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El contragolpe
Me dolió la muerte de Alfonso Cano. Lo conocí en familia y después fuimos compañeros de facultad en la Nacional.
Alfredo Molano Bravo / Domingo 13 de noviembre de 2011
 

No compartimos nunca militancia, pero sí algunos ideales sociales y utopías en su tiempo. Respeto su valor y su consistencia moral. Desde cuando terminé mi carrera he creído que por la vía armada no se llegaría al poder. Considero hoy que las guerrillas en Colombia están en una encrucijada histórica. No se rendirán, pero tampoco triunfarán. Su única alternativa es la negociación. El Gobierno está en una situación similar: no ha logrado acabarlas ni rendirlas y aspira a una negociación. En este sentido, se identifican de alguna manera. El Gobierno sabe que no pueden ganar la pelea, pero sabe también que su Ejército tampoco, pese a los rudos golpes que les ha dado. Ambas fuerzas buscan negociaciones ventajosas y ese es hoy el principal objetivo de la guerra: ganar superioridad para negociar más barato, sin que ese punto sea fácilmente determinable. Total, en el fondo, esperan para negociar, sin decirlo, la rendición del otro. O al menos atarlo de patas y manos. A la larga, el Estado tiene las de ganar, pero costará mucha sangre.

Creo que Santos quería negociar para pasar a la historia. Santos quiere más que poder. El generalato uribista le cerró ese camino con la muerte de Cano. Las Farc no negociarán ni siquiera la rendición —en el caso de que fuera posible— con Santos. Uribe quiere volver al poder y no le convenía un bis del actual gobierno; de ahí los reproches constantes a la situación de orden público y el desgano con que reconoce los golpes a las guerrillas. A quien más convenía esa muerte era a Uribe, porque le quitaba a Santos la posibilidad de una negociación a la que Cano se mostraba cada vez más explícitamente dispuesto. Como gremio que son, a los militares no les conviene la paz. Como no les conviene la justicia civil.

¿Qué gobierno se atrevería a reducir la fuerza pública a sus “justas proporciones”? ¿Cuál sería el costo político de bajar el presupuesto militar del 6% del PIB a, digamos, el 2%? ¿Quién le pondrá el cascabel al gato? Los generales y hasta los cabos perderían las prerrogativas que les han sido otorgadas a la fuerza. ¿Qué otro sector político o económico goza de semejantes prerrogativas? ¿A cambio de qué? Simple: de administrar el orden público en su propio beneficio.

El contragolpe de las Farc al Gobierno no será la toma de un pueblo ni el asesinato de un general. Será no sentarse a la mesa de negociación y hundir el proyecto político de largo alcance que acariciaba Santos. Las Farc no le firmarán a Santos el pasaporte a la gloria.

El futuro es sombrío. Con la guerra contra las Farc, los paramilitares de nuevo cuño —anónimos de cabezas dirigentes— seguirán controlando gobiernos locales, exportando droga y dominando a las comunidades con el terror. La guerra contra la droga continuará invariable. El asalto a los bienes públicos no variará. No es que la guerrilla sea la causa de estas desgracias, sino que la guerra mantendrá vivo lo que las hace posible: la financiación de los ejércitos, el pago a la impunidad, las licencias para matar. El andamiaje de la máquina militar se desplomaría con un acuerdo sólido de paz. La gran beneficiada de la guerra ha sido la extrema derecha política, la otra forma de lucha del establecimiento que Uribe ha armado, envalentonado, apuntalado.