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Crisis y contraofensiva imperialista de Estados Unidos en América Latina
Renán Vega Cantor / Viernes 30 de abril de 2010
 

"Para controlar a Venezuela es necesario ocupar militarmente a Colombia":
Paul Coverdale, Senador Republicano de los Estados Unidos, Primer ponente del Plan Colombia en el Senado de los Estados Unidos, 1998.

“Aunque muchos ciudadanos teman otro Vietnam, resulta necesario, porque Venezuela tiene petróleo. Venezuela tiene animadversión por Estados Unidos, éste debe intervenir en Colombia para dominar a Venezuela. Y puesto, que Ecuador también resulta vital, y los indios de allí son peligrosos, los Estados Unidos, también tienen que intervenir ese país. (…) Si mi país está librando una guerra civilizadora en el remoto Iraq, seguro estoy que también puede hacerlo en Colombia, y dominarla a ella y a sus vecinos: Venezuela y Ecuador”: Paul Coverdale, 10 de abril de 2000.

La vergonzosa entrega de la soberanía colombiana a los Estados Unidos, rubricada con el establecimiento de siete bases militares en nuestro territorio, hace parte de una estrategia más amplia de la primera potencia mundial por asegurarse el control de su patio trasero latinoamericano por las próximas décadas, en un momento en que su hegemonía mundial está seriamente resquebrajada. Dicha crisis de hegemonía se manifiesta en dos circunstancias complementarias: la crisis económica que los carcome desde dentro, y la derrota estratégica que sufre en Irak y en Afganistán, la cual se desarrolla en cámara lenta y se rubrica con la pretensión fallida de darle un vuelco a la situación con el envío de 30 mil soldados adicionales al frente de guerra afgano por parte de Barak Obama, flamante Premio Nobel de la Paz, (sic). Sin embargo, para contrarrestar esa perdida de hegemonía en el mundo, Estados Unidos refuerza su intromisión en América Latina, donde lleva a cabo una contraofensiva, como lo sustentamos en este artículo.

1. Estados Unidos: la crisis interna se acentúa

En los últimos meses se ha convertido en un pasatiempo popular, practicado por los principales voceros del capitalismo a nivel mundial, anunciar el fin de la recesión y el comienzo de una imparable recuperación. Estos vaticinios poco tienen que ver con la realidad del capitalismo actual, como se demuestra al evocar la magnitud de la crisis económica en los Estados Unidos, la cual se ha prolongado más allá de lo previsto por los analistas del establecimiento. En efecto, y este es el primer elemento a destacar, la crisis ya lleva más de dos años, si recordamos que se inició en junio del 2007 cuando se declararon en quiebra algunos fondos especulativos en los Estados Unidos y se constató que el Brea Sterms, el tercer banco en importancia de ese país, se encontraba en serias dificultades. Ese fue el comienzo cronológico, en el corto plazo, de la actual crisis económica y financiera en Estados Unidos, que de manera inmediata repercutió en el resto del mundo.

A pesar de la política de salvataje financiero y empresarial, impulsada por las administraciones Bush y Obama, la crisis no ha podido ser superada y antes por el contrario se ha inflado una nueva burbuja especulativa, la del dinero del salvataje, que está creciendo de manera vertiginosa, y que es muy probable que estalle en el momento menos pensado. A la par, han continuado las quiebras de entidades financieras, lo que ha originado fusiones y adquisiciones bancarias que han concentrado aun más al sector financiero, típico por lo demás de la lógica capitalista que se expresa en las máximas “el pez grande se come al chico” y “sálvese quien pueda”. Así, desde comienzos del 2009 se anunció que tres bancos de los Estados Unidos, Bank of America, Wells Fargo y PNC Financial Services Group adquirieron a sus antiguos competidores Merrill Lynch, Wachovia y National City respectivamente. De esta manera, estos bancos aumentaron sus activos y el número de sus oficinas en todo el país y, como no podía faltar, estas fusiones ocasionaron miles de trabajadores despedidos.

Como suele suceder en el capitalismo, el peso de la crisis recae sobre los sectores más pobres y sobre los trabajadores, como se evidencia con los efectos más negativos de la actual recesión. Así, el número de personas sin techo (homeless) ha aumentado en el último año, incorporando ahora a una mayor cantidad de familias jóvenes que no ha podido cumplir con los pagos de las hipotecas. En todo Estados Unidos aumentó en un 10 por ciento el porcentaje de homeless, pero en algunas regiones de ese país creció hasta un 56 por ciento. Así mismo, como consecuencia de la crisis, en el 2010 unos ocho millones de niños alcanzarán el estado de extrema pobreza y aumentarán los suicidios y acciones delincuenciales de que serán victimas o protagonistas esos infantes. La situación de los más pobres ya es tan precaria que Ruby Takanashi, presidenta de la Fundación para el Desarrollo del Niño, ha afirmado que "actualmente, los niños son una especie amenazada en la sociedad estadounidense". Así mismo, todos los días se hunden literalmente en la pobreza miles de estadounidenses al quedar desempleados y perder en forma automática su cobertura médica. Los datos son indicativos, puesto que cada semana en la Florida pierden esa cobertura médica 3.500 personas, en Nueva York 2500, en Georgia 1600 y en Michigan unas 1000.

