Carta de Miguel Ángel Beltrán al columnista Alejandro Gaviria
A propósito de la pólvora en gallinazos
/ Miércoles 11 de agosto de 2010
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Doctor en Estudios latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Magíster en Ciencias Sociales en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) con sede en México y magíster en Historia y sociólogo de la Universidad Nacional. Licenciado en Ciencias de la Educación con especialidad en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Prisionero político desde el 21 de mayo de 2009.
Ingeniero Alejandro Gaviria,
Debo reconocer que no soy asiduo lector de su columna, máxime cuando tengo la posibilidad de deleitarme con otros escritores que comparten en la misma página sus opiniones, y de los cuales no siempre suscribo sus puntos de vista, pero disfruto su estilo directo, su lógica argumentativa y su riqueza de análisis ajena a cualquier simplificación.
Tengo muchas distancias frente a las ambiciones periodísticas de aquellos académicos, pretendidamente imparciales y objetivos, que desde su privilegiada condición de columnistas se sienten autorizados -en un acto de egolatría intelectual- a repartir bendiciones y descalificaciones, por el simple prurito de ejercer la cátedra universitaria (con uno que otro desvarío burocrático), como si esa condición los eximiera de sustentar sus juicios.
El rigor analítico cede entonces su lugar a reiterados epítetos, (vr.gr. “comunistas reblandecidos”, “miembros de la JUCO, más ridículos que peligrosos”, “ecologismo delirante”, “panfletos virtuales”, “argumentos anacrónicos”, etc.) herencia de cierta “izquierda estalinista” que con justificada razón critican, pero de la cual conservan desde otra orilla sus mismos esquemas maniqueos, sus fórmulas binarias (vr.gr. modernos/retrógrados, ilustrados/ignorantes) y su afán justiciero.
Menos aún disfruto de cierto estilo insípido que trata de disimular -supongo que por un cierto pudor intelectual- sus inocultables afinidades ideológicas: cuando Usted afirma, por ejemplo, que “Manuel Cepeda, el dirigente comunista asesinado, justificó repetidamente la violencia guerrillera” (subrayado mío) y en seguida transcribe unas palabras textuales -aunque no contextualizadas- del líder del Partido Comunista Colombiano que corroborarían -aparentemente- dicha aseveración, ¿debemos entender los lectores que los agentes de las fuerzas militares que dispararon contra la inerme humanidad del Senador de la Unión Patriótica, tenían plena justificación para hacerlo?.
Los ejemplos “del si lo dije pero no lo dije” abundan en su artículo, sin embargo convendrá conmigo (suponiendo para abreviar la discusión que el contenido pueda separarse de la forma) que en asuntos de estilo sucede como en la moda: “entre gustos no hay disgustos” y tan legítimo es que sus columnas me produzcan tedio como que mis escritos le generen lástima.
En lo que no puedo convenir con Usted -y rechazo de manera enfática y categórica- es que me señale públicamente y sin fundamento alguno como “el propagandista de las FARC”, pues si en el caso del Senador Manuel Cepeda causa indignación la forma solapada en que Usted justifica el crimen de este parlamentario comunista que en sus escritos y columnas periodísticas se atrevió a dar cuenta de una realidad que, gústenos o no, ha acompañado la historia colombiana durante las últimas seis décadas (como en su momento lo hicieron “ilustres prohombres” del partido liberal), en mi caso a la indignación se suma la preocupación de convertirme con su irresponsable afirmación, en blanco militar de los asesinos que hace poco más de un lustro ordenaron y ejecutaron el crimen del también sociólogo y profesor universitario Alfredo Correa De Andreis, acusado injustamente de ser un ideólogo de las FARC; el país sabe hoy que dicho montaje provino de los archivos del DAS y que su asesinato ocurrió dos días después de presentar los resultados de sus investigación sobre los desplazados en Bolívar y Atlántico (¿es esta una expresión de la evolución del clima intelectual colombiano en los últimos años?).
Seguramente Usted ignora (no esperaría otra cosa) que a raíz de estas acusaciones que en el actual juicio oral han sido desvirtuadas fueron amenazados familiares, colegas y amigos, mientras algunos estudiantes que manifestaron públicamente mi inocencia debieron abandonar el país (sin duda otra prueba que el clima intelectual colombiano ha evolucionado). Yo mismo estoy sometido a medidas especiales de vigilancia en este pabellón de máxima seguridad donde actualmente me encuentro (porque para quienes pensamos manera diferente no existe el beneficio de la detención domiciliaria, ni los pabellones para funcionarios públicos, ni mucho menos el vencimiento de términos).
A ello ha contribuido, ese periodismo vacuo e irresponsable. El mismo que sostuvo en las columnas de otro diario de circulación nacional, al día siguiente de mi detención arbitraria, que mis padres eran comunistas y que yo había estudiado en la Unión Soviética. Ambas afirmaciones falsas, utilizadas como una forma de estigmatizar a quienes nos apartamos de las ideas dominantes. Tal parece que los esquemas de la “guerra fría” que tan retóricamente declaran superados se mantienen vivos en la mente de algunos periodistas venidos a menos.
Resulta claro que mi actividad académica no representa una amenaza para la seguridad nacional. Irónicamente así ha sido clasificado mi expediente por el gobierno mexicano con el propósito de ocultar las evidencias de mi secuestro (no captura) en ese país, donde me encontraba de manera legal, adelantando una estancia posdoctoral. Dicho sea de paso, esta detención ilegal fue legalizada por un juez de garantías colombiano como si hubiera ocurrido en territorio nacional. Con el argumento de la seguridad nacional, en Colombia, se le ha impedido a mi defensa tener acceso a las supuestas pruebas electrónicas que se presentan por parte de la Fiscalía en mi contra, esto apenas para ilustrar algunas de las numerosas violaciones al debido proceso que se han cometido en mi contra.
Pese a que mi actividad académica no constituye un delito, escritos míos publicados en revistas especializadas de circulación nacional e internacional, aparecen como parte de las pruebas en mi contra, lo que me lleva a pensar que su artículo “Pólvora en gallinazos”, no sólo aconseja al Estado (y a sus cómplices en mi detención ilegal), que analicen mejor en su lógica de guerra ciega porqué no somos tan importantes sus víctimas sino que de paso avala la persecución al delito de opinión. Lo que se cometió contra mí, ingeniero Gaviria, fue una irreparable violación nacional e internacional contra mi buen nombre y mi integridad personal, pero más aun fue una violación contra los que pensamos distinto.
Entiendo que estas violaciones no le causen estupor y solamente recomiende no hacerlas con personas tan poco importantes, no pretendo tampoco que piense igual que yo, ni más faltaba, pero que ni siquiera investigue cómo va mi caso y me califique y condene de antemano, no lo puedo aceptar. Es fácil hacer eco de los llamados a la guerra, estudiar las raíces del conflicto social y armado es un ejercicio más complejo (y peligroso). Hace algunas semanas el periodista Guillermo Prieto Larrota en sus “Especiales Pirry”, hizo afirmaciones en el mismo sentido y tuvo que hacer una rectificación, espero igualmente Usted tenga el decoro de hacerlas.
Atentamente,
Miguel Ángel Beltrán Villegas
PAS B – 2 piso. La Picota
Profesor Asociado Departamento de Sociología
Universidad Nacional del Colombia