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Declaración política del pre encuentro distrital por la paz de Colombia
 

Nos educaron para acostumbrarnos a la guerra. Nos enseñaron que la democracia carga el peso de la muerte, y que el “orden” solo se consigue con la fuerza de las armas.

Poco a poco nos inculcaron que la paz es un lujo que el pueblo no puede pagar. Que el costo de nuestras riquezas como nación, de los inmensos recursos que poseemos como pueblo, es la perpetua guerra que alimenta las arcas de empresarios, banqueros, traficantes y terratenientes.

Y al mismo tiempo, se nos ha dicho con insistencia, que el uso de la violencia es un derecho que tienen los poderosos, y que la resignación y la miseria es un deber que estamos obligados a asumir. Y lo vivimos cotidianamente: Nos faltan oportunidades laborales, recibimos salarios de hambre, muchos familiares y amigos se han ido a la guerra en búsqueda desesperada de un empleo, muchos otros han entrado a ser parte de redes de traficantes y consumidores de droga, de bandas delincuenciales, o de estructuras armadas al servicio del narcotráfico en nuestra ciudad, o han sido víctimas de asesinatos por parte de las fuerzas militares llamados “falsos positivos”.

Nos han impuesto toques de queda en nuestros barrios, hemos sufrido la persecución o intimidación de escuadrones de la muerte paramilitares que se refugian en nuestras localidades. Hemos padecido el acoso constante de la policía que nos estigmatiza por pertenecer a estratos populares o la persecución de las autoridades por hacer parte de proyectos sociales y políticos alternativos. Señalan nuestra cultura, nuestros valores, nuestras expresiones, nuestras organizaciones. En nuestros colegios recibimos una enseñanza de baja calidad y pocas oportunidades para acceder a la educación superior. Nos han desplazado a nosotros o a nuestras familias desde distintas regiones a causa de la guerra, y hemos encontrado una ciudad llena de dificultades que nos ofrece escasas oportunidades de salir adelante.

Así mismo, nuestras aguas son contaminadas, nuestros humedales se extinguen y nuestro aire es infectado a causa de los mega-proyectos implementados en nuestra ciudad, ligados a intereses particulares, mientras en muchos lugares escasean los servicios públicos y sanitarios elementales.

En fin, hemos padecido la pobreza, exclusión, marginalidad, y persecución que son causas objetivas del conflicto social y armado colombiano. Y sin embargo, nos hemos organizado de distintas formas para luchar por nuestros derechos y construir caminos de paz. Nos negamos a resignarnos ser una Nación que gasta cuantiosos recursos para alimentar una guerra que no tiene solución militar, que ha dejado más de 4 millones de desplazados en casi una década, una guerra que ha costado la vida de miles y miles de colombianos y colombianas, y ha embargado nuestro futuro dejándonos en el abandono y la desesperanza. No estamos dispuestos a ser una Colombia eternamente enlutada.

Por eso estamos convencidos que el diálogo es la ruta, que no existe otra salida que la solución política y civilizada al conflicto.

Pero así mismo sabemos que la paz no se logrará sin la organización y movilización decidida de todo el pueblo colombiano, en ciudades y campos, porque una paz integral, duradera y sólida, debe estar cimentada en la solución de los graves problemas que afectan al conjunto de la nación. Sin democracia, empleo, educación y salud nunca podrá lograrse una verdadera paz para nuestro país.

Fortalecer la unidad de nuestras organizaciones, movilizarnos para luchar por nuestros derechos, crear un amplio movimiento nacional que busque la solución política al conflicto y sus causas, son condiciones indispensables para lograr sentar al gobierno y la insurgencia a dialogar, y alcanzar la anhelada y merecida paz.

No tenemos otro camino que la organización y la unidad de nuestro pueblo. Nosotros que, como muchos, sufrimos la guerra, sus causas y consecuencias cotidianamente, tenemos el deber de luchar para lograr frenar los delirios guerreristas de aquellos que han convertido la muerte en un negocio, y la guerra en la única forma de conservar sus privilegios.

Que no se engañen los poderosos!, la paz es un derecho al cual no estamos dispuestos a renunciar. Y junto a Gaitan afirmamos, como aquella vez en el ’manifiesto por la paz’: “no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia!”.