En el mismo sentido negativo para los trabajadores, la tasa de desempleo alcanzó el 10.2 por ciento en el mes octubre de 2009, la cifra más elevada de los últimos 27 años, sólo superado por el 10,8 al que subió el desempleo en el invierno de 1982. De igual forma, se alcanzaron los máximos históricos en el tiempo que tarda un desempleado en reengancharse, que ahora es de siete meses y medio. Si hablamos de un desempleo del 10 por ciento, de una fuerza laboral compuesta por 154 millones de personas, existen un poco más de 15 millones de personas desocupadas. Esta cifra adquiere mayor relieve si se compara con la de 7 millones y medio de desempleados existentes en diciembre de 2007. Por supuesto, quienes mantienen su empleo o los que luego de varios meses consiguen algún trabajo, deben soportar la precarización laboral, esto es, peores salarios, e intensidad laboral más severa, como se evidencia en el incremento en el número de horas por hombre/mujer ocupados: en noviembre de 2009 los trabajadores laboraron un 5 por ciento más de horas semanales con respecto al mismo mes de 2007.

Como expresión macroeconómica de todos los aspectos mencionados, el déficit presupuestario del gobierno de los Estados Unidos alcanzó el record histórico de 1400 billones de dólares, acentuado tanto por la caída en la recaudación de impuestos (los ingresos gubernamentales cayeron en un 16,6 por ciento en el 2009 con respecto al año anterior) como por el gasto colosal de la administración para estabilizar el sistema financiero, salvar bancos y empresas y estimular la economía interna, lo que incrementó en un 18,2 por ciento esos gastos. La caída en los ingresos se explica por el aumento del desempleo, por la reducción de los salarios, y por una política tributaria laxa con los capitalistas y los especuladores.

Literalmente, hay regiones de los Estados Unidos que se han hundido en la tercermundización, si por ello se entiende que los Estados federales no cuentan con recursos para garantizar el funcionamiento del aparato burocrático, ni pagar al personal administrativo, y han tenido que cerrar escuelas, hospitales y abandonar obras de infraestructura, todo lo cual ha aumentado la pobreza. El caso más emblemático, aunque no el único, es el del Estado de California, catalogado como la octava economía del mundo y visto siempre como una de las joyas de la corona de los Estados Unidos. En el año 2009 entró en quiebra ante la drástica reducción de sus ingresos fiscales, y para poder conseguir recursos anunció la venta y/o arrendamiento de plazas y parques públicos, y el gobernador Arnold Schwarzenegger, el antiguo Terminator, decidió disminuir los sueldos de los empleados públicos, de los maestros, de los policías y de los bomberos, pero ni aun así les pudo pagar a tiempo.

Adicionalmente, el gobierno estatal de California decidió, previo acuerdo con el Congreso, disminuir en 14 mil millones de dólares su presupuesto y los recortes se aplicaron en los servicios destinados a los pobres, a los ancianos y a los discapacitados. Así mismo, se aprobó conceder tres días mensuales de vacaciones extras y sin pago alguno a los funcionarios estatales, para disminuir gastos. Incluso, se habló de liberar 27 mil presos y de cerrar algunas cárceles. Se ha dado el caso que grupos de ciudadanos de ese Estado han propuesto la legalización de la marihuana, medida que reportaría ingresos al fisco de ese Estado. Para impulsar esa legalización se ha hecho un comercial de televisión, que es defendido por su protagonista en estos términos: “El gobernador ignora a miles de californianos que quieren pagar más tasas. Somos consumidores de marihuana y los impuestos derivados de su legalización podrían pagar el salario de 20.000 profesores”. En cuanto a los niños, ya son los más afectados porque en California se ha anunciado que al año escolar se le recortará una semana, con la perspectiva de ahorrar 5300 millones de dólares en los rubros de docentes y mantenimiento de los centros educativos.

