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Bicentenario de los pueblos del nororiente colombiano
La rebelión de los libros y el cine
A mi abuela Amanda le gusta contar historias de otros tiempos. Ella dice que son ciertas, aunque me cuesta creerlas... [Mi abuela Amanda]
Nelly Castro / Martes 13 de julio de 2010
 

A lomo de chalupa viajaron los libros a los pueblos del Magdalena Medio, después de una nutrida negociación con la biblioteca. Encajados en los estantes estaban palideciendo, su voz se hacía ya desconocida; entonces, decidieron tomarse los parques de la ribera para deleitar a grandes y chicos con sus fantasías.

Los libros contaron y contaron historias de esas que ya poco se cuentan, porque se olvidaron, o porque en un descuido se quedó la imaginación en un lugar in imaginado en donde ni siquiera entra la curiosidad. O simplemente, porque ya no queremos contar a otros lo que en algún momento nos contaron a nosotros.

A pesar de las inclemencias del tiempo se logró llegar con la lectura a los habitantes de Puerto Wilches, San Pablo y Cantagallo, en la semana del 2 al 9 de Julio, intentando hacer una réplica de lo que se está convirtiendo en Yondó un espacio de deleite a través del cual la gente se está acercando al libro.

Más que la sensación de la brisa acariciando las mejillas y enredando el cabello, queda la satisfacción de ver y sentir a niños y adultos felices de tener en sus manos un libro; tocándolo, sintiendo su olor, saboreando sus fantasías, e imaginando quizás reinos inexistentes. Porque es simplemente delicioso disfrutar de una buena lectura bajo la sombra de enorme árbol a las tres de la tarde en cálido pueblo.

Los niños, los adultos, los viejos, los policías y las vendedoras eran un solo grupo de niños jugando a las adivinanzas y recibiendo dulces como premio por sus aciertos, mientras el agua corría a toda prisa río arriba para no perderse la fiesta de los libros como dijera Camila; una niña de cuatro años que no se pierde la presencia de un libro.

Y que mejor excusa que la de empezar la noche con una buena película de las que proyectan los de la pizarra al calor de un canelazo. Así fue, pelaos y viejos se gozaron las noches bicententenarias y recordaron episodios de las batallas y las guerras que dieron origen a muchas independencias, y también conversaron un poco... y cada noche en un pueblo distinto quedaba flotando en el ambiente una sensación de agrado por la presencia de un libro y una proyección cinematográfica en el parque, lugar que hasta entonces solo se habría contemplado como el espacio para estar o para los vendedores ambulantes, o, para muchas otras cosas menos para la lectura y el cine. Aunque es posible también que el río se haya convertido en el mejor de los libros con muchas historias para contar, solo que los ribereños quizás no se atreven a leerlo.