectiva de la que le hablé y de todo tipo de trámites, a las que respondí con toda paciencia, pese al sofocante calor de la tarde. Cuando ya la mayoría de la gente se había marchado, me invitó a conversar un rato la dueña de la casa donde estaba hospedado.

"¿Si vio las señoras que se fueron de la reunión?", me preguntó la señora. "Sí", le respondí. "¿Y por qué se fueron?". "Es que cuando usted empezó hablar de la posibilidad de recuperar las tierras, ellas dijeron: Vámonos que este man ya va a calentar el parche". "¿Y eso por qué?", pregunté a la señora. "Pues porque ellas son de las que estaban en ese pleito de la reclamación de tierras y cogieron mucho miedo después de que asesinaron al líder que estaba impulsando toda esa revuelta". "¿Y usted también perdió tierras?". "Sí, pero yo qué me voy a poner hablar delante toda esa gente. Uno nunca sabe con quién está hablando y cómo van a rodar los chismes. A mí si me quitaron tierra. Pero la verdad es que a mí y a muchos de los que no hablaron en la reunión les da miedo hablar, porque vale más la vida…".

Por fin entendí el porqué de los rostros de miedo y de rechazo en la población cuando traté de abordar la problemática del despojo, pues indagando en la conversación me di cuenta de que varios de los asistentes han sido víctimas de este crimen o tienen algún familiar implicado en éstos.

Quedábamos pocos en el patio de la escuela, cuando de repente me abordó una señora que estaba muy atenta en la reunión, pero que no pronunció una sola palabra. Esperó a la sombra de un árbol hasta que todos se marcharan para tratar de hablar conmigo. "Mire, es que tengo una preguntica para hacerle", me dijo la señora tímidamente. "Según lo que usted dijo, ¿es posible recuperar una tierra que me hicieron vender a las malas?". "Claro que sí, señora", le respondí. "Pero cuénteme despacio cuál es su caso".

"Lo que pasó fue que en el año 1989, cuando fue la época mas dura de la violencia, yo tuve que salir desplazada por la masacre que hicieron los paramilitares aquí cerca, que empezó en Caucheras y se extendió por todos estos caseríos, y como no veía la posibilidad de regresar, estos señores me compraron la finca por una miseria, porque según ellos ya no podía volver. Mejor dicho, me tocó dejarles esas bellezas de tierras por cualquier chichigua que me dieron. Y eso no es nada, una vecina que fue a reclamar, porque los papeles aparecían a nombre de otro y el señor que supuestamente le compró dijo que el hijo de ella le había vendido las tierras, y resulta que el hijo de mi vecina para la época sólo tenía 12 años. ¿Qué uso de razón va tener un niño de esa edad? ¡Dígame usted!".

Con toda la rabia y la tristeza que produce escuchar estas infamias, no puedo negar que historias como éstas era las que quería oír. No por indolencia, sino por el ánimo de corroborar de primera mano todo lo que se ha escrito sobre el despojo en los libros y en los informes de derechos humanos, además de tratar de revelar estas historias que quiere enterrar y opacar el miedo. No podía irme de Urabá, una de las mayores zonas de violencia y de despojo del país, sin que alguien, venciendo el miedo, no sólo se atreviera a contarle a un forastero sobre su tragedia, sino además buscando la posibilidad de recuperar sus tierras.

"¿Cuando vuelve?", me preguntó la señora. "De pronto en 15 días", respondí. "Si viene, me busca para que hablemos usted y yo no más, porque aquí hay mucha gente en la misma situación, pero les da mucho miedo hablar en público". "Está bien, señora, yo la busco para que hablemos".

Luego de que todos se marcharan, el presidente de la junta de acción comunal me pidió el favor de acompañarlo a conocer el proyecto piscícola que tenían en la comunidad. 24 estaques produciendo alevines y peces para el consumo y la venta. Desde luego quedé maravillado con la propuesta y les pregunté que por qué no replicaban la experiencia en otra parcela para que beneficiara a más familias. "Eso es lo que estamos buscando", me respondió don Héctor, el presidente de la junta. "Lo que sucede es que no hemos podido conseguir tierras para montar los estanques, pues la hectárea en esta región está a casi diez millones y la mayoría de la gente en este caserío son jornaleros sin un cuarto de tierra donde sembrar o montar algún proyecto productivo y los que la tenían la han perdido o se las han quitado".