Por todos los elementos mencionados de manera panorámica, las perspectivas inmediatas de recuperación de la economía estadounidense son poco halagüeñas, en la lógica misma del sistema capitalista, esto es de una economía que funciona a partir de la capacidad de compra de la población para que se vendan las mercancías producidas, lo que sólo se garantiza si una porción significativa tiene empleo para poder consumir a granel y esto estimula el funcionamiento de la producción capitalista, aunque no sea en los Estados Unidos, que ya produce muy pocas cosas, sino en el exterior, en las mal llamadas economías emergentes, principalmente en China. Al respecto, es bueno recordar que hasta hace pocos meses el consumo interno en Estados Unidos originaba el 60 por ciento del crecimiento de la economía mundial, estando lo primero basado en el endeudamiento de las familias estadounidenses. La pregunta central que se deriva de ello es esta: ¿Quién en estos momentos puede sustituir a los voraces consumidores de Estados Unidos, cuando aumenta su desempleo y caen los salarios reales de los trabajadores ocupados y ya no hay perspectivas consistentes de proseguir con el endeudamiento forzado por la quiebra del sistema hipotecario?

2. Contraofensiva imperialista

En la historia de los Estados Unidos en particular y de los países imperialistas en general, no es la primera vez que la crisis interna que soporta el sistema intente ser paliada en el exterior y mediante la guerra. Eso es lo que sucede hoy en diversos lugares del mundo: en Iraq y Afganistán, donde la presencia de los Estados Unidos cumple varios años, y en el último país se acentúa la presencia militar del imperialismo estadounidense, a pesar de la derrota estratégica que soporta en estos momentos; en otros lugares del oriente próximo, en los cuales con intermediación israelita masacra a palestinos y amenaza con desencadenar una agresión contra Irán, que ya algunos propagandistas del estado sionista anuncian para mediados de 2010; en América Latina, donde el golpe en Honduras, el establecimiento de bases militares en Colombia y Panamá, la reactivación de la Cuarta Flota y la guerra de cuarta generación hacen parte de una estrategia de control de su patio trasero.

Esa estrategia bélica se manifiesta de manera directa en el terreno económico, puesto que el presupuesto militar de Estados Unidos correspondiente al 2010 ha sido el más alto de toda su historia, con un monto de 680 mil millones de dólares, una cifra superior a todo el gasto militar del resto del mundo. Este dato adquiere sentido si se compara con el presupuesto militar de Estados Unidos en el 2000, cuando fue de 280 mil millones de dólares, lo que indica un crecimiento de más del cien por ciento en menos de una década. Al mismo tiempo, el anuncio reciente de enviar otros 30 mil soldados a Afganistán representa un costo adicional de un millón de dólares anual por cada soldado enviado al frente. Los que se frotan las manos con estos gastos son los industriales de la guerra, los empresarios del petróleo y de diversos sectores económicos que ven un gran negocio, y un salvavidas interno, en azuzar la guerra fuera de las fronteras de los Estados Unidos. En este contexto, examinemos de forma sucinta la situación de nuestro continente.

A. La importancia geoeconómica y geopolítica de América Latina

A la par de la crisis económica y financiera, Estados Unidos, así como el conjunto de grandes potencias capitalistas, viejas y nuevas, soporta otra crisis paralela, que tiene un condicionamiento material directo: el agotamiento de los recursos y la energía que han posibilitado el actual nivel de opulencia y despilfarro que se vive en los países capitalistas centrales.

Esto es un resultado apenas elemental de la expansión mundial del capitalismo en las dos últimas décadas, lo cual ha venido acompañado de sus formas de producción y consumo, que requieren de cantidades ingentes de recursos y energía, indispensables para producir autos, computadores, celulares, generalizar la comida chatarra y garantizar la permanente innovación tecnológica. En términos globales, Estados Unidos, que tiene sólo el 5 por ciento de la población del mundo, consume el 30 por ciento de petróleo y el 25 por ciento de todos los recursos no renovables, que van desde la A, de alumina, hasta la Z, de Zinc.

Recientes estudios del Mineral Information Institute, citados por el investigador mexicano John Saxe-Fernández, presentan información detallada sobre los problemas de autosuficiencia por parte de Estados Unidos en materiales prioritarios, que se encuentran en el exterior. Por ejemplo, depende del ciento por ciento del arsénico, columbo, grafito, manganeso, mica, estroncio, talantium, y ttrium; del 99 por ciento, de la bauxita y alúmina; del 98 por ciento de piedras preciosas; del 95 por ciento de diamantes industriales y asbestos; del 94 por ciento del tungsteno; del 91 por ciento del grupo de metales del platino; del 84 por ciento del estaño; del 79 por ciento del cobalto; del 75 por ciento del cromo; del 66 por ciento del níquel; del 88 por ciento del flúor; del 86 por ciento de tántalo; del 82 por ciento de barita; del 74 por ciento de potasio; del 62 por ciento de antimonio; del 50 por ciento de cadmio. A esto debe agregarse la dependencia de petróleo y gas natural, ya que Estados Unidos necesita traer del exterior más de la mitad de los hidrocarburos que en este momento consume.

