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Francisco de Roux: "Los cínicos ganan en Colombia porque se la juegan a fondo"
El padre Francisco De Roux acaba de cumplir dos años al frente de la Compañía de Jesús y en todo ese lapso, salvo en el escenario de algún foro académico, su voz apenas ha sido escuchada
Margarita Vidal / Domingo 3 de octubre de 2010
 

La preparación intelectual de un sacerdote jesuita es un entramado en el que ciencia y fe religiosa se complementan y apoyan mutuamente. Ser nombrado provincial de la comunidad es, antes que un honor, una carga de responsabilidad cuyo peso bastaría para aplastar a cualquiera. No así al padre Francisco De Roux, que desde su ordenación en 1975 trabajó y forjó su espíritu en el Centro de Investigación y Educación Popular -Cinep- como investigador y promotor de empresas comunitarias, antes de recibir en 1980 un doctorado en economía de la Universidad de la Sorbona y, un año después, el magíster en London School of Economics.

Entre 1982 y 1993 fue investigador, subdirector y director del Cinep, así como director del Programa por la Paz de la Compañía de Jesús, de donde salió a dirigir el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, un laboratorio donde pudo aprovechar sus conocimientos en temas de ética pública, conflicto social y desarrollo económico y que le valió en 2001 el Premio Nacional de Paz, así como la medalla de Caballero de Honor de la Legión Francesa.

Con una agenda apretadísima, rehúye a la prensa y se mueve incansable como un ringlete, asumiendo las amenazas que le han hecho como consecuencias lógicas de un trabajo que pone por delante los intereses de los desposeídos, tal como lo ordena San Ignacio, el fundador de su comunidad.

La Iglesia ha tratado, sin éxito, de tender puentes hacia un diálogo con la guerrilla. El presidente Santos dejó la puerta abierta pero no permitirá intermediarios. ¿Qué sigue ahora?

- El conflicto colombiano es muy complejo porque involucra toda la problemática del narcotráfico y, además, toca intereses muy profundos. El país debe replantear cambios estructurales, sin los cuales la paz no es posible. El esfuerzo de la Iglesia ha sido muy de fondo y en el Magdalena Medio tuve oportunidad de trabajar con dos obispos de un inmenso coraje y mucha claridad en la labor realizada: Monseñor Leonardo Gómez Serna, Obispo de Magangué y Monseñor Jaime Prieto Amaya, Obispo de Barrancabermeja. La Iglesia tiene un compromiso con los pobres y los marginados que ha dejado este conflicto tan prolongado y va a seguir haciéndolo en las circunstancias que sean necesarias.

Usted siempre ha sostenido que el tema de la paz es de todos. ¿Qué hacer para despertar conciencias?

- En primer lugar comprender que todos somos responsables de la crisis humanitaria tan profunda que vive el país y que se refleja en los cuatro millones de hectáreas quitadas a los campesinos, en los tres millones quinientos mil desplazados, en los secuestros más largos del mundo, en ser el principal productor de cocaína, en problemas -como los falsos positivos- que ponen en evidencia una ruptura moral, en ser uno de los países con mayor densidad de minas antipersona. A eso hay que añadirle la corrupción generalizada; tantos congresistas en la cárcel, que ponen en evidencia que el país vive una crisis del ser humano supremamente honda, frente a la cual no hemos tenido suficiente fuerza los líderes espirituales y a la que los dirigentes y los empresarios no acaban de tomar con verdadera seriedad.

Más bien cada uno trata de buscar los culpables en otro lado.

- Todos somos responsables de esta crisis humanitaria y si no dejamos de señalarnos los unos a los otros, mostrando a quiénes tenemos que odiar, a cuáles excluir de responsabilidad por lo acontecido, no lograremos avanzar. No podemos pretender que esto lo han hecho sólo "unos malos colombianos". Es un problema de conciencia personal y colectiva que hay que enfrentar con determinación. Por eso pienso que la invitación a la unidad de la Nación es muy importante, pero espero que no se quede en la superficie.

Usted tiene toda la autoridad moral para decirlo, porque el experimento del Magdalena Medio ha sido muy exitoso y a usted le correspondió liderarlo.