No se habló más del asunto o, para más claridad, no quise seguir indagando sobre este tema. Sólo miraba esas inmensas llanuras de tierras llenas de ganado que rodeaban el caserío y se me llenaba la cabeza de interrogantes. ¿Cuánta sangre ha corrido en este valle para que sólo tres hacendados tengan confinadas a estas pobres familias? ¿Cuánto era el valor de la hectárea de tierra en esta región “antes de la violencia”? ¿Por qué no los han vuelto a desplazar? ¿Será acaso el miedo la principal estrategia del control social? ¿Cómo lograr la devolución de las tierras? ¿Será que algún día, como dice la canción, asomará un rastro de valentía que ponga coto a tanta infamia?

Luego de reponerme de esas lucubraciones le pregunté al presidente de la junta de acción comunal si alguna entidad les estaba ayudando para desarrollar el proyecto piscícola. "Sí, claro", respondió don Héctor. "En un principio fue el SENA, pero en la reunión que tuvimos en la alcaldía esta mañana ya varias instituciones se comprometieron a ayudarnos, siempre y cuando nosotros mismo consigamos la tierra. Por ejemplo: El SENA se comprometió a apoyar la parte técnica, Fedegán y el gremio de los bananeros también dijeron que apoyaban, y el Ejército se comprometió en aportar la maquinaria para abrir los estanques". Pensé para mis adentros: "Esto me huele a doctrina de acción integral".

Ya estaba oscureciendo y la barriga empezaba a silbar del hambre. Le pregunté al líder de los desplazados que cuáles eran los planes (una forma diplomática de preguntarle por la comida de la noche). Me dijo que tenía pendiente visitar la hacienda Veracruz que quedaba a diez minutos del caserío. No tuve ningún inconveniente de acompañarlo y como a las siete de la noche llegamos a la hacienda. Una casa grande con gran cantidad de patos y pavos. "¿Se encuentra don Euclides?", preguntó el líder. "Sí", respondió uno de los trabajadores que se encontraba reposando en una hamaca. "Atrás de la casa se encuentra".

Cuando llegamos donde se encontraba el señor Euclides, nos saludó muy amablemente y nos invitó a que conversáramos en el segundo piso de la casa, de donde se podría divisar la planicie de aquel hermoso valle. Yo no sabía de que íbamos hablar, pero la curiosidad me alentaba a incentivar el diálogo haciendo las preguntas más comunes de antesala al diálogo verdaderamente interesante: ¿Cómo van las cosas por aquí? ¿Se amaña usted por aquí? Está muy bonita la finca….

Con respuestas muy cortas me respondió, cuando fue interrumpido por el líder que le dijo: "éste es el señor de la Asociación Campesina de Antioquia, del que ya le había hablado".

"Ah", respondió don Euclides. "Lo que pasa es que a mí me secuestro las FARC hace varios años en esta misma hacienda y perdí 300 millones de pesos. Eso hace como diez años que por aquí pasaban todos los grupos. Mejor dicho, esta hacienda fue campamento tanto de la guerrilla como de los paramilitares. Yo he sido víctima de los dos grupos. La guerrilla me secuestró y los paracos me quitaron 150 cabezas de ganado y me hicieron vender una finca en Chigorodó de cien hectáreas, la tuve que regalar prácticamente. Por eso quería saber si esa platica se pude recuperar, pues aquí el amigo -refiriéndose al líder de desplazados- me dijo que ustedes ayudaban en este tipo de casos".

Le dije que la plata del secuestro estaba difícil de recuperar por varias razones. La primera era que se trataba de un secuestro económico, en cual no tenía objeto de reparación en el marco de la ley de víctimas, "pero si usted está dispuesto a iniciar una acción legal en contra de los paramilitares para recuperar la tierra en Chigorodó y las cabezas de ganado, lo pude hacer ante la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación". Don Euclides guardó silencio y luego respondió: "Yo ya estoy bastante viejo y veo las cosas muy complicadas, dejemos las cosas así".

"¿Quieren comer, señores?". "Bueno", contestamos el líder y yo. "Mientras tanto les sirvo un aguardientico para que sigamos conversando". "¿Cuántas hectáreas tiene esta finca?", le pregunté. "Esta finca es pequeña a comparación de la que administré en Bajirá. Ésta solo tiene 500 hectáreas que me las recorro en un día porque es muy plana. Y a mí no me queda difícil con la experiencia que tengo de administrar 600 reces. En Bajirá eran casi tres mil hectáreas y un poco más de tres mil cabezas de ganado, y sólo éramos ocho vaqueros". "¿Y de quién era esa finca?". "Del mismo dueño de ésta. Yo siempre he trabajado con el mismo patrón". Entre aguardiente y aguardiente seguimos la interesante conversación y, punto seguido, siguió don Euclides contando historias.