Esto explica que se libre hoy una brutal, y no declarada, guerra mundial por el control de los recursos que aun le quedan a nuestro planeta, en el que participan como protagonistas principales Estados Unidos, China, Alemania, Francia, Japón y Rusia, entre las potencias principales.

Las declaraciones de políticos, militares y empresarios de los Estados Unidos sirven para sopesar la magnitud de la guerra por el control de los recursos. Sólo a manera de ilustración citemos a algunos de ellos. Según Spencer Abraham, uno de los Secretarios de Energía del gobierno de Bush, su país "enfrenta una crisis de suministro de energía mayor durante las próximas dos décadas. El fracaso para encarar este desafío amenazará la prosperidad económica de nuestra nación, comprometerá nuestra seguridad nacional y literalmente alterará la forma en que nosotros llevamos nuestras vidas".

Por su parte, Ralph Peters, Mayor retirado del Ejército de los Estados Unidos, afirmó en Armed Forces Journal, (una revista mensual para oficiales y dirigentes de la comunidad militar de USA.) en agosto de 2006: “No habrá paz. En cualquier momento dado durante el resto de nuestras vidas, habrá múltiples conflictos en formas mutantes en todo el globo. Los conflictos violentos dominarán los titulares, pero las luchas culturales y económicas serán más constantes y, en última instancia, más decisivas. El rol de facto de las fuerzas armadas de USA será mantener la seguridad del mundo para nuestra economía y que se mantenga abierta a nuestro ataque cultural. Con esos objetivos, mataremos una cantidad considerable de gente”.

En el escenario de esa guerra mundial por los recursos, uno de los principales campos de batalla, aparte del oriente medio, es América Latina, que tradicionalmente ha sido dominado por los Estados Unidos y que hoy adquiere una renovada importancia porque suministra el 25 por ciento de todos los recursos naturales y energéticos que necesita el imperio del norte. Además, los pueblos de la América latina y caribeña habitan un territorio en el que se encuentra el 25 por ciento de los bosques y el 40 por ciento de la biodiversidad del globo. Casi un tercio de las reservas mundiales de cobre, bauxita y plata son parte de sus riquezas, y guarda en sus entrañas el 27 por ciento del carbón, el 24 por ciento del petróleo, el 8 por ciento del gas y el 5 por ciento del uranio. Y sus cuencas acuíferas contienen el 35 por ciento de la potencia hidroenergética mundial.

En cuanto a petróleo y gas se refiere, México cuenta con un potencial de petróleo, extraíble con la tecnología vigente, hasta el año 2012; Venezuela tiene 30 años de reservas para seguir explotando, pero posee petróleo asfáltico, lo cual aumenta sus reservas; Bolivia tiene importantes recursos de gas, 27 trillones de pies cúbicos, que alcanzaría para exportar hasta el 2024; además, pueden existir grandes reservas de hidrocarburos en Guatemala, Costa Rica y Ecuador, entre otros países de la región.

En lo que respecta a la Amazonía, la selva más biodiversa de la tierra, con una extensión de 7 millones 160 mil kilómetros cuadrados, alberga la mayor extensión de bosques tropicales del planeta (56 por ciento) y posee una gran variedad biológica de ecosistemas, especies y recursos genéticos. Allí se encuentra un millón y medio de especies conocidas y se estima que puede albergar más de diez millones, Un somero inventario indica la presencia de 50.000 variedades de mamíferos; 20.000 de reptiles, anfibios y aves; 21.000 de peces; 140.000 de vertebrados; 90.000 de invertebrados y artrópodos; 90.000 de plantas inferiores; 270.000 de plantas superiores y 55.000 de microorganismos. Por el Amazonas y sus más de 7.000 tributarios corren 6.000 billones de metros cúbicos de agua por segundo. Adicionalmente, es la zona que más oxígeno provee (40 por ciento del oxígeno del mundo) y la que absorbe una mayor cantidad de carbono, en razón de lo cual, y con sobrados meritos, se le denomina el “pulmón del planeta”.

Con estos datos queda claro que América Latina no es poca cosa en la lucha mundial por los recursos y de ahí la prioridad estratégica de los Estados Unidos por asegurarse su control, cosa que hoy se ha tornado algo complicada por la emergencia de ciertos gobiernos nacionalistas, que configuran lo que los ideólogos de Washington denominan el “eje del mal”, o “el arco de la inestabilidad regional”.

Para reafirmar la importancia de América Latina para el decadente imperialismo estadounidense, valga señalar que en el documento Santafé IV, publicado en el 2000 y soporte doctrinario de George Bush junior, se sostiene que “el hemisferio ha sido bendecido con recursos naturales y un clima que lo convierte en un paraíso único y virtual para quienes usen sabiamente tales recursos”. Por su parte, el antiguo Secretario de Estado, Colin Powell, a propósito del ALCA sostuvo: “Nuestro objetivo es garantizar para las empresas estadounidenses el control de un territorio que se extiende desde el Ártico hasta la Antártica y el libre acceso sin ninguna clase de obstáculo de nuestros productos, servicios, tecnologías y capitales por todo el hemisferio”.


B. “Nuevos” golpes de Estado: el caso de Honduras

En su proyecto de asegurarse el control de esta vasta zona del planeta, rica en recursos, agua y biodiversidad, el decadente imperialismo estadounidense no ha dudado en acudir a todo tipo de acciones, para mantener su dominio en la región. En los últimos tiempos, y con independencia del partido que gobierne en Estados Unidos, el imperialismo ha decidido revertir la correlación de fuerzas desfavorable y para eso ha impulsado la desestabilización y, si es el caso, el derrocamiento de aquellos gobiernos que no sean proclives a sus intereses o que desempeñen algún papel medianamente independiente. El ejemplo actual más emblemático es el de Honduras, donde el 28 de junio de 2009 se efectuó un golpe de estado militar, aunque con careta civil, que ha sido respaldado por el gobierno de Barack Obama.

Este golpe de Estado puede denominarse como la implementación en nuestra América del “modelo afgano”, ilustrado por la forma burda como ha sido elegido y reelegido el títere yanqui Hamid Karsai, cuyo respaldo fundamental y único lo proporcionan las fuerzas de ocupación, junto con unas cuantas fracciones de los llamados “señores de la guerra”.

En América Latina antes de Honduras en el 2002 se intentó, sin éxito, efectuar un golpe de Estado similar en Venezuela, que fue un rotundo fracaso. En Haití en el 2004 se realizó un golpe de Estado, cuando fue derrocado, por una coalición de los sectores más retrógrados de ese país, manejada y financiada por Francia y Estados Unidos y vergonzosamente avalada por fuerzas de ocupación de la ONU, el presidente constitucional Jean Bertrand Aristide, que fue expatriado por la fuerza y conducido a África. En este sentido, lo sucedido en Honduras no es muy nuevo, sino que es el hecho más reciente y ha contado con una mayor difusión y rechazo, debido en gran medida a la labor de denuncia y oposición interna y la repulsa de la casi totalidad de los países de América Latina.

En términos estratégicos, lo sucedido en Honduras ha significado un golpe a La Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y al proyecto boliviariano, encabezado por Venezuela, y ha sido una advertencia para todos los gobiernos de la región, en el sentido que si no se pliegan a las disposiciones imperialistas de los Estados Unidos y sus empresas, en el futuro inmediato van a correr la misma suerte del presidente Zelaya.

En el golpe de Honduras han confluido un cúmulo muy diverso de circunstancias, que pone de presente lo que está en juego: impedir, como ya se dijo, la consolidación del ALBA; revertir la negativa del gobierno de Zelaya de privatizar la empresa Hondutel y cederla a capital transnacional; echarle tierra a la pretensión de Zelaya de suprimir la base militar estadounidense de Palmerola para convertirla en la sede del aeropuerto principal de Tegucigalpa; suprimir el acuerdo firmado con Cuba, encaminado a comprarle medicamentos genéricos a bajo precio, lo que enfureció a las multinacionales farmacéuticas que terminaron respaldando el golpe.

Estados Unidos estaba interesado en sacar a Zelaya, y su derrocamiento se hizo con la participación de sus mandos políticos y militares, si se tiene en cuenta que el ejercito hondureño ha sido incondicional a aquel país desde hace décadas y el Comando Sur estadounidense en forma periódica realiza ejercicios con el ejercito hondureño y los cuerpos de elite de este último han sido formados y entrenados por la CIA y el FBI y comparten sus tradicionales valores anticomunistas y antipopulares.

El golpe de Honduras deja una cosa clara: al margen de la retórica seudo democratera del Premio Nobel de la Paz (sic), Estados Unidos retoma de manera directa su vieja práctica de apoyar a los regimenes más autoritarios y antipopulares, con tal que le sean incondicionales. Y en esto, pese a su crisis de hegemonía en el terreno mundial, lo que está haciendo Estados Unidos es aferrarse con más fuerza al control de su patio trasero y advertir a todos los gobiernos nacionalistas de la región sobre lo que les espera si no se someten a sus intereses y que no dudara en utilizar los medios que sean necesarios para alcanzar sus objetivos, incluyendo el uso directo de la fuerza.

Mediante una política de desgaste, Estados Unidos dio su apoyo tácito, aunque tuviera un discurso de aparente rechazo, a los golpistas hasta llegar a legitimarlos en unas elecciones amañadas y espurias que se realizaron a finales de noviembre de 2009, lo cual contó además con el respaldo vergonzoso de los gobiernos más abyectos de la región, como los de Colombia, Perú, Panamá y Costa Rica.

Como para que no queden dudas de las fuerzas internacionales que respaldan el golpe en Honduras, baste mencionar que empresarios estadounidenses anunciaron, a través de Lloyd Davidson, un asesor de empresas en materia tecnológica, que "remover a Zelaya fue lo correcto porque con él no habría futuro". En la misma dirección se expresaron los senadores republicanos que aplaudieron la decisión del gobierno de Obama de reconocer las elecciones del 29 de noviembre que, con lo cual se legitimaba el golpe.

C. Las bases militares

Como parte de la guerra mundial por los recursos, Estados Unidos ha decidido reforzar su presencia militar en América Latina, y para ello ha implementado diversas medidas, en las cuales se destacan el impulso a la IV Flota para reposicionarse en los océanos del continente, la realización de maniobras conjuntas con ejércitos de la región, y, sobre todo, el establecimiento de bases militares, como se ha hecho oficialmente en Colombia, y se proyecta hacer también en Panamá.

Este último hecho es de tal relieve que nunca antes un territorio sudamericano había alcanzado tal grado de ingerencia militar de los Estados Unidos, ni siquiera en plena Guerra Fría, en la segunda mitad del siglo XX. Pero esa presencia militar también es indirecta mediante el procedimiento de armar y sostener al incondicional régimen colombiano, para replicar el papel que Israel desempeña en el Oriente Medio. En América Latina se combina una doble estrategia militar: de un lado, obtener bases para efectuar operaciones militares de gran calado que permitan el control territorial de todo el continente latinoamericano y el despliegue rápido hasta Cabo de Hornos, disponiendo de la utilización de lo más avanzado en tecnología bélica (como aviones no tripulados, radares de gran alcance, sistemas satelitales de espionaje, etc.); de otra lado, el no usar las bases militares como en el pasado, con una gran presencia de tropas propias, sino acudir a los ejércitos locales (v. g. el colombiano) y a grupos de mercenarios y asesinos a sueldo, bautizados con el inocente apelativo de “contratistas”. Eso ha quedado claramente establecido en una de las cláusulas del vergonzoso acuerdo que firmó el ilegal régimen uribista con sus amos estadounidenses el 30 de octubre de 2009, en el cual se les concede impunidad absoluta a los militares y mercenarios militares y administrativos que se desplieguen por el territorio colombiano (artículo VIII).

Con ese pacto, aparte de haber endosado por completo la soberanía territorial de Colombia a los Estados Unidos, se ha establecido en la práctica un protectorado militar por medio del cual “las autoridades de Colombia, sin cobro de alquiler ni costos parecidos, permitirán a Estados Unidos el acceso y uso de las instalaciones y ubicaciones convenidas” (artículo IV), junto con el empleo de los aeropuertos del país, sin que las aeronaves y los buques de Estados Unidos tengan que pagar tarifa alguna y “no se someterán a abordaje e inspección” (artículo VI).

Por supuesto, que la conversión de Colombia en el portaaviones terrestre de los Estados Unidos le concede un inusitado dominio militar sobre todo el continente latinoamericano e incluso con posibilidades reales de llegar hasta el occidente de África, si no se peca de la pretendida ingenuidad que muestra el gobierno de Obama, los voceros del régimen uribista y los testaferros intelectuales, académicos y periodísticos del imperialismo, que nos han querido vender la idea que las bases se han establecido en beneficio del todo el continente y con el pretexto de enfrentar el narcotráfico y el movimiento insurgente. Aunque a este último en efecto se le va a combatir, no se pone en marcha operaciones de tal magnitud ni se invierten tantos dólares (en la base de Palenquero el presupuesto de Estados Unidos para el 2010 consagró 46 millones de dólares para remodelarla y adecuarla a las necesidades del ejército yanqui) solo para un asunto puramente doméstico en Colombia. El objetivo es otro: se trata de contar con un dispositivo que permita acceder a territorios estratégicos en donde hay recursos (como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Paraguay, la selva amazónica, entre otros). Esto lo reconoce sin tapujos un documento de la fuerza aérea de los Estados Unidos, fechado en mayo de 2009, en el cual se dice que con la base de Palenquero se busca “mejorar la capacidad de Estados Unidos para responder rápidamente a una crisis y asegurar el acceso regional y la presencia estadounidense” para garantizar “el acceso a todo el continente de Suramérica con la excepción de Cabo de Hornos”. Con esto, se tendrá “una oportunidad única para las operaciones de espectro completo en una sub-región crítica en nuestro hemisferio, donde la seguridad y estabilidad están bajo amenaza constante de las insurgencias terroristas financiadas por el narcotráfico, los gobiernos anti-estadounidenses, la pobreza endémica y los frecuentes desastres naturales”.

Esto simplemente confirma lo dicho por el Comando Sur del Pentágono con relación a Venezuela en el 2007: “Tres naciones, Canadá, México y Venezuela, forman parte del grupo de los cuatro principales suministradores de energía a EEUU, los tres localizados dentro del hemisferio occidental. De acuerdo con la Coalition for Affordable and Reliable Energy, en las próximas dos décadas Estados Unidos requerirá 31 por ciento más producción de petróleo y 62 por ciento más de gas natural, y América Latina se está transformando en un líder mundial energético con sus vastas reservas petroleras y de producción de gas y petróleo”.

D. La guerra contra Venezuela empezó hace tiempo, es de “cuarta generación”

Con todos los elementos antes señalados en este ensayo, no es difícil concluir que el objetivo prioritario de los Estados Unidos es Venezuela porque reúne dos condiciones tentadoras: poseer una de las mayores reservas de petróleo del mundo y contar con un gobierno díscolo, que ha demostrado tener una política nacionalista y fuertemente antiimperialista, como se demuestra, entre otros hechos, con su papel en el renacimiento de la OPEP, su postura crítica ante los crímenes del Estado de Israel (como aconteció con la criminal acción de “plomo fundido”, a fines del 2008 y comienzos del 2009), su impulso al ALBA, su protagonismo en la configuración de UNASUR, su política de solidaridad petrolera con diversos países y su acercamiento a Cuba.

En contra de los lugares comunes, que se han tornado dominantes en Colombia, sobre el supuesto peligro que representa Venezuela para la paz regional y como el principal impulsor del rearme en Sudamérica, debe decirse que el verdadero peligro lo representa el régimen uribista o, para ser más exactos, los Estados Unidos que son el titiritero mayor que operan a través de su marioneta colombiana. Los datos más elementales lo ponen de presente: Colombia es hoy por hoy uno de los tres países más militarizados del mundo, junto con Israel y Burundi; el PIB destinado a la guerra por el régimen uribista asciende al 6.8 por ciento, mientras que el de Venezuela es del 1,2 por ciento; en Colombia se consume casi el 15% del presupuesto en gasto militar, mientras que en Venezuela es el 4%; el ejército que más ha crecido en el continente es el de Colombia que, junto con el de Brasil, en el más grande de toda la región; el único país sudamericano que en las últimas décadas ha lanzado un ataque militar contra otro es Colombia, en marzo de 2008 cuando fue atacado Ecuador y fueron asesinadas 26 personas, entre ellas un ecuatoriano, cuatro mejicanos y 21 colombianos, en una acción en la que, como lo acaba de comprobar una comisión ecuatoriana, participó Estados Unidos desde la base de Manta.

Pero no solo se trata de constatar el verdadero peligro para la estabilidad regional, sino añadir que la guerra no se va a librar en un futuro inmediato, pues ya se está llevando a cabo desde hace varios años, contra Venezuela. Porque no estamos hablando de una guerra convencional, a la cual puede llegarse, es una posibilidad que no puede descartarse, sino de otro tipo de guerra, lo que los teóricos militares de los Estados Unidos han denominado guerra de cuarta generación. Este tipo de guerra, no convencional, se viene implementando por lo menos desde el 2002 contra el gobierno de Hugo Chávez, si tomamos como punto de partida el fallido golpe de Estado de abril de ese año. Luego hay que considerar todo el despliegue propio de este tipo de guerra, en la que se recurre a las acciones de baja intensidad, al saboteo permanente, a la guerra mediática, al desprestigio sistemático del gobierno bolivariano, entre otras estrategias.