- La tarea allí fue un esfuerzo en esa dirección. Cuando llegamos, a finales de 1995, era un territorio partido, donde estaban los paramilitares fuertes de Colombia, con Macaco, Ernesto Báez, Julián Bolívar -que eran los hombres de Castaño- y otros grupos muy significativos, además de las Farc y el Eln. Había cosas muy complicadas por la combinación entre el Ejército y el paramilitarismo y cundía el sufrimiento entre los campesinos. Lo que tratábamos de sembrar y desarrollar allí era la convicción profunda de que al Magdalena Medio teníamos que construirlo entre todos y se trabajó arduamente para elevar entre todos la confianza colectiva.

Llevamos ocho años de solución militar y una guerrilla replegada pero no vencida. ¿Según su experiencia qué habría que hacer ahora?

- Para solucionar sus problemas el país optó por el camino militar y los colombianos fueron ganados por el mensaje de vencer primero militarmente a los malos para quedar solamente los buenos. Yo francamente pienso que la solución no es militar sino que es mucho más compleja. La prueba está en que pasado un período en el que el país ganó en seguridad, vemos que, aunque diezmada, los problemas de la guerrilla subsisten, y que el paramilitarismo transformado, y la presión hacia el desplazamiento campesino, continúan. Claro que en los casos límite, la sociedad necesita la presencia de las Fuerzas Armadas y la Policía porque en todos los pueblos hay personas que pasan por encima de los códigos de honor; pero no es matándonos los unos a los otros como se arreglan los problemas.

¿Cómo se explica un conflicto tan largo y que los alzados en armas no entren en razón y las entreguen?

- La guerrilla le ha casado la guerra al Estado porque, según ella, los hombres del gobierno, lejos de solucionar los problemas públicos, los acrecientan y les hacen tanto mal a los colombianos que ellos -los guerrilleros- están dispuestos a morir con tal de que esos otros hombres mueran. Y así creen constituir una ética guerrillera. Yo, por supuesto, no comparto eso. Estoy convencido de que tomar las armas es un absurdo que sólo sirve para acrecentar el dolor de los colombianos y sumergirnos más y más en una guerra absolutamente injusta y sin sentido.

El Estado quiere conservar el monopolio del uso de las armas y debe defenderse.

- Cuando el Estado es atacado, evidentemente necesita un ejército que proteja las instituciones y que tome la iniciativa. Pero convertir a todos los colombianos en militantes de esa guerra, hacer de Colombia una plataforma de lucha contra el terrorismo y persuadirnos a todos de que meternos en ese tipo de conflictos es la única salida que tenemos es, a mi juicio, una gran equivocación. El discurso que se estableció en Colombia diciéndonos que todos tenemos que ser informantes, pagar para obtener información -incluso invitar a los estudiantes a participar en esas delaciones-, desconfiar los unos de los otros y creer solamente en el gobierno o sus militares como los únicos que nos pueden dar seguridad, me parece a mí la destrucción de aquello que los sociólogos llaman "el capital social".

¿Si un extranjero le pidiera una radiografía de la violencia en Colombia y sus causas, cuál sería?

- Es una pregunta para los guerrilleros que secuestran, para los militares que hacen falsos positivos, para los políticos que roban al país, para quienes prohijan un modelo de desarrollo con altísimo desempleo, para los responsables de la expulsión de los campesinos de sus tierras, para quienes nos mantienen enredados en la producción de coca. Eso sería lo primero que yo enunciaría y creo que es un problema muy hondo del que en muchas formas hemos querido escapar. Por eso me preocupa mucho el cinismo de nuestra sociedad que nos lleva a vivir una crisis humanitaria tan profunda sin resolver nunca los problemas. Hacemos pequeños actos de arrepentimiento en medio de los cuales hay manifestaciones y proclamas que no conducen a nada concreto. Si Colombia no es capaz de solucionar problemas que ya otros han resuelto, la pregunta obvia es ¿a quién le conviene que esto siga así?

¿A quién le conviene, padre?

- Pues yo me temo que en los sectores dirigentes de Colombia, donde por supuesto también hay gente seria, honesta y preocupada por trabajar, hay quienes se benefician de la mafia, de la corrupción y de la guerra. Porque si no hubiera todo eso no tendríamos el Plan Colombia con sus cuatro mil millones de dólares. Con dinero en esas cantidades hay que hacerse muchas preguntas. Esa es plata que llega gracias a que hay guerra, ¿verdad? Y por eso se insiste en que la salida tiene que ser bélica. Le dije que para mí el primer problema de la violencia es ético, pero para analizarlo hay que poner sobre la mesa también el narcotráfico, que es el gran movilizador de los ataques más profundos contra el ser humano. Hay que incorporar también los problemas estructurales nunca resueltos y la idea que tienen muchos jóvenes en Colombia - a mi juicio muy equivocadamente- de que la salida son las armas, en lugar de sentarnos todos a analizar con claridad qué es lo que vamos a hacer con la tierra, cómo hacer un desarrollo con equidad, cómo ser transparentes en el manejo de los recursos públicos.

Tradicionalmente se ha culpado a las élites, a ciertos sectores políticos, empresariales, industriales o financieros, de vivir de espaldas a la realidad del país, defendiendo sus intereses y enriqueciéndose sin medida, cuando no beneficiándose del despojo de la tierra, etc. ¿Cuál es su experiencia con los ricos?

- Tengo que decir que he encontrado tanto en el sector público como en el privado personas y empresarios que realmente quieren trabajar seriamente en estos temas y pienso que a partir de ellos tenemos que ir estableciendo caminos de conversación con todos. También debo decir que, por supuesto, lo mejor de Colombia lo he encontrado entre los campesinos, los pescadores, los habitantes de los barrios populares. En todos los sectores encuentra uno gente buena y también gente cínica y creo que los cínicos ganan en Colombia porque se la juegan a fondo. Por eso insisto mucho en mi convicción de que los que podrían liderar el país hacia un cambio profundo, no han tenido coraje de entregar el todo por el todo, ni magnanimidad para convocar a todo el mundo, ni fortaleza para entrar en diálogos sin miedo. Hasta ahora los cínicos han predominado y han dominado el Congreso, la política, la concepción empresarial, así como la guerrilla y en general a los ilegales.

¿Cuál sería la manera de llegar a esos cínicos?

- En esta debacle todos somos responsables, no solamente en lo concerniente a la guerra, sino en casos múltiples de desgreño y corrupción. Casos como Agro Ingreso Seguro, Carimagua, los falsos positivos, la parapolítica, las chuzadas del DAS, la corrupción, la pérdida del valor de la vida y de la ética, generalizaron la desconfianza en el país. Y no tengo dudas en decir en voz alta que si no nos metemos todos en serio en esta labor de rescate y de generar confianza, Colombia no tiene salida. Y creo que a los hombres de Iglesia nos toca, en esta tarea que es más espiritual, asumir riesgos muy serios para que la gente en conciencia, los empresarios, los políticos, las organizaciones, enfrentemos los problemas sin decirnos más mentiras.

¿Cómo interpreta usted el llamado de Cano a conversar y qué cree que debería hacer el presidente Santos?

- Yo creo que eso hay que tomárselo en serio y trabajar para que Cano sea consistente y coherente con las expectivas que levanta con su propuesta. El país ha ganado suficiente lucidez en estos años para establecer con claridad las condiciones con las cuales se puede entrar en una conversación en la que, a mi juicio, hay que avanzar. Por otra parte, creo que con la regionalizacion del conflicto, la presencia de la guerrilla en los países vecinos debería tomarse positivamente, porque ahora no es sólo a nosotros a quienes nos interesa que no se profundice, sino tambien a los pobladores de las zonas de frontera y a los Presidentes de los países que nos acompañan. Obviamente no podemos ser ingenuos, hay que mirar con cuidado el panorama total y el entorno, sin dejar de mantener la presión de la fuerza militar.

Usted dirigió el Cinep durante 8 años, un centro de pensamiento defensor, como lo mandaba San Ignacio, de los pobres. Como en Colombia todo lo que huela a reivindicaciones sociales se califica de izquierdizante, socialista o comunista, en el gobierno de Uribe estuvieron bastante estigmatizados; ¿para dónde siguen ahora los jesuitas en el país?

- Nosotros tenemos como mandato la lucha por la justicia, como una consecuencia inevitable de creer en Jesucristo, y los jesuitas hemos tratado de tomar muy en serio ese mandato. Sucede que si usted lucha por la justicia, inevitablemente toca intereses que reaccionan muy fuerte, con señalamientos inaceptables. Nosotros queremos un país en paz, en progreso, donde haya empleo para todo el mundo. Un país donde nadie sea perseguido por sus ideas, y que se acaben la corrupción, las fosas comunes, las masacres, la guerra de guerrillas y los paramilitares, y que esa locura nunca más vuelva a darse entre nosotros. Creemos que eso es posible y queremos que haya una economía próspera, un país sin coca. Pensamos que eso requiere cambios muy hondos en la estructura del país y sobre todo en la conciencia de cada uno de nosotros.