"En la época de la violencia estas tierras se pusieron muy baratas por aquí. El patrón mío compró varias fincas que colindaban con esta hacienda. Es que en ese entonces la hectárea se puso a huevo y hoy en día no rebaja de diez millones".

Llegó la comida. Y con el hambre que teníamos, más duró la señora en poner el plato en la mesa que nosotros en devorarlo. Nos tomamos el último aguardientico para despedirnos, con la promesa de encontrarnos de nuevo en Medellín y seguir hablando del tema. Y como dicen en mi tierra, “indio comido, indio ido”.

De regreso, me contaba Carlos, el líder de los desplazados, que esa hacienda se había extendido bastante con la compra de varias fincas aledañas. "Yo conozco a los Morenos desde que vivía en Frontino y han hecho mucho daño en esta región, le han quitado tierras a mucha gente, han hecho desplazar a mucho campesino para quedarse con sus parcelas. Los conozco porque son primos lejanos de mi familia. Fíjese que uno de ellos mandó a matar los dos hermanos para quedase con una herencia. Por esas cochinadas también han matado a algunos de ellos. La hacienda Veracruz, en donde comimos, también es propiedad de esta familia". "Ahora sí me quedó más clara la conversación con don Euclides, el mayordomo de la hacienda", le respondí.

Al regresar a la casa donde nos íbamos a hospedar nos encontramos con don Héctor, el presidente de la junta de acción comunal, y la señora de la casa, prima de Carlos, el líder. Les pregunté que cómo les había parecido la reunión de la tarde con las familias desplazadas y respondieron que muy buena. Que estaban muy interesados en la acción jurídica por el tema de restablecimiento, pues la situación de la mayoría de las familias era muy precaria y necesitaban proyectos colectivos para vincular a varias familias en la producción piscícola y en la siembra de pancoger. "Estamos de acuerdo", respondí.

Les dije que me gustaría realizar otra vista para seguir conversando sobre el asunto de las tierras y de paso les pregunté quién era la señora que me abordó cuando acabó la reunión para preguntarme de la posibilidad de recuperar unas tierras que según ella le habían hecho vender forzadamente. "¿La señora que estaba de vestido largo rojo?". "Sí, esa", les respondí. "Ella es la que andaba con don Benigno Díez recuperando las tierras, por eso no quiso hablarle en público, porque seguramente la daba miedo".

"¿Quién era el señor Benigno Díez?". "Pues el que estaba al frente del proceso de la recuperación de tierras de los campesinos aquí en Mutatá. Ella y otros que estuvieron en la reunión esta tarde recorrían con ese señor algunas de estas fincas para reclamarlas. Eso era hasta lo más de bonito ver a toda esa romería de campesinos por todas esas fincas encarando a todos esos terratenientes. Ese señor estaba armando un movimiento grande de recuperación de tierras. Don Benigno, que hasta muy bien parecido era, hacía reuniones en Apartadó y alegaba de frente con los que habían despojado de las tierras a los campesinos, hasta con la Policía discutía, diciéndoles que ellos también eran cómplices porque no hicieron nada para impedir el desplazamiento y el robo de las tierras".

"Qué señor tan verraco y con los pantalones bien puestos. Yo me hubiera cagado del miedo donde me hubiera tocado hablarles así a los militares. ¿Y qué se hizo don Benigno? Pues a ese señor lo mataron el año pasado en Apartadó, saliendo de una reunión. Cuando ya estaba montado en el bus, llegaron unos tipos y lo mataron a bala. Desde eso hace que la gente no volvió a reuniones ni volvió a hablar del asunto en público. ¿No ve que esa otra gente estaba toda puta con ese señor, dizque porque les pensaba quitar las tierras que ellos con tanto esfuerzo habían trabajado? ¡Habrase visto tanto cinismo! ¿No?".

"¿Y ahora quién esta al frente de todo el proceso de recuperación de tierras que estaba liderando don Benigno?". "Dicen que una señora de Apartadó, pero si es verdad, me parece muy verraca esa señora. Tiene una que tener las tetas muy bien puestas para atreverse a eso y más en estas condiciones. De todas formas tiene que haber alguien que lo haga, ya que nosotros todos no somos capaces".

No tuve la fortuna de conocer al señor Benigno Diez, pero si esta pequeña crónica sirve por lo menos para recordar su nombre, su heroica hazaña y muestra de dignidad, bienvenida sea para seguir creyendo que, en una sociedad con tanto miedo, aún hay un asomo de valentía.