El término guerra de cuarta generación se empezó a usar en 1989, cuando William Lind, junto con cuatro oficiales del Ejército y del Cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos, publicó un documento con el título: “El rostro cambiante de la guerra: hacia la cuarta generación”. La esencia de esta doctrina militar, y del tipo de guerra que se libra en la práctica, es la de desarrollar una confrontación irregular nunca declarada de manera oficial, de tipo contrainsurgente, en la que se combina la acción de grupos operativos descentralizados, expertos en contrainsurgencia, con la acción de grupos irregulares de tipo paramilitar, en acciones de sabotaje y de desgaste. Estas acciones se complementan con la guerra mediática y sicológica, impulsada por grandes grupos de propaganda (como CNN, a nivel mundial, y RCN Y CARACOL, a escala local en Colombia, o los canales privados en la misma Venezuela). La manipulación informativa, las mentiras programadas y la desinformación son parte fundamental de los dispositivos de la guerra de cuarta generación. También como parte de esta guerra se libra una ofensiva diplomática, en la que también se acude a la mentira y a la desinformación, como lo hace hoy el gobierno de los Estados Unidos y el de Colombia con Venezuela, propalando calumnias como aquella que el principal peligro para la seguridad del continente es el gobierno de Chávez que habría convertido a su país en un santuario del narcotráfico y del terrorismo y es una dictadura que cierra los medios de comunicación y limita la libertad de expresión.

En conclusión, en este tipo de guerra irregular y no reconocida, similar a la que desplegó Estados Unidos contra Nicaragua en la década de 1980, el imperialismo del norte se vale de uno de sus testaferros locales, el abyecto gobierno uribista, partiendo del supuesto “divide y vencerás” y contando con el apoyo incondicional de la oligarquía colombiana, que aspira a ganar unas cuantas migajas por su incondicional postración, entre ellas la aprobación de un Tratado de Libre Comercio, el cual viene añorando desde hace algunos años, así como el reforzamiento de su modelo rentista primario exportador ligado en forma prioritaria a empresas multinacionales de Estados Unidos. Por supuesto, el elemento esencial que explica la guerra contra Venezuela, agenciada por la oligarquía colombiana, está referido al odio y miedo que suscita la revolución bolivariana al imperialismo estadounidense y a sus corifeos, por proponer la necesidad de construir un modelo diferente de organización social, en la cual se reivindica la redistribución de la riqueza, el mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la población y esboza otro tipo de relaciones internacionales y un manejo soberano de sus recursos naturales.

Por lo demás, en lo que es típico de la guerra de baja intensidad, el régimen uribista de victimario y agresor que es se muestra como la victima que sufre los embates de los que son presentados como enemigos de la nación colombiana, pretendidamente representada por los vendepatrias más viles que hemos tenido en nuestra trágica historia de dependencia. Estos acaban de entregar, de manera abyecta, en bandeja de plata a los Estados Unidos la poca soberanía que nos quedaba, para convertirnos, como Puerto Rico, en otro Estado libre asociado, un eufemismo para referirse a una nueva forma de colonialismo, al que hemos regresado dos siglos después de la proclamación de nuestra primera independencia de España. Razón de sobra tenía José Martí cuando afirmó que nuestro continente necesitaba una segunda independencia y que Bolívar tenía todavía mucho que hacer en estas tierras.


E. Conclusión

Que el régimen uribista haya convertido a Colombia en una quinta columna de la dominación imperialista de los Estados Unidos, lo cual se expresa en la entrega de nuestra soberanía territorial y en la cesión de nuestros principales recursos económicos a empresas multinacionales, no sólo es una afrenta sino un hecho que va en contravía de los procesos nacionalistas que se desarrollan en diversos lugares de América Latina, como Venezuela, Bolivia y Ecuador. Pero esto no es ni mucho menos una fatalidad ni algo irreversible, porque eso genera nuevas condiciones para retomar en Colombia un proceso de independencia nacional y de recuperación de nuestra soberanía por parte de todos aquellos que no aceptamos convertirnos en un protectorado yanqui, al estilo de Puerto Rico, y que nos negamos a ser sometidos a la brutalidad de los “morfinómanos rubios”, como hace décadas denominó Augusto César Sandino a los invasores estadounidenses.

En esta dirección, la renovada dominación imperialista en Colombia se convierte en una oportunidad para recuperar un sentimiento de identidad nacional antiimperialista en defensa de nuestro territorio y de nuestros recursos, en concordancia con la lucha que se debe librar en forma paralela contra el capitalismo gansteril que se ha implantado en nuestro suelo. Dicho capitalismo narcotraqueto, que es apoyado también por el poder imperialista, ha dejado miles de muertos, desaparecidos, desterrados, exiliados y presos y ha aumentado la miseria, la desigualdad de la población colombiana. En contravía, es necesario seguir buscando la construcción de otro tipo de país, que se hermane, como hace doscientos años, con los otros países de la región que ahora buscan otro destino, independiente, justo y soberano, tal y como lo soñaron Simón Bolívar, José Martí, Francisco Morazán y el Che Guevara.