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La Fundación San Isidro de Duitama, experiencia agroecológica en la región central de Colombia, alternativa al sistema agroalimentario del capital
Freddy Ordóñez / Domingo 22 de mayo de 2011
 

En el año 2008 se hizo visible, con la crisis alimentaria, la lógica de maximización de las utilidades que mueve al sistema agroalimentario capitalista. Este sistema tiene como principales manifestaciones la concentración empresarial desde la producción hasta la distribución de alimentos; la amenaza y vulneración del derecho a la alimentación adecuada y de la seguridad y soberanía alimentarias; la generación de externalidades negativas y de una fuerte transformación antrópica del ambiente; la alta concentración de la tierra; y la afectación de derechos económicos, sociales y culturales de poblaciones altamente vulnerables como son los campesinos, afrodescendientes e indígenas.

La maximización de la ganancia sobre la que opera el sistema ha llevado a que -a pesar del crecimiento en la agricultura-, desde el año 1995 se incremente constantemente el número de personas subnutridas en el mundo, con el pico más alto en el 2009, con 1.023 millones. En la actualidad la cantidad global de subnutridos, en palabra de la FAO, es inaceptablemente alta. Es imperativo señalar que los altos costos de los alimentos son el principal motivo de la subnutrición. A su vez, de manera perversa, el sistema también es responsable de los mil millones de seres humanos que sufren de sobrepeso.

Para elevar las altas tasas de ganancia también se ha recurrido a la violación de derechos de comunidades rurales, el desplazamiento forzado y el despojo de poblaciones agrarias, y el incremento sustancial de técnicas agropecuarias que contribuyen al cambio climático.

A lo anterior se suma que la agricultura del modelo no se ha orientado a la producción de alimentos para las personas: su principal destinación hoy en día es la alimentación de los animales y la producción de combustibles. Tal es el caso de cereales como el maíz y la cebada.

Los más perjudicados por el modelo han sido las comunidades campesinas: Tres mil millones de habitantes del planeta, quienes, paradójicamente, corresponden al grueso de la población con más carencias alimentarias.

Pero es de esta misma población de donde están saliendo buena parte de las alternativas para hacer frente al modelo capitalista agroalimentario, como son la soberanía alimentaria, la agroecología y el comercio justo, alternativas las cuales han encontrado receptibilidad en diferentes instancias internacionales como el Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas y el Relator Especial sobre el Derecho a la Alimentación, Olivier De Schutter. Este último, el pasado mes de diciembre señaló la necesidad de que los Estados reorienten sus sistemas de explotación agrícola hacia modelos de gran productividad, socialmente más justos y de más sostenibilidad ambiental, que contribuyan a dar efectividad gradualmente al derecho humano a la alimentación adecuada. Específicamente el Relator hizo referencia a aquellos modelos enmarcados en el paradigma de la agroecología.

A pesar de lo que puede llamarse un “nuevo mercado de productos agroecológicos” en la producción de alimentos, la perspectiva de alternatividad y de transformación sigue estando presente en discursos y experiencias agroecológicas, a tal punto que, la verdadera agroecología “se opone a las formas de agricultura ecológica que no cuestionen la naturaleza del monocultivo y que dependan de insumos externos, de costosos sellos de certificación extranjeros, o de sistemas de comercio justo destinados sólo a la agro-exportación” (Altieri y Nicholls, 2010).

La agroecología igualmente incluye la oposición a formas de agricultura “ecológica” o “verde”. Lo anterior como parte de la dimensión sociopolítica de la agroecología, que saca la producción ecológica de los parámetros netamente económicos. Lo anterior está claramente planteado por la Fundación San Isidro:

Lo más importante es que la agricultura orgánica no sea una agricultura de negocio, no sea una agricultura comercial, de enriquecimiento de algunas empresas. La agricultura orgánica debe ser un sentir, debe ser un aporte a la vida, a la salud, al medio ambiente, y hacia eso es que estamos enfocados. La apuesta por la producción orgánica de la Fundación, principal y fundamentalmente trasciende el plano netamente económico y se eleva hacia lo social y hacia lo político. La agricultura orgánica no es aplicar unas prácticas o recetas, va mucho más allá, es una apuesta política que va en contra de las empresas multinacionales que se enriquecen a partir de venderle a altos costos los llamados paquetes tecnológicos a la comunidad (Ordóñez, 2011).

A nivel mundial, procesos organizativos del campesinado han incluido dentro de su orientación política y su accionar la agroecología y la agricultura sostenible. En Colombia, desde hace 30 años, la Fundación San Isidro de Duitama (Boyacá), ha desarrollado un proceso organizativo basado en el paradigma agroecológico. Durante la historia de vida de la organización, esta ha capacitado en agricultura sostenible a por lo menos 250 productores de la región central del país; ha estructurado procesos de agricultura orgánica en al menos 350 fincas; y su trabajo ha llegado a más de una veintena de municipios, convirtiendo a la Fundación en un caso emblemático de organización campesina que trabaje con perspectiva agroecológica.

La percepción del tema agroalimentario lleva a don Luis Coronado, de la Fundación San Isidro, a caracterizar la agroecología como una apuesta contra el modelo capitalista de agricultura y sus principales beneficiarios, percepción que difunde en su comunidad:

La producción orgánica puede ser asimilada como una forma de resistencia al sistema agroalimentario tradicional, en el que ganan siempre las empresas y que tiende a la industrialización de la producción agrícola y al monocultivo. Con la agroecología vamos a acabar con esas empresas que tienen sometido al campesino: “centavito que va consiguiendo el campesino, centavito que le va quitando la empresa”.

La crisis alimentaria y la crisis climática han llevado al reconocimiento del impacto socioambiental del modelo agroalimentario capitalista y su inutilidad para garantizar el derecho a la alimentación adecuada de la población mundial. La agroecología debe constituir parte del planteamiento y accionar político y organizativo del campesinado. La Fundación San Isidro así lo ha entendido, asimilándolo como parte de las alternativas y resistencias al sistema agroalimentario del